Mi Noche con el Beny

 

Por Armando Rodríguez

 

Lo trascendente rara vez se identifica como tal cuando está ocurriendo, sólo con el pasar del tiempo, y a veces mucho tiempo, es que uno concluye que algún momento vivido ha, en efecto, trascendido.  Las prioridades del presente generalmente nada tienen que ver con lo que en el futuro uno considerará importante.  Ese fue el caso de lo que aquí cuento.

 

Corría el año 1961 o quizás fue el 62, tendría yo, si acaso, dieciséis recién cumplidos cuando Lilliam cumplió sus quince. Ya de esto hace cuarenta años y al apellido de Lilliam se me confunde, y es porque era uno común como García, Martínez o quizás Pérez.  El papá de Lilliam era el Dr. García, Martínez o Pérez, pero a pesar de ese apellido tan común, era el médico de Beny Moré.  Ya Beny venía enfermo pero aun trabajaba.

 

Lilliam, para sus quince, no quiso fiesta, en cambio, pidió a su papá que la llevara a ver a Beny Moré a un cabaret.  Lilliam era muy bonita y había sido noviecita de un tarambana compinche mío de correrías llamado Carlos Arias, alias El Mejicano.  Este tenía una altísima demanda entre las muchachas y habiéndose aburrido ya de ella, andaba por ahí huyéndole y atendiendo la mencionada demanda. Yo era vecino de Lilliam, vivíamos en el mismo edificio; no tenía la popularidad del Mejicano, ni siquiera puede decirse que era el que le seguía en segundo lugar… pero nada como estar en el lugar preciso, en el momento adecuado …  y a falta de nada mejor, me echó mano para que fuera su acompañante para esa gran noche.

 

El papá de Lilliam era divorciado de su mamá, por eso aquella noche el grupo fue de tres, lo que constituía un obstáculo para los intereses de mis hormonas en ebullición.  En aquella época, no es que me acercara a aquella de la que me enamoraba, sino más bien que me enamoraba de la que se me acercara.  Por entonces, decía mi mamá, que yo estaba enamorado del amor, forma muy poética de expresar que estaba en el desespero.

 

Llegamos al “Night And Day” y al entrar en seguida vimos al Beny, que en el pequeño y algo oscuro bar que quedaba a nuestra derecha, conversaba con algunos allí, pero que al ver a su médico entrar, enseguida levantó su vaso, como quien brinda, pero diciendo “Coca-cola Dótor, Coca-cola”.  Con la misma se acercó y nos acompañó a la mesa.

 

Yo era el único que él no conocía en el grupo, pero no hubo presentación formal ni siquiera recuerdo que felicitara a la niña de los quince.  El Beny se sentó en la mesa y empezó a conversar con su médico de temas que no recuerdo, pero esto no me debe extrañar, ya que él, para mis intereses inmediatos, estaba lejos de ser lo más importante que había en aquella mesa.  Toda mi atención se concentraba en que si era o no el momento de agarrarle la manito o pasarle el brazo por la espalda o cualquier otro avance de ese nivel.  Ese era el cuadro cuando el papá le dice al Beny que yo era hijo de Cuca Rivero. En aquellos tiempos y aun hoy en algunos círculos, yo no era yo, sino el hijo de Cuca, a la que todo el mundo conocía por ser todo un personaje de la farándula. Mami  dirigiría el coro de Cuca Rivero, famoso por actuar  fijo en el programa de mayor rating en la TV cubana, el “Casino de la Alegría” a donde Beny Moré era un invitado regular.  Me recuerdo que el Beny levantó las cejas, estiró los labios y dijo “Doña Cuca Rivero… ajumh!”. El gesto era consistente con un comentario que había oido hacer a mi madre, de que una vez, entrando al estudio de Casino, había visto al Beny en camiseta ensayando con su banda que le seguía en igualdad de atuendo, contaba que el Beny la miró como quien es sorprendido en alguna travesura, cerró el acorde y ordenó: "negrones, a ponerse la camisa que llegó Cuca". Ya se acercaba el momento de su actuación y le preguntó a Lilliam qué quería que le cantara; ella le contestó que empezara por lo que era su último estreno “Varadero”.

 

Ya la orquesta había comenzado con un tumbao, cuando él se puso el sombrero y subió directamente de nuestra mesa al escenario. Allí empezó a improvisar, sobre el tumbao que llevaba la orquesta, décimas que hablaban de que tenía que portarse bien porque su médico estaba allí y que “la Niña”, como el se refería a Lilliam, le cumplía quince. Se acabó el tumbao y cantó Varadero y después cualquier cosa que Lillian vociferara desde aquella mesa pegada al escenario.

 

Cuando terminó el show, el Beny regresó a la mesa y yo me fui a bailar con Lilliam mientras el papá y él seguían conversando.  No recuerdo un segundo show aquella noche, pienso que ya Beny no se quedaba hasta tan tarde.  En algún momento dejé de verlo, se fue sin despedirse de la “Niña” o de mí, pero parece que él era así para sus cosas.

 

A esa noche no le di entonces un buena calificación; los progresos con Lilliam no habían estado a la altura de mis expectativas.  No podía entonces comprender que, precisamente aquella noche había ingresado en un reducido grupo de privilegiados mortales que un día podrían decir, sin estar mintiendo, que conocieron personalmente y compartieron una mesa en una noche inolvidable con el gran Beny Moré.