Cuca Rivero
Esther Borja, amiga querida y nuestra mejor intérprete de la canción cubana,
según Lecuona,
Roig, Guzmán y otros tantos músicos ilustres y yo, sin tanto lustre, me
obsequió, por mis ochenta abriles, más bien junios, un bellísimo scrapbook
con la petición de que escribiera mis memorias y que, al hacerlo, tuviera
siempre presente que yo, al igual que ella, no éramos viejas, pues lo cierto
es que tenemos mucha juventud acumulada, que parece igual pero no es lo
mismo.Con ésta premisa juvenil, mis memorias, forzosamente, tienen que ser
festivas.
Tanto a mis hijos como a mis nietos, desde pequeños les han fascinado los
cuentos de nuestra infancia y juventud, transcurridos en Candelaria y en
Guanajay. Ahora, Laurita y José Adrian, mis nietos, continuamente me
preguntan: “Abuela, ¿Cuándo vas a comenzar a escribir tus memorias?
Y
sin mas plazo, por Esther, mis hijos y nietos,
hoy, cuatro de noviembre de l997 voy al encuentro de pasajes
deliciosos, dormidos en el recuerdo. Los contaré por su gracia, con cariño y
sin ánimo de burla. Será como un risueño fresco de estampas de una época.
Las hojas de éste álbum irán recibiendo mis recuerdos sin pretensión
literaria alguna. Me tomaré la libertad de retroceder en el tiempo, si creo
que merece la pena incluir algo que no recordé en el momento oportuno.
Nada pondré de mi “cosecha”, todo sucedió tal y cual lo cuento por vivido o
como me llegó a través de la memoria popular.
Ya emprendo el viaje. Si
lo desean, acompáñenme.
Nací en ese pequeño pueblo pinareño. Tenía un inadecuado parque, tan
gigantesco, que por cada lado mide aún dos cuadras de largo. Alrededor de él
estaba, prácticamente, casi todo el pueblo: el cine, la Iglesia, la
Sociedad, la tienda de ropa, la peletería, el médico, el dentista, las dos
boticas, la fonda, la barbería y las correspondientes familias. Jamás
escuché una retreta animada por una banda municipal y puedo asegurarlo
porque viví frente a ese parque y no lo hubiera olvidado.
Los niños acogen con gran naturalidad los sucesos cotidianos y su verdadera
gracia la descubrimos de mayores, cuando lo ocurrido pasa a ser leyenda. Por
ejemplo, Candelaria tuvo un alcalde que todo el mundo lo conocía por
“Colita”. La imaginería o choteo criollo se encargó d divulgar cosas como
estas:
Dicen que Obras Públicas
intentó hacerle un arreglo al parque. Colita intervino con la autoridad de
alcalde que era, aunque muchos lo dudaran, y dijo: “Señores, yo quiero que
el parque lo hagan del mismo tamaño, pero más chiquito”.
Comentario fatal que dejó al parque tal
y cual estaba.
Y aquí va otra de las
habladurías pueblerinas. Alguien que pretendía alfabetizarlo, le hace ésta
pregunta: p-i, pi, ñ-a, ña. ¿Qué dice, Colita?. Se hace un profundo
silencio. Su mujer trata de ayudarlo y le grita: Tata, es una fruta que te
gusta mucho. Colita la coge al vuelo y dice eufórico: “MAMEY COLORAO”. Y
pensar que en esa época el único alcalde analfabeto no era Colita.
Mis hermanas me recuerdan algunos émulos de Colita. En la firma de uno de
ellos se leía claramente Rifando Culero y el se llamaba Rufino Cordero. Otro
firmaba León Gonzón y su nombre era Leoncio González. Qué humorista criollo
los enseñó a firmar así, lo ignoro.
Volviendo al parque,
paraíso de los niños, recuerdo sus hermosos álamos que, además de su fresca
sombra, nos obsequiaba una lluvia de higuillos cuando íbamos camino de la
escuela donde la maestra Merita nos enseñaba a leer. Ella era cuñada de tía
María y las dos maestras habilitadas. Esto quiere decir que habían pasado
unos cursillos, yo no se dónde, que las capacitaba para ejercer como
maestras de primaria. Lo que no recuerdo es que en mi pueblo hubiera un solo
varón, maestro habilitado. Si los había nunca lo supe
.
Me desvié por un momento, pero regreso al grandísimo y querido parque, cuyos
álamos, además de dar sombra e higuillos, tenían enormes raíces que
levantaban el pavimento, siendo las responsables de las desgarraduras de
nuestras tiernas rodillas. En las partes en que las raíces no lograron
romper el piso, jugábamos y cantábamos rondas tradicionales infantiles, las
que no he olvidado, ni olvidaré, porque mi madre, que vivió ciento un años,
las cantó hasta el final de su vida. Ella y sus hermanas, cuando eran
pequeñas jugaban entonando estos cantos en la Alameda de Paula habanera.
