La Ciencia Inexacta del
Conteo de las Calorías
Dale
Carnegie, en su inmortal libro “Cómo Ganar Amigos e Influenciar a las Personas”,
aconsejaba el exponer las ideas de forma que fueran de fácil comprensión, ya
que… -la gente suele confundir el
comprender con el compartir-.
Así ha sucedido con esto de las calorías y su conteo para bajar de peso.
Una explicación fácil de comprender, con
cierto sabor a ciencia, pues dice basarse en la Ley de la Conservación de la
Energía, ha puesto a millones de personas a contar calorías.
Lo que Dale Carnegie omitió en su afirmación es que una explicación que
se simplifica hasta ser fácilmente comprendida por cualquiera, termina siendo
falsa.
Ese es
el caso de contar calorías. La
proposición es simple… si usted come
X calorías y quema
Y
calorías con su actividad física, entonces el cuerpo convierte
X-Y calorías en grasa y usted pues…
engorda en proporción. Se
caen de la mata las preguntas siguientes:
·
¿Cuántas calorías tiene lo
que uno se come?
·
¿Cuántas calorías uno emplea
en la actividad física?
·
¿Cuántas calorías para una
libra de barriga?
Para
responder la primera pregunta, todos los productos comestibles envasados
empezaron a reportar el contenido calórico de sus contenidos.
¿Cómo es que averiguaban eso?
Pues lo medían con un instrumento de
laboratorio llamado calorímetro. Esa
medición consiste en darle candela al alimento y estimar la energía que su
combustión desprende por la cantidad de grados centígrados a que logra calentar
un kilogramo de agua. Cada grado es una
caloría (en rigor es una kilocaloría, pero es a lo que se le llama caloría en
esto de las dietas).
No hay
que ir a la universidad para percatarse de que esa cantidad de calorías no se
corresponde con lo que uno es capaz de asimilar.
Por ejemplo, se puede quemar
madera y obtener una buena cantidad de calorías, pero todo el mundo sabe que
nadie engorda comiendo aserrín. Buena
parte de esas calorías que uno se come, se excrementan.
En 1990
el “Labeling
and Education Act”
cambió el calorímetro por el llamado sistema Atwater.
Este consiste en determinar por análisis
químico el contenido de proteínas, carbohidratos, grasas y alcoholes en el
producto para después calcular su contenido calórico, asignándole 4 calorías a
cada gramo de proteína o carbohidrato, 9 por cada gramo de grasa y 7 por cada
uno de alcohol. Aunque esto,
al complicarse, suena más a ciencia, esas calorías siguen siendo la energía que
se libera en una reacción de combustión, proceso químico bien distinto al que se
produce en el cuerpo humano. Por
ejemplo, cuando se eleva suficientemente
la temperatura del alcohol (Ethanol) en presencia del oxígeno, se produce la
siguiente reacción:
C2H5OH + 3 O2 -----> 2 CO2 + 3 H2O
En el
sistema digestivo el alcohol se metaboliza con una enzima llamada
ADH (Alcohol
DeHydrogenase)
que al final, con ayuda de otras enzimas, lo convierte en acetatos,
lo que eventualmente termina en CO2 y H2O, igual
que en la combustión a alta temperatura. Sin
embargo, el alcohol se detecta en la orina y en el aliento, lo que quiere decir
que no todo el alcohol logra reaccionar como sucede en el calorímetro. Con
reacciones aun más complejas, así mismo pasa con las proteínas, carbohidratos y
todo lo demás, solo una parte de esas calorías se puede convertir en energía y
el tamaño de esa parte depende de tantas cosas que dejaría de ser comprensible.
Una
prueba de cuanto llama a engaño este modelo simplista de las calorías la tuve
mientras visitaba uno de esos foros que tratan sobre la nutrición y el control
del peso. Allí me topé con un debate en
el que un aventajado estudiante de mecánica elemental exponía un cálculo del
trabajo realizado por su cuerpo en una estera inclinada y lo comparaba contra
las calorías que podía leer en el monitor de su equipo.
Su cálculo era correcto... distancia recorrida multiplicada por el seno
del ángulo de inclinación arrojaba la altura alcanzada y de ahí sacaba el
incremento de la energía potencial en Joules y la llevaba correctamente a kilo
calorías. Se quejaba, no obstante,
de que leía más de cuatro veces ese número de calorías en el monitor.
Otro participante sugería que los fabricantes sobreestimaban las calorías
para exagerar los beneficios de su equipo; estaba además este otro que quería
explicar la discrepancia, señalando que en el cálculo no se había tenido en
cuenta la oscilación vertical del cuerpo al correr y así varios disparates
más... hasta que al fin, alguien sugirió que el cuerpo humano no era 100%
eficiente y que había oído que la cosa andaba por el 25%... Aleluya!
Esto
último, aunque más cercano a la realidad, hacía otra sobre-simplificación,
puesto que no se trata sólo de un factor, como si nuestro cuerpo fuera un motor
de combustión interna. Un motor no tiene
lo que se llama metabolismo basal, en otras palabras, un motor cuando no anda no
consume, pero nuestro cuerpo, aun cuando permanezca completamente inmóvil sigue
consumiendo. En perfecto reposo,
los nutrientes se emplean para reemplazar tejido, bombear sangre, digerir,
mantener la temperatura y alimentar ese cerebro grande que no para de funcionar
ni durmiendo, entre otra infinidad de cosas. Tampoco
los músculos funcionan como el motor de una grúa, que emplea energía para
levantar un peso a cierta altura, pero una vez alcanzada esta pega el freno y el
consumo de combustible cesa. El músculo
consume mientras esté en tensión, aunque no haya movimiento, y por tanto sin
entregar energía. En resumen, tratar de
relacionar el trabajo mecánico de algún ejercicio con las calorías de los
nutrientes ingeridos, como sugieren esas calorías en los envases, es misión
imposible.
Como
mismo el sistema de Atwater refinó al burdo método del calorímetro,
ha habido también refinamientos en eso de medir el consumo calórico de
las actividades humanas típicas. El
método consiste en medir primero el consumo de oxígeno por unidad de tiempo del
sujeto bajo estudio en perfecto reposo y después medirlo realizando la
actividad. Considerando que la
energía de los nutrientes se produce por su oxidación, se puede inferir que la
diferencia en el consumo de oxígeno es proporcional a las calorías extraídas por
el cuerpo a los nutrientes durante la actividad.
No hay duda de que esto tiene hasta más sabor a ciencia que el mismo
sistema de Atwater. No obstante, hay
crudas simplificaciones también, por ejemplo, consideremos el levantamiento de
pesas constructivo. Una persona con 200
lb de peso se dice que consume 558 calorías por hora.
No hay que poner en duda que se consumieron calorías a esa razón durante
la sesión de ejercicios, sólo que esa noche mientras el sujeto descansaba, su
metabolismo seguía trabajando para reemplazar y construir nuevo tejido muscular
a consecuencia de esa sesión de ejercicios, pero esas calorías no se
contabilizaron.
Ahora nos acercamos a la tercera pregunta ¿Cómo es que la energía sobrante pasa a engordarnos? Pues el combustible que utiliza el cuerpo para obtener su energía es la glucosa, cuando esta no se consume y su concentración en la sangre aumenta, el páncreas emite una hormona llamada insulina que, usando parte de la energía de la misma glucosa, la machaca con carbohidratos y otras yerbas creando en el proceso ese tejido adiposo que va a engrosar todo aquello que no hubiésemos querido. Ese fue el "cómo", pero el problema es el "cuánto". Es decir, si en sangre teníamos (X - Y) calorías sobrantes ¿Cuántos gramos de tejido adiposo implica eso? Bueno, eso depende de muchísimos factores, para empezar, parte de esa glucosa sobrante puede irse en la orina; la cantidad de insulina va a depender de qué tipo de carbohidratos usted comió o sea, de su llamado índice glicémico, y hasta cuán rápido...
Podemos
concluir... que si no sabemos la
verdadera cantidad de energía disponible en lo que comemos, ni sabemos cuántas
calorías realmente gastamos en nuestras actividades, ni cuánto nos va a engordar
esa cantidad desconocida de calorías sobrantes, entonces...
¿Para
qué sirve eso de contar calorías?