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Mis Graduaciones

Por Armando Rodríguez

Un acto de graduación es ese pequeño homenaje que se le da a las personas cuando estas alcanzan algún grado académico o militar de cualquier nivel. Es raro encontrar en la civilización a alguien que no tenga alguna foto de graduación con toga y birrete o uniforme de gala. Pues creo tener un record Guinness, el de un profesional que  logra llegar a los 60 años sin haber participado jamás en un acto de graduación en calidad de graduado.

Pues si, mi primaria la hice en una escuela privada habanera, que a diferencia de otras, no estilaba ofrecer actos de graduación al pasar de la escuela primaria al nivel secundario. El caso con este colegio (Columbus School) es que seguía simultáneamente dos sistemas educacionales, el americano y el cubano, este último era mas cercano a sistema Español. El “high school” realmente empezaba ya en el séptimo grado, que al mismo tiempo preparaba para el ingreso al bachillerato que se producía al año siguiente. Es comprensible que esta transición suave no marcara un ito que justificara un acto de graduación.  Esto se guardaba para el gran acto que se celebraría al final del Bachillerato y que sería también la despedida de la escuela.

En mi caso ese momento nunca llegó, lo que si llegó fue Fidel Castro con su revolución, que casi de inmediato quitó las escuelas privadas.  Pasé entonces a los institutos de segunda enseñanza para cursar lo que se llamó “Liquidación de Bachillerato”.  El gobierno revolucionario, con el propósito de reclamar el título de mejor educación de la Galaxia, rompía totalmente con el pasado.  Los cinco años de Bachillerato  ahora se volverían tres de Secundaria Básica y tres de Preuniversitario.  No obstante estos cambios, me debía haber tocado, como a otros, un actico de graduación al terminar mi “liquidación de Bachillerato”... , pero eso no llegó a ocurrir.

Cuando casi terminaba el cuarto año apareció el “Llamado a Armas Estratégicas” y éste, me estaba llamando a mí.  Entrenamientos en Cuba y la URSS (por cierto, sin esos aladrillados actos de graduación tan communes en las escuelas militares), movilizaciones y encierros impidieron por dos años mi regreso al mundo académico. Cuando al fin, después de una lucha contra todas las instancias militares intento subirme de nuevo a ese tren, el bachillerato había sido liquidado para siempre.  La nueva y creciente burocracia estaba ante un problema sin solución, no podia ingresar a la Universidad porque no era bachiller, ni podia entrar a un preuniversitario, pues los programas de estudio era demasiado diferentes.  Al fín, un corajudo funcionario de la Universidad, rompiendo los esquemas, me aceptó en un curso llamado de “Nivelación para Bachilleres” (si porque la universidad bajo la revolución se proyectaba tan superior a la antigua, que la segunda enseñaza del pasado no podía ser que tuviera el nivel sufience) bajo la condición de que lo pasara todo con sobresaliente.  Ahí me encontré con mis antiguos compañeros de cuarto año del Intituto, que se habían graduado el año anterior en un acto en que debí haber estado…, pero no.

Pasaron cinco años de universidad combinada con ejército.  Este último me libera con el grado de soldado raso, aun habiendo llegado a ostentar el cargo de Ingeniero de Sistemas de Alta Frecuencia a nivel nacional.  Como no quería hacer carrera militar y entonces se entendía que los grados eran sólo para los “cuadros permanentes”, nunca me ascendieron, de manera que durante mis seis largos años de servicio nunca figuré ni en el más modesto de los actos de graduación.

Logro terminar Física en 1970 “Año de la Zafra de los 10 Millones”.  Como la historia recoje, no hubo tales 10 millones de toneladas de azúcar, un mejor nombre hubiera sido “Año del Extremismo Socialista”, ya que la producción de consignas si estuvo cerca de los 10 millones.  Pues acorde con el “momento histórico”, la gran idea del partido comunista de la Facultad de Ciencias fue la de que los Físicos se graduaran de “Cara al Campo”, o sea, en un trabajo agrícola de una semana que culminaría en un acto de graduación en horas del mediodía, que tendría como escenario la piscina en contrucción de lo que sería el Parque Lenin.  Los graduados, con sus ropas de trabajo y sin la compañia de familiares ni amigos, escucharían desde el asco-charquito en fondo de la piscina las consignas que gritarían sus dirigentes a pleno pulmón desde el borde de la misma.  Un sólo diploma sería entregado al entonces secretario general de la Juventud Comunista del año (Nestor Cota, personaje abyecto repudiado de sus compañeros), éste lo recibiría en nombre de todos los graduados.

Eso no hubiera contado como acto de graduación para ningún sentido común, pero el hecho es que no cuenta en ningún caso, porque me negué a participar en esa grosería humillante.  Curiosamente, a los pocos dias de aquello y como para que los Fisicos constatáramos nuestra poca valía, los estudiantes de leyes y ciencias políticas se graduaban en el Aula Magna con toga y birrete.  A los varios meses se me informó que podia pasar por una oscura oficina a recoger mi diploma, que ya estaba listo.

Ya me desempeñaba como profesor en la Escuela de Física de la Universidad de La Habana, cuando la reserva de la Defensa Antiaérea me comunica que sería ascendido al miserable grado de subteniente, para lo cual me cita durante cuatro fines de semana para los ensayos de la ceremonia que tendría ligar en la fortaleza de La Cabaña.  Estos consistian en detestables marchas al sol durante horas.  En el último ensayo, un oficial de la comisión organizadora me saca de la formación para informarme que mi ascenso no había sido firmado por el Ministro Raúl Castro, no pudo decirme porqué, pero el caso es que no participé tampoco en ese acto de graduación. Unos meses mas tarde me llegó por correo, sorpresivamente, una carta certificando mi ascenso.  Una vez más obtenía el grado, pero no la ceremonia.

Me dan la oportunidad de optar y gano una beca en Suecia.  Con el trabajo realizado allí escribí una tesis para el grado de Maestro en Ciencias que defiendo exitosamente, pero el acto de graduación nunca se llega a producir, pues en el interim el recién creado Ministerio de la Educación Superior decide adherirse al sistema de grados cientificos soviético, con lo que el grado de “Maestro en Ciencias”, legado del sistema americano, deja de existir.

No obstante, se me dice que cuando defienda el PhD en Suecia, eso se me convalidaría directamente con el grado de “Candidato a Doctor en Ciencias” del nuevo sistema.  A Suecia nunca pude volver para defender mi tesis en modelaje digital de dispositivos semiconductores, pues ya la desconfianza política se cernía sobre mi.

Como opción se me ofrece defender directamente el grado de Candidato a Doctor en el pais, para lo que tendría que escribir otra tesis que pudiera ser tutoreada en Cuba.  Durante un año escribí sobre un proceso tecnológico que tenía que ver con plasma a baja presión llamado “sputtering”. Tutor, oponente, tesis publicadas … cuando al fin llega el momento de la defensa aparece una nueva normativa, nieta del viejo principio generador de aquellos horribles procesos depurativos y que rezaba que la Universidad era sólo para los Revolucionarios.  Este establecía que los aspirantes a cualquier grado científico debían ser aprobados por el Partido Comunista.  Es común en la legalidad socialista que las resoluciones, decretos y demás instrumentos tengan efecto retroactivo y esta normativa no fue la excepción.  Adivinó? … claro, el Partido me negó su aprobación.  Esta vez no sólo se me negaba el acto de graduación, sino el grado mismo.

Pero dicen que lo “bailao” no hay quien se lo quite a uno y a esto se le podía añadir que los conocimientos tampoco.  Puede decirse que, aun sin un acto de graduación, mi vida profesional ha sido exitosa tanto en Cuba como en los Estados Unidos, a donde al final tuve que ir a buscar asilo político.  Ya con 60 años en las costillas, el trabajo docente se presenta como un buena opción de final de carrera, pero no me acompaña la documentacion académica necesaria para aspirar a una posición de profesor.  Un colega y antiguo compañero de aula en la Escuela de Física, el hoy Dr. Luis Fuentes, una autoriidad internacional en la ciencia de materiales, me ofreció defender el Doctorado en el CIMAV  (Centro de Investigaciones de Materiales Avanzados en Chihuahua, México), donde hoy trabaja.  De manera que este cuento aun no termina aquí, tiene como que un final abierto, como esos que gustan a los intelectuales del cine.  Pueda que al fin tenga un acto de graduación por primera vez, en lo que es ya una larga vida… o que una vez más este se malogre por algún retruécano del fractal de la historia.

Epílogo

Lo anterior lo escribí a mediados del 2006 con un final abierto, pero ya del año siguiente se podía cerrar con confianza. Resultó que al no poder presentar un documento probatorio de haber alcanzado el grado de maestro en ciencias ni el original de mi título de Licenciado en Física, el CIMAV no pudo matricularme como aspirante a doctor, de manera los exámenes y la tesis sólo servirían para una maestría. No obstante, el CIMAV me daría la flexibilidad de defender un doctorado al año siguiente con sólo unos pocos requisitos más. heil

Pues defendí mi tesis y obtuve una vez más el grado de Maestro en Ciencias, cuando en Enero del 2007, el mencionado colega (Dr. Luis Fuentes) trata de matricularme para el doctorado, choca conque había aparecido una nueva normativa del Gobierno Federal de México. Esta consistía en que todo estudiante que aspirara a un postgrado, a partir del primer día del año 2007, tenía que someterse a un examen llamado el CENEVAL. Este examen se convocaría dos veces al año y consistiría en pruebas de inteligencia, de aritmética, redacción y cultura general.

Un CENEVAL ni siquiera se acerca en dificultad a los exámenes que tuve que aprobar para la maestría, como por ejemplo, el de Magnetismo que incluía el "Coco" de la mecánica cuántica, pero ese cuadro de yo sentado en un aula junto a muchachos que bien pudieran ser mis nietos, cuidada por alguien que pudiera ser mi hijo, haciendo un examen de, digamos, aritmética o tomando un dictado… no, eso sobrepasaba mi ya elevado umbral de tolerancia a la humillación.. De manera, que se concluye que lo más cercano que en mi vida tuve y tendré a un acto de graduación fue ese “juramento” que acostumbra hacerse en al CIMAV al final de la aprobación de una tesis. Este, en mi caso, consitió en emitir la palabra “juro” con el brazo extendido cual saludo Hitleriano ante un jurado de 3 personas que igualaba en cantidad al “público” allí presente para el acontecimiento.