Hoy, cada vez que paso por allí, vuela mi imaginación y veo
a las seis niñitas Casteleiro, con vuelos y lazos, jugando en la
vieja alameda.
El caudal de los cantos infantiles tradicionales que aprendí de mi madre,
fue un rico punto de partida para la investigación que realicé sobre éste
tema, años más tarde.
Los recuerdos se agolpan
en mi mente y trato de darles cierto orden al escribir, pero no siempre lo
logro. Ahora están rondando por mi cabeza unos versitos sobre la caída que
se dió el cura del pueblo, lo que sucedió hace muchos años, pero la memoria
popular se encargó de divulgarlos, de generación en generación, llegando
hasta mi nieto José Adrián, que los archivó en su prodigiosa memoria, y es
justamente él quien me los ha refrescado. Dicen así:
Desde lo alto de un muro,
y rezando una plegaria,
el cura de Candelaria
se cayó al suelo duro.
Melesio, con gran apuro,
lo recogió por los codos.
El doctor Méndez, con yodo,
le hizo una cura completa.
Y el cura dijo: ¡Puñeta!,
Por poquitico me jodo.
Bueno, ¿ Y qué hago yo ahora recordando a Francisca Basura y a la niña
Zoila, unos personajes que ni conocí?. Sólo sé que Francisca Basura se robó
a la niña Zoila y la entregó a los brujos de las lomas de Candelaria. Estos
la sacrificaron y su sangre la bebió un enfermo para que se curara. ¡Qué
horror¡ A lo mejor ni se curó, que sería lo más justo. Por esta brujería,
ciertos días de diciembre los niños ni siquiera podíamos jugar en el parque
para que no nos pasara lo mismo que a la niña Zoila. Y dejo la brujería
para seguir recordando otras cosas de mi pueblo.
Al lado de nuestra
farmacia estaba la casa donde nacimos y
también mi padre. Esta botica no se cerraba de noche, al igual que todos los
comercios, porque aún Guiteras no había implantado la ley de las ocho horas
laborables. Recuerdo que en el portal se reunían a conversar los amigos.
Puntos fijos eran los médicos Méndez y Valle. Cuando llegaba algún cliente,
se le atendía, y si no tenía mucha prisa, se incorporaba
a la tertulia.
Papá y su hermano Pepe
eran farmacéuticos. Este tío se casó y fue a vivir a un pueblo mínimo, Santa
Cruz de los Pinos, situado entre San Cristóbal y Los Palacios. Si allí hubo
pinares debió ser antes de la llegada de mi tío. Como es de suponer, era el
único boticario del pueblo y más que suficiente.
A
Teté mi hermana y a mí nos
gustaba pasar unos días con las primas, pero teníamos la sabia precaución de
regresar a casa antes del sábado, día peligroso en que mi tío purgaba a toda
la familia con Agua de Carabaña. Por suerte, mi padre no era partidario de
éstas purgas sabatinas.
Mis dos abuelos eran
españoles y se casaron con cubanas. El abuelo Rivero era asturiano y el
abuelo Casteleiro, no hay que aclarar, era gallego. Ambos murieron antes de
yo nacer. Igual pasó con la abuela materna, que murió bastante joven luego
de darle al abuelo Casteleiro un varón y séis hembras.
Mi abuela Tonita, madre de papá y del tío Pepe, me conoció, pero yo era tan
pequeña que no la recuerdo. Así que fui una niña sin abuelos, una verdadera
pena. En compensación tuve tías hasta para hacer dulces.
A la muerte del padre de
mamá, ya ella estaba casada, sus cinco hermanas quedaron al cuidado del
hermano, el tío Pepe Casteleiro. Cosa curiosa, mis dos únicos tíos se
llamaban Pepe. Pero este tío, creo que tenía treinta años, se cortó
afeitándose, le sobrevino una septicemia y, por aún no haber descubierto
Fleming la penicilina, murió.
Como mi abuela Tonita sólo había tenido hijos varones, aceptó de muy buen
grado la propuesta de papá de traer a vivir con ellos a sus cinco cuñadas,
de las cuales dos eran niñas. Realmente la vida demostró que fue un gran
acierto aquella atrevida decisión de ampliar la convivencia familiar en gran
escala y de sopetón.
Por lo anteriormente explicado es que el 25 de junio de l917, cuando abrí
los ojos al mundo, después de una respiración artificial, boca a boca del
médico Valle, ya que dos vueltas del cordón umbilical adornaban mi cuello,
me encontré rodeada de mis padres, la abuela, cinco tías e igual número de
hermanos. Luego de este nutrido recibimiento, me debo haber sentido muy
feliz. Al año siguiente también yo participé de la presentación de Teté y
posteriormente, año tras año, de las de Pepe, Blanquita y Magda A esta
última camada de muchachos, incluida yo, la bautizó el padre Mario Cuende,
que tuvo la fineza de vivir hasta bautizar a mis hijos Mandy y Silvita.
Alfonsito mi hermano, cerca de cinco
años mayor que yo, parecía que
iba a nacer el día del santo de papá, y, aunque se anticipo un día, no se
libró de llevar el nombre de
papá y el de mis dos abuelos, Alfonso, Vicente, Ramón .
No he contado por qué me llamo Juana Petronila Isabel. Mis tres hermanas
mayores las inscribieron con un solo nombre, Margarita, María y Celia y
ninguno de ellos era el de mamá, porque el Juana que le pusieron nunca fue
de su agrado y como le decían
Cuca, no se acostumbró a él. A mi se me esperaba para el día del santo de
mamá, San Juan Bautista, y llegué pasadas dos horas, pero sin remedio
alguno, me encasquetaron el
nombre de mi madre y el de mis dos abuelas, por lo que me llamo Juana
Petronila Isabel, un real ensañamiento con una niña tan pequeña. La única
ventaja fue que celebraba el santo junto con mamá y tremenda fiestona que
teníamos.
Nadie me llamó por otro nombre que
no fuera Cuquita. Mas tarde este chiqueo no me pareció propio para quien iba
a ingresar en el Instituto de La Habana y me hice llamar Cuca, hasta que en
el Carnet de Identidad, con letra insolente, apareció como segundo nombre,
Petronila, y hay que ver con que saña lo gritan cuando tramito algo oficial.
Mis amigas Carmen y Martha se divierten
mandándome algún FAX dirigido a Juana P.
Cambiando el tema
anterior, contaré que el centro familiar era nuestra casa. Las tías
se casaron, con excepción de Blanca, a la que le decíamos Tita, que
la pobre tuvo un noviazgo tan largo, tan largo, que su prometido, el pobre
Jacinto, murió. Los sobrinos siempre le dijeron a mis padres, Papá Alfonso y
Mamá Cuca, lo que era sobradamente justo.
¡Ah! la Nochebuena y el
Día de Reyes son recuerdos memorables e imborrables de mi niñez. Para la
Nochebuena se le ponía un
agrego a la ya inmensa mesa
del comedor, para que todos pudieran sentarse. Hoy, con un sentido
más práctico, se serviría una mesa sueca y chirrín, chirrán, nada de
servirle a cada uno. Olvidé el período especial, así que abajo la mesa
sueca.
El cinco de enero volvía a
utilizarse la gran mesa familiar, pero esta vez era para colocar los zapatos
de los pequeños con las
correspondientes carticas a los Reyes Magos pidiéndoles juguetes. A la
mañana siguiente dichas carticas eran sustituidas por las de los Reyes a los
niños con los obligados consejos de buen comportamiento.. Hijos y primos a
las siete de la mañana formábamos una larga fila detrás de papá, que era el
encargado de abrir la puerta de las sorpresas. También recibían regalitos
los hijos de los que trabajaban en mi casa y en la botica
Hoy sé que los mayores disfrutában
tanto como los niños, y lo puedo asegurar porque yo hice lo mismo con mis
hijos. Claro que la moderna sala-comedor impedía la replica exacta de mis
recuerdos, pero los regalos en el Arbol de Navidad también los hicieron muy
felices.
Mis hermanas mayores, Margot, Maruca y Celia, se educaban en el colegio
Sagrado Corazón de La Habana.
Estaban pupilas, al igual que los dos varones en el Colegio de Belén. Creo
haber escuchado que Maximino, bastante mayor que Alfonsito se escapó del
colegio y lo capturó papá en Santa Clara. No tengo muchos detalles de la
escapada, pero debe haberlos.
Durante los nueve meses del curso escolar, la familia quedaba dividida, los
hijos mayores en La Habana y
cinco pequeños en Candelaria, pero estos iban creciendo y llegaría el
momento en que estarían sin ningún muchacho durante ese período escolar. Así
que, ni cortos ni perezosos se adelantaron a lo inevitable y decidieron
trasladarse para Guanajay, que tenía dos buenos colegios, uno de varones y
otro de hembras. Para gran dicha de papá seguíamos viviendo en su amada
provincia pinareña, que por aquel entonces aún no pertenecía a Habana-Campo.
Antes de pasar a Guanajay, debo dejar constancia de anécdotas deliciosas de
mi natal Candelaria.
Entre mis personajes preferidos está
Chimbimbo, padre de Simón, nuestro cocinero.. El nos visitaba a menudo y los
niños lo recibíamos con gran regocijo. Para nosotros él era
un mago, entre otras cosas, porque aparecía triunfante en el comedor
llevando en lo alto una fuente con tortillitas de melocotón envueltas en
llamas. Eso sí que era un acto de magia. De mayor vi a camareros luciéndose
con platos flameados. Según el poeta Eliseo Diego, “...todos llevamos un
niño dentro” y el mío se niega a dudar de la magia de Chimbimbo.
El chino
Julio, dueño de la fonda que estaba frente al parque, luego de
veinte años en Cuba, y
sin salir de ella, le llega la grata nueva de que acaba de ser padre de un
hermoso varón. Cándido y regocijado invitó a sus clientes a brindar por el
fausto acontecimiento. Pocas son las personas que han tenido la oportunidad
de participar en un brindis que ha pasado a la leyenda popular.. Realmente
lo del chino Julio no tuvo nombre. ¿O sí?
Y
hablando de chinos, se cuenta que había otra fonda de otros “pasanas”-
aclaro que no era la de Julio- cuyo plato especial, o sugerencia era el
Arroz con Aurora, plato que cierto día fue retirado bruscamente del menú,
cuando alguien descubrió inocentes trampas caseras para atrapar auras
tiñosas. Así que “Aló con Aulola”, ¡Que cosa¡
Cuentan que el secretario del
Juzgado era un divulgador
inagotable de los sucesos que ocurrían en los juicios. Buenos ejemplos son
los siguientes:
Un policía acusaba a un ciudadano
de haber robado del almacén de la envasadora dos cajas, una marca
TOMATOES y otra marca POTATOES, las que fueron pronunciadas con gran énfasis
y en español bien castizo. Para el policía se trataba de marcas comerciales
y de inglés, nada.
Aquí va otra anécdota
del jefe de la policía que se llamaba, o le decían Manuel Macho. Este en un
informe al juez, escribió textualmente:”Señor juez, los forrajidos juyeron
por la puerta el llale”
Lo que sigue lo escuchó el
secretario, antes mencionado, cuando un testigo dijo en verso lo siguiente:
Estando José María
sentado en la barbería,
vino José Ramón
y le pegó un “gaznatón”.
El juez, asombrado y molesto por la
cuarteta del testigo, se inspira y dicta sentencia:
Absuelto José María.
Absuelto José Ramón.
Y usted por su poesía,
Treinta días de prisión.
En todos los pueblos hay uno o más
connotados mentirosos. Luisa, en Candelaria, era harto conocida como gran
mitómana. Para aseverar la noticia que estaba divulgando, dijo que la había
escuchado en boca de dos personas que viajaban en el mismo tren, Fulanito
que iba para La Habana y Menganito para Pinar del Río. Gracias a su
mitomanía, Luisa se mantiene viva en la memoria popular.
Doña Florinda, tía de nuestra prima
hermana Concha, más hermana que prima, era española, maestra y gran
cultivadora, mas bien fiscalizadora del buen uso de la lengua cervantina..
Ella, aunque fina y delicada, no dejaba pasar una, tratándose de gazapos y
chabacanerías linguísticas, con inclusión de las mala palabras.
Vecinos de Doña Florinda eran
Mariana y su esposo. Naturalmente, a la muerte de éste, se personó en el
velorio para darle el pésame a
Mariana. Al aproximarse, la sobrecogen y espantan las fuertes e inapropiadas
lamentaciones de la viuda que, tirada sobre el
ataúd, vociferaba: “Mi pobre viejito, cuando él me decía:” Malana,
Malanita, coño, coñito, carajo, carajito” y volvía a comenzar en un
ritornelo insoportable a los delicados oídos de Doña Florinda. Esta, que
como habíamos dicho no dejaba pasar una cuando de cuidar el lenguaje se
trataba, dirígese a la viuda descontrolada en estos términos: “Mariana, ¿vos
no tenéis otras palabras con que expresar vuestro dolor?.” A Mariana se le
atragantó el ritornelo, sumiéndose en el mas profundo silencio, buscando
inútilmente, en su aturdido meollo, las palabras apropiadas para expresar su
dolor, siguiendo la sugerencia de Doña Florinda.
De las anécdotas de mi pueblo
no se libra ni mi padre, por mi sentido de la imparcialidad. Mamá se salva
porque era la paz, la prudencia misma. Papá, a su vez, era todo generosidad,
con muchos valores mas, pero su entretenimiento le jugaba malas pasadas y,
de refilón, a mi madre también.
El primer radio que llegó a
Candelaria lo compró papá. Creo que tenía alguna bocina, pero el usaba unos
audífonos que lo aislaban del mundo. Como era amigo de compartirlo todo, o
casi todo, invitaba al vecindario a disfrutar del novedoso equipo. Entra en
la saleta Guillermito, chofer del fotingo de papá. Al verlo, inmediatamente
le dice: “Guillermito trae a la vieja para que oiga el radio” El chofer
asombrado, pero muy respetuoso le decía: “Don Alfonso.....mamá murió”. Papá
sin enterarse de lo que había dicho el joven seguía insistiendo. Mamá no
pudo mas, acompañó a Guillermito hasta la puerta de la calle, pidiéndole
escusas por el inconcebible olvido de mi padre, ya que había asistido y
hasta costeado el entierro de la señora. Al día siguiente papá se deshizo en
disculpas con el hijo de la difunta invitada insistentemente a escuchar el
radio.
Casi mayor que la distracción
anterior, es la que sigue:. Cierto día, en el portal de la botica -creo que
esta palabra está en extinción, se dice más farmacia- papá entabla una
animada conversación con un sujeto cuyo mote era Marbella, mote que le hacía
“perder los estribos”, que no es otra cosa que encolerizarlo frenéticamente.
Como era de esperarse, durante toda la conversación no le dijo otro nombre
que el odiado mote, pero , eso sí, dicho con tal naturalidad e inocencia que
tenía desconcertado al sujeto. Mamá, sentada en el portal meciendo a un
niño, como le era habitual, con horror esperaba el peor desenlace
si le acababa la paciencia al pobre hombre
Cuando al fin se despidieron
serenamente, mamá le dice: “Alfonso, por Dios, le has dicho Marbella todo el
tiempo y sabes que a él no le gusta” Sorprendido, apenado y antes
de que se alejara para poder reparar su falta de delicadeza, le
grita: “MARBELLA...” y lo alcanza. Mamá entra a la sala velozmente, con su
bebé en brazos, para no escuchar las imperdonables disculpas que daría al
infortunado Marbella. Al
ratico, papá entra y besa al bebé, inexplicablemente ileso.
Voy a intercalar una anécdota en la
que mi padre debió seguir su habitual distracción y me falló.
El papá de nuestras amiguitas,
Esther y Eva, antes mencionadas,
era militar, el Teniente Sosa. El nos quería y complacía mucho a Teté
mi hermana y a mí. Con cuanto cariño recuerdo los paseos a caballo que
organizaba cuando, ya
mayorcitas, veníamos de Guanajay
a pasar unos días en Candelaria en casa de tía Sofía. También, iban a
esos paseos Carmita y Teté Alonso y por supuestos Esther y Eva.
Menos la de mi hermana y la mía, las
cabalgaduras de las otras jinetes eran caballos del ejército,que equivalía a
decir de siete pisos. Papá, que no estaba distraído, desdichadamente, no se
transaba a ver a sus hijitas a tanta distancia del suelo y nos buscaba unos
caballitos cuyas alturas no sobrepasaban la del burrito Rucio de Sancho
Panza, ni la de Platero , el de Juan Ramón.
Realmente el caso era para sentirse
disminuidas, pero ante la disyuntiva de ir o no ir al paseo, no había otra
opción posible que montarse en aquellos enanos, que no competían en
gallardía con los del ejercito, tan parecidos a los de la policía montada de
Canadá. La estampa era ridícula, pero no hay como la adolescencia para
disfrutar, a pesar de los pesares.
Me pusieron espuelas y un
chucho en la mano, los que no usaba por pena con el caballito. Claro que me
iba quedando atrás, pero Sosa
lo remediaba al instante con un chuchazo tal,
que el enano, a todo galope, se ponía al paso con los grandísimos.
Uno de estos paseo me lo perdí por culpa del sarampión. Me despierto
tempranito y rápidamente me pongo el traje de montar y, más rápido aún, me
lo tengo que quitar cuando aparece en el cuarto tía Sofía
y sin que fuera médico, diagnosticó rotundamente SARAMPION. Me paró
frente al espejo, pero yo era incapaz de detectar ningún síntoma de la
inoportuna enfermedad. Bajo protesta tuve que volver a la cama, y ni una
palabra mas sobre el caso. Lo de ese sarampión fue una trastada
imperdonable.
Años mas tarde la familia Sosa se
mudó para La Habana. En las vacaciones nos pasábamos unos días con ellos.
Teté mi hermana estaba muy delgadita
y Pepilla, la mamá de Esther y Eva la despertaba al amanecer para darle un
brebaje distanciado del desayuno. Segura estoy que no era Agua de Carabaña,
la del tío Pepe de Santa Cruz de los Pinos, porque Teté nunca trató de
escapar. No recuerdo si mi hermanita aumentó alguna libra, pero la intención
era requetebuena.
Sosa conocía mi predilección por el pastel de plátano maduro y
por el turrón de guayaba, que, por cierto, era clarito y con textura
de turrón. Creo que ya no se hace y es una verdadera lástima. A él le
encantaban las sorpresas. Antes de sentarnos a la mesa se lamentaba de no
tener para mí esos deliciosos manjares, por falta de tiempo, naturalmente.
Yo le decía que no se preocupara, que lo importante era estar con ellos.
Aunque desconsolada internamente, me portaba finísima. Y, de buenas a
primeras...¡Abra Cadabra¡...y aparecían ,por arte de magia, el pastel y el
turrón. Los gritos de felicidad y las risas nuestras llenaban de felicidad
al querido Sosa, siendo el mejor pago por sus desvelos. Han pasado muchos
años y los sigo recordando con un gran amor.
Seguidamente le toca el turno a Don Pepe.
El cariño que lo unía a papá, con fuertes lazos,
databa de mucho antes de que le construyera un caballito de palo para
que, a los siete años, hiciera su entrada en la Iglesia de Candelaria,
montado en dicho corcel para ser bautizado. Creo que el cura y mis abuelos
malcriaban en exceso a mi padre, pues lo del bautizo a caballito fue una
concesión espectacular. Papá creció y el cariño entre ellos también.
Cuando uno dice
DON PEPE, es tan sonoro, que imagina a un hombre alto, fornido,
respetable. Ni alto, ni fornido era ese Don Pepe que llenó jubilosos pasajes
de mi infancia.. Respetadísimo si era. Vivía en las lomas de Candelaria,
siendo considerado un cacique, un verdadero patriarca de la zona.
Con Clara, su esposa, tuvo veinticuatro
hijos. Mi hermana Maruca y tía Sofía conocieron sólo diez, pues ya
habían muerto catorce cuando pasaron una temporada con ellos en las lomas, a
fin de mejorar la salud de Maruca, con un cambio de aire.
A
Don Pepe se le obedecía ciegamente, a pesar de su pequeña estatura.
Jugársela con él era peligroso.
Vaya un ejemplo de suprema obediencia. A punto de partir, sombrero en mano y
revolver al cinto, dice Don Pepe a su esposa y sierva:
“Clara, voy a dar una vueltecita. Al
regreso quiero encontrar mi almuerzo calientico
en la mesa.” La vueltecita de Don Pepe duró un año, y, el muy cara
dura, llegó preguntando: “¿Clara, me serviste el almuerzo como te dije?.
“Ahí lo tienes sobre la mesa” respondió Clara secamente, sin añadir un solo
reproche, después de haber
servido inútilmente 365 almuerzos calienticos.
Don Pepe, está demás decir, que era
muy estricto y sus castigos tan ejemplarizantes que el que trabajara con él
ponía los cincos sentidos en lo que hacía, para no perder un dedo,
como le sucedió a Pillo, por distraído.
Enseñó a toda la familia a tirar. Cuenta mi hermana Maruca, que detrás de
cada puerta había un rifle.
Cierto día, cansado de dar parte a la guardia rural inútilmente, decidió
despachar para el otro mundo a Cundingo, un bandido que asolaba las lomas
impunemente. Ante tanta inercia de los encargados de cuidar el orden,
decidió actuar por su cuenta.
Como un gran estratega, planeó el golpe que llevaría a feliz término su
familia, con él de jefe, por supuesto. Una vez calculado meticulosamente el
lugar y hora de la noche de mayores posibilidades de liquidar al bandido,
mandó a subir a la copa de un árbol a la hija mejor tiradora, protegída por
el follaje. Los varones y él se ocultaron a los lados del camino, armados de
picos y palas. Tal como esperaba Don Pepe, el bandido hizo su aparición,
cuando ya algunos estaban perdiendo las esperanzas. Su hija observaba al “maledetto”
fijamente, sin respirar, y,
cuando lo tuvo en la mirilla, sin un temblor
en la mano, le hizo un sólo disparo...PUM...
tan certero, que
despachó a Cundingo para el otro mundo, como le había ordenado su padre.
Cumplida la parte de la faena que le correspondía, observó placenteramente,
desde su palco preferencial, la destreza conque su padre y hermanos
abrían un hondo hueco, depositaban al bandido, lo cubrían
de tierra y, por último, la apisonaban como si fuera la danza de la
vendimia. Esto fue todo y aquí no ha pasado nada.
Lo cierto fue que Cundingo voló como
Matías Pérez, sin dejar rastro alguno. “¿What happen to Cundingo?” se
preguntaría el pastor americano. El mayor silencio cubrió este suceso.
La paz regresó a los habitantes de las lomas, cuando y cómo lo supo
mi familia, lo ignoro totalmente.
Un buen día Don Pepe embulló a papá
a que pasara el verano en el Carenero con toda la familia. Esta era una
playa, casi desierta, sólo habitada por pescadores, a la que no se podía
llegar por tierra desde Candelaria, posible únicamente por mar.
Para Don Pepe no existían las dificultades. Argumentó que el contacto con
esa naturaleza sería muy beneficiosa para la salud de los niños. El se
comprometía a transportar semanalmente alimentos y todo lo demás que se
necesitara.
Testarudo y convincente logró al fin que partiéramos en auto hasta Bahía
Honda y de ahí, en una lancha, hasta el Carenero, donde disfrutaríamos
plenamente de la naturaleza y no precisamente de confort.
Además de la familia viajaban también: Simón el cocinero, su inseparable
pinche, una criada, Maíta la manejadora y el perro León, creo que era León
I, pués existió el II.
Yo tendría unos cuatro años y recuerdo nítidamente una caseta forrada con
sacos, con una puerta y cuatro palos que se hincaban profundamente en la
arena, para mantenerla erguida.
Los pescadores le decían “escusao” y hacía las veces de inodoro. Tenía en su
interior una tabla horizontal con dos huecos para colocar las posaderas. Uno
grande y otro más chico, de acuerdo al tamaño de aquellas. Yo tenía buen
cuidado de sentarme en el hueco chico, pues una falsa apreciación de mi
parte podría ser fatal.
Claro, hay cosas imprevisibles, como la de aquel día en que le estaba dando
uso al tareco, y sentí que la caseta se movía a uno y otro lado, hasta que
se viró completamente. Muy asustada sacaba cabeza y brazos por el hueco
grande llamando a mamá desesperadamente, para que me rescataran
antes de que me alejara navegando dentro del “escusao marinero”. Por
suerte papá tenía la precaución de establecer una guardia permanente frente
al peligroso tareco. Y, gracias a eso, fui
salvada a tiempo.. Día a
día se comprobaba que el confort tenía niveles insospechados en esa playa.
Don Pepe cumplía religiosamente lo prometido. Cada semana hacía su entrada
triunfal, capitaneando gallardamente
un arria de mulos cargados
de mercancías, para alegría de grande y chicos.
Los pequeños la pasamos bien, menos Teté, mi hermanita,
que corriendo por la arena metió el pié en el sartén donde Simón
freía platinos maduros, encanto de chicos y grandes. Como todo se hacía de
forma primitiva, la leña encendida estaba en la arena y sobre ésta, el
sartén, donde
se coló inesperadamente el pié de Teté.
Hoy veo claro el por qué no se repitió esa aventura veraniega, a pesar de lo
beneficiosa que debió ser para la salud de los niños.
Espero que haya quedado bien claro que Don Pepe, aunque muy pequeño de
estatura, era un tipo recio y valiente. Un aciago día para él, se dispuso a
llevar de paseo a caballo a mis tres hermanas mayores y a Rosita, una
amiguita, un poco mayor que ellas que, años mas tarde, se convirtió en
nuestra cuñada, al casarse con Maximino. Las edades de estas jovencitas
oscilaban entre los trece y los dieciocho años.
Rosita era bonita,
simpática, con la risa a flor de labios, pero, desdichadamente para Don
Pepe, nada diestra en la equitación. Algo
que quedó bien claro a la hora de montarse en los caballos. La
inutilidad de ella era mucha, pero, ¡al fin¡ logró sentarla en la montura.
Partieron sin mayores
problemas hacia la finca “La Mariana”, propiedad de mi padre. Llegaron a su
destino y, con la proverbial gentilza campesina, les dijeron: “Desmóntense a
tomar cafè”. Todos se bajaron de sus caballos, menos Rosita. Seguro estaba
Don Pepe que ella no pondría pié en tierra por sí sola. Sin sospechar a lo
que se exponía, levantó gentilmente sus brazos para ayudarla. Craso error de
Don Pepe, pués a Rosita no se le ocurrió una cosa mejor, que lanzarse
confiada en los brazos del breve anciano, como si fuera el propio Hércules
el que la recibiría. El resultado no pudo ser otro, Don Pepe quedó
totalmente aplastado y desaparecido bajo la
humanidad de Rosita. La situación, harto ridícula, hería la dignidad
y hombría del maltrecho patriarca, al que, además, le era
imposible dejar de escuchar las risas incontenibles de las muchachas.
Una vez liberado del robusto cuerpo de Rosita, conteniendo su iracundia,
dijo secamente, con voz tronante: “CONMIGO NO SALEN MAS” Y esto quedó ahí
por lo mucho que quería a papá, pues a Pillo le cortó un dedo por muchísimo
menos. Hoy, mi amiga Ana Lourdes diría: -“¡Que fuerte ése Don Pepe!”
El día de la mudada para Guanajay
se iba acercando indeteniblemente. Estábamos tristes, porque
dejaríamos atrás a nuestras amiguitas mas queridas, Carmita y Teté Alonso y
Esther y Eva Sosa. Tampoco ya podría
pasarle por delante al viejo Octavio Rivero, primo de papá, luciendo una
batica nueva, con su lazo correspondiente, que él siempre me celebraba con
fina galantería. Dicen que era un pésimo dentista, pero como yo aún no había
tenido necesidad de sus servicios, me caía requetebién.
De estudiante de Música
siempre se me dijo que el son había venido de Oriente, que allí estaba su
cuna. Yo no lo niego rotundamente, pero entre las cosas que iba a extrañar,
cuando ya no estuviera en Candelaria, eran aquellos cantos de los guajiros
de las lomas que yo escuchaba desde mi cama. Ellos, de noche, acampaban en
el traspatio de mi casa y de la botica, esperando a que aclarara, para salir
con “la fresca” hacia las lomas. Ya habían vendido en el pueblo su mercancía
y comprado ropas, medicinas y otras cosas que necesitaran.
Los cantos que mencioné,
no eran otra cosa que sones montunos, mas bien estribillos, sin mayor
desarrollo. Recuerdo dos de esos cantos, éste, por ejemplo: “A la piña pera
/ y a la pera piña”. Otro decía: “ Agua pa los bomberos/ que se quema la
planta elertrica” - lo escribo como lo escuchaba
-. Cada canto se repetía
hasta la saciedad, o la desesperación del oyente.. El ritmo era de son., sí
señor.
Hoy, 14 de marzo de este
año 1998, entra eufórico mi
nieto José Adrián, que se casará el próximo 5 de abril con Wendy, pichón de
médico, y me comunica que han encontrado un nombre precioso para cuando
tengan un hijo y me dice:
“Vamos a ver abuela, si a ti te gusta” y, sin mas, sale de su boca disparado
un odiado nombre: ¡ISMAEL¡. Como un rayo me situé en Candelaria- por esto lo
cuento ahora, antes de la mudada para Guanajay - y vino a mi mente la imagen
abominable de un tío político, increíblemente casado con mi dulce tía Isa y
padre de una niña adorable, tocaya mía, a ambas nos decían Cuquita. Así me
llamaba todo el mundo, menos Ismael, que me decía “Cuca la grande” por ser
unos meses mayor que su hija. Mi primita era una niña enferma, que no rebasó
los doce años. No podía sofocarse, así que se entretenía viéndonos jugar.
La antipatía de aquel demonio por mi
era mucha y
hoy pienso que radicaba en que yo era un niña hiperkinética, lo que
hacía un contraste violento con
la necesidad de quietud de la pequeña enferma. Teté, por ser mas tranquila,
era la preferida de Ismael. Pero yo fui siempre la gran diversión de la
niña de Isa. Así le decíamos al referirnos a ella, como si no tuviera
padre.
A veces la primita
quería que Teté y yo nos
quedáramos a almorzar con ella, invitación que me aterraba, pues, tan pronto
como nos sentábamos a la mesa, refiriéndose a mi, Ismael decía : “Ahorita se
atora con el arroz”, profecía que inexorablemente se cumplía si estaba él
delante. No se que oscuro poder tenía sobre mi pobre garganta.
Algunas tardes alquilaba
un fotingo para ir a buscar frutas a las afueras del pueblo. Como era
natural yo estaba embulladísima para ir al paseo. Y, como era aún mas
natural, Ismael tramaba dejarme en la acera, llorando “a moco tendido”. Pero
mi ángel guardián, tía Sofía, aparecía en el momento preciso y, con gran
decisión, se montaba en el fotingo y me sentaba en sus piernas. Rápidamente
se secaban mis lágrimas y, sin el menor rencor, me disponía a
disfrutar plