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Cuentos de Cohetero.. 2

Introducción. 2

La Prehistoria. 4

San Julián. 5

Los Sargentos. 5

Lo que tengo aquí’e un fóforo. 6

El Sargento Tabaquito. 6

Los Pilotos de San Julián y el Gran Golpe del Jamón. 7

Del Marabú pa’ Odesa. 8

ODESA.. 9

Los Textiles y los Tabacaleros. 9

Un Cubano le Mejoró el Cohete a los Soviets

La Gallina. 11

O’Hara. 12

El Negro Duvalier 13

La Rata Arencibia. 15

El Regreso en el Adsharia. 16

En Tren Hasta Riga. 16

El Viejo Gato Militar 16

Simbad el Marine y las Incidencias del Viaje. 17

El Recibimiento. 19

Los Huecos. 20

El Guajo. 20

Seña y Contraseña. 20

El Hombre Rana y la Teoría del Querequeté. 21

El Traslado. 22

Esa fue mi decisión... 24

Bandera Roja. 25

Pa’la Cueva! 26

Coño, me has matao compadre! 28

Preso? Si, pero para la Cárcel... 28

A Los Altos Niveles. 30

El Rectificador Larionof 31

Liiiiimpieza! 31

El Ciego. 32

Pupy. 33

Y se Cumplieron los 3 Años... 35

El Proyecto Van-Troi

Loret de Muela. 37

Pa’ Lechuga! 39

Pablo Peña, el Ladrillo. 39

El Guante y la Tomascol 41

Las Hirvió! 42

Alfonso. 43

El entierro de Guarapo. 44

Standarten Fuhrer Herman Von Weinstock. 46

Los Coheteros le tumbaron el Avión al Fifo. 47

Y pasaron 25 Años. 50

 

Cuentos de Cohetero

 

Armando Rodríguez

 

Introducción

Muchos son los personajes de los que mi memoria no logra librarse ni aún después de 40 años, que es lo que ya hace de la fundación de aquellas TCAA. A veces por asociación y otras veces sin motivo aparente, algunos de ellos toman por asalto mi conciencia y mis recuerdos los recrean como quien mira un pietaje de película editado al azar.

 A ver, ¿por qué me tengo que acordar ahora del Perro Eneas?  De pelo flechudo, espejuelos de fondo de botella y boca grande, era un saco de risa...y por que lo del Perro? Pues no sé, aquellos nombretes eran simpáticos, pero no siempre tenían sentido. Pues al Perro, el ejército lo sacó del Instituto de la Habana, pero en apenas un año logró la baja haciéndose el loco. Fue detenido por la policía cuando en short dribleaba una bola por el medio de la calle 23 a la altura de Copelia. Otros después trataron variantes del mismo método, pero a pocos les dio resultado.

¿Y el Brother? Ese que había inventado un idioma para hacer sus chistes de relajo, eran los mismos chistes que todos nos sabíamos, pero en el idioma del “Brother” sonaban como nuevos y todos se los volvíamos a reír. Las nalgas eran la “ablabblas”, los órganos sexuales masculino y femenino eran el “macoquendo” y el “udgurdo”, respectivamente y así...

El otro día recordaba al “Buistra”, José García Cajigas, bajito, rubito y de espejuelos, ciudadano ilustre del barrio de Pan con Timba, lo de Buistra quiere decir “el rápido” en ruso. Este alias lo adquirió en una de aquellas alarmas nocturnas en Odessa, que consistían en que un “Cursanti” (cadete ruso), hacia sonar una corneta en el pasillo. Había que saltar de la cama y salir corriendo para un cuarto donde se guardaban todas las maletas, buscar la de uno, regresar, meter en ella lo que uno se fuera a llevar y salir corriendo a una formación afuera del edificio donde, supuestamente, nos recogería un transporte para llevarnos al refugio antiatómico.  El día del Buistra fue uno en que Cheo Cajigas se apareció con su enorme maleta a rastras cuando ya se rompía la formación y nos disponíamos a regresar a los cuartos.

¡Ah! Aquel otro personaje que cuando llegaban cartas de Cuba, venía muy serio con algún cuento como que su mujer le había mandado una foto en bikini. Y continuaba: lo que me extrañó era que estaba con un primo de ella, pero yo no me acuerdo de ese primo... si, ella dice que se esta pasando una temporadita en La Habana... en la casa, si y preguntaba ingenuo, “pero eso no tiene nada de malo, ¿verdad?” Otro día, en el mismo estilo, se apeaba con que la esposa había ido a una fiestecita con su primo y añadía... si chico, eso es bueno, déjala que se divierta la pobre... ese era Osvaldo Morales, alias... “Saco ‘e Tarros”

El “Billy the Kid” pequeño, flaco y rubio que tocaba la filarmónica . El Billy sucumbió a las hambres de San Julián  desmayándose después de una marcha al sol. Lo hizo en “atención”, si, cayendo como lo haría una palma. El Billy se sentaba en al puerta de la barraca y a los que regresaban de bañarse les preguntaba que con quien iban a salir aquella noche. Él consideraba que era inútil bañarse en aquellas lejanas duchas de agua fría, donde en el inevitable regreso a la barraca ya se empuercaban los pies de tierra colorada y todo eso para estar medio limpio hasta las 5 de la mañana en que se tocaba la diana, o quizá ni eso si sonaba alguna alarma. No obstante, toda esa convincente argumentación, en una ocasión, como a los 45 días de persistencia en sus principios, la tropa lo llevó en andas hasta las ducha y lo bañaron. Yo compartía 100% los argumentos antibaño del Billy, pero gracias quizá a que lo hacía menos ostensivo, logré llegar al dia 47 en que salí de San Julián para la URSS sin que fuera bañado como él.

El “Perro” no era el único nombrete sin sentido, el glúteo no forma parte de la anatomía de los batracios, pero hubo un cohetero al que le pusieron “Nalga’eRana”. Al principio en Odessa, nos llevaban en transportes militares a unos baños colectivos fuera de la escuela, ahí había que bañarse bajo la supervisión de unas viejas gordas que vociferaban, con sus voces chillonas, lo que sonaba a “lávese ahí y restriéguese eso”. El caso era, que aunque en la escuela había duchas, a los “cursantis” (cadetes soviéticos) había que llevarlos a bañarse para que, al menos, lo hicieran una vez cada quince días, porque los pisos en las duchas de sus albergues se agrietaban como tierra en sequía. Pues en la primera visita a uno de esos baños colectivos, alguien se fijó en el nalgatorio pálido de Reynaldo de la Torre y exclamó que tenía “Nalga’eRana”, de ahí en lo adelante... fue llamado por siempre así o sin más, “el Nalga”, para abreviar. Con el tiempo, el mando soviético se percató de esa rara costumbre de los cubanos, ese exceso de bañarse diariamente y decidió abandonar la práctica de llevarnos a aquellos lugares.

El “Caballo Pinto”. Lo de caballo no sé... pero lo de pinto venía por ser una mezcla de mulato y pelirrojo... sin duda una pinta rara. Es común encontrar entre los hombres, los que se complacen en describir, con regodeo de detalles, sus experiencias íntimas con  el sexo opuesto. Con eso Aurelio Hernández se ganó el alias de “El Inmoral”, hasta se babeaba mientras hacía sus narraciones lascivas. Lo que si es rarísimo, es que un hombre admita que haya tenido en algún momento que apelar a la masturbación, ya que esa práctica suele asociarse con ineptitud para el desempeño del sexo. El Pinto, resultaba una excepción, en el momento más inopinado y sin estímulo aparente, anunciaba a los presentes que procedía a masturbarse y con la misma tomaba un periódico y partía hacia el baño. A veces uno llegaba buscando al Pinto y cuando preguntaba, podía recibir, con la mayor naturalidad, una respuesta como... “dijo que iba a masturbarse, pero ya debe estar al llegar”.

Acordándome de un personaje, no termino de describirlo y ya me asalta otro... a Novas le decían Clark Kent y realmente parecía que Superman iba a salir en cualquier momento de adentro de su uniforme de soldado ruso; el Brillo, como siempre aseado e impecable con gracia en el dominio del idioma; Aramís Albuerne, devoto al dios Baco, pero todo sabiduría de la vida en medio de su habitual sopor; Batalia o el Tetamán, el Ladrillo Pablo Peña; el Memo y Domingo Madan, jugando basketball en botas, metían por un aro a los cursantis soviets... pero hay que parar aquí y organizar esto cronológicamente.

La Prehistoria

Algunos personajes ya lo eran desde antes de entrar al ejército, por ejemplo este que desde el Instituto le decían “El Moco” por su persistente adherencia a grupos humanos en los que no era bienvenido, subconjunto este que resultaba, prácticamente, la totalidad. No era bienvenido, no sólo por las parejas, en las que un tercero se denomina como “sapo”, tampoco lo era en grupos no apareados por esa ausencia de gracia al hacer cuentos, combinados con la selección cuidadosa de temas carentes de interés y agravada con su alargamiento interminable hasta lograr una risa piadosa por agotamiento. Para colmo, era de los que no dejaba alejarse al infeliz oyente más cercano, lo halaba por el hombro y le metía el cuento a presión a media cuarta de la oreja. Pero el Moco no estaba sólo, había otro personaje que compartía la repulsa popular por exactamente el mismo motivo, este era conocido por “Caña Hueca”, sí, esto tiene tanto sentido como lo de “Nalga’eRana”, pero ese era el pseudónimo. El Caña, contrastaba con su émulo por ser un mulato, flaco, alto pero encorvado, mientras el Moco era rubio, pequeño, derecho y bueno... Por aquellos tiempos, casi todos éramos flacos. Curiosamente, siendo tan parecidos, el Caña se pronunciaba sobre el Moco como una víctima más de su pegajosidad, en obvio intento de encontrar algún punto común con el grupo... y eso mismo lo hacía el Moco respecto al Caña. Era la época del Instituto, y ambos, pero sobre todo el Caña, era objetivo frecuente de la Brigada Anti-Sapo de una asociación secreta estudiantil llamada el POM o Puñeteros Organizados en Montón, que tenía como secretario general a un personaje llamado Fernando Nápoles, La brigada estaba comandada y exclusivamente constituida, por otro personaje llamado Marilois... no, no se trata de otro nombrete, sino de una contracción de su nombre, Juan Marí Lois, cuya frase favorita se había convertido en “va a haber que darle un poco ‘e golpe al Caña”. Yo también tenía un cargo en el POM, aunque sólo nominal. Era el director de una inexistente “Escuela Nacional de Talles”. Así iba la vida hasta que un mal día apareció aquello de los cohetes y Moco, Caña, POM ... ¡todo el mundo para el verde!

En ese jamo también cayó el Pato Corona, le decían así porque lograba imitar a la perfección al Pato Lucas de los cartones. No tenía que esforzarse demasiado, cuando dejaba de imitarlo, se le seguía pareciendo. Otro que no pudo evitar el jamo fue Marcelino Fajardo, a veces conocido como “La Negra Marchela” por un cuento que hizo en una tertulia sobre una vieja Jamaicana que, por más que le enseñaba a decir su nombre, se le olvidaba y cada vez que lo veía desde su balcón se despeñaba gritando lo de la Negra Marcela.

Este Marcelino era un negro alto muy simpático, que no era un dirigente más de la recién creada  Juventud Comunista en el Instituto, sino que realmente se había convertido en líder de aquel plantel. Gozaba de gran popularidad, al punto que fue elegido para representar a aquel colectivo en el Festival de las Juventudes de Helsinki. Su carrera política vislumbraba un gran futuro, lo menos que Marcelino hubiera deseado era el ejército, pero los reclutadores necesitaban de su influencia para captar al resto. Marcelino estaba atrapado, no podía librarse del “army” sin estropear su imagen y...La Negra Marcela, pa’la loma.

Contrario a Marcelino, Nápoles era de los de manera espontánea, sin que nadie se lo orientara exhortaba a su círculo de influencia a unirse al "llamado de la Patria"y esto lo hacía siendo el de los primeros en dar el paso al frente. Pero... que cosas tiene la vida! Nápoles, después de pasar aquella primera escuela militar del 5to Distrito, fue expulsado de las filas por ser, como se le llamaba entonces, un repatriado. Nápoles había regresado de los EU. para unirse a la Revolución y es posible que fuera el más sincero de los que respondieron a aquel llamado, sin embargo, fue el único rechazado!

Tendría que pasar mucho tiempo aun para que las mujeres integraran la fuerzas armadas y es por eso que no hay personajes femeninos en estas memorias. No obstante, a la distancia de hoy, analizo que más que el liderazgo de Marcelino, mas que las exhortaciones de Napoles, más que la presión política de la Juventud Comunista y ciertamente, más que la consciencia revolucionaria, fueron las muchachas del Instituto las que nos empujaron al ejército. A los dieciséis años, nuestros mundos giraban alrededor de ellas. A la Flaca Josefina, le decían que, como al reírse cerraba los ojos, le podían robar la cartera; o la refinada y bella “Merengue” con sus ojos enormes, que con finos ademanes y no poco asquito, participaba en agricultura, limpiezas y otros trabajos indignos de su alcurnia; Ah!... ¿y qué de la “Breve”? no se lo decían por espigada, pero sus cuatro pies y piquito le bastaban para romper más corazones que nadie. Sus muchísimos pretendientes casi formaban un club. La Breve sabía que en el momento que aceptara a alguno de ellos, perdería ese asedio que disfrutaba más que la satisfacción carnal misma. Dorita, Miriam, Isabel, Lourdes, Celia, Loreta, Amparo... aunque con preferencias, todos estábamos enamorados un poco de todas. La decisión no era fácil, te convertirías en objeto de su desprecio presente o en su héroe... ausente. Para muchos de nosotros, la primera era impensable y pluralizando a Martí: “allí rompió su corola la poca flor de nuestras vidas”.

San Julián

Los Sargentos

Nunca se supo cual fue el criterio de selección por el cual aquel grupo de imbéciles y maníacos fue escogido para entrenar lo que sería la tropa más técnica de aquellas nacientes Fuerzas Armadas. Mi compañía, junto con otras 10 o 20, la formaban el personal que había sido reclutado en las Universidades,  Institutos Técnicos y de Segunda Enseñaza, para a recibir de los Soviéticos la técnica coheteril antiaérea. Cuesta trabajo creer que aquello fuera lo mejor que se podía conseguir, pero en efecto, parece que una vez repartidos lo ministerios, la embajadas y los puestos de interventores de empresas entre las huestes del Ejercito Rebelde, eso fue lo que quedó, y nos lo mandaron a San Julián.

Así destellos fugaces de memoria me traen a Edil Bray que orgullosamente portaba en la cintura una Colt 45 que podía rastrillar en el aire con una sola mano, como se lo hizo aquel incauto chofer de camión que no paró satisfactoriamente ante su orden y dejándolo tan lívido del susto que cuando ya le premitió seguir, no atinaba a poner en marcha aquello.

El sargento Elías

Y que del temible Sargento Elías? que parecía extraído del un comic de Frentes de Guerra o Comandos, era un auténtico ladrillo que parecía ladrar en monosílabos. Ese, recuerdo, era un entusiasta del concepto de que el soldado debía comer en tres minutos, ¡ni aquel minúsculo bodrio que nos ofrecían como sustituto al alimento era fácil de tragar en ese tiempo! Una vez en el comedor, iba mesa por mesa, a la que había que llegar con su bandeja y pararse en atención frente a ella hasta que Elías emitiera, mirando su reloj, el monosílabo “nsen”, que debía interpretarse como “comiencen”, con la misma iba para otra mesa y hacia lo mismo, antes de que regresara había que engullir lo que se pudiera. La supervivencia obligaba a uno a depurar la técnica,  a la voz de “nsen”, el pan de gloria, miembro diario de aquella dieta, iba para dentro de la camisa, el “vomitoéniño”, otra especialidad de la casa cuyos ingredientes nunca fueron revelados, se tragaba alternando paleadas de arroz, dejando para el final cualquier otra guarnición que pudiera llevarse en la mano, hasta que regresaba Elías a interrumpir la deglución con un “dpieeee, pldrchaaaaa...salgn”.

Lo que tengo aquí’e un fóforo

O aquel otro sargentico rubio, bajito y cabezón, que iba por las formaciones con un lápiz en una mano y una libretica en la otra mientras movía amenazante el lápiz anunciando “lo que tengo aquí e’ un fóforo”,  hasta que encontraba una víctima y “númedo...movelse en atención”. Para que esto del fósforo tenga algún sentido es necesario saber que la tropa le llamaba “encender la leva” al acto del reporte disciplinario. Este personaje se levantaba la visera de la gorra, quizá para que ésta no le impidiera verle la cara a la gente, pues no levantaba dos cuartas de piso. Esa talla hacía que aquella 45, enchapada con la policromada  bandera del 5 de Septiembre que portaba a lo cowboy de manera que la punta de la cartuchera le rebasaba la rodilla, se le viera como una bazooka.

El Sargento Tabaquito

No recuerdo por que ni quién le puso Tabaquito, ya que no fumaba, quizá era la forma de su cuerpo, que era pequeño y recordaba una pelota de football americano o un tipo de Habano. Tabaquito era más ignorante que alguna gente de las que yo alfabeticé, no obstante lo pusieron a que les diera clase teóricas de táctica a aquel bando de jodedores estudiantes de Bachillerato.

Aquellas clases que ya nos repetían por enésima sobre pelotón a la ofensiva y cosas así, se daban en los hangares de la Base Aérea de San Julián donde nos encontrábamos. Estos tenían un puntal altísimo y el sonido tenía un eco natural que hacía que la música que se tocara o cantara se oyera especial.   Lo que hizo que alguno de los amantes de la música construyéramos una empalizada entre dos vigas a la que se accedía por especie de escalera, no se para que era pero que casi llegaba al techo. A esta empalizada le llamábamos el Sky, como un Night Club que estaba en el Hotel St. John.

Durante las clases, Tabaquito que escribía con mucha dificultad y lentitud, se la pasaba casi todo el tiempo de espaldas a la clase con la cabeza a una cuarta de la pizarra. Cuando sentía algún murmullo promovido por el aburrimiento, se limitaba a decir “vamo a callal’lo…” sin siquiera voltearse para no perder aquella altísima concentración que le requería el hacer un par de garabatos.

Este muy particular estilo, le que daba la oportunidad a que la gente se le fuera escapando hacia el Sky. Desde allí, la primera vez que lo intentamos, vimos con gran susto como se viró y notando que el grupo había disminuido, hacía ademán de contar… con la misma se puso la mano en mentón de una cara de sospecha, pero nada… siguió su clase, de espalda como siempre. Un grupo tras otro escapaba hacia el Sky y veíamos como se repetía aquella operación de conteo sin ningún resultado.

Después de aquella primera vez. Esa escena, que parecía como sacada del teatro del absurdo, se repitió innumerables veces, sin que jamás Tabaquito llegara a una conclusión distinta. Una vez establecido el hecho de que no sabía contar, la tropa empezó a desertarle también de los ejercicios matutinos, escondiéndose en los marabusales que rodeaban aquella pista que nos hacían correr como si fuésemos a despegar. Tabaquito arrancaba con una compañía con 100 elementos y regresaba a la barraca, totalmente satisfecho, apenas con la docena que no se atrevió a abandonarle quizá por estar demasiado cerca.

Los Pilotos de San Julián y el Gran Golpe del Jamón

Además de campo de concentración para futuros coheteros, San Julián era también una base aérea. El personal de la Fuerza Aérea, que comprendía tanto a los pilotos mismos como a personal de tierra, les llamábamos indistintamente Pilotos. En este grupo no van a resaltar individualidades, ya que nunca pudimos intercambiar palabra con ninguno. Para ellos, pienso que estábamos al nivel del ganado o quizá por debajo de eso. Nosotros, los de la tropa inmunda, los veíamos como la gleba debió ver a la nobleza en la edad media. Sólo nos topábamos con ellos en el comedor, donde en una parte más elevada y cercana a la puerta que daba a pista, les eran servidos manjares tan deliciosos como abundantes de los que sólo nos llegaba el olor.

Los ingredientes para aquellas suculentas comidas piloteras, se guardaban en un cuarto refrigerado aparte que tenía un gigantesco candado en la puerta. Tan grande era, que podía verse desde la cola que hacíamos para recibir nuestras raquíticas raciones. Este candado enviaba el mensaje dantesco...”Perded toda esperanza”.

Nadie lo intentó siquiera, pero no hubiera sido fácil, ni aun para el más hábil de los comisarios políticos, compatibilizar aquello con los ideales de igualitarismo socialista. La diferencia en el trato por un lado y la actitud de desdén de los pilotos por otro, hacían que no resultaran especialmente populares entre aquella tropa.

Había una guardia, de las muchas que sufríamos, que era, sin embargo, muy ansiada... la llamada guardia de cocina, que consistía en limpiar o servir de pinche. Eran súper afortunados aquellos que les tocaba trabajar dentro de la cocina misma, pues no sólo tenían entonces la oportunidad de comer como los camellos hurtando cuanto mendrugo quedara al descuido, sino que era la oportunidad de “llevar cómodo” al resto de la compañía a la hora del reparto de las raciones.

Aquella vez mi escuadra se sacó la rifa y le tocó trabajar limpiando dentro de la cocina. Estábamos, mi inseparable compinche, Marilois y yo dándole trapo a piso detrás del mostrador, cuando nos percatamos de que...el candado se había quedado abierto! Uno de los cocineros acababa de guardar la lata de jamón de importación con lo que sobró después de haberles preparado los bistés tipo Virginia a la “nobleza” y, por algún motivo, no cerró aquel candado gigante. Esta oportunidad no iba a repetirse jamás, estaba claro que eso que tantas veces habíamos soñado, había que intentarlo. Me presté como voluntario para la parte más arriesgada del golpe, Marilois me acompañó hasta la puerta para volver a presentar el candado después de dejarme entrar. Una vez adentro, le fui arriba a aquella lata y le arrancaba pedazos al jamón, uno directo para mi estómago y otro por el último botón de la camisa bien hacia la espalda. No sólo había frió, el jamón estaba, que cada pedazo que me metía por la barriga. Me obligaba a contornearme. Cuando ya no encontré más nada que pudiera devorar directamente o meterme en la camisa, toqué suavemente en la puerta para que Marilois quitara el candado y me dejara salir...pero nada. Volví a tocar algo más fuerte, pero tampoco. Lo que imaginé fue exactamente lo que pasó, algún sargento le había dicho...”elemento, acáaaaa” y estaría ahora tratando de escapar para liberarme sin tener que entregarse, tal era la confianza que teníamos uno en el otro. Eso tranquilizaba mi ansiedad, pero no el frió, que cada vez era más, sobre todo por aquellos pedazos de jamón semi congelado con que había rellenado el interior de mi camisa. Si caía victima del pánico y empezaba a golpear enloquecido aquella puerta, es posible que algún cocinero o sargento lograra oírme, pero eso se traduciría, no solo en un marabú, que sería lo de menos, sino en la pérdida de aquel botín,  que era lo que me resultaba inaceptable. Además sabía que el receso no podía demorar demasiado, pues ya era casi la hora cuando comenzó la operación.

En efecto, el receso provocó un descuido de la sargentada que Marilois aprovechó para ir a liberarme. Fuimos derecho a la zanja que pasaba por detrás del comedor, y el botín era devorado con desespero por la escuadra apenas sacaba los pedazos de adentro de mi puerca camisa, el hambre era tal, que hubiera dado igual si me los estuviera sacando del culo. Esto sería siempre recordado por el gran golpe del jamón que nos hizo sentir pilotos por un día.

Del Marabú pa’ Odesa

En las escuelas militares se dan pases para poderlos quitar, es el control de la disciplina. Pero como en San Julián no había pase, pues no había nada que quitar. Se improvisó entonces que un reporte se tradujera en días cortando marabú. El problema es que la vida normal no era mucho mejor que el marabú y al menos ahí se escapaba uno un poco de la humillación cotidiana de los Sargenticos. De manera que tampoco constituía mucho control y allí el control hacía pero muuucha falta. Si no, como mantener a miles de hombres recién sacados del estudio y la producción por ya mas de dos meses, perdiendo el tiempo sin hacer nada de lo que vinieron a hacer? dando las mismas clases con lo mismos imbéciles y hostigándolos con guardias viejas*, guardias imaginarias**, guardias inútiles***, guardias, guardias...

*Guardia vieja: método de barrer sin escoba para cuando se dispone de mano de obra barata ilimitada,  se despliega la tropa en el área a limpiar y esta debe recoger con las manos cuanto papelito, chapita u objeto que no corresponda pueda encontrarse.

**Guardia imaginaria: Castigo considerado leve, que consistía en encargar una tarea, que además de cansar y robar sueño, ofendiera la inteligencia del castigado, por ejemplo: cuidar de que cierto árbol o cualquier otro objeto inmueble, no se diera a la fuga; vigilar la luna, para que nadie fuera a llevársela y cosas por ese estilo.

***Guardia inútil: A medida que iba entrando más personal, lo que era la escuadra de guardia se convirtió en el pelotón de guardia, la compañía de guardia, las compañías de guardia...y así se iban multiplicando las postas para cuidar lo mismo, una base en el culo del mundo donde no pasaba... ni el tiempo.

Un día me sacaron del chapeo de marabú, donde cumplía castigo por ya no recuerdo que tropelía y me informaron que había sido seleccionado para ser entrenado en la Unión Soviética. Me resultaba inesperado que se me eligiera para nada estando en la “cárcel”.  Apenas tuve tiempo de recoger mis cosas y subir a un camión que terminaría de sacarme para siempre de aquel mundo juvenil de Instituto, que aun a pesar de sargentos, marabú y hambre, subsistía en San Julián.  No puedo borrar de mi mente la imagen de un Marilois, todo lealtad, que corría tras el camión con lágrimas en los ojos, era el fin del mundo para él también. Se cerraba con dramatismo ese capítulo que debió haberse cerrado con una fiesta de graduación.

Fue así que fui a dar con mis huesos, que casi era lo único que me quedaba después de las hambres de San Julián, a la ciudad portuaria de Odessa en Ucrania. Sube y baja el telón y me encontraría a miles de kilómetros geográficos y culturales, entre desconocidos, gente con cinco o más años que yo, de extracciones y niveles de educación de amplio espectro. Me tocaría madurar a paso forzado.

ODESA

Los Textiles y los Tabacaleros

Formé parte de aquel grupo seleccionado por las FAR de acuerdo a criterios que nunca se supieron, ni nos pudimos explicar, para ser entrenados por los soviéticos en la técnica de la cohetería antiaérea. El grupo de 235 elementos fue trasladado a Moscú por avión en tres vuelos. Para el viaje, repartieron trajes a todos sus miembros. Los trajes repartidos eran tan parecidos que aquellos grupos parecían músicos de una orquesta enorme. Aquellos trajes, además de iguales, eran de una delgadísima tela y no podían ser menos adecuados al clima del lugar a donde nos mandaban, a la ciudad portuaria de Odessa en la República de Ucrania. Al frente de aquel grupo y para ser entrenado como jefe de división de tropas coheteriles iba el Capitán Alberto León Lima, lo avalaban sus calificaciones como chofer de Fidel Castro al bajar de la Sierra Maestra. Como segundo Jefe y también a ser entrenado en la complicada técnica de la dirección de la situación aérea al nivel de división, iba el Capitán Arsenio (El Tigre) Ferrer, para esto lo asistía su experiencia en la lucha libre profesional, lo del “Tigre” venía, no de su fiereza en el combate, sino de su antiguo nombre en el ring.

De acuerdo a lo establecido para estudiantes militares de nuestro nivel, el estado soviético pagaría 70 rublos de estipendio por cada uno. Además de una cantidad fija para ropa de invierno. El General Ducanish, alias Gral. Bigote, director de la Escuela Militar Técnica de Odessa, convenció al Leoncito (como se le conocía entre los altos jerarcas), de que lo mejor para la disciplina del personal era que la escuela administrara ese dinero y se encargara de proveernos a la tropa de comida y ropa. Al personal se le darían sólo 20 rublos sus para gastos. Claro que los dos oficiales de más alta graduación (León y el Tigre Ferrer) comerían en el comedor privado del General. El capitán León aceptó todo aquello, no creo que se le hubiera ocurrido o sabido oponerse, reedición soviética del timo del guajiro en la Habana.

De la embajada de Cuba mandaban todos los meses tabacos y cigarros que venían por la valija diplomática. Las cantidades no eran demasiado generosas pero los que fumábamos, más o menos sobrevivíamos con el trueque de suaves por fuertes y comprando un poco a los que no fumaban.

La primera semana comimos bien y tomábamos leche. A la segunda semana, ya las raciones se cortaron a la mitad y al segundo mes desapareció la leche. Pero por si esto fuera poco, nos bajaron el sueldo a diez rublos, con la justificación de que nos entregarían ropa de salir y otras boberías. Nos dieron un sweater y una muda de ropa y nunca más nos dieron los 20 rublos (al guajiro León, lo seguían timando). La gente usaba aquellos diez rublos, más que nada, para matar aquella hambre que se resistía a morir y que resultó, como siempre, muy mala consejera.

Los cubanos no tardaron en encontrar el “Chorni Rino” o mercado negro de Odessa, donde se vendía y compraba hasta la bomba atómica en piezas, según el decir de Tempo-Tempo, uno de los profesores de la escuela. Las condiciones estaban creadas para que sucediera lo que sucedió. Algunos miembros del grupo, decidieron “echar pa’lante” el trajecito de la orquesta (que por inadecuado que fuera al clima, el sólo hecho de ser extranjero le procuraba la suficiente demanda) así como su cuota de cigarros y tabacos.

Alguien se fue de lengua o quizá fue la KGB, nunca se supo como aquello trascendió al mando. Una noche sonaron una inspección en la que se pidió mostraran la ropa que habían traído, así como lo que les quedara de la cuota de tabaco recién distribuida. Los que no pudieron hacerlo fueron reportados.

Al día siguiente, todos fuimos conducidos a aquel gran teatro de la escuela. Cada vez que esto pasaba era para algo malo. Aún estaba fresco aquel juicio abierto a Jorge Evia, en el que el Tigre Ferrer actuando de implacable fiscal, logró que aquel auditorio le pidiera “Paredón” por el robo de unos 50 rublos. Evia no pudo ser enviado inmediatamente para Cuba, sino hasta después de una semana en que pudieron contener sus constantes cagaleras. Cuando regresamos a Cuba supimos que Evia no había sido fusilado, de hecho, ni siquiera estuvo preso, sólo fue baja deshonrosa, lo que si por poco lo mata fue la deshidratación provocada por la mencionada crisis diarréica.

Esta vez, les tocó a los “expertos” del Chorni Rino. Se paró el Cap. Ferrer y empezó a leer una lista de nombres, para que subieran al escenario agrupándolos en su lado izquierdo. Fulano de Tal... poniéndose en atención como una estaca, el aludido contestaba: Aquiiií... y El Tigre rugía: Acccaaa! Así cerca de 30 elementos. Luego llamó a otra lista de similar tamaño y los fue colocando a su lado derecho, el grupo resultó menor pues algunos nombres ya se repetían de la primera lista. Concluida la lectura de las listas, la emprendió a denostar de aquellos que “habían vendiiiido lo que la Revolución le había daaado para que se mostraran decentemente vestiiiidos ante el mundo”, bien ridículo el discurso, y más tarde arremetió contra los que: “abusaaando de la confianza de la Revolución y los Sovieeeéticos, vendiiiían lo que estos se preocupaaaaban en proveerle”. En medio de la ridícula solemnidad de aquel acto, se empezaron a oír por una punta voces que decían y repetían bajito pero en la misma entonación ridícula del Capitán “y ahora, por el coooro del sindicaaaato de los Textiiiiles y el de Tabacaleeeeros...Yo vendo en el Mercado Negro”. Aquello se propagó como un murmullo hasta que, se le jodió el show al Tigre Ferrer, aquel teatro estalló de risa y nunca se supo quien fue el del chiste.

Aun después de muchos años de aquello seguía siendo un punto referencia entre los viejos coheteros...”te acuerdas de Dagoberto? Si chico, uno flaco no muy alto, de pelo lacio, que fue de los dos, de los Textiles y de los Tabacaleros...”

Un Cubano le Mejoró el Cohete a los Soviets

Muy para mi conveniecia, fue así que el chovinismo cubano hizo llegar a la isla esta leyenda. Su origen fué como sigue...Se nos impartía el modulador del radio trasmisor de mandos, este trasmisor no sólo trasmitía mandos, sino también las interrogaciones para la radiolocalización del cohete en vuelo. Estos pulsos se amplificaban en sendas cascadas idénticas de amplificadores que empleaban unos tubos enormes, combinándose al final en un solo transformador de impulsos que parecía la baterria de un carro. Se me ocurre hacer la pregunta en clase de, si se podían combinar los pulsos al final, por que no al principio y así se amplificarían juntos en una sóla cadena... el profesor, magnífica persona, de apellido Contrachenco, se quedó pensando un rato, hasta que me dice... en este momento no encuentro ninguna razón para eso, mejor lo vemos por la tarde en la "auto preparación". 

Por la tarde se sentó conmigo y me dice que, como ejercicio, le propusiera los cambios al plano para eliminar una de las cascadas de amplificadores, el tal cambio se reducía a cortar el cable de la placa del primer tubito y poner otro para unirlo a la placa de ese mismo tubito de la otra cadena.  Si, en eso consistió el invento, un cablecito. Una vez aprobado el proyecto por Contrachenco, me permitió hacer el cambio soldador en mano, conectamos y todo funcionó perfecto, con la misma quitamos los tres tubos de la cascada que ya no estaban haciendo nada. El cambio era ostensible puesto que uno de estos tubos era grande como una calabaza. Contrachenco me dijo que eso constituía una "racionalización" que solía hasta premiarse en metático si era aprobada por una comisión de no me acuerdo que.

Eso de un “premio en metálico” me llenó de fantasía, aquel estipendio de 10 rublos mensuales que nos daban casi que se me iba tratando de matar el hambre que me dejaba la escuálida dieta que se nos ofrecía en el comedor. Con ese premio quizá pudiera comprarme un radiecito o hasta una cámara...claro siempre después de ir a algún restaurante y comerme un buen bistec, aunque este nunca sería como los que recordaba de los buenos tiempos en Cuba, porque en Odesa se hervía la carne antes de freirla.

Paso el tiempo suficiente como para que se me olvidara lo de aquella racionalización, cuando un día el Capitan León me hace traer a su presencia para informarme que, después de la corte del proximo viernes, habría un acto en que se me entregaría un premio por lo de un invento que le informaron yo le había hecho a la “aparatura” soviética. La mención del premio hacía regresar a mi mente aquella fantasía de los bistecs. Leoncito no tenía puta idea de en que consistía el tal  "invento", pero se hinchaba como un sapo de sólo pensar que iba a poder decir que ya sabíamos más de cohetes que los Soviets, nada más fácil que convencer a un cubano de que somos unos "barbaros".

Llegó el viernes y se celebró una corte más en aquel teatro inmenso donde los 235 cubanos sólo alcanzaban para llenar las primeras filas. Se impusieron, como siempre, los castigos correspondientes a las últimas indiciplinas y cuando esta termina, el teatro comienza a llenarse con "cursantes" soviéticos y la oficialidad de la escuela. De pronto retumba en el recinto ... "ESMIRNAAA!" y todos saltamos del asiento para caer como estacas en atención, hacía su entrada el General Ducanish, el mismísimo Bigote en persona que rápidamente caminaba hacia el escenario. Al llegar este emite el protocolar "esdraswiti tovarichi!" (salud camadas), a lo que siguía el obligatorio "esdravia yelaiut tovarich general" (salud le deseamos camarada general) por parte de toda la tropa alli reunida. Claro, que debido al eco y la imperfecciones en la sincronización de tantas voces lo que se oia era "jau jau jau jau" y eso es exactamente lo que los cubanos gritaban, por lo que a la acción de practicar ese ridículo protocolo le llamábamos "ladrar'. Seguidamente se oye con alivio el “VOLNAAA! que nos permite volvernos a sentar. Bigote hala por un papel que comienza a leer a viva voz al estilo de un edicto real, dejando pausas para la traducción al español. Habla de un aporte en lenguaje abstracto y grandilocuente; al terminar, dice mi nombre con gran pompa y peor acento. Como ya tenía instruido, me paro de un salto en atención, salgo al pasillo, la banda de música rompe con el tatan, tan tan, taratatantantan...y a paso de ganso marcho hacia el estrado. La banda hace un silencio ceremonial y Bigote me entrega un diploma que tomo con una mano, la paso a la otra para entonces recibir el SOBRE! Saludo militarmente, se produce una ovación, la banda vuelve con el "tatan tan tan" mientras me retiro a mi asiento con el mismo paso de ganso.

Ya en mi asiento, Bigote añade algunas parabras de elogio y exhorta a los presentes a esforzarse para conseguir logros como los que ese día se premiaban. La curiosidad por el contenido del sobre no me permitía poner atención a aquel discurso apologético. No estaba bien eso de romper el sobre mientras no se acabara el acto, por lo que tenía que limitar mi ansiedad a palparlo buscando adivinar el grosor del billetaje. Estaba gordito pero el tacto no revelaba el borde el fajo. Una vez afuera y bajo la presión de un apretado círculo de curiosos que me rodearon para asombrarse con la magnitud de aquel premio, rompí el sobre y envuelto en carta de dos páginas asomó, ante el suspiro de la desilusión general, un billete de diez rublos.

La Gallina

Se llamaba Gonzalo Iglesias, pero en Odessa terminó siendo conocido por “La Gallina”. Hombre serio, de los de más edad en el grupo de los ingenieros. Su aspecto y carácter no invitaban al choteo... como fue entonces que adquirió semejante pseudónimo? ...La culpa fue de la mezcla del Vodka ruso con el vino barato en la despedida del año 1963 que convirtió aquella escuela en un manicomio. Entrando por el pasillo del segundo piso, el espectáculo iba... “Caja’eDientes”, con su siempre obvia dentadura postiza desencajada, vomitando hacia arriba como una fuente, mientras “Calibre” y “Rigoberto-Chiva” abrazados desafinaban un desordenado popourrit  de tarrofóbicos boleros de vitrola... no siempre coincidiendo con cantar el mismo ;  Trepec Popurec, que se le quedó el nombrete al tratar de leer su “Perez Rodríguez” escrito en ruso, no fue su único crimen contra el idioma de Chejov, cuando alguien le saludaba con un “como le va” en ruso, “cac dielat”, a él esto e sonaba como Cadilac y en vez de “jarochó”, le contestaba “Chevrolet”, pues a Trepec se le enredaba la lengua mientras ejercía su habitual oficio de consejero de amores, esta vez con “el Bullo”, al que la boca se le abría mientras los ojos se le cerraban de cabezazo en cabezazo, emulando a los generadores de diente de sierra que estudiábamos en las clases de “radiotécnica”, cuyo voltaje sube, sube y pum, cae de nuevo y vuelve, sube, sube y pum.... Curiosamente, los borrachos consuetudinarios, como el entonces Primer Teniente Fontanil, que fungía en aquella escuela militar como Juez de Corte y que la canalla le decía Juez de Kurda, mantenían la compostura ante la demencia general. En medio de aquella juerga, de encima de un escaparate salía un sonoro cacareo y era nada menos que el serio de Gonzalo Iglesias, que a la pregunta de que hacía allá arriba, decía estar poniendo un huevo, inauguraba el año con su nuevo y ya indeleble nombrete de “La Gallina”

O’Hara

Este personaje, cosa rara, nunca tuvo un alias, lo conocí en aquella “Bayennaya Uchilicha” (Escuela militar) en el puerto Ucraniano de Odessa”. Tenía la rara virtud de ser totalmente predecible y transparente. Su actuación en la vida era  como una caricatura de un actor en una película sobreactuada. Si te iba a decir algo con discreción, primero miraba hacia los lados y después se cubría la boca en perfecto ademán de secreteo, solo que O’Hara era absolutamente incapaz de hablar bajito. No tenía el concepto, de que existe una distancia que se reserva para la intimidad y cuando te hablaba, daba la sensación de que estaba al sonarte un beso. Por si esto no lo hiciera sentir a uno suficientemente incómodo, escupía al hablar.

Si se le decía algo que el con el tono se le anticipaba que debía sorprenderlo, producía el más pronunciado gesto de sorpresa imaginable, abría ojos y boca acompañando estos gestos con algún manotazo a su frente, cabeza o a donde el portador de la noticia permitiera que el golpe lo alcanzara.

Si O’Hara dormitaba en clase o en alguna reunión, nunca era el normal cabeceo del común de los mortales, era la cabeza colgando hacia algún lado, los hilos de baba cayendo desde su pronunciado labio inferior y por si todo lo anterior pudiese pasar inadvertido, no tardaba mucho en emitir los ronquidos más estentóreos.

O’Hara hacía sentir bien al peor contador de chistes, para él no había chiste malo, cualquier cuento, no es que lo hiciera reír, sino que lo hacía estallar de risa, de encontrarse cerca de algún otro desdichado oyente, O’Hara se le colgaría del hombro y le habría espantado la carcajada en el mero tronco de la oreja poniendo en peligro desde su tímpano hasta la trompa de Eustaquio. Si por el contrario era objeto de alguna crítica, cosa que era frecuente dado su habitual desatino, la vergüenza se hacía tan ostensible como todo lo demás, enterraba la cabeza en el pecho y las lágrimas le corrían por las mejillas, al punto que el que criticaba terminaba compadeciéndolo y casi que excusándose con O’Hara.

No había rol que O’Hara no asumiera de forma caricaturesca, en una ocasión le dieron la oportunidad de mandar al pelotón a que pertenecía para llevarlo marchando al comedor, como era la norma diaria. Aquel ser, que hasta ese momento estuvo desprovisto del más remoto vestigio de marcialidad, que marchaba con el vientre prominente, encogido de hombres y con paso cansado, se transformó en O’Hara, el Mariscal de Campo. Sacó el pecho, engoló la voz y la hizo resonar en todo aquel polígono con las más precisas voces de mando. Era como si de repente el espíritu del Generalísimo Máximo Gómez lo hubiese poseído.  Tan ostensible fue el cambio que la oportunidad comenzó a repetirse, O’Hara fue perfeccionando su imagen, consiguió unos espejuelos oscuros, planchó su siempre ajada ropa y cada día incorporaba un gesto nuevo a su repertorio. El pelotón encontró divertido seguirle la corriente a O’Hara y aquella marcha hacia el comedor comenzaba a convertirse en una parada militar cuando la escuela terminó.

Al regresar de aquella escuela en la URSS, no volví a ver a O’Hara en un par meses hasta que me lo encontré en la heladería Copelia. Estaba recostado a una de esas columnas inclinadas con sus ya habituales espejuelos oscuros, cada vez que pasaba una mujer, se los bajaba ligeramente, y casi se le salían los ojos por encima de ellos. Así, les seguía el vaivén hasta que se alejaba, todo esto con ese “disimulo” al estilo O’Hara. Cuando me vio… el saludo! No lo voy a describir, lo dejaré a la imaginación, pero puedo casi asegurar que se va a quedar corta.

El Negro Duvalier

Eduardo Díaz Ferrer, apenas demoró unos días en adquirir su primer alias “El Negro Duvalier” y si, ciertamente se daba un aire con aquella conocida foto del dictador de Haití con gorro emplumado y lleno de medallas. También, cuando se hablaba en tercera persona, a veces se usaba “El Negrón”, por que parecía una estatua de ébano con un cuerpo de algo más de 6 pies, una definición muscular perfecta y cara con rasgos perfectamente armónicos, pero para la segunda persona, era simplemente el “Duva”.

Era hombre de pocas palabras y las decía en voz moderada y pausada. Su postura era derecha y sus ademanes eran viriles, todo lo cual emanaba un aire de gran dignidad. Lo anterior hacía que las manifestaciones de su estupidez resultaran inesperadas en los primeros encuentros.

Así se sorprendió Nina, aquella española refugiada de la Guerra civil que nos servía de traductora, cuando, ejerciendo sus oficios durante las entrevistas preliminares de nuestros primeros días en aquella escuela, traduciendo a un entrevistador le preguntaba al Duva: ¿profesión? Y este le espanta… dirigente. Ella insiste… no, no , que si UD. tiene algún oficio, si Vd. es carpintero, técnico de algo, maestro de escuela, quizá traductor como yo… el Duva insiste también… yo soy dirigente… pero dirigente de que?…yo dirijo de todo, cualquier cosa que me den… ¿Ud. es como un dirigente político entonces?… Soy político también, si he sido político también. Al fin tradujo político, con lo que aquel entrevistador, perfecto desconocedor de la versión tropical del socialismo, quedó satisfecho.

No fue la única vez que Nina, que tenía muchísimas luces, “tradujo” sus disparates. Los profesores solían preguntar todos los días a alumnos distintos sobre la clase anterior, cuando le tocaba al Duva, este se levantaba con toda aquella dignidad, seriedad y seguridad y comenzaba a hilvanar frases con los disparates más incoherentes y ahí pegaba Nina, que ya se estaba aprendiendo hasta el contenido de las clases que traducía, a “traducir” aquello en respuestas más o menos coherentes sobre aquel discurso carente del menor sentido. El Duva no parecía dudar por un momento que, en efecto, él estaba respondiendo aquellas preguntas. Durante estas intervenciones del Duva, la gente lloraba aguantando la risa y hubo ocasiones en que la entonación invitaba a la  ovación y los jodedores se la daban. Como aquella vez que el “Viejito Amor”, así le decían al profesor de instrucción política, arroja una sencilla pregunta al aula y el Duva, como se trataba de su “especialidad”, se sintió obligado a levantar la mano para solicitar el uso de la palabra. El Viejito Amor se la concede y todo el mundo hizo silencio esperando el consabido disparate, el Duva limpió garganta y con ese tono de total dominio de la materia comenzó: “Durante la Tercera Guerra Mundial…”. Esta vez Nina no pudo más y explotó de risa arrastrando al resto de la clase en total histeria ante el asombro turbado del Viejito Amor y la seriedad del Duva que aun no tenía ni idea de la causa del desorden.

Los cubanos en general fueron una sensación entre las mujeres de la ciudad de Odessa, pero nadie tuvo mayor éxito que el negro Duvalier. Las mujeres lo esperaban en la puerta de la escuela para discutírselo cuando éste saliera de pase los sábados y los domingos. Afuera de la escuela también esperaban otras muchachas a las que les llamaban las “Flechas”, por aquello de los ómnibus “Flechas de Oro” de flete por carretera, aunque para ser justos, las Flechas no eran propiamente fleteras, lo cubanos no tenían ni un copek para darles, lo que si es cierto es que cualquiera de aquel grupo les venía bien. A los que salían con las Flechas les llamaban Flecheros, con cierta onda peyorativa y debo confesar que aunque estuve tentado, en momentos de intenso atraso, a irme con alguna Flecha, me contuvo el aquello de convertirme en Flechero.

Pero bueno, volviendo al tema, las del Duva no eran las Flechas, eran las del Duva y éste invariablemente llevaba a la escogida al parque Chevchenko. Este es el parque donde está la escalera de famosa escena del cochecito en película de Eisenstein, el Acorazado Potemkin y donde están también los baños públicos más asquerosos del mundo. Había días que la peste llegaba hasta la misma parada del tranvía. Pero bien, el atractivo del parque, tanto para el Duva como para el resto de los cubanos, estaba lejos de ser la escalera y mucho menos los baños, sino los muchos escondrijos cerca del litoral para las intimidades. El concepto de “Posada” era tan ajeno a los soviéticos como el del desodorante.

Casi se terminaba el largo invierno ruso cuando, en una de sus visitas al mencionado parque de la peste a mierda, el Duva vio a alguien caer de un muelle al agua helada, sin titubear, corrió hacía el muelle y se tiró al rescate de aquel desafortunado. La fortaleza y preparación física del Duva le permitieron, no solo sobrevivir aquel desafío al invierno ruso, sino también rescatar a la víctima que resultó ser nada menos que un Coronel de las Fuerzas Armadas. A los pocos días el Duva era condecorado a teatro lleno con Banda de música y todo. Por suerte para él, para Nina y para la solemnidad de aquella ceremonia, no se contempló que el Duva hiciera uso de la palabra.

A su larga lista de aliases, se sumaba ahora el de “El Gueróe” (héroe en ruso). Aquella tropa de atorrantes, desprovistos de la más remota versión de madre, insistían que El Gueróe le había levantado la cartera al Coronel durante el rescate. Al Duva hay que reconocerle una gran nobleza, no sólo por jamás haberle dado demasiada importancia a su hazaña, sino porque, sobrándole la fortaleza para reducir a masa cárnica a cualquiera, nunca llegó a asesinar a ninguno de los integrantes de aquel bando de jodedores que le tocó como compañeros de cuarto.

La Rata Arencibia

Era de una personalidad tan fuerte, que el grupo que lo rodeara, terminaba hablando y gesticulando en su estilo. Cuando hacía un cuento se le hacía un coro, combinaba la gracia del dominio del idioma con la del lenguaje corporal. Podía caricaturizar cualquier situación con sus gestos.

Su sentido del humor no lo abandonaba ni en los momentos más dramáticos. Nunca olvido que la mitad del grupo que fue a Odessa se suponía regresara a Cuba en seis meses, en esa mitad estaba la Rata, y también yo. Tanto la Rata como yo, y la mayoría de los que ahí estábamos, detestábamos todo aquello intensamente y el anhelo mayor estaba cifrado en el regreso. Cuando ya preparábamos las maletas para nuestro inminente viaje, llaman a formación para llevarnos al teatro de la escuela. No nos extrañó, pues se imponía algún acto de despedida. La Rata se sentaba unas filas delante de mí, y podía verlo como mimificaba a alguien abriendo una botella de champagne al tiempo que imitaba los chirridos del corcho. Justamente en ese momento entra el Tigre Ferrer al escenario (era el vocero del mando, porque el jefe, Leoncito, era incapaz de balbucear dos palabras). Todos saltamos en atención y a la orden de descansen, nos volvemos a sentar. Arranca el Tigre con la acostumbrada “baba” dirigentoide, alguna que otra mención a los mártires y tres o cuatro consignas, ya todos no preguntábamos adonde iba todo aquello, cuando bajó la bomba... “el mando entiende que la asimilación no ha sido suficiente y que hay que quedarse ¡SEIS MESES MAS!”. El silencio se apoderó del aquel auditorio otrora bullicioso, hasta que se rompió con los chirridos del corcho que la Rata volvía a empujar por la boca de aquella botella imaginaria... En medio de las ganas de llorar hubo que reír.

Al final no puedo precisar quien le puso o por qué le pusieron la Rata, quizá fue él mismo que solía llamar rata a todo el mundo. Él calificaba a los hombres en una escala que iba desde el “cojonudo” a la “rata”, pasando por el “cojonudo arratado” y la “rata cojonuda”. Así terminamos todos siendo más o menos... ratas.

Se me ha quedado la imagen de Clark Kent Novas levantando a la Rata Arencibia, que a la sazón no debió pesar más de 120 libras, con una mano hasta que su frente dio con la de él a sus más de 6 pies de estatura, la Rata le miraba caricaturísticamente a los ojos mientras exclamaba amenazante... “Rata inmunda...bájame ahora mismo, o...” Ni los cuidadosamente elaborados personajes Holywoodenses han podido --en mi memoria-- superarlo en comicidad.

Estaban estos universitarios de Odessa en el pináculo de mi admiración  y pertenecer a aquel grupo, lo que necesariamente pasaba por llegar a la universidad, era mi máxima aspiración. Enfocado en ese objetivo estudiaba febrilmente los libros que me prestaban y necesariamente esto implicaba que hiciera incontables preguntas. Con estas preguntas les robaba una fracción nada despreciable del poco tiempo libre de que disponían, cosa que no era fácil de aceptar. Mi cuarto estaba en el tercer piso y los universitarios estaban en el segundo. Cuando la Rata me veía desembocar por el pasillo del segundo piso, libro en mano y abierto en alguna página, decía: “¡por Cristo, es la rata menor!” y hacía ademán de huir. Después se quejaba “ahora, en unos minutos, me chupa (con sonido de aspiradora) todos mis conocimientos, que tanto años me ha tomado adquirir”. La Rata marcaba la pauta de cómo lidiar mis acosos y todos solían quejarse en similar estilo, pero al igual que él, y sobre todo él, me ayudaron al punto que cuando al fin me senté en un aula universitaria, todo me resultó pan comido.

Aun hoy después de cuarenta años, me sorprendo diciendo cosas como él las decía ya en aquel entonces “esa y no otra”, “lo siento Charlie, ¡uahh!”, “y se la zafó”, “por arte de birle y birloque” y cuando uno cuenta que abre una puerta no puede omitir el “criiiiik”...pero me sorprendo aun más, cuando se las oigo a otros.

El Regreso en el Adsharia

En Tren Hasta Riga

La ansiedad por el regreso era inmensa por eso la información de que regresaríamos en barco no fue una buena noticia. Llegó el día de la partida y nos montaron en aquellos de vehículos de transporte militar tipo cajón de bacalao con asientos, a los que llamar ómnibus sería un eufemismo y partimos hacia al estación de trenes. Al salir por la puerta de las escuela pudimos ver a un nutrido grupo de “Flechas” que llorando nos daban la despedida, mientras que los “Flecheros”, ante la emoción, perdieron todo pudor por su condición y les devolvían sus saludos sacando cuanta extremidad pudieron por aquellas pequeñas ventanillas.

El tren atravesaría el continente de sur a norte, desde el Odessa en Mar Negro hasta Riga en el Mar Báltico, fueron varios los días de incómoda travesía. Ya no podría precisar si fue más lo largo que lo incómodo, pero si se que no lo fue para “Aurelio el Inmoral”. Aunque aquella parada en Minsk no era una de las oficiales, el Inmoral se bajó del tren a comprar cigarros, para lo que tuvo que atravesar varias líneas y cuando ya regresaba, vio con espanto como otro largísimo tren se le interponía, quedándose botado en esa ciudad que le era completamente desconocida.  Todos nos quedamos muy preocupados por su suerte y cual no sería nuestra sorpresa al verlo, fresco como una lechuga, esperándonos al pie de la escalera a nuestra llegada al barco. Autoridades militares en Minsk lo habían enviado en avión a Riga y, acomodado en un hotel, llevaba ya dos días turisteando en esa ciudad de Latvia. Mala moraleja se podía sacar del incidente... Dios premia al Inmoral

El Viejo Gato Militar

No  siendo viejo, sólo físicamente inepto, ostensiblemente jorobado debido a una escoliosis, con sobrepeso y artritis prematura, en nada recordaba a un gato. En ese alias sólo tenía algún sentido lo de “militar”. Claro está, no tenía que ver con su porte y aspecto, como en el caso de aquel que le decían “El Cadete Constitucional”, sino con sus conocimientos sobre la historia relativa a las guerras, a todas las guerras, desde las primeraqs que registra la historia en el Peloponeso, pasando por la de los 100 Años hasta las contemporáneas guerras Mundiales. El Gato se sabía, por ejemplo, cuantos eran los remaches del Bismark o el nombre del lugarteniente de Atila, en fin, el Gato se las sabía todas. Sin más que hacer, en aquel barco, desprovisto de entretenimiento alguno, que se tomó 28 días para traernos del puerto de Riga a La Habana, el Gato gustaba de organizar, ese su juego favorito de adivinar el personaje histórico.

“La Rata Arencibia”, cuyo nombre era Alberto y que le sobraba en ingenio lo que pudiera faltarle en conocimientos militares, jugaba con el “Gato”. Pone La Rata un personaje que el Gato rápidamente ubica en la Grecia de Pericles, con un par de preguntas más, logra situar al personaje en la batalla del Paso de las Termópilas y hasta llegar a que se trataba del que llevó el mensaje de “Victoria” hasta Atenas, evitando así que la quemaran, dando origen a la hoy tradicional carrera del Maratón, pero... la Rata exigía el nombre y el Gato tiene que darse por vencido. “La Rata” con toda solemnidad anuncia... “fue antepasado mío que se llamó...¡Albertaco Arencibián”. Así no se vale! protestaba el Gato, temiendo que, de prevalecer esa tendencia, se le echara a perder el único juego en que el podía y solía ganar. La Rata, asegurándole que ahora iba en serio, pone otro, el hombre más rico que ha existido... el Gato se cansó de proponer personajes...la Rata se bajó con ... Amajad Ed Nag-gal, nombre genial que me recreaba a un Jeque árabe amasando su petrodinero con su culo gordo sentado en un cojín y odaliscas bailándole alrededor. Aquello no estaría contribuyendo demasiado a mi cultura histórica...pero no lo he olvidado en 40 años.

Simbad el Marine y las Incidencias del Viaje

Fue en ese viaje trasatlántico que se le cayó el cartelito a “Simbad el Marine”, este era un tipo alto y fuerte que le llamaban así porque alardeaba de haber sido miembro del cuerpo de Infantería de Marina de Estados Unidos. Por contradictorio que parezca que un militar cubano pudiera vanagloriarse de haber servido en tropas élite del enemigo, no sonaba tan raro, ya que, subconscientemente, lo Americano era lo “de verdad”, lo nuestro... “de mentirita”. Cuando se supo  que regresaríamos en barco, empezó a alardear entonces de sus experiencias a bordo del crucero de desembarco USS Iowa. El problema fue que no hizo más que montarse en el barco y se mareó, pasándose los  28 días de travesía blanco como un papel. Esto acabó con su credibilidad, quedando su alias como “Simbad el Mareado”.

Todos mis ahorros durante un año en la URSS apenas alcanzaron para comprarme un radiecito de pilas, pero este radiecito fue un alivio para el ocio de aquel viaje. Mientras el barco se mantuvo cercano a tierra, iba oyendo las emisoras de los distintos países, Alemania, Dinamarca, Holanda, Francia, Inglaterra, España y ... el silencio total en el ese Atlántico oscuro e infinito.

Por cierto, de haber seguido la ruta naviera normal entre el Mar Báltico y el del Norte hubiéramos atravesado la península de Dinamarca por el canal de Kiel en la entonces Alemania Federal, si embargo se optó por circunnavegarla, lo que le añadía la bicoca de 280 millas náuticas al viaje, por que? Ninguna autoridad informó oficialmente de esto, pero se hizo circular el rumor de que no se podía arriesgar la documentación secreta que venía en el barco cruzando por ese canal, ya que estando este en Alemania Federal, era controlado por la OTAN y existía el peligro se abordara el barco pudiendo este caer en manos del Imperialismo. La explicación era tragable, pero según Marcelino (La Negra Marchela del Instituto de la Habana) que venía en el barco , en 1962, la motonave Gruzia, que lo llevó y lo trajo junto con la delegación cubana al Festival de las Juventudes en Helsinki, tampoco cruzó por ese canal, ni a la ida ni a la vuelta... que documentación de armamento secreto llevaba? En aquel tiempo el romanticismo no dejaba pensar, es que algún barco Soviético fue abordado alguna vez en el canal de Kiel?, naaah! hoy concluyo que más que paranoia antioccidente, simplemente la URSS nunca entendió eso de que el tiempo fuera dinero y simplemente se ahorraba la tarifa del canal. Nunca lo aprendió porque el tiempo sólo es dinero cuando la gente es productiva, cuando no, pues no vale nada. A decir verdad, cuanto si no valía el trabajo de dos días de aquellas 235 personas, seguramente menos que esa tarifa.

Los camarotes del barco se distribuyeron de acuerdo a la jerarquía del ladrillo, en los camarotes de lujo de la primera cubierta iba el Capitán León, el Tigre Ferrer y el Juez de Curda Fontanil; en la segunda, estaban los jefes de Unidades, baterías radiotécnicas y de rampas, en la tercera los ingenieros y así, en rigor y a piso por nivel, a los técnicos nos debió tocar debajo del casco, pero bueno, siempre nos quedaron aquellos camarotes que estaban justamente arriba de la sala de máquinas, donde para poder dormir había que habituarse al clon, clon de motor. El barco tenía un bar y una cafetería, pero que permanecieron cerradas todo el viaje, cerradas incluso para el León y el Tigre. Para quien entonces se reservaba esas instalaciones? Alguien sugirió, quizá con buen tino, que para cuando tocara transportar a turistas occidentales que pudieran pagar con dinero de verdad...si para esos “pobres esclavos” del capital.

El Atlántico no todo fue monotonía, hubo sucesos memorables mientras lo cruzábamos. En algún punto de ese océano, me despertó el silencio, se había roto algo en el timón o las hélices y tuvieron que parar el motor. El barco se mantuvo a la deriva un par de días hasta que, con la ayuda de los buzos de la tripulación, lograron remediarlo. El Adsharia era un barco más bien pequeño, había sido construido en los astilleros de la República Democrática Alemana y en este, su viaje inaugural, ya se presentaba un desperfecto mayor, lo que no precisamente hablaba bien del control de calidad socialista. Resultó hasta un alivio el volver oír aquel clon clon clon. Por cierto, un escalofrío se paseó hacia abajo por mi columna vertebral cuando varios años después, uno de aquellos oficiales de la segunda cubierta, me llegó con la noticia de que el Adsharia se había hundido...

A poco de aquello, nos tocó atravesar una tormenta que duró muchísimas horas, el espectáculo era impresionante, la proa se clavaba en el mar como hasta la mitad del barco y después salía derramando cataratas de agua por la cubierta. El piso debajo de la cubierta tenía un pasillo con ventanas transparentes, donde se podía ver claramente una sección transversal de la ola sin su cresta, ya que sobrepasaba esta cubierta, que se propagaba de proa a popa. Con la tormenta, Simbad el Mareado tuvo compañía en su desgracia y siendo ya un mareado experto, pudo alardear de esta experticidad al trasmitirle sus experiencias a los nuevos vomitantes. Yo presenté un estómago duro, pero no tan duro como el de otros que hasta se presentaron en el comedor y comieron!

Después de la tormenta, empecé a captar muy vagamente emisoras americanas, aparecieron los delfines que nos empezaron a escoltar deleitándonos con sus coreografías, también se empezaron a ver algunas gaviotas. Ya las emisoras americanas se comenzaban a oír altas y claras y sus aviones guardacostas nos hacían rondas. Los Neptuno volaban tan cerca y despacio, que a los pilotos podían vérseles sus caras inmutables ante aquella tropa enardecida e inculcada de odios, que le hacía señas con todas las obscenidades inimaginables.

El agua fue perdiendo la oscuridad a la que el atlántico nos tenía acostumbrados y ya cuando capté Radio Progreso a la altura de las Bahamas, empecé a sentir la proximidad de la casa. La noche antes del arribo la pasé oyendo radio enciclopedia, que ya entraba alto y claro.  Amanecía cuando el precioso perfil de La Habana se dibujaba contra el cielo. A eso de las 9 AM, el Adsharia desfilaba entre el Morro y el Castillo de la Punta.

El Recibimiento

El recibimiento...no, no fue como tantas veces lo imaginé. El muelle Luz estaba repleto, pero no para mí, sólo me esperaba mi Madre y una de aquel numeroso y una vez unido grupo del Instituto de la Habana. Sólo la Flaca Josefina aun se acordaba de los que hacia año y medio habíamos sido sus héroes. Las demás ya vivían ambientes universitarios, no les podían quedar más lejos aquellos románticos recuerdos. Los amigos?  Con la sola excepción de Wichi, al que sus sabios padres no dejaron enrolarse por justificados motivos de salud (de la Campaña de Alfabetización había salido con una pulmonía que por poco lo mata), los demás estaban encerrados en sus respectivas unidades militares a las que con toda justicia les llamaban “Huecos”. 

Nos aguardaban otras sorpresas,  después de un mísero pase de una semana debíamos presentarnos en el Estado Mayor, una vez allí, Nos pusieron a llenar de nuevo las mismas planillas que habíamos llenado hacía año y medio cuando egresamos de aquella primera escuela militar del Quinto Distrito. Esas planillas incluían de nuevo la firma de los famosos 3 años, esa que todos los días nos lamentábamos de haber dado. Es que para las Fuerzas Armadas, nosotros no habíamos existido hasta ese momento? Y si me negaba a firmar, simplemente me iba para mi casa? Aquello era tan surrealista, que no me atreví.

Para interrumpir nuestras vidas, como lo hicieron, los reclutadores y todo el que nos habló con ese fin, nos repetían cuan necesarios y cuan importantes éramos, no era extraño entonces, que creyéramos que se nos esperaba ansiosos y eso, de cierta manera, explicaba lo ridículamente corto del pase...la realidad era bien distinta,  no sabían que iban a hacer con nosotros y mientras lo pensaban, nos mandaron a pasar otra escuelita de infantería por 20 días. Al final de la misma, más que invitar, exhortaron a regresar por otros 5 años a la URSS para cursar ingeniería.  No vacilé ni un momento, en la URSS no se me había quedado nada...mi decisión era un “NO” de una firmeza, para mi, sin antecedentes. No obstante hubo quien acogió aquello con un entusiasmo rayano en euforia. Curiosamente, se fueron en esa, en una proporción considerable...los Flecheros.

Los Huecos

No es que la unidades de cohetes estuvieran en hondonadas, cuevas o túneles, lo de hueco venía por lo difícil que era salir. Al llegar a los “huecos”, muchos encontraron un homólogo cubano en el puesto que esperaban ocupar y no a un soviético a relevar, eso explicaba el por qué que no había apuro.  En mi caso, no fue así, me enviaron a la unidad 3697 en el puerto de Cabañas, allí el soviético que había quedado como único asesor de toda la  unidad, el Yura, era de mi misma especialidad y por eso, no había técnico cubano de RTM, sólo un operador que seria mi único subordinado en aquella unidad, un personaje tan indolente que llegaba a ser simpático...se le había quedado como alias su número de San Julián, el 944.

Una gran alegría me dio encontrarme allí a Marilois, mi amigo inseparable del Instituto, Jefe de la Brigada Antisapo del POM y compinche de tropelías en San Julián. Allí fungía como Jefe del Pelotón de Mando que consistía, lejos de lo que su rimbombante nombre sugiere, en dos o tres genízaros que se encargaban de las comunicaciones con el personal de rampas, es decir, aun más bajo en la escala  jerárquica que yo. Fue Marilois el primero en alertarme de las características singulares del jefe de aquel hueco donde acababa de caer, el temible, odiado, pero siempre ridículo Guajo.

El Guajo

Llevaba el nombre común de José Fernández, era blanco, alto y de buen aspecto, pero de abrir la boca, enseguida se hacía evidente la razón por la que le decían... “el Guajo”, genial contracción aun más peyorativa del ya peyorativo guajiro. Tendría un discutible segundo grado de escolaridad y las luces de una luna nueva, pero su incondicional y muy repetidamente manifiesta fidelidad a cualquier cosa que tuviera que ver con la Revolución, lo había llevado a ser jefe de una unidad de cohetes. Su obsesión con todo lo relativo al comunismo, el anti-imperialismo y la consigna de turno, lo mantenía en un permanente ridículo, pero que el estar mezclado con un despotismo rayano en la crueldad, no permitía entonces disfrutar de aquel increíble personaje, pero hagámoslo ahora.

Seña y Contraseña

Como bienvenida, aquella misma noche de mi llegada me puso de guardia. Yo era un “oficial” por venir graduado de la URSS como técnico de uno de los llamados “sistemas”, el RPK en ruso de “Radio Piridatchik Kommandi” o RTM en español Radio Trasmisor de Mandos”. Esta oficialidad siempre fue de cargo,  en Cuba por haber escasez, la había hasta de grados militares, en seis años llegué hasta ser “Ingeniero del Estado Mayor” que en la URSS sería algo así como Coronel, pero nunca tuve otro grado que el de soldado. Volviendo a la guardia, como era “oficial”, al estar de guardia era pues “oficial de guardia”. Para el Guajo, el ser técnico no le merecía demasiado respeto, pues aunque oficialmente fueran considerados oficiales, no mandaban tropa y él sólo consideraba oficiales de verdad a aquellos con hombres bajo su mando, como lo eran sus jefes de batería radiotécnica y de rampas. De manera, que se inventó dos oficiales para las guardias, uno “de verdad”, que era el que tenía que ver con los cohetes, las claves, la situación aérea, etc. y otro que se encargaba de la cocina, el café, el transporte, los centinelas, el calabozo o sea, los asuntos sin importancia. Esa era la guardia que me tocaba a mí por no ser más que un vil técnico. Cuando la recibo del saliente, éste me dice que tengo que pasar por el puesto de mando a ver al Guajo para recibir la seña y contraseña del día. Esto sonaba importante, imaginaba el relevo acercándose a la posta, aquello más oscuro que un night club de matazón, un aterrorizado centinela diciendo la seña “Candela” y éste, responder “Agua”, en vez de la contraseña correcta “Manguera”, la posta, sin más, abre fuego en la dirección del sonido.

Me presento ante el Guajo y éste con una mano en la cintura y otra acariciando su quijada, medita por unos momentos hasta que enuncia, con el índice en alto, en ademán solemne, pero con acento de Pijirigua... ¡Seña!..La luj del socialijmo ilumina los campoj de Cuba... ¡contraseña!... ¡gloria a los mádtires que han hecho posible nuejta revolución! Lo que esperaba fuera un par de palabras se había convertido en un panfleto de consignas varias...debo haber puesto cara de “¿esto no será en serio, no?  Porque el Guajo me repitió aquello, en actitud reafirmativa.

Me retiré de aquel puesto de mando aguantando la risa y fui ante aquellos, los primeros subordinados que tenía en mi vida, y les trasmití las señas esperando que estallaran de la risa al oírlo, pero nada... ya esa gente llevaba tiempo ahí y ya hasta les aburría el burlarse del Guajo por aquello que se repetía todos los días con sarampionadas parecidas.

Aquella noche, cuando me toca la ronda, ya próximo a una de las postas, se deja escuchar la seña... “la luz de los mártires hace posible el campo de la Revolución” ... cooño, me dije, ¿y ahora que estará esperando este tipo que yo le conteste? Para allá le espanté “La gloria ilumina el socialismo de Cuba”... y con la misma me agaché, pero no, no hubo disparos, cualquier disparate suficientemente ridículo hubiera funcionado igual.

El Hombre Rana y la Teoría del Querequeté

Existen numerosos antecedentes de leyendas de casas embrujadas, muertos que salen, fantasmas que deambulan y no faltan testigos que juran, con total convencimiento,  el haber presenciado esas apariciones. Los comunistas...no creen en fantasmas, pero aquella tropa de Cabañas encontró un sustituto perfectamente compatible con el Marxismo...”el hombre rana”. 

El camino circular, era uno que conectaba las seis rampas de lanzamiento. En aquella unidad de cohetes, el extremo oriental de éste, daba al fondo de una unidad de torpederas de la Marina, de hecho, si uno se pegaba a la cerca podía llegar a ver el agua.

Entre los avistadores hubo varias postas de rampa y un oficial de guardia cuando hacía su recorrido por el camino circular. Las apariciones de los fantasmas no pasaban de alguien que llegaba corriendo a algún lugar diciendo haber visto tao, tao tao...las apariciones del hombre rana eran mucho más aparatosas. El que lo avistaba abría fuego lleno de terror, las otras postas se unían al concierto y el del puesto de guardia le iba arriba con una cabilla a un rail de línea que pendía de una mata y sonaba lo que se conocía con el eufemismo de “alarma terrestre”. Con la misma, salían todos de las barracas en los más inopinados atuendos, colmados siempre con ese elegante detalle que era el palanganoide o casco ruso, diversamente armados, pero ansiosos de unirse a aquella fiesta del plomo que era la cacería del hombre rana. Cuando se despejaba el humo de la pólvora, el hombre rana, como siempre, había logrado escapar.

Ya cuando yo llegué, lo del hombre rana pasaba de castaño oscuro y ya el Guajo, que al principio era un furibundo creyente en el mismo, se manifestaba públicamente con desprecio de los avistadores, calificándoles de “pendejos”. Yo no sabía que creer de aquello, ya que entre la tropa los había tanto que si como que no.

Después de varios recorridos por aquel oscurísimo camino circular, me uní al partido de los que “no” y elaboré la teoría del querequeté para explicar las apariciones. El caprimulgus cubanensis o querequeté, es un pajarito de hábitos nocturnos, de paticas larguitas, de unas 3 pulgadas de alto y cuyo graznido suena como su nombre vulgar...querequeté. Estos pajaritos pululaban por el camino circular y como característica en su comportamiento tenían el que cuando uno avanzaba por el camino, el querequeté venía como que huyendo silenciosamente delante sin que uno se percatara de su presencia, no era hasta que el querequete estimara la cercanía como peligrosa, que de pronto despegara al tiempo que armaba una gritería capaz de matar de una taquicardia a cualquiera,  ahí mismo la ronda le aflojaba el peine del AK al querequeté y ... bueno, ya se sabe como sigue el cuento. Al final ese guardia ligero al gatillo no iba a decir que le tiró a un querequeté y dejar que el Guajo lo asara para el desayuno...sino algo que al Guajo le encantaría creer, que fue un hombre rana enviado por el imperialismo a espiar los secretos de nuestras armas estratégicas.

El Traslado

No había salido aun con mi primer pase cuando estos quedan suspendidos porque el alto mando había decidido trasladar la unidad a una nueva localización. Se quería reforzar la defensa de la capital y se había decidido hacer un cordón antiaéreo alrededor de La Habana. Esto era una buena noticia para mi, puesto que me acercaba a mi casa y sobre todo a la Universidad, mi resolución de estudiar en ella ya venía desde la URSS.

La nueva localización estaba en una loma cercana a Casiguas. Yo nunca había oído mencionar ese pueblo y muy poca gente en Cuba conoce de su existencia. Es un caserío que se encuentra a mitad de camino de una carretera que va entre Jaruco y un entronque con la Central que, a su vez, está entre San José de las Lajas casi llegando a Catalina de Güines, o sea, aunque geográficamente más cerca, seguiría estando en casa’elcarajo.

Llegó la noche del traslado y para el camuflaje de aquel convoy se dejó pelada a la flora del término municipal de Cabañas. Aun sin ponerse el sol, se alinearon varias decenas de vehículos, cada uno un pequeño bosque ambulante, cuyo verdor resaltaba notablemente contra la carretera, blanco perfecto para cualquier enemigo que, por suerte, sólo existía en la imaginación del Guajo y de toda aquella jefatura que jugaba a los “cowboys” con armas de verdad. No fue hasta bien entrada la noche que arrancó lentamente aquella columna.

En cada vehículo iba un “oficial” y como muestra de la gran confianza que Revolución tenía en mi, se me encomendó la altísima responsabilidad de ir a cargo de la Pipa del Agua. Por si quedaba duda de la estima que se me tenía, era además el vehículo más destartalado de toda la caravana. Iba la caravana de todo juego, añadiría “El Apóstol” que con aro, balde y paleta, cuando casi llegando a San José, una cuña que halaba un cohete se apagó en el medio de la carretera por un cortocircuito en su alambrado. El vehículo con cohete y todo fue remolcado hasta un camino que daba entrada a una finca. El “oficial” que iba a cargo de la misma era necesario para las primeras fases del emplazamiento, por lo que calcularon que era más fácil prescindir de mis servicios que de los de él. Me sacaron de la Pipa, dejándome a cargo de una pequeña guardia de unos cinco elementos para que cuidáramos del cohete hasta que pudieran mandar un mecánico a repararlo.

El Guajo, no conocía de mi peligrosa iniciativa y contagioso arrojo. Sin otra cosa en que emplear mi tiempo, decidí ver si podía reparar la cuña...Aunque alguna que otra cosa a reparar se me ha resistido en la vida, aquella cuña no fue una de ellas y en unos 10 minutos encontré el cortocircuito. El cable de las luces se había partido en un lugar inaccesible y aunque la cuña arrancaba ya, no tenía luces. - Tratemos de alcanzar a la caravana, no debe estar lejos -, exhorté a mi tropa, entre la que se encontraba su chofer, que me arguye - pero no tenemos luces - Baah!,  son las 5 de la mañana, hay poco tráfico y tenemos dos linternas, ponemos a uno agarrado del capó y el guardafango con una y otro montado en el cohete detrás con la otra -  proponía. El chofer, aun haciendo de abogado del diablo (o más bien de Dios, en este caso) dice - pero en la cabina caben sólo 3 apretados y somos 6 -  No hay problema, uno puede ir a caballito en el medio del cohete-. El chofer meditó unos segundos y de aquella tropa, tan loca como su improvisado jefe, seducida por la idea de ir montada sobre el cohete, se dejo escuchar un “¡vámonos!”.  Nadie quería ser el que le tocara ir en la cabina conmigo y el chofer, al fin uno se tranzó por ir enganchado de la puerta. Arrancó aquel cohete lleno de matas de camuflaje, con aquella tropa de Mau-Mau con armas largas y dos linternas.

Realmente, tal y como había vaticinado no había tráfico, íbamos a millón por la Central con aquel cohete y sus Mau-Mau tratando de alcanzar la caravana, pero el último vehículo de ésta ya había doblado. Sin luz y a aquella velocidad, seguimos de largo y no nos percatamos hasta que no entramos triunfalmente en Catalina ... ahí nos encontramos con “lo no pensado”...  y nada tenía que ver con “aquel que pregonaba Así” ni con las butifarras del Congo... estaba amaneciendo y ya había gente en la calle que miraba estupefacta aquel espectáculo. En aquella época, a esos cohetes se le llamaban ”armas estratégicas” y alrededor de ellos existía una atmósfera de misterio y secreto, por lo que el asombro y la curiosidad de la gente al ver aquello era incontenible. Con aquel cohete, no era fácil dar la vuelta y tuvimos que desfilar alrededor del parque haciendo aun más ostensible el show. Ahora íbamos para atrás con más luz, pero turbado por la situación, de nuevo me pasé del entronque y al rato entrábamos a San José ya de día completo, todo el mundo en la calle y hasta los niños, que iban para la escuela, corrían detrás nuestro, el show superaba con creces el de Catalina. La única buena noticia era que ya no hacían falta las linternas.

A todas estás, ya habían mandado un vehículo de rescate por nosotros, al llegar al lugar y los rescatistas no encontrarnos, rápidamente comunicaron por radio que habíamos desaparecido con cuña, cohete y todo.  Alarma general, el imperialismo ha...! Y, nosotros...en pos de Catalina de nuevo, cuando nos cruzamos con un “Yipi” del Estado Mayor, los del “Yipi” nos ven, frenan y saltan haciéndonos señales con ademanes desesperados. Por suerte para mi, se trataba de un grupo de ingenieros del Estado Mayor, dos de los cuales habían estado conmigo en Odessa, eso alivió el encuentro con el Guajo que ya bufaba de ira. De lo contrario, este hubiera dado rienda suelta a su bien temida creatividad para los castigos inusuales...pero ese es otro cuento.

Esa fue mi decisión...

Como castigo al desatino, el Guajo me puso de oficial de guardia hasta que se acordara de relevarme, de manera que me convertí en el oficial de guardia permanente. El trabajo de construir una unidad de cohetes en aquella loma era titánico, la gente estaba agotada y la comida era poca y mala.

La comida se traía de otra unidad militar cercana junto con el agua, con el camión pipa del cuento anterior, pero esa tarde no llegó a la hora esperada. La gente se ponía en la cola para comer, pero la comida no llegaba. El hambre de la tropa, que me preguntaba a mí como oficial de guardia y la mía propia, que no era pequeña, me llenaba de angustia.

A eso de las 10PM, ya se había tocado silencio y alguna gente, el Guajo entre ellos, se habían acostado sin comer, pero otros persistían, cuando de pronto se aparece el pipero... a pie, sin la pipa y me informa que esta se atascó entrando la loma y que no pudo sacarla. Busqué al jefe de transporte y le dije que hacía falta un camión para sacar la pipa de su atasco, me dice que el camión está roto... ¿si? ¿Y ese que esta ahí, también esta roto?...pe-pero oficial... ¡eso es una cuuñña!... ¿y una cuuuuññña no es un camión? ¿Una cuña puede halar un cohetón de esos y no va a poder halar una pipa?... Bueno, de poder puede, pero habría que bajar el cohete... ¿y cuanto se demora eso? ... no, no es lo que demore, ¡es que eso nunca se hace! ... también uno come todos los días y hoy Ud. no ha comido... si, eso es verdad... bueno, andando... Ayudado por un par de coheteros hambrientos, se bajó el cohete, quedando éste sobre las dos rueditas de sostén, otros tantos voluntarios se fueron encaramados en la cuña al rescate de la pipa, en unos 20 minutos estaban victoriosamente de regreso y mucha gente se levantó a comer.

Al otro día, me despierta el Guajo que rugía... oficial de guaddiaaaaaa!.. Al ver con incredulidad aquel cohete, con combustible, oxidante y carga de combate, sobre las dos minúsculas rueditas de su cama transportadora. Se para ante mis endebles 17 años, como quien me va a comer. Escuché una extensa diatriba sin replicar palabra, cuando el miedo es mucho, me sale, de no se donde, el aplomo y serenidad que no tengo en condiciones normales. Cuando se cansó de insultarme sin que dijera algo en mi defensa. Fue él mismo el que me preguntó si tenía algo que alegar...adiviné en decirle lo único que podía salvarme... Le pregunté, ¿es el oficial de guardia el responsable de que la gente no se acueste sin comer? - Si, pero como fue que no me preguntó si - Con la misma, sin dejarlo seguir le pregunté - ¿y, el jefe de transporte no se me subordina? - si pero - entonces yo no me he tomado ninguna atribución indebida, simplemente esa fue mi decisión y si estuvo mal, me atendré a las consecuencias- y continua - si alguien le tira a una posta, yo no espero que el centinela me venga a preguntar si responde el fuego, esa tiene que ser su decisión y el ejército es así, cada uno tiene que tomar las decisiones que le competen, si no, uno no sirve para esto. - El Guajo me miraba incrédulo de no encontrar con que responder, después de un silencio que me pareció que duraba una eternidad... me dice - Rivero - si, porque el Guajo me decía Rivero - la próscima vej, pa cualquied cosa que tenga que ved con cohete -Ud. me dejpiedta, eh?

Bandera Roja

Uno de los vehículos que los soviéticos habían dejado en la unidades era el del cine. Contaba con un proyector de 16 mm y un amplificador con bocinas. El Guajo, invariablemente, hacía a su operador sintonizar el programa "Información Política para las Fuerzas Armadas Revolucionarias", que todos los días salía al aire por la emisora Radio Rebelde,  algo vomitivo hasta para los más rojos.

En una ocasión que me encomendaron ir con la pipa a buscar agua (si, esa misma pipa), aprovecho para detenerme en Casiguas porque me habían dicho había una tiendecita donde increíblemente vendían discos que en La Habana ya no existían hacía años. En efecto encontré allí un long playing de instrumentales de Percy Faith que me compré y lo guardaba en la unidad con idea de oírlo en la casa cuando algún día lograra salir de pase.

Resultó que al carro del cine se le rompió el amplificador de audio y no pudo oírse la horrible información política, aunque la odiaba, me ofrecí para arreglar aquello con la idea de anotarme un puntico con el Guajo, con el que siempre estaba en baja por un motivo o por otro.  Hice un invento con uno de los tubos viejos de las cabinas y eche a andar aquello, pero oh! Sorpresa, el carrito tenía un plato de tocadiscos, fui a buscar mi disco de Percy Faith y al rato me estaba delietando con "Moonlight on the Clift".  No lo había logrado tocar completo y entra el Guajo bufando... quíteme eso pe’o ya! Eso e’ música ‘el enemigo!...Jefe de Unidad...(así había que dirigirse a él, nada de Teniente o  Fernández, ni confiancitas de esas) ese número se pone por Radio Enciclopedia...eso e pa’ lo peluitos e’ la calle, pero ejta es una unidad de combate contra el imperialijmo! Mire, lo que tiene ej que haced un coro y cantar Bandera Roja en la proscima asamblea e’ la Unidad... pero yo no se de coros, Ud e hijo e’ Cuca Rivero y tiene que sabed de’so...eh! pues no se de eso igual que mi Madre nada sabe de electrónica...Su madre está dirigiendo coroj dejde que Ud. er’un culicagao, así que aggo tiene que sabedde’so...Pero, es que tampoco me sé esa Bandera Roja, no he oído eso en mi vida...ah, pue siéntese ahí pa’enseñadsela.

Aquel operador del cine nunca pensó ver aquel cuadro, yo sentado y mientras el Guajo me cantaba Bandera Roja al oído. Por suerte había un vestigio de afinación y pude captar aquella melodía. Me dio una semana para montarle aquello a un coro. A quien conseguía yo para cantar aquella horrible Bandera Roja? Bueno para empezar conminé al operador del cine y a mi único subordinado, el operador del RTM, más conocido como “el 944”, un flaco indolente y jodedor, me viré para mi jefe inmediato, el bueno de Wilson Bolaños, que bajo amenaza de apelar ante el Guajo decidió aceptar y fuera de esos, no logré conseguir a más nadie.

Llegó el día de la asamblea y el coro consistente en un director de apellido Rivero y tres cantores, entonó una terrible Bandera Roja al unísono, al final, que parecía no llegar nunca, el Guajo se paró y uniéndose a nuestro ya ignominioso ridículo, aplaudió delirantemente.

Pa’la Cueva!

No cabe duda que toda la creatividad del Guajo se le iba urdiendo castigos originales. Si porque eso de ser crueles nada más, como otros que fusilaban gente con salvas, metían preso, nooo, eso ya no tendría gracia.

Jorge Menéndez era oficial de conducción, aun cuando, entre los técnicos, era el más “oficial”, ya que dirigía no a uno, sino a tres operadores y además, actuaba durante el combate, de hecho, era el hombre que apretaba el botón, para el Guajo, seguía siendo un miserable técnico, indigno de la estimación de un militar de su calibre. Tenía 17 años, 120 lb. de peso y unos 5’8” de estatura, es decir que era flaco descomido, como yo. Además era muy blanco, algo dientuzo, bigote incipiente y ojos azules, daba la impresión de haber sido un “niño bien” y lo peor, es que lo fue, era muchacho de “buena familia” y escuela privada, como yo, pero que a él, para su desgracia, se le notaba más. El término en uso: “extracción pequeño burguesa”, el concepto de la lucha de clases, en interpretación libre de más de un comunista criollo,  dictaba que a gente con ese “el pecado original”,  se les podía y debía utilizar pero nunca confiar en ellos. El Guajo llevaba este sectario precepto al límite.

El Guajo disfrutaba el abusar de Jorge Menéndez mandándolo a hacer tareas que conllevaran esfuerzos físicos que su constitución no le permitiera para después complacerse en humillarlo ante el resto de la tropa. No se me olvida que una vez consiguió, con la idea de tirar una cerca de púas alrededor de la unidad (que como se recordará estaba en una loma), unas vigas de concreto.  Los “explotadores” terratenientes en Cuba, hacían estas cercas para sus fincas con palos de almácigo, que mas tarde prendían y se convertían en árboles, pero noooo, la de él sería con postes de concreto, total, que a él, ni los postes, ni la mano de obra le costaría nada.

Una mañana un camión vino y viró una carga de estos postes en la posta #1 (la entrada de la Unidad), el camión que los trajo podía haberlos acercado más, pero que va!  Para el Guajo, aun por debajo de los técnicos, se encontraban los civiles y éstos, no se les podía permitir la entrada a una unidad militar nada menos que de cohetes y además, como dije, la mano obra no podía serle más barata. La tarea consistía en llevar aquellos postes de concreto, cada uno cálculo pesaría unas cien libras, a los últimos confines de la unidad. A quien escogía el Guajo para la tarea? pues a unos cuantos fuertotes, a Jorge Menéndez y a mi, eso nos demostraría nuestra inferioridad ante el pujante proletariado. Le dije.. Jorge nos morimos aquí pero este hijoeputa no nos va a humillar, vamos a demostrarle que tenemos vergüenza, cojones y ah, ah, ah!.  Usamos la fuerza de nuestro intelecto para entrarle a aquellos postes con resolución y autosugestión... pero queeee va! cuando cojimos la falda de la loma con aquel poste al lomo, los ojos azules de Jorge parecían que se le iban a saltar y color de su cara era más blanco que de costumbre, con el alma dejamos aquel primer poste y ya sabíamos que no podríamos mantener ni remotamente el ritmo que aquel piquete de forzudos nos imponía. Durante toda la jornada tuvimos que soportar la consabida burla de victoria y comentarios degradantes del Guajo, que por cierto no se echó un poste al lomo ni para hacer el “paripé”. Aunque ese día, la cosa de ahí no pasó, su cruzada anti-Jorge no terminó ahí.

Al otro día, aparece un desperfecto, se perdía un pulso entre mi cabina y la de Jorge, la búsqueda termina en una comprobación de los cables ínter cabinas que arroja que había un cable abierto. Los más de cien cables coaxiales y multilínea que conectaban las cabinas entraban como a una caja de madera que supuestamente protegía de la intemperie a esos cables fabricados especialmente para la intemperie. No jugaba realmente ningún papel, pero daba esa impresión de “orden y limpieza” que tanto gusta a los militares que no rebasan el aquello de ser sargento de escuela. Resultó pues, que cuando se abre la caja para reparar, se encontró que lo que la caja estaba protegiendo de la intemperie era a una enorme colonia de ratas que llevaba semanas alimentándose del aislamiento de los cables.

El Guajo rugía de rabia y quien mejor que Jorge para cargar sus culpas, lo acusó de no revisar periódicamente esos cables. La revisión de los cables no estaba contemplada entre los mantenimientos periódicos establecidos y por tanto no había habido ninguna negligencia, lo único fuera de norma allí, era precisamente esa caja, ese aporte suyo a la técnica coheteril. El Guajo estaba más preocupado por urdir el castigo que le impondría a Jorge, que por resolver el problema.  Después de todo, reparar aquello era cosa de técnicos, a su juicio, lo que a él le competía, era encontrar el castigo ejemplarizante que evitaría que aquello volviese a ocurrir.

Recordó, que en sus recorridos exploratorios alrededor de la loma, había visitado una cueva.  La entrada a la misma se dominaba fácilmente desde un descanso superior, se le ocurrió entonces algo genialmente macabro, cuanto desperdicio de talento! Aquello estaba a la altura de Edgar Alan Poe o de la jaula de ratas de George Orwell en “1984”... Calculando, que Jorge, como buen niño bitongo, le tendría miedo a la oscuridad, asco a los insectos y terror a los murciélagos, lo mandaría a pernoctar en la cueva, no permitiéndole llevar nada, es decir, alimentos, luz, un arma, una colcha... nada. En el descanso pondría una posta con instrucciones de abrir fuego a cualquier cosa que saliera de la cueva. Por suerte para Jorge, ya a esas alturas, ni la posta, ni nadie le seguían la rima a aquel personaje bufo-maníaco, le llevamos luz, colchas y dos o tres socios nos la pasamos con él en la cueva, comiendo fanguito de leche condensada con fractura de galleta que nos habíamos robado de la cocina y oyendo nocturno en un radiecito de pilas.

Las postas, en completa complicidad, al otro día le informaban que la orden había sido cumplida al pie de la letra, quedando el Guajo muy satisfecho, tanto, que la cueva se convirtió en su castigo oficial ... que negligencia? “pa’la cueva”,  cabina con polvo? “pa’la cueva”, destornillador sucio? “pa’la cueva”  y así... hasta que la cueva se convirtió en que se estaba un ratico y cuando el Guajo se iba a dormir, el castigado también lo hacía, quedando para la posta el roí de vigilar, no ya al castigado, sino al Guajo para que éste no fuera a sorprenderlo durmiendo plácidamente en su cama.

Coño, me has matao compadre!

Ciertamente Jorge Menéndez venía de una familia pudiente, su papá en una ocasión le regaló una pistola checa, la que recuerdo de bajo calibre en una elegante cartuchera clara. El Guajo no se la dejaba poner en la unidad pues decía que no era de reglamento, aunque pienso que pudo haber algo de envidia en la medida. Era por eso que tenía que mantenerla guardada entre sus cosas en la barraca. Sólo la sacaba para limpiarla, aunque esa limpieza, era más para mostrarla a los amigos que para otra cosa.

Dormíamos en literas, y en la de arriba de Jorge Menéndez dormía su tocayo, Jorge Bellet. En una ocasión en que Jorge Menéndez “limpiaba” el arma para no me acuerdo quien, se va un tiro y le da en el pecho a Bellet que estaba sentado en su litera encima. El impacto lo tumba de la litera, y con la misma, se levanta y viendo como la sangre salía del hueco que había hecho la bala en su camisa un poco por encima del bolsillo izquierdo, levanta la vista hacia la cara lívida de Jorge Menéndez, que aun tenía la pistola humeante en las manos, y le dice con un aplomo totalmente desprovisto de ira, digno del premio galáctico del sportmanship - “Coño, me has matao compadre!” -. Pasados unos segundos de estupor, arrancamos con Bellet hacia un “Yipi” que inmediatamente rugió hacia el hospital con un Bellet que, para asombro de todos, aun con un tiro en el pecho, no perdía el conocimiento.

Para más asombro aun, en unas horas Bellet regresaba a la Unidad en el mismo transporte que lo llevó sin más que una venda en el pecho. La bala le había entrado por el pectoral pero tan inclinada que salió entre el omóplato y la clavícula sin siquiera fracturar ésta o interesar la subclavia, nada, que la pelona no estaba para el ese día.  

Preso? Si, pero para la Cárcel...

A la llegada de aquellos primeros graduados de Odessa, se creó el grupo de Ingenieros en el Estado Mayor de la Defensa Antiaérea que inspeccionaría periódicamente a las unidades de cohetes. Se inspeccionaba, no sólo el estado del equipamiento, sino la preparación técnica de su personal.

Noticias le llegaban al Guajo de los desastres que esta comisión estaba encontrando en la unidades vecinas y las sanciones que se le estaban imponiendo a sus jefes. Por lo que cuando, le iba a tocar la inspección a su unidad, el Guajo se encontraba, como se dice en buen cubano...”cagao”. El, nunca había apreciado a los técnicos, pero al menos ahora les temía.

Llega el día de la inspección, y cual no sería su sorpresa al ver que como lo temidos ingenieros me venían a saludar con familiaridad y esa sorpresa fue aun mayor cuando tomaron por buena mi palabra de que aquello estaba técnicamente bien y extendieron sin más trámite la calificación máxima. Se enteró entonces de mi prestigio entre los ingenieros labrado con mis logros académicos en aquella escuela de Odessa. A partir de ahí, aunque no lo demostraba, pues cuidaba de mantener esa actitud de desprecio y prepotencia, yo ya sabía... que él sabía.

En esos días había logrado también que una matrícula condicional para estudiar ingeniería eléctrica en la CUJAE. Yo no había terminado mi bachillerato por haberme ido con el llamado a las fuerzas armadas, a mi regreso de Odessa en el 1964, el bachillerato había dejado de existir, no había nada que terminar. Además durante aquel año de estudios en Odessa, el contacto con aquellos universitarios, me había preparado más para mi ingreso a la universidad que lo que pudiera haberme preparado ese último año de bachillerato. Armado con estos argumentos y después de un brillante y arrojado alegato ante la autoridad universitaria competente, en el que poseso de una seguridad rayana en la demencia, reté, ante la inminente negativa a mi solicitud, que se me matriculara condicional a que mi promedio de notas fuese superior a los 90 puntos sobre 100...Ñooo!. Bajo esas condiciones fue aceptada, como quiera que nadie iba a criticar si al final se había matriculado a un sobresaliente y si no lo lograba, el que habría perdido su tiempo era yo.

Después de este tremendísimo logro, entre la universidad y yo se interponía sólo un obstáculo...el Guajo, casi nada. Pedirle a un tipo como ése, que vivía en pedazo de estar en guerra y que, por tanto, considera normal encerrar a la tropa y a si mismo durante meses, el salir todos los días a la universidad resultaba impensable y mis compañeros me desalentaban de intentarlo, temiendo que el mero planteamiento fuera provocar aquella ira fácil del Guajo. Pero a mis 17 años, era una mezcla de temeridad con inconciencia, además, eso de la universidad se había convertido en obsesión y una mañana, después del desayuno, con la fresca, partí hacia el puesto de mando decidido a todo.

El alegato fue algo así...lo más importante que yo hago en esta unidad es mantener y reparar el equipamiento de combate, eso me toma, si acaso, una hora al día, el resto del tiempo lo empleo en esconderme de Ud. para poder estudiar mis cosas o si me encuentra, hacer la labor de baja calificación que se le ocurra ordenarme en ese momento. Pienso que sería mucho más útil a la Revolución (condimento ideológico indispensable) que me permitiera continuar con mis estudios, he conseguido matrícula en la universidad....El Guajo, con cara de no poder creer lo que estaba oyendo, no encontraba la forma de reaccionar...eso de “pa’lacueva” debe haberle parecido una reacción tibia a semejante atrevimiento. Una oportuna descarga de adrenalina y le espanté, antes de que encontrara la bufada que  buscaba en respuesta...tampoco se vaya a pensar que he venido aquí para irme con el rabo entre las patas de negarse Ud. a mi justa solicitud. Yo se que a Ud le vino muy bien que yo estuviera por aquí cuando la inspección del Estado Mayor y esa inspección no fue última, le va a venir muy bien que yo esté aquí cuando venga la otra, pero para que eso ocurra, tiene que haber universidad, si no, tampoco habrá Rivero para la inspección...la cara era de no haber entendido la amenaza, por lo que le añadí...si su respuesta es no, yo me voy a sentar en el suelo a la salida del puesto de mando donde me verá la formación que en breve se reunirá allí, no le va a quedar otra que meterme preso, si pero para la cárcel, no aquí en la unidad.

El Guajo no estaba preparado para aquello, todo había sido tan rápido, que no le dio tiempo a pensar como reaccionar, tomé su momentáneo silencio como una negativa y salí del puesto de mando a sentarme enfrente como le había advertido que haría...no estaba blufeando, de verdad estaba resuelto a llevar aquello hasta sus últimas consecuencias y debe habérmelo notado, porque no estuve sentado ahí ni 2 minutos cuando se asomó por la puerta y en tono parlamentario, me pide que entre “tédnico, acáaa”.  Como poseído por el Rey Salomón, me dice...Fíjese, Rivero, lo vo a dejad il, pero que yo me crea que Ud a dormío en esa barraca! Ad toque e diana, voy aid pa’ya y si no lo veo en cama...se acaba la universida esa ahí mijmo.- Aquellas eran unas condiciones horribles para estudiar, pero constituía una victoria completamente inesperada por mis compañeros que temían verme salir del puesto de mando directamente al jurídico.

Durante 4 o 5 meses estuve saliendo de aquella unidad al medio día, para que en el transporte que pasara por aquella carretera de Casiguas, camiones, carretas, tractores, etc. llegar a la central y de ahí 40Km en varias rutas de ómnibus hasta algún punto convenido en que mi siempre fiel amigo Wichi me recogía en su moto y me llevaba con él a la CUJAE. Por la noche, a las 0300, arrancaba en una confronta por el circuito norte hacia Guanabo y de ahí otra me dejaba en una panadería de Jaruco donde me encontraría con el camión del pan a las 0500, para llegar a la unidad y tirarme en la cama hasta la diana de las 0600, en que el Guajo, diariamente, se molestaba en ir a revisar si yo estaba ahí.

Los 17 años son algo muy serio, no sólo sobreviví aquello, sino que logré el promedio ese de más de 90. A los 5 meses de la inspección del cuento, aquellos ingenieros del Estado Mayor lograron sacarme de las garras del Guajo hacia lo que entonces se llamaba “la Brigada de Bejucal”, iba bajo el mando del “Ciego” Arocha, terminándose así mis  cuentos con el Guajo, pero a su vez, permitiéndome sobrevivir para contarlos.

A Los Altos Niveles

La vida militar fuera del los Huecos, era otra cosa. Tan distinta era, que ya hasta resultaba “vida” para muchos de los que ya se movían a nivel de Brigada o de Estado Mayor. Era  como un trabajo normal, de no ser por las distancias, el largo de las jornadas y que siempre uno se encontraba a merced del capricho de algún jefe imbécil, ignorante o ambos, con poder suficiente hasta para tirarlo a uno “pa’ggueco” de nuevo.

Mi trabajo en aquella Brigada de Bejucal, puede decirse que resultaba hasta un desafío técnico, ya que consistía en arreglar lo que los técnicos en los huecos no habían logrado. Esto hizo que acumulara una experiencia que sólo se puede adquirir en una posición como esa, lo que me permitió disfrutar de cierta fama de mago. Era también reconfortante, pues me daba la oportunidad única de volver a ver a mis compañeros de Odessa y San Julián que andaban por todos aquellos huecos que tomaban los nombres de desconocidos pueblos y caseríos cercanos, Lechuga, Tamaulipas, Guara, La Salud, Casiguas... . Además, me permitía ser su héroe en cada lance. Así era...cuando un técnico tenía un desperfecto en su sistema, la práctica común era encerrarlo hasta que éste fuera reparado, de manera que cuando yo llegaba, traía conmigo la esperanza de inminente libertad. No pocas veces, cuando ya lograba reparar, abogaba por un pase inmediato para el técnico, lo que no era difícil con un jefe de unidad muy satisfecho por tener su problema ya resuelto, y hasta me lo llevaba en el mismo transporte que me trajo, cosa ésta que era nada despreciable, el salir de un hueco pasaba por largas caminatas por lugares inhóspitos que podían robarle varias horas a aquellos cortísimos pases.

El Rectificador Larionof

A los pocos días de haber llegado a la Brigada, el Ciego me honró al pedirme que explicara la fuente de alto voltaje del RPK. Era la primera ver que uno mis admirados ingenieros me pedía que le explicara algo, siempre había sido al revés y como se trataba nada menos que del “Ciego”, con la fama que le precedía y que era ahora mi jefe, pues no me cabía un alpiste en salva sea la parte.

Pues saco el plano correspondiente de la “Oficina Secreta”, lugar donde se guardaban hasta nuestras libretas con apuntes y garabatos, aunque lo único verdaderamente secreto en toda aquello era el atraso tecnológico soviético. Despliego el gigantesco plano sobre una de las mesas del comedor y comienzo mi explicación. “Este es el transformador de alto voltaje que está sumergido en aceite y tiene un enrollado giratorio para subir poco a poco el voltaje”, todo iba de lo mejor, paso al siguiente bloque y como para alardear de mi erudición, digo algo que recordaba de las clases en Odesa: “este es el rectificador Larionof”. “¿Que?”, me interrumpe el Ciego, “¿quien es Larionof ese?, eso es un vil rectificador trifásico, que Larionof ni Larionof”, y añadía: “sí, el radio también lo inventó por allá un tal Popov”. Acababa de hacer, una vez más, el ridículo, pero entonces decidí llevarlo al extremo del hiper-ridículo, donde este pierde ya su efecto denigrante. Continué: “Esas antenas flexibles en los radios móviles les llaman las Kulicovas”, y así varios nombres rusos más para distintas componentes y elementos circuitales... Aquello movía a risa... El Ciego me pregunta entonces: ¿Sabes cual es el más grande inventor ruso?, y se contesta a sí mismo ante mi obvio desconocimiento. “Reguspatof, sí, la Registry del U.S. Pattent Office”.

Liiiiimpieza!

Aunque estaba acostumbrado a que mis visitas tuvieran un final feliz, aquella no lo tuvo para el Caballo Pinto...El Pinto, era aquel mulato pelirrojo de Odessa, dicen que los pelirrojos son a la especie humana como las panteras a los leopardos, más energéticos, audaces e inteligentes. Así mismo era el Pinto y eso mismo fue lo metió en candela.

A la luz de hoy concluyo, ya que entonces no tenía punto de comparación, que toda aquella técnica militar soviética era de una pésima confiabilidad, lo que se remediaba con aquellos numerosísimos “trabajos reglamentarios”. Estos consistían en comprobaciones y ajustes diarios, semanales, mensuales y semestrales. Estos últimos ya contemplaban el desarme y limpieza de muchos componentes.

En Cuba, sin embargo, no todo se beneficiaba de estas limpiezas, por ejemplo, lo que llaman oxidación de la plata, que es realmente una sulfuración, en las superficies de las guías de ondas y otros elementos de alta frecuencia, afecta más lo estético que lo eléctrico, ya que el sulfuro de plata, que es también conductor, bloquea la ulterior sulfuración. Pues aquellos ladrillos que teníamos como jefes, insistían en que esa plata reluciera como la de una vajilla y lo que conseguían era disminuir el grosor del plateado aumentando su resistencia eléctrica. Pero esto, ni siquiera muchos de los mismos técnicos lo habían interiorizado y se unían a los ladrillos en ver la calidad de los trabajos semestrales reflejada en el brillo de la plata.

Era el primer trabajo semestral que el Pinto acometía ya sin la supervisión soviética y decidió que ese iba a ser el más perfecto y exhaustivo que jamás se le hubiera hecho a aquel sistema. En ese empeño, el Pinto no se conformó con el desarme atómico de aquella “Cafetera”, técnicamente, un generador de tramos de línea con tubo “Faro”, pero se parecía una de esas cafeteras que se veían detrás del mostrador. El ajuste de aquel generador, constituía un arte y cuando los técnicos se entregaban a esa actividad, se decía que...”estaban colando”. Pues si, el Pinto no demoró en dejar brillante aquella “Cafetera”, pero no contento con esto, siguió en su frenesí de limpieza del que no se salvó “el ondámetro”. Su audacia no se detuvo ante la pintura roja que cubría los tornillos de aquella cavidad resonante y que le gritaba NOOO!,  pues nada, trapo y pasta “golli” (nombre heredado del ruso para una pasta abrasiva verde de pulir metales) con todo aquello. No sospechaba el Pinto cuando volvió a armar el instrumento, que su calibración se había ido junto con las cascaritas de pintura roja al aflojar el primer tornillo. Pintura roja que, por cierto, fue  cuidadosamente limpiada como para que no quedara vestigio de aquella “chapucería rusa”.

Cuando arrancó la “Cafetera” el control automático de frecuencia (AFC) insistía en alejarla de la lectura esperada en el ondámetro. Ya llevaba la unidad dos días de atraso, sólo estaba de baja el sistema del Pinto que se empeñaba en arreglar el tal AFC, que era lo que pensaba que había enloquecido.  Ya bajo total crisis, me llevan en helicóptero aquel hueco de Artemisa donde este drama se desarrollaba. Aquello no me fue fácil, de lo último que uno desconfía es de los instrumentos, sobre todo de ese, que era un bloque sólido sin nada que pudiera romperse. Al fin, interrogando al Pinto por enésima vez, enumera fugazmente al ondámetro entre las víctimas de su trapo inclemente.

Yo normalmente trataba de culpar al azar o al desgaste de los defectos que encontraba,  tapando con esto cualquier desatino de los técnicos, evitándoles así el castigo de los gorilas. Pero para recalibrar el ondámetro hacía falta conocer las frecuencias reales de esos trasmisores que eran consideradas nada menos que secretos de estado! No pude evitar que aquello trascendiera y no, no pude llevarme a mi socio el Pinto en el helicóptero...cayó preso.

El Ciego

Las frecuencias de los trasmisores de los cohetes era tenebrosamente considerada “secreto de estado” y eran divulgadas sólo a dos personas que debían aprenderlas de memoria, nada de papelitos, una el Ingeniero Principal a nivel nacional, el negro Legró, tipo brillante e íntegro y el Ingeniero Principal de la Brigada que era el Ciego Arocha, al que hasta los más ladrillos tenían por genio. Le decían el Ciego, no sólo por sus espejuelos de fondo de botella, sino porque además, se casó con una compañera de aula con la mismas características a la que llamaban...la Ciega.

El Ciego era tan inconsciente de su cegatería como Mister Magoo y se transportaba en su moto Jawa de un rojo chillón a velocidades impensables para el normal de los videntes. Debió haberme extrañado que, con tanto estudiante universitario en aquella Brigada, el asiento de atrás de la moto del Ciego se fuera ir hacia la CUJAE sospechosamente vacío, pero no, ofreció llevarme y me monté. El Ciego se desprendió por aquella loma en busca de la Calzada de Bejucal a velocidades relativistas, la posta #1 le levantaba la valla sólo de oír el motor de la Jawa por la curva, Cacahual arriba, Cacahual abajo, un fugaz Santiago de la Vegas, por el aeropuerto voló bajito, quizá como precaución, aun más rápido frente al manicomio de Mazorra y ya atravesábamos el cañaveral preámbulo la CUJAE cuando exhalé el suspiro que inspiré en Bejucal.

Pues tuvo que ser el Ciego, personalmente, el que recalibrara el ondámetro del Pinto, para lo que hubo que zafarlo de su empotre en la cabina y llevarlo al Laboratorio Central, donde todos tuvieron que salir del local para dejarlo trabajar sólo y que nadie pudiera ver las frecuencias que ajustaba en los generadores patrones.

Hoy sabemos que todo eso era teatro soviético, esa onda más chovinista que política, de hacer creer que eran poseedores de adelantos técnicos que debían ocultar del enemigo. Ya por aquella época, lo americanos no necesitaban saber ninguna frecuencia militar con antelación, las señales se podían analizar por cualquier avión en tiempo real con el fin de generar interferencias o para, simplemente, enviar un cohete en la dirección de los trasmisores y reducir la estación a pasta “golli”. Otra más de esas: en Odessa, se instruyó a los técnicos de la cabina del radar, que cuando hubiera que desechar el tubo receptor, o “Lámpara de la Onda Progresiva” como pomposamente se le denominaba, había que destruirlo y después enterrarlo para que el enemigo no pudiera copiarlo. No recuerdo bien si fue Clark Kent, el Brillo, o quizá el Frito...el que una vez, estando en la biblioteca de la CUJAE, me llamó para mostrarme en un libro, editado en el 1960, una foto con la famosa “Lámpara”, el texto decía que había sido desarrollada en Inglaterra por la Marconi durante la segunda guerra mundial y que ya había caído en desuso a favor de otras tecnologías.

Tan estimado llegó ser el Ciego que fue el único, de todos los que ingresamos en el 1963 al que hicieron oficial de verdad, le dieron los grados de Teniente antes de concluir los tres años, pero el Ciego ya no quería nada con el ejército y cada vez menos con la Revolución y a menos de un año de su baja del ejército, ya había terminando definitivamente con ésta como preso político junto con la Rata Arencibia.

Pupy

De apenas 5 pies y menos de 110 libras, era lo más arrojado y “echa’o pa’lante” que pueda haber conocido en mi vida. Era lo que en la cultura cubana se conoce como “un bicho”.  Por suerte, además, era un buen técnico, puesto que estaba destacado en la unidad de “la Isla”, todavía en aquel tiempo se llamaba Isla de Pinos,  y sólo podía llegársele por aire. No obstante aquel desperfecto se resistía a su arrojo e inteligencia y tuve que volar a la isla a apoyarlo.

Todos esos trasmisores producían un sonido tintineante en cuanto  se le subía el alto voltaje y empezaban a trabajar. Este venía de un transformador de pulsos que alimentaba la placa. De tanto hacerlo en tantos equipos, ya yo hasta lograba diferenciar el sonido de los pulsos buenos y como sonaba cuando no estaban bien, el timbre cambiaba ligeramente, casi que podía ajustar aquella “Cafetera” por el sonido.

Recuerdo que cuando logré llegar a la unidad, ya era de noche y Pupy “colaba” enloquecido y mal humorado, con el Jefe de su unidad mirando ansioso por encima de su hombro y alrededor un grupo nutrido de técnicos y operadores se tomaban la atribución de “meter la cuchareta”,  ante el agotamiento de su repertorio de recursos.

Cuando asomo la cabeza, Pupy, como si me hubiera visto ayer, me recibe con  “esto si que está jodío”. Fue suerte que inmediatamente me llamara la atención que el sonido del trasmisor, había un chasquido sobre el tintineo. Dejando que el oído me guiara, la vista se concentró en el conector del cable de salida hacia la antena, pedí un destornillador y empecé a quitar la tapita que daba acceso a la soldadura, se oían voces de “cuidado!”, todo el mundo respetaba mucho aquella energía de alta frecuencia que a cada rato daba magníficos espectáculos pirotécnicos...la soldadura, aparentemente intacta estaba micrométricamente separada dejando saltar un pequeñísimo arco que producía el chasquido.  Un punto de soldadura ante aquel público y mi leyenda se multiplicaba por el mismo factor que el berrinche de Pupy consigo mismo.

Salvo en el muy particular terreno de la tecnología, Pupy era mi maestro y guía en casi todo lo demás, que a aquella edad, era el sexo. Pupy, que a lo sumo tenía dos años más que yo, parecía llevarme una vida de experiencia en ese terreno. Mi torpeza y timidez, contrastaban con el dominio de sus emociones y su arrojo. En Odessa me hubiera ido en blanco de no ser porque Pupy me presenta a la hermana de la que salía con él. No sólo me proveyó del contacto, sino que “coachaba” mis acciones.

Ya en Cuba Pupy se las había agenciado también para hacerse de un “cuarto de soltero” en una ciudad donde la gente no encontraba ni lugar para vivir. Este cuarto, estaba en un “solar” de la calle San Lázaro. Contrastaba su acomodo interior, decorado de buen gusto, un espléndido tocadiscos, bar y luces de efecto,  con la derruida vista exterior de aquel solar. Con su auspicio, no fueron pocas las aventuras que lo tuvieron como escenario. Vecina de aquel solar, era Andreita, que se dedicó a la más antigua de las profesiones hasta que se cerraron los prostíbulos en el 62. Andreita, que tomaba lo del sexo como la naturalidad con que yo arreglaba el tocadiscos del cuarto, a instancias de Pupy, me entrenaba en esas lides. En esa escuela cursé lo básico y hasta alguna que otra asignatura de postrado. 

La astucia de Pupy le procuró ser de los primeros en lograr la licencia del ejército con todos los honores, lamentablemente no pudo trasmitirme esa habilidad.

Y se Cumplieron los 3 Años...

Ya se habían cumplido hacía varios meses cuando el apacible Comandante Choy se entrevistaba a solas con cada uno de los técnicos de la Brigada de Bejucal. En mi entrevista dije, en esencia, que yo no quería ser cuadro permanente de las fuerzas armadas pero que comprendía que no podía irme sin antes entrenar un relevo.

Parece que el “NO” de los demás fue tan rotundo, que el mió sonó a “SI”.  A los pocos días, todos los que dijeron quererse ir fueron siendo enviados a distintos huecos a esperar la baja,  pero mi hueco no llegaba, lo que me llegó fue una citación de que me presentara en el estado Mayor de “Ciudad Libertad”. Allí me encontré con los ingenieros de Odessa, pero estos a su vez,  habían dicho un contundente “NO” y ya también esperaban por su hueco, que para estos ingenieros, gracias a un primer teniente apellidado Corcho, resultó ser la Escuela de la Defensa Antiaérea que este personaje era responsable de inaugurar en breve. Esta se construía en la finca “Barbosa”, no muy lejos de la playa de Marianao, que colindaba con un seminario de curas del mismo nombre. No entendía, que hacía yo ahí como que relevando a estos ingenieros si yo también quería irme?

Llevaba ya va más de un mes en funciones, cuando el Capitán Bellorsh, que alguna vez parece haber logrado graduarse de Ingeniero, al fin se digna a reunirse con sus nuevos “ingenieros”. Para este personaje, ingenieros de verdad eran aquellos que se le habían ido, los que habían salido de la Universidad hacia el ejército, los alumnos de Altshuler, Esteba y Ventoso, nosotros, los advenedizos, no cumplíamos con ese requisito, ni siquiera yo, que habiendo alcanzado ya a algunos de ellos, estudiaba sus las mismas aulas. Apenas se presentaba como nuestro jefe en aquella reunión cuando, como afirmación colateral, le oigo decir...”como ya Uds. son cuadros permanentes de las fuerzas armadas....”, no pude contener mi sorpresa y afloje un “QUEEEE!?”

Ya sin duda el segundo “NO” me quedó mejor, porque a Bellorch le llegó alto y claro. El problema es que ese “NO” viniendo de alguien que, a su juicio no merecía llamarse “ingeniero” y para el que aquel cargo debía constituir un sublime honor, lo humillaba de manera especial. La irritación lo llevó concebir un castigo cruel, inició los trámites para enviarme a un hueco en Camagüey, con la idea de que perdiera mi año en la universidad que estaba a punto de concluir y, de paso, no estaría de más el alejarme de mi familia y amigos.

Cuando ya mi deportación al hueco camagüeyano parecía inminente, apareció, al igual que para los otros ingenieros, el Primer Teniente Corcho a mi rescate. Este tenía carta blanca del Jefe de la Defensa Antiaérea para reclutar el personal docente de la escuela. Se dijo de aquel episodio, que me había salvado de hundirme el asirme al Corcho.

En Barbosa todo iba de lo más bien, mucho trabajo pero todos los días salía a la Universidad y dormía en mi cama. Pero, dicen que la felicidad no dura en casa del pobre y pasó algo que, aunque hoy comprendo a la perfección, entonces me tomó por sorpresa. Cuando la escuela ya estaba a punto de empezar, Corcho terminó su comisión y nombraron oficialmente a un director para la Escuela.  El nombramiento fue  a dar nada menos, salación la mía! que al mismo Capitán Bellorch. Hoy reconozco que era una jugada casi obligada, Bellorch al frente de aquel grupo de ingenieros era parte del problema y no de ninguna solución. El mando calculó que resultaría más inofensivo con un cargo pomposo pero no táctico, como el director de aquella escuela. No se si alguna vez Bellorch fue una persona inteligente y atinada, los que abogaban en su descargo, decían que había quedado así después de la paliza que le dieron los gusanos en Miami cuando estuvo ahí de cónsul al principio de la revolución. Mi opinión personal, puede que esté prejuiciada por su animadversión hacia mí, pero es que Bellorch pasó de la inmadurez a la decadencia si pasar por esplendor alguno.  

El Proyecto Van-Troi

Era el 1967 y se combatía en Vietnam, Bellorch en su mundo de fantasías, necesitaba participar en aquello que ocupaba los discursos del “Máximo”. La técnica coheteril soviética había demostrado, en general, su ineficacia en esa guerra y, en particular, su total inefectividad contra objetivos a baja altura. Alguien debe haberle sugerido (no creo que ni siquiera se le haya ocurrido a él) la idea de usar los cohetes aire-aire de los MIG 21 desde tierra contra los mencionados objetivos. Bautizó el proyecto como “Van-Troi”,  jefe guerrillero del Vietcon que recientemente ocupaba los cintillos periodísticos como héroe de la resistencia antiimperialista.

Enseguida trató de enrolar en el proyecto a algunos de sus antiguos “golden boys”, los ingenieros del estado mayor ahora en el exilio de Barbosa. Los llamaba de a uno o dos en tono de gran secreto, les contaba del proyecto ofreciéndoles a continuación un cargo en el mismo con algún nombre rimbombante como el de  “Investigador Jefe para la Adaptación de la Detección Infrarroja” y similares. Recuerdo que “Clark Kent” Novas, de regreso de su entrevista y olvidando que yo no figuraba entre sus “Golden Boys”, me dijo...asómate por el puesto de mando, es posible que te hagan “Contralmirante de la Aerodinámica Coheteril Terrestre”.

 En cuanto alguien esgrimía algún argumento técnico en contra del proyecto, era automáticamente excluido del mismo y perdía su condición de “Golden Boy”. Recuerdo que se le arguía que los alerones de un cohete aire-aire podían actuar de inmediato sólo porque estos eran lanzados desde aviones que ya iban a una considerable velocidad. En un despegue desde tierra, estos no tendrían ningún efecto durante la primera etapa del vuelo y por tanto su comportamiento sería caótico durante la misma. Otro argumento fuerte era el de que estos cohetes se guiaban por la emisión infrarroja de los motores del avión objetivo. En el aire, las fuentes de infrarrojo no son otras que las de ese objetivo al que se le dispara, no así en tierra donde pudiera haber abundancia de objetos calientes emitiendo en toda la banda infrarroja.

Bellorch, en su mundo fantástico, vislumbraba ya como su Van-Troi daría un vuelco a la guerra terminando con la supremacía aérea americana. Con esa fantasía logró entufar a más de uno en el alto mando, logrando bastante apoyo para aquel disparate. Llegó el día en que a su juicio, siempre escaso, el Van-Troi estuvo listo para la gran prueba...no recuerdo los detalles con precisión, pero si de que ésta se efectuó en el polígono de Artemisa, se dispusieron cámaras de alta velocidad para el experimento, acudió un nutrido grupo de miembros de elevados mandos que se acomodaron en los estrados dispuestos para presenciar los tiros de cohetes.

En su primer intento, se desperdiciaron varios cientos de pies de carísima película ultrarrápida con imágenes de un cohete inmóvil. Los grandes jefes nunca les ha gustado que se les haga esperar, pero permanecieron allí hasta que, de nuevo, todo se dispuso para un segundo intento. Al fin despega aquel cohete, pero tal como habían vaticinado los abogados del diablo, los alerones no controlaron y aquello hizo giros caóticos mientras no alcanzó velocidad, sólo que cuando lo hizo, el foco de infrarrojo que encontró más apetitoso fue el sol que se ponía detrás de los estrados...los antes soberbios y ahora aterrorizados espectadores, perdían su compostura al saltar de aquellas tarimas a lo “sálvese quien pueda” cuando el Van Troi los sobrevolaba rasante para reventar aparatosamente a no demasiada distancia, destruyendo algo de vegetación y los sueños fantásticos del Capitán Bellorch.  

Loret de Muela

Universitario es todo aquel que es estudiante de una universidad, si yo estudiaba en la Universidad de la Habana debía ser,  por tanto, un universitario... pues no era así para la lógica del alto mando. No se trataba del caso, ya rayano en lo pato-ilógico, de ser de los “Golden Boys” de Bellorch,  había una diferencia sutil.

Esta diferencia se hizo oficial cuando apareció aquello del “Plan FAR”. Esto era un acuerdo entre la Universidad y las Fuerzas Armadas Revolucionarias, donde la primera observaría una mayor flexibilidad con los estudiantes militares en lo referente por cientos mínimos de asistencia a clase, repetición de pruebas, entre otras, mientras que las FAR se comprometía a la liquidación de estas excepciones a la mayor brevedad. Esta liquidación se produciría por el licenciamiento de universitarios en cuanto las FAR pudiera prescindir de sus servicios y que esto sería sólo una solución transitoria puesto que se planeaba la creación de un Instituto Técnico Militar que formaría a los ingenieros militares en el futuro.

El Plan FAR necesariamente tenía asociada una lista de universitarios militares con los que debían observarse las mencionadas flexibilidades y que serían licenciados a la mayor brevedad... de haber estado yo en la lista, este epígrafe no existiera y los relatos de personajes habrían terminado en el anterior. Pues no, no estaba en la lista y, como más tarde averiguaría, no se trataba de una mera omisión.

No me fue difícil averiguar el como, cuando y donde de la lista, los otros universitarios conocieron de todos esos detalles cuando fueron citados a una reunión en la Fortaleza de la Cabaña en las oficinas de el Comandante Pedro Miret. Este había sido encargado de la tarea directamente por el Ministro, el mismísimo Raul Castro y había delegado en el Capitán Léster Rodriguez para los detalles.  Con la misma decisión con la que me enfrenté al Guajo, partí hacia la Cabaña en pos del tal Miret, Léster o de quien fuera. Llegué ante un elegante vestíbulo con una bellísima secretaria en uniforme de la marina y le explico a lo que vengo. Con voz musical me pide que me espere un momento y se retira, cuando regresa, lo hace acompañada de un personaje de aspecto gorilezco que dijo llamarse Gustavo Loret de Mola.

Me miró como un insecto atrevido al que estaba a punto de aplastar. Entre rugidos, pude entender que el Ministro había empeñado su palabra con los que salieron de la universidad de que terminarían sus estudios, pero que, como yo no había sido de ese grupo, el Ministro y engolaba la voz cuando, decía “el Ministro”,  no tenía el más mínimo compromiso conmigo que lo pudiera animar a facilitarme o siquiera permitirme estudio alguno. Concluyó su intervención con un “paternal” consejo...fíjese, si yo fuera Ud, me largaba de aquí antes de que me hicieran detener por violación del conducto reglamentario. No recuerdo haber odiado en mi vida a nadie como a aquel gorila, no obstante consideré oportuna una retirada táctica...léase, que huí despavorido para no ser víctima de su iracundia.

Lo humillante del aquel encuentro no le quitó el haber sido muy informativo, me permitió comprender que la diferencia no era de condición, sino de origen y que no importaban las promesas hechas a nosotros, sólo la empeñada por el Ministro a aquel grupo iba a ser observada. Aquella tamaña injusticia requería de apelación y lo hice ante la autoridad más alta que conocía, Arnol Rodríguez, que a la sazón era director general de comercio exterior, miembro destacado de acción y sabotaje de Movimiento 26 de Julio por aquello del secuestro de Fangio, pero también amigo y vecino de mi familia en el edificio FOCSA. Arnol escuchó mi alegato sin comentario y me dijo que todo se arreglaría pero no que fuera a hacer nada.

También le hice el cuento a mi amigos, los universitarios “de verdad”. Se reían de mi desgraciado encontronazo con ese personaje al que conocían bien, ya que provenía también de la universidad, pero lo tenían por un petulante habla mierda al que llamaban “Loret de Muela”. La historia iba así, resulta que no a todos los que sacaron de la universidad tuvieron la desgracia de ir a dar al las TCAA o sea las Tropas Coheteriles Anti-Aéreas bajo la bota de los Sargentos de San Julián, los Guajos o los Bellorch. Hubo un pequeño Grupo que fue a dar a la Marina para el tema de los cohetes tierra-mar. Siendo éste un cuerpo más técnico y con más tradición, supieron respetar y aprovechar mejor la preparación de los universitarios. En seguida fueron hechos oficiales y tratados con gran respeto. Curiosamente, la actitud generalizada de éstos hacia sus colegas menos afortunados, no fue de solidaridad, como sería natural, sino de desprecio, de sentirse merecedores del trato diferenciado por ser ideológicamente mejores. Buque insignia en esa manifestación de pobreza de espíritu, fue precisamente el camarada “de Muela”, pero no le resultó esto impedimento alguno para que prosperara en el sistema, a los veinte años de aquello sería viceministro. 

La historia termina a los pocos días en que me llega una citación para presentarme ante Léster, a la que acudí con cierto temor de encontrarme de nuevo con el gorila “de Muela”, pero no, esta vez la bella secretaria me acompañó hasta una majestuosa oficina donde un Lester, más gentil que una dama,  me comunicó, después de una explicación del espíritu del Plan FAR, que había sido incluido en la lista.

Tan orgulloso me sentía de figurar en una lista junto a mis admirados “universitarios”, que no me dejó ver que mi victoria no había sido tal. Aquella entrevista había tenido como único objetivo el detener mis apelaciones Arnólicas. A los pocos meses fueron licenciando a todos aquellos universitarios de la lista original, pero mi baja nunca llegó.

Pa’ Lechuga!

Prevalecía a nivel nacional la política de que para lograr el permiso de salida del país había que pasar un “purgatorio”, los que presentaban una solicitud de salida eran inmediatamente relevados de cualesquiera fueran sus cargos en al producción o los servicios y enviados a lejanos confines del agro a esperar por meses y hasta años que les llegara la salida.  En ese mismo espíritu, los infieles que se negaban a quedarse en el ejército, debían ir a expiar ese pecado a los huecos. No se a ciencia cierta de que instancias provino aquello, aunque sospecho del padre del Van-Troi, que cuando vio que comenzaron a llegar las bajas a sus “Golden Boys”,  le pareció que eso de ser profesor en Barbosa no era purgatorio suficiente para hacerse merecedor de la baja. Un mal día, cuando ya me preparaba para empezar el nuevo curso, me citó al puesto de mando y se complació informándome que debía presentarme al día siguiente ante el Jefe de la Unidad de Lechuga que resultó no ser otro que el “Ladrillo” Pablo Peña.

Bueno, siempre optimista, pensé que aquel regreso al hueco podía ser indicio de una baja cercana, pero de haber pensado mal hubiera acertado,  el destino me deparaba un enlechugamiento que se prolongaría un año y más.

En Lechuga, entrando yo salía con su baja Jimmi el Cabezón, del piquete del Instituto de la Habana, lo que constituía un buen augurio. También me reencontré con el “Bullo” de Odessa que seguía con pésimas pulgas y conocí otros personajes como “el Asfarias” jefe de Rampas, que por poner nombretes, no solo se los ponía a sus compañeros como “Yegua Mansa”, “Dieta Blanda”, “la Cocufa” y hasta el de él mismo, sino que le cambiaba el nombre a las cosas, el café el “el Gallardo” o “la Gallardufa”, para usar su declinación preferida. Cuando ordenaba alguna limpieza o avivaba el alerta de alguna posta, decía “vamos a ponerle a esto!...que estamos esperando al Capitán Owen Blandinou”, el tono, la seriedad y el haber oído antes ese nombre, hacía que pasara inadvertido que el tal Owen Blandino era un pelotero. Lechuga resultó ser rica en personajes, empecemos por el jefe.

Pablo Peña, el Ladrillo

En su modelo del mundo no había colores ni siquiera medios tonos, todo era blanco o negro, no era un fronterizo como el Guajo o los Sargentos de San Julián, pero su lógica era estrictamente binaria.

Cuando al llegar a la unidad me presento ante Pablo Peña, el único tema que traje a colación fue el de mi Universidad. Pablo Peña estimó que constituía un privilegio el permitirme salir a clases todos los días cuando los demás técnicos sólo podían hacerlo cada 3 o 4 días, dependiendo de la guardia, que era aproximadamente quincenal. Cuando me percaté que ninguno de mis acostumbrados argumentos de conveniencia a la Revolución parecía servir, le ofrecí que haría todas las guardias de fin de semana si me permitía ir a clases de lunes a viernes, Le calculé que si considerábamos que la guardia implicaba 24 horas de servicio, 20 entre semana, más 48 de sábado y domingo acumulaban mas que las de un técnico que daba unas 60. La cuenta lo turbó por un momento, pero me replicó que no podía contar las horas de sueño de la guardia. Fue entonces cuando le dije que renunciaba a mis vacaciones para compensar esas horas...y aceptó.

Los ladrillos no tienen círculos en su mente, como el título del tema de Michel Legran, sino líneas rectas. Tiempo después del regateo de horas narrado, un día que me vi obligado a irme a la universidad ante su presencia, lo que en general trataba de evitar, ya que, aunque había renunciado a todos los días libres de mi vida, Pablo Peña siempre sintió que había salido perdiendo con aquel trato. Al verme montar en el carro, refunfuñó… y quien me garantiza que esos conocimientos que yo le permito que obtenga no vaya Ud en un futuro a entregarlos al imperialismo? Ya a esas alturas sabía que la  respuesta debía seguir una lógica de, a lo sumo, dos pasos... ¿no cabe preguntarse lo mismo de cualquier estudiante? Para asegurarse de que eso no ocurra, quizá lo mejor sería cerrar la universidad... ¿no? La reducción al absurdo me sirvió en aquella oportunidad, pero no sería el único ladrillo con vista de rayos-x que lograra ver en mí ese odio al sistema que llevaba en el alma y que yo mismo no lograba ver.

Otro ejemplo de ladrillismo binario... En una unidad militar hay vehículos militares, un vehículo civil no corresponde en una unidad militar. Por tanto, durante un tiempo se negó a que yo entrara a la unidad con mi Peugeot. Tuvo que decirle mucha gente, sobre todo superiores, que eso no se desautorizaba en ninguna otra unidad y que no atentaba contra la disciplina o la disponibilidad combativa. Al fin accedió a que lo entrara, pero debía dejarlo en el parqueo del transporte de la unidad, que es donde se parquean los vehículos... ¿no? Ahí le dio su lógica que debía estacionar mi pequeño Peugeot azulito, junto a aquellas enormidades verde olivo, los gigantescos camiones KP3, las cuñas de cohete y las orugas.

Otro más... Las cabinas de la estación estaban bien equipadas con todo tipo de provisiones para el temible invierno ruso, pero definitivamente, los diseñadores no contemplaron para nada los huracanes tropicales. Las medidas contra estas amenazas no estaban normadas por lo que cada unidad improvisaba como le parecía. En el 1968, cuando el ciclón Gladys comenzó a azotar, a Pablo Peña le pareció que la cabina P, la que portaba las grandes antenas del radar, se caía, y a esa hora, ya en medio de la ventolera y bajo la lluvia, mandó a bajar las antenas. Los que nos tocó trabajar bajo esas condiciones titiritábamos. El jefe de servicios recordó que en el almacén había ron y le pareció obvio traer una botella para ofrecerlo a los que temblábamos ya esmorecidos. Pablo Peña sorprende el pase y lo estima como un atentado a su concepto de disciplina. El subjefe de la unidad, Ojeda, un tipo mucho más flexible y que había logrado desentrañar la lógica binaria del Ladrillo mayor, no se molestó en argüir cuestiones humanitarias o de salud con él, sabía que esto era inútil, en cambió le redujo el problema a una lógica básica de dos pasos... el mando envió ese ron contemplando que pudiera para ser utilizado para alguna eventualidad, ¿no le parece a Ud. que este ciclón es una “eventualidad”?. Fue como el “ábrete sésamo”.

Y otro...En una ocasión hubo un desperfecto difícil en el sistema de coordenadas, el “Bullo” o “Roberto el Loco”, como también le decían, ya llevaba horas batallando con él cuando llega un telegrama al puesto de mando comunicando que su niño había tenido que ser ingresado de urgencia. El Ladrillo entendió que eso perturbaría el trabajo de reparación y aguantó la información varias horas hasta que el Bullo terminó,  fue entonces que le informó de la situación. Roberto el Loco, cuyo apodo no era gratuito, no dijo palabra, fue hasta el puesto de guardia, tomó un AK y regresó al puesto de mando. Entrando, rastrilló el AK, Pablo Peña ya se estaría encomendando a San Bloque del Muro cuando el Bullo se lo pone en la mesa y le dice... “mejor me tira ahora, porque si mi hijo le pasa algo malo, regreso a matarlo”. Con la misma le dio la espalda y se fue. Por mucho menos que eso Pablo Peña habría llamado a la guardia para, como él gustaba decir, “reducirlo a la obediencia”,  pero bien fue que el susto le dejó tirada la alarma de peligro en su circuito lógico elemental o quizá, dándole el beneficio de la duda, tenía algún cargo de conciencia, el hecho fue, que se contuvo de tomar acción alguna.

Todo en mundo tiene comportamientos ridículos. Las personas normales hacen pequeños e intrascendentes ridículos diariamente. Ladrillos como Pablo Peña, que velan cada segundo por su corrección, cuando caen en el ridículo, lo hacen en grande. Pues sí, había un deporte que cautivaba especialmente a Pablo Peña y era el salto con garrocha. Se había conseguido una pértiga y se hizo construir frente al puesto de mando una caja de arena, una pequeña pista de impulso y dos palos con otro atravesado, que marcaba la altura a superar. Dignifica este deporte el hecho de que sólo se observa en competencias importantes, donde solamente participan verdaderos expertos... Pablo Peña no era uno de ellos, y aunque preparaba su atuendo como si lo fuera: con short, camisetas blancas y tenis, en cada lance hacía las delicias del público, que se detenía a observar lo estrafalario de sus movimientos y lo aparatoso de sus caídas.

El Guante y la Tomascol

Mi porte y aspecto dejaba mucho que desear para un militar como Pablo Peña, que en medio de aquella tropa harapienta lucía uniformes brillosos y planchados con almidón. El entendía que los oficiales debían distinguirse por su clase, no debía ser necesario ver las insignias para que saltara a la vista que se trataba de un oficial. Sin llegar a la harapiencia, mi uniforme no lucía mucho brillo y siempre me faltaba algún que otro botón, pero el detalle que lo irritaba de manera especial era la gorra. Desde niño siempre fui distraído y ausente. Perdía llaves, plumas, reglas de cálculo, compases... cualquier cosa que no estuviera firmemente adherida al cuerpo o a la ropa. Siempre se me perdía la gorra. Nada irritaba más a Pablo Peña que verme sin gorra.

En una ocasión en que tenía que salir de la cabina y me vi obligado a pasarle por delante sin gorra, vi una que usaban como trapo de limpieza los operadores y me la puse para capear el temporal. En cuanto me alejé de él, metí aquello en el bolsillo. Resultó que esa gorra, que podía guardar en el bolsillo, no se me perdía. Tan familiar llegó a ser que hasta adquirió un nombre... “el Guante”. Siempre podía ira buscar “El Guante”, que ahí estaba, nadie se la llevaba, no lograba perderla. Durante algún tiempo hizo exitosamente las veces de gorra ante el Ladrillo. En el fondo, aquel adefesio pestilente no le pasaba inadvertido y lo tenía incómodo. Parece que comentó el particular con el Subjefe de la Unidad, el teniente Ojeda. Éste, que me había tomado cierta estimación, se tomó el trabajo de ir al “Zorro”(así se llamaba una tienda que vendía uniformes e insignias a los oficiales) y comprarme una preciosa gorra “Tomascol”. Nunca supe como se escribía aquello, solo sé que, a esas gorras, les decían así. Me la trajo envuelta para regalo y me la entregó con gran pompa, sellando la ceremonia con la advertencia... “no le quiero ver mas el Guante en su cabeza”.

Tremendo compromiso. Con todo lo que tenía para preocuparme y ahora... esa maldita Tomascol! Por más que traté de no quitármela, y si lo hacía, no perder de vista aquella pieza de reluciente verde olivo. ¡Que va..! No llevaba dos días con ella cuando en un semáforo se me apaga el carro y no quiere arrancar nuevamente. Hacía girar la llave y solo se oía cliquear al bendix. Sabía lo que era. Me bajo en pos del capó y cuando voy a meter la cabeza, me acuerdo de la Tomascol. La puse en el techo del carro para no ensuciarla de grasa mientras limpiaba y aseguraba los sulfatados bornes de la batería. Después de varios intentos bajo la presión de estar provocando un tranque... al fin arranca el motor, rápidamente me monto y salgo de allí... ¡Nunca más vi mi Tomascol!

No me di cuenta del desastre hasta que me vi entrando sin ella a la unidad, no puedo olvidar el escalofrío de terror que sentí cuando me percaté. Con mucho cuidado, atravesé la unidad sin ser visto por el ladrillaje hasta llegar a las cabinas donde debía relevar la guardia, miré alrededor y ahí estaba, esperándome, como esposa fiel al cónyuge promiscuo... el Guante.

Las Hirvió!

Una de las muchas técnicas obsoletas heredadas de los soviéticos era el sistema de claves y códigos para la comunicación entre las unidades de cohetes y la división. Varias decenas de mensajes habituales, entre los que estaban: alarma aérea; disponibilidad combativa disminuida por desperfecto; etc., se tabulaban en una especie de menú. Al lado de la lista de mensajes, se deslizaba, bajo un plástico transparente, una tirita de cartón con una lista de números, de tal forma que a cada mensaje le correspondía un número. Estas tiritas de cartón se cambiaban diariamente y a cierta hora, el que estaba de guardia en la división llamaba y decía, por ejemplo, “el 43”. Uno buscaba en el menú y veía que ese número correspondía al mensaje de comprobación de cambio de claves y entonces se respondía con, por ejemplo con “el 25”. Claves cambiadas. Se procedía entonces a quemar las tiritas de cartón del día anterior y a esparcir sus cenizas.

Siguiendo el acuerdo con el Ladrillo, todos los fines de semana me los pasaba de guardia, tiempo que usaba también para hacer mis tareas de la universidad y no pocas veces prepararme para algún examen. El estudio de la física es bastante absorbente y esto, combinado con mi naturaleza distraída, provocó que alterara ligeramente el procedimiento de los cambios de clave. Ya pasado un poco de la hora reglamentaria para el cambio, abro precipitadamente el menú, saco las tiritas viejas, arranco las nuevas del block, vuelvo a poner la viejas, y le doy candela a las nuevas justo a tiempo para la comprobación. Por la vía 500, vulgar línea de teléfono militar, me dice el de guardia en la división, “58”. Busco y ¡eh! conclusión de trabajos semestrales!, ¿qué es esto?... le digo “45”, que significaba No procede, y el de allá contesta, “¿como?”. Hay un momento de silencio y me dice... “23”... Dije para mí, ¡ah!, ya, eso es otra cosa... Le respondo... “17”... de allá... “cambie las claves, esas son la de ayer”, “no, no, ya las cambié”, “entonces es que volvió a poner las mismas, eso pasa a veces”, “es queeee yaaaa...”. Fue entonces cuando, perdiendo el tono militar muy profesional que hasta este punto empleaba y usando el idioma popularizado por el jingle de propaganda sobre la esterilización del agua y la leche, oigo que exclama... “Coño, las hirvió!”....

Alfonso

Este es uno de los personajes más locos de toda mi aventura en el ejército.  Alfonso era delgado y atlético y podía decirse hasta que recordaría a Alain Delon de no ser porque le faltaba un diente, era como una exageración macondiana escapada del libro y como para hacer el relato aun más asombroso, no se trataba de un soldado sino, nada menos, que del Jefe de Estado Mayor de una unidad de Cohetes,  la de Lechuga por mas señas, por lo que no fueron pocas las veces en que se quedaba al mando de la unidad.

Entre una de sus locuras más pintorescas estaba la de haber formado un equipo secreto, que dirigía él directamente, al que se complacía en llamar “Los 7 Hombres de Oro” parodiando el título de una película taquillera que se exhibía por aquel tiempo. Este equipo se dedicaba a satisfacer la demanda de todo aquello que la unidad necesitara y cuyo suministro fuera insuficiente o nulo, por la “original” vía del robo. El equipo se vestía de negro y se montaba en un camión de la unidad para ejecutar sus fechorías. Entraban en almacenes civiles y hasta militares para robar comida, ropa o lo que hiciera falta. Recuerdo que después de la revolución sólo probé aceite de oliva español en el comedor de aquella unidad militar, cortesía de Alfonso y sus 7 hombres de Oro. Pero no sólo era comida, una vez entraba a la unidad y pude notar dos elefanticos de mármol blanco adornando la entrada y cuando pregunté, lo habían robado de una finca cercana.

Pienso que el golpe más ingenioso fue el del cilindro. Ante las dificultades para mejorar el camino de 2 Km que iba de la carretera a la entrada de la unidad, los 7 Hombres de Oro robaron, no sólo los materiales para el camino, sino nada menos que un cilindro que se usaba en una obra cercana. Alfonso observó que por la noche dejaban allí los equipos hasta el día siguiente sin la debida guardia (a nadie podía ocurrírsele que alguien se fuera a robar un cilindro). Pues, una noche, los 7 Hombres de Oro, lo engancharon al camión y lo remolcaron hacía la unidad, donde lo tuvieron secuestrado por varios días hasta que lo devolvieron al lugar sin ser capturados. El jefe de la unidad, no autorizaba aquello explícitamente, jugaba al que no se “enteraba”, pero una vez le oí comentar que esa actividad mejoraba la preparación combativa de su personal y que si las empresas no cuidaban de lo que era su responsabilidad, él no tenía la culpa, que esa actividad contribuía,  a la larga, a mejorar la vigilancia en general (tremenda  dialéctica).  

El entierro de Guarapo

Estando en el ejército, lograba milagrosamente asistir a la Universidad en contra de los deseos de todos los jefes bajo los cuales serví, siendo mi única divisa de negociación el ser un buen técnico y me ayudaban a tal efecto algunas leyendas que exageraban muy convenientemente mis verdaderas facultades. No obstante las leyendas, el ladrillo de Pablo Peña prefería que le mandaran un técnico más mediocre, pero que pudiera esclavizar en la misma forma que a los demás. Eso de permitirme ir a la Universidad le molestaba como una piedra en la bota y varias veces se pronunció porque debieran darme la baja y en eso era lo único en que estábamos de acuerdo. El único alivio a aquel insoportable régimen de no tener un día libre en la vida, era Alfonso, que me permitía algunas libertades cuando se quedaba al frente.

Las tales libertades, no venían de gratis. De no haber contado con aquel carrito francés, el Peugeot, que mi madre me cedió para que pudiera estudiar, no hubiera podido lograrlo, la unidad de Lechuga (así se llamaba el caserío más cercano) estaba a unos 40 Km de la CUJAE donde recibía mis diarias clases. Alfonso me dejaba salir algo más temprano y me daba alguna que otra gasolinita, esto a cambio de que le prestara el carro para sus correrías con una mujer casada de la localidad. Ese carro significaba mi carrera, que era lo primordial para mí en aquellos tiempos, prestárselo a alguien tan loco como Alfonso, me llenaba de angustia. En aquellas salidas de Alfonso, el nivel de acrobacia que se desplegaba en aquel carro era tal, que logró partir cuanta protuberancia frágil había en su interior, las huellas de los pies en el parabrisa daban fe de la flexibilidad y contorsionismo de la pareja. Alfonso se fue tomando más y más libertades con el carro y no podía parar aquello sin poner en peligro los privilegios que me permitían estudiar. Llegó hasta tallar una llave de un “Yipi” de la unidad para que arrancara el Peugeot, ¡ya no tenía ni que pedirme la llave!

En una ocasión, que estaba en mi casa estudiando para un examen, decido salir a no me acuerdo ni importa a que, pero cuando voy a buscar el carro al garaje... ¡Queee! me han habían robado el carro, rápidamente me dirijo a pie a la unidad de policía de la loma del Príncipe, que era la más cercana (¡uff! Una 15 cuadras loma arriba) y hago la denuncia. La policía daba mucha importancia a los robos de automóviles, no por interés de defender a las víctimas,  “pequeños burgueses” al fin que no podían importarle menos, sino porque eso se podía prestar para acciones contrarrevolucionarias como atentados o sabotajes. Doy todos los datos y me retiro para mi casa. No hago más que llegar y suena el teléfono, era la policía, habían capturado al ladrón y me pedían pasara a identificar el vehículo que estaba en la Unidad.

De nuevo vuelvo a subir aquella loma en pos de la estación de Policía, ya en las cercanías, diviso el Peugeot que efectivamente lo tenían en el parqueo. Compruebo que aún tenía las gomas, así como los parabrisas y ventanas, los carros en Cuba se robaban para venderlos en piezas. Tranquilo de ver que no habían llegado a desmantelar el carro, procedo a entrar a la estación para firmar el acta etc. cuando iba subiendo la escalera oía una mujer que lloraba a tope de pulmón acompañada por gritería de fondo “¡aaayh Guaraaaaapo!.. mira lo que nos hacen, buaaaaaa!!!”. Pensaba... Ud. Verá que se me complica la recogida del carro, mira que escándalo ha coincidido conmigo en este preciso momento que lo que necesito es irme lo más rápido posible. Cual no sería mi sorpresa al asomarme por la puerta y ver a Alfonso en medio de aquel bullicio. Alfonso trataba de calmar a la señora y un policía insistía, increpándolo ya con violencia, a que regresara a donde se le había sentado. La señora que insistentemente gemía “Guaaaaraaaaapoooo” iba de negro al igual que las otras tres o cuatro mujeres que coreaban la gritería de fondo.  Me dirijo a hacia donde sentaban a Alfonso mientras le vociferaban que lo meterían en el calabozo. Sin poderme acercar mucho, le pregunto que es lo que pasa, aun sin acabar de caer en cuenta (lento que a veces me pongo) de que todo aquello tenía que ver con “el robo”. Me contesta “Me cogieron a la salida del cementerio después que enterramos al tío Guarapo”. “Como que te cogieron????”. En eso viene un policía y me pregunta, ¿Ud conoce al acusado?.  “Acusado?”, “si, lo detuvimos cuando manejaba un carro circulado por robo y le ocupamos una llave falsa que utilizó para llevárselo, eso es un caso claro de robo con fuerza en las cosas”.

Alfonso, había tenido la osadía de llevarme el carro del garaje sin avisarme y había caído preso junto con las dolientes del velorio de Guarapo. Bueno... ¿y ahora que le digo yo a estos policías? pensaba. Recordaba que me preguntaron una y otra vez si otra persona no tenía llave del carro, que si ese carro lo manejaban otras personas habitualmente, insistentemente respondía que no a ambas preguntas poseído de la más completa seguridad. Como iba a convencer ahora a los policías que aquello no era un robo cuando, sin duda... lo era. 

Como si el caso de la defensa no estuviera flojo ya de por sí, Alfonso, que era de los que se veía así mismo como un “Oficial de las Armas Estratégicas” no acababa de entender que ya con el tiempo, para el resto de sus semejantes, esa imagen original había degenerado en vulgar “Cohetero”. La estación de policía era el peor de los lugares para botarse de “equivocao” y esas alturas ya Alfonso había hecho gala de una intolerable irreverencia con aquellos policías y no habían sido pocos los insultos y amenazas que se habían cruzado de un lado para otro... o en palabras que describen con más exactitud, ya se habían dicho hasta culo con algún que otro empujón y forcejeo. Esto explica por qué cuando me acerqué al oficial de Guardia para tratar de emitir alguna frase en su descargo, sin apenas escucharme me dice, gritado, como para que Alfonso lo oyera bien, “Este detenido esta esperando el transporte que lo llevará a la prisión del Morro donde aguardará juicio”.

Ante aquella situación, cambié la estrategia de defensa...”tratándose de un oficial de las Fuerzas Armadas, pienso que un tribunal civil no tiene competencia”, dije tratando de evitar que lo enviaran para el Morro, pero, si bien ese cargo suyo en la Unión Soviética correspondía a Coronel por lo bajo, el carné militar de Alfonso sólo decía Sargento de Segunda y aquel policía no se tragó el tecnicismo y...” Pues llame Ud. al mando suyo y que lo vayan a sacar del Morro”. Todo esto tenía en la banda sonora el tema de “Guaraaaapooooo” cortesía del banco pegado a la ventana.

Insistía en mi alegato cuando apareció el transporte, que no era más que otro carro patrulla, y Alfonso fue conducido al mismo por dos policías que salieron de él, en la banda sonora ahora se oían versiones del “no se lo lleven” adaptadas a la situación. De nuevo en posesión de mi carro, me debatía entre si llevar a los dolientes o tratar de evitar que Alfonso cayera en el calabozo. Decidí abandonar las dolientes a su suerte y seguir a la patrulla que lo llevaba hacia el Morro dejando ya definitivamente detrás los lamentos por Guarapo. Parece que Alfonso decidió, sabiamente, no incomodar esta vez a sus custodios, los que cooperaron conmigo al llegar a la fortaleza para que me dejaran acceder al oficial de guardia de la prisión del Morro. Este se sentaba en una mesa colocada de forma que al fondo se veían los calabozos. Las rejas de los mismos iban del suelo a aquel techo de altísimo puntal. Los presos estaban encaramados en ella con las piernas colgantes hacia fuera como negros racimos de plátanos. El Oficial de guardia que me vio el espanto en el rostro al mirar aquel espectáculo por encima de su cabeza, me dice “a eso le dicen la Leonera” y yo me dije… si a Alfonso, blanquito y limpito como viene” lo tiran pa’la Leonera, lo perdemos.  Le imploré a aquel hombre que lo mantuviera allí en el vestíbulo, mientras yo llamaba al mando de la División, ¿vestíbulo? No, no, eso es un eufemismo. Me concedió aquella gracia y además me prestó el teléfono que tenía en la mesa, logré dar con el Ingeniero Mayor de la división (otro personaje, este era uno que tenía aspecto de oficial de las SS y para colmo, se llamaba Herman Weinstock,  con semejante nombre no hacía falta mucho alias, bastaba con una pequeña modificación...le decían Herman Von Weinstock)  y éste logró persuadirlo de que lo mantuviera allí hasta que enviara un ‘yipi’ por el prisionero.

El ‘yipi’ fue en efecto enviado antes que lo internaran en la Leonera, salvándose así la integridad anal de Alfonso. A pesar de que le echaron un mes preso en la unidad, puede decirse que salimos bien y digo salimos, porque como resultado del incidente Pablo Peña le prohibió, de manera explícita, el que me pidiera el carro prestado para más nada.  

Standarten Fuhrer Herman Von Weinstock

El Ingeniero Herman Weinstock era rubio y alto, parecía escapado de una película de la segunda guerra mundial.  No todo el mundo se llevaba el chiste detrás del "Von" Weinstock, parecía como que en verdad era parte del nombre. El fue el que sustituyó como ingeniero principal al Ciego Arocha cuando le dieron la baja, era ahora Ingeniero principal de la División del Este que no estaría ya en Bejucal sino en Managua. Tenía porte, aspecto, ademanes de autoridad y fama de ladrillo,  afortunadamente, en este caso las apariencias engañaban,  detrás de aquella fachada, oculto para casi todo el mundo, había un corazón de insospechada nobleza.

El Ciego y Von Weinstock no tenían demasiado en común, salvo que ambos usaban una moto como medio de transporte. En la división había un mecánico, de nombre García, Pérez, Rodríguez o algo así, tan común como para que no me acuerde,  que con su torpeza, ignorancia e indolencia, iba destruyendo, de a poco, el parque vehicular de la misma.  No obstante esa notoria fama, Herman le daba su moto para alguna que otra reparación menor y manifestaba que...hay que darle otra oportunidad, el aprende. No sólo que aquella moto empeoraba cada vez que, digámosle, Pérez le pasaba la mano, sino que en una ocasión se la llevó para un paseo, logrando chocarla contra algo, provocándole serios daños. Eso mismo, bajo Pablo Peña, lo que se estaría precisando era la hora de la ejecución, pero por suerte para él, estaba bajo el mando del Standarten Fuhrer que, como castigo, le ordenó... que reparara su moto. La última vez que le pregunté por la moto, me dijo: Pérez me la está arreglando... él aprende .

Era esa imagen de SS Standarten Fuhrer de Herman, le había ganado la admiración y el respeto de Pablo Peña. Era a instancias de Herman, que el Ladrillo consentía en tolerar, no sólo la irregularidad de mi régimen de pases, sino mis frecuentes desatinos. Ya, después de la “hervidura” de las claves, la situación se había hecho insostenible y una vez más un Ingeniero Principal me sacaba del hueco. Esta vez, para que apoyara a su Ingeniero del RPK en la división, que era nada menos que el “Buistra” y escribiera un texto de electricidad y electrónica para los cursos de preparación combativa del personal técnico. Cheo Cajigas era ahora el Ingeniero Cajigas, había optado por quedarse de cuadro permanente en las TCAA y ya lo habían ascendido a subteniente, era ahora todo un serio oficial y militante del Partido, nada de Buistra ni jaranitas de esas.  

El Polígono de Isla de Pinos y el Carpintero Real

Puede que haya sido una consecuencia del desastre del proyecto Van-Troi o quizás simplemente fue que el gorilaje mayor se aburrió de la pirotecnia coheteril, el resultado fue que el polígono de Artemisa fue a parar a la Isla de Pinos o Isla de la Juventud, como fue rebautizada, quizá porque la gente dejaba allí su juventud en breve tiempo.  Pues tal y como fue aprendido de los soviéticos, las unidades de las TCAA, una por una, debían ir pasando por el polígono para que practicaran el tiro real. 

El tal "tiro real" a lo típico soviet consistía en tirarle un cohete a un globo meteorológico, al que le colgaba un dispositivo llamado reflector ortogonal.  Esto último estaba hecho de láminas metálicas dispuestas en planos perpendiculares y especialmente cortadas para producir una reflexión resonante a la frecuencia del radar, por lo que en su pantalla la señal se veía tan fuerte como si viniera de un B-52, pero inmóvil.  Hacerle blanco a semejante objetivo tenía una dificultad comparable a la de tirarle con una ametralladora a una gallina enjaulada.  Siempre me pregunté en que podía mejorar semejante ejercicio la preparación combativa de nadie.  Alguien en el gorilato cubano debe haberse preguntado lo mismo, pues a partir de cierto momento el tiro empezó a hacerse contra los llamados cohetes tierra-mar.  Estos tierra-mar eran unos viejos MIG-15 adaptados y auto pilotados que supuestamente, disparados de la tierra, podían hacer blanco en barcos de la flota americana que se acercaran a la costa.  Ni el más ferviente de los comunistas pro-soviéticos en Cuba lograba creerse eso y al fin, en rara muestra de sentido común, decidieron utilizar ese inservible armamento como blancos móviles con que entrenar a las tropas coheteriles antiaéreas.

Habiendo ya logrado un mínimo de estabilidad en la asistencia a la Universidad, gracias al esquelético trato con Pablo Peña, le tocó a la unidad de Lechuga la "fiesta"de ir a tirar al Polígono de la Isla.  Eso de tirar ya no era novedad para mi y traté de convencer al "ladrillo" que no le hacía falta que yo participara en eso y que me causaría problemas docentes al tener que ausentarme a pruebas y clases por más de una semana.  Pero Pablo Peña no tragó y no pude evadir el viaje a la Isla.

A la unidad que venía a tirar la "acomodaban" en unas barracas de techo de guano y llenas de horcones rústicos, donde podían colgarse las hamacas. Debo admitir que el diseño, aunque no tenía ventanas, era fresco, pues tampoco tenía paredes, el cimiento era delimitado por un murito de unos 3 pies de alto.  Pudiera decirse que sería hasta agradable de no ser por aquellos mosquitos crepusculares a los que pudiera habérseles tirado con cohetes o aquella nubecita de jejenes que nos acompañaba a todos lados a toda hora.  Sólo el petróleo que se ofrecía en bidones de 55 galones, sin tapa y dispuestos por todo el campamento para ser usados por la tropa a modo de repelente, evitaba la donación de litros de sangre a la fauna ictiológica de la zona.  Era lo cáustico de este "repelente" y no las calorías de la comida que se ofrecía, la causa del color rosado que mostraba la piel de la gente al segundo día allí.

Llamaban la atención la abundante fauna y aquel suelo de una especie de gravilla roja que era como garbanzos de piedra.  Era frecuente ver cotorras sobrevolándonos en parejas, pero el premio se lo llevó aquel carpintero real que desde que llegamos siempre podíamos verlo picoteando los horcones de la barraca.  Un día un recluta, en repudiable acto, le lanzó una piedra al carpintero y logró alcanzarlo, aunque por suerte ya sin mucha fuerza.  El resultado del impacto, lejos del pájaro atontado e inmóvil que pudiera esperarse, fue el de uno con un arrebato de demencia.  El carpintero se agarraba una pata con la otra y trataba de saltar, se caía, armaba una gran gritería y con la misma repetía la operación.  Se calmó cuando lo cargué y lo acaricié un poco.  Antes de soltarlo le amarré una soguita como de 3 pies a una de sus patas, de manera que pudiera alcanzarlo cuando se posara en los horcones.  El carpintero fue mi compañía en todos aquellos días en la Isla.  Cuando regresaba del desayuno siempre lo encontraba en algún horcón, halaba de la soguita y caía en mis manos con uno de los ya descritos arrebatos, cuando lograba calmarlo ya no hacía por irse, trepaba por mi brazo hasta el hombro, de ahí saltaba a mi cabeza, me daba un par de picotazos a lo "Pájaro Loco" y bajaba al otro hombro.  A veces posado en mi mano me miraba de frente, presentándome sus dos enormes ojos saltones coronados con ese penacho rojo despeinado... es la cara más loca que pueda tener animal alguno!

Había estado presente en muchísimos tiros, pero siempre dentro de las cabinas haciendo mi trabajo.  Era el último día de tiro y esta vez quería ver salir el cohete, por lo que me propuse sentarme cerca de una de las rampas para de ahí ver el despegue.  Le pregunté al jefe del pelotón de mando qué cohete saldría y me contestó que el #3.  Escogí mi palco cerca de la rampa #4 y me senté allí junto con otro técnico de cabina que tampoco había visto el espectáculo.  De pronto siento una explosión enorme a mis espaldas seguida por una lluvia perdigonada de aquellos garbanzos, había despegado el 4!  Con el corazón en la boca, medio sordo y apedreado, me había perdido el despegue una vez más.  Maldecía de mi suerte, cuando en plena desesperanza ... salió el 3, dejándonos ver al fin, un despegue en todo su esplendor.

El buen German Von Weinstock había arreglado las cosas para que yo pudiera regresar en el avión del Estado Mayor y no en el ferry como el resto de la tropa.  Esto me permitía ganar un par de días para mis actividades universitarias. Antes de partir fui la barraca ver a mi amigo el carpintero, quien me dedicó un último arrebato y como despedida, le zafé la soguita que tantas veces lo obligara a acompañarme.

Los Coheteros Tumbaron el Avión del Fifo

Al principio, cuando el periódico Revolución se convirtió en el Gramma,  este tenía  páginas, quiero decir más de una, como los periódicos suelen tener. Las páginas en la prensa del régimen se fueron perdiendo al ritmo de todo lo demás en el país. La sección de “Sociales” o el “rotograbado”, como recuerdo se le llamaba, se fue junto con los casquitos de guayaba. Las noticias locales, fueron calificadas de prensa amarilla y su sección desapareció más a menos cuando el ciclón Flora terminó para siempre con la exportación de café y así, poco a poco las páginas se fueron perdiendo al ritmo que el café para consumo nacional se fue convirtiendo en chícharo, hasta quedarse con la página que tiene hoy, que aunque sobra para lo que dejan publicar, resulta insuficiente para su uso principal que es el de papel “paráculo”. Pues fue en estas postrimerías de mi época de “guardia” que el Gramma sacó la siguiente nota en una página interior que aun le quedaba.

En lamentable accidente en una práctica de artillería antiaérea perecen tres combatientes de la Fuerza Aérea Revolucionaria …”

La noticia no era mucho más larga, añadía los nombres de los muertos pero no más detalles. A la sazón me desempeñaba, por la gracia del Standarten Fuhrer, como asesor, ayudante, compinche, etc. del Ingeniero de Alta frecuencia en la división de Este de las TCAA (Tropas Coheteriles Antiaéreas), José García Cajigas...”El Buistra”. A esta división pertenecía la unidad de “El Cayuelo” o la 3700,  que, como es obvio, no era de artillería sino de Cohetes Tierra-Aire, y fue la realmente que tumbó el avión. Pero el Gramma ya mentía hasta por vicio, que importancia pudiera tener con que tumbaron el avión?  o quizá es por que salvo para los desfiles multi-televisados y filmados de los 2 de enero esos cohetes aun eran “secretos”.

A la 3700  le decían el Cayuelo porque el camino que lleva a la unidad entronca con la Vía Blanca frente a un restaurante del mismo nombre.  Este servía mariscos frescos a los automovilistas que corrían por la Vía Blanca en pos de Varadero. Me refiero por supuesto a mejores tiempos, ya en época de este relato, los automovilistas eran una especie en extinción y la oferta estaba lejos de esa descripción y  por los 80, EL Cayuelo ya estaría “cerrado por reformas” para siempre.

Mi trabajo tenía que ver con mantener y reparar los trasmisores, receptores y codificadores, misión que apenas tenía que ver con la parte táctica del arma. Una unidad tenía unos 80 hombres pero a la hora del  combate sólo cinco personas tenían algo que hacer. Estos eran el Jefe de la Unidad, el Oficial de Conducción y los tres “operadores de seguimiento”, uno por cada coordenada esférica (azimut, elevación y distancia). 

El jefe de Unidad y el Oficial de conducción eran oficiales, pero los operadores de seguimiento eran reclutas del SMO (Servicio Militar Obligatorio). Curiosamente, era sabido que uno de los tres operadores de seguimiento, el llamado operador de distancia, a través de los entrenamientos de seguir cuanto avión pasaba cerca, llegaba a desarrollar la habilidad de conocer los aviones. No se sabe por que misterioso subterfugio del pensamiento oscuro, con la mera observación del movimiento de la señal en la pantalla del radar, estos muchachos, que no necesariamente mostraban otros rasgos de particular inteligencia, lograban discernir el tipo de avión que seguían. Nunca logré que obtener de ellos una explicación coherente de como era que lograban hacerlo, pero nunca fallaban en aviones habituales.

El Jefe de la Unidad se sentaba en la parte de atrás de la cabina de mando ante una “plancheta” de acrílico transparente donde un “planchetista”, entrenado en el arte, inútil para cualquier otra actividad humana, de escribir al revés, le dibujaba por detrás la situación aérea y era éste  el que, teléfono en la mano, recibía y trasmitía la orden de tirar. Sin embargo, “el botón” no lo apretaba él, sino el Oficial de Conducción, que en términos de jerarquía militar estaba 3 o cuatro grados por debajo del Jefe de la Unidad.

Uno de estos Oficiales de Conducción era “Pepe Cabecita”,  título de un número que tocaba a la sazón Pacho Alonso, el nombre real, después de 30 años,  no lo recuerdo y, pensándolo bien, pueda que no lo haya sabido nunca.  Curioso, los nombretes estaban explícitamente prohibidos en las Fuerzas Armadas, sin embargo la mayoría de mis amigos del ejército los recuerdo sólo por sus alias, que eran verdaderos monumentos al ingenio humorístico ... “Nalga de Rana”, “el Bullo”, “Caja’e dientes”,  “El Inmoral”, “Trepec Popurec”,  “El Brother”, “Saco’etarros”, “Calibre”, “el 944”,  “Duvalier”, “El Buistra”, “El Lord”, “La Gallina”, “El Frito”, “La Rata”, “El Cadete Constitucional” y así toda una larga lista. Pues Pepe Cabeza se puso muy contento cuando lo trasladaron de Lechuga, donde lo conocí, para el Cayuelo, el transporte era mejor para el pase.

Eran frecuentes en las TCAA los simulacros de ataque aéreo. Tan frecuentes eran, que ya la tropa lo tomaba como rutina y a pesar de que el mando hacía por que pareciera realidad, ya la gente lo tomaba con resignación o más bien con “resingación”. En cambio para los Jefes, estas maniobras eran todo un juego de guerra en el que se les veía “vivir el pedazo” y trataban de alargar la ilusión de un combate real hasta el último momento en que lamentablemente había que retirar la orden de fuego y pasar a ese aburrido tiro electrónico.

En la Jefatura de la DAAFAR, en la antigua Columbia, el Capitán Galindo (Capitán era mucho en aquella época de Comandantes) estaba al frente del ejercicio aquel día en que el llamado IL-18 del Fifo, que era el encargado de transportar no sólo al “Máximo” y su hernamísimo, sino a los miembros de la Jefatura de las FAR que estos tuvieran a bien concederles la gracia de usarlo, iba a participar en la maniobra y servir de blanco para el seguimiento y disparo electrónico por parte de las unidades de cohetes. No era la primera vez que se usaba este avión para estas prácticas, los operadores de distancia se lo conocían de memoria.

Pepe Cabeza escuchó esa vez más la campana que anunciaba “alarma de combate”,  una vez más corrió hacia su cabina y comenzó la rutina que había repetido incontables veces en sus cinco años en las TCAA. Le hace preseguimiento y captura al objetivo y se le pasa el control a los operadores de seguimiento. En cuanto estos tienen el control le pregunta al de distancia “que tenemos ahí?”, un “IL-18”le responde. Lo de siempre,  pensó, la orden de pasar a tiro simulado no debía tardar.

El objetivo se acercaba a la zona de disparo del “Cayuelo” y el Jefe de la Unidad “filmaba para Hollywood”, con voz engolada iba informado… objetivo bajo seguimiento manual,  objetivo bajo seguimiento automático…se acerca a la zona de disparo… confirme orden de fuego…. Esperaba ya el fin previsto de la película,  pero esta se confirma y, ... “que le tire!??…al momento comenzaron los cólicos y sudores fríos,  le pasa la orden al oficial de conducción, Pepe, que no puede creer lo que acaba de oír, le recuerda que es un IL-18 y el Jefe, ya fuera completamente de su guión, pide confirmación de nuevo en términos menos militares aun,… Oye coño, que es un IL-18!.. pero le reiteran la orden.

Tanto se estaba divirtiendo en el juego el Capitán Galindo, que demoró demasiado la contraorden y ésta no le llegó a tiempo y al Jefe de “Pepe Cabeza” después de la enésima confirmación y completamente “cagao” le pasó la confirmación junto con el dilema a Pepe,  que al fin tiró y por supuesto, tumbó...ya que hasta para la obsoleta tecnología coheteril soviética, el tumbar un avión de pasajeros presentaba la dificultad de fusilar a una calabaza con una escopeta de perdigones.

Pepe, en cuanto apretó el botón, empezó a arrepentirse y no se sumó al jolgorio subsiguiente por el cumplimiento de la misión, aparte de que no veía demasiado mérito en fusilar calabazas, el sabía que su operador de distancia no se equivocaba, la orden era un error, ese avión era el IL-18 de siempre, el que le decían "del Fifo", que todo eso era un ejercicio comemierda más y él sabiéndolo, había tirado. Cuando llegó la noticia Pepe estaba ya sumido en una profunda depresión, al final el fue el que apretó el botón, él fue la última instancia para la cordura y había fallado en su contra...

Me contó Pepe que, Ojeda, su antiguo subjefe de unidad en Lechuga y de la poca gente con tacto y sentido común que pude encontrar entre la jefatura de las TCAA, se le acercó y lo trató de convencer de que el no había hecho más que cumplir con su deber.  Le dijo que hasta pudiera haber sucedido que se tratara del robo de un avión y que en ese caso había que haberle tirado hasta, por ejemplo, a un IL-18. Pepe continuó, “si, pero yo no pensé en eso cuando apreté el botón, lo hice sabiendo que eso era un ‘mojón’ de alguien…pero me apendejé!,  si no tiraba me iba salar…”

Se corrió, sin que esto pudiera confirmarse, que al cowboy Galindo lo enviaron a ‘limpiarse’ a una misión a Vietnam y a Pepe Cabecita, le dieron baja psiquiátrica,  era necesario que alguien con semejantes remordimientos estuviera ...loco.

Estas fueron mis postrimerías en las TCAA, Herman me había ido aumentando el tiempo para la Universidad y ya me vinculaba hasta con temas de investigación en la misma. Había comenzado el quinto año de Física, y una carta del Rector de la entonces pujante Universidad de la Habana terminó definitivamente con aquellos seis largos años de verde olivo.  

Y pasaron 25 Años

Las TCAA decidieron celebrar el evento reuniendo a sus fundadores en la División del Este en Managua. Llegó el gran día y después de tanto tiempo, volví a ver a Calibre, Rigoberto Chiva, al Duva, O’Hara, Trepec Popurec, Caja‘edientes, El Asfarias, la gente del POM, Marcelino, el Pinto, Saco’eTarros, Simbad el Mareado,... todos nos decíamos que estábamos “igualitos”, yo como con 60 libras más, Pupy y NalgaéRana, calvos de brillo, el Quique, del grupo de los Flecheros y, si mal no recuerdo, también miembro de los Textiles, era ahora nada menos que el jefe de las tropas, pero los irreverentes fundadores hasta las nalgas le tocaban, pocas veces la he pasado tan bien como en esos primeros momentos del encuentro.

Ya después, empezaban a aparecer nubes ensombrecedoras. Algunos, como la Gallina, habían muerto, de otros no se sabía, se comentaba bajito que estaban en "La Yuma" o en la disidencia. El tiempo había erosionado, en muchos, eso que los había hecho inolvidables.  Prefería mis recuerdos al espectáculo de mediocridad que algunos de los que se habían quedado en el ejército ofrecían. Algunos de los que no se quedaron también hacían preferir los recuerdos, Trepec tirado a la bebida, no pudo ni acudir a una cita conmigo al día siguiente. Estaba sin trabajo y le había ofrecido un cargo de jefe de servicios de la institución yo que dirigía. Hay vejez y hay decadencia, no solo se veían más viejos que el tiempo, sino que se les transparentaba el dolor de haber hecho tan poco con sus vidas. 

Pregunto por el Buistra y nadie lo había visto, me extrañaba, porque hacía como un año había sabido que aun trabajaba ahí mismo, en la División de Managua.  Insistía con mis preguntas, hasta que un gorila uniformado, que por cierto, no era de los fundadores, me oye preguntar por Gajigas y con una autoridad que nadie le confirió, responde con ese uso de la primera del plural de los muy militantes del partido... “A ese lo botamos de aquí por maricón”. A los 25 años de una orientación sexual reprimida, le sueltan un cebo, el Buistra cae en la trampa, y eso borra 25 años de servicio. No resultó un atenuante el haber entregado su juventud y la mitad de la vida a esa causa... Pero no es el gorila ese, el Ladrillo Pablo Peña o el Guajo, es ese sistema social que saca lo peor de los seres humanos. Ese invento de la lucha de clases que se traduce en... odia a tu prójimo como a ti mismo... no es más que la naturaleza de la bestia.

 

Pendientes:

 

Olivera, compró tickets y por tanto el quiere ver la película hasta el final.

Las TCAA en el exilio. Jimmi, Mari Lois, Aramís Albuerne, Bacardí, Jorge, El Brillo, Arencibia, Novas, Arocha, Arturo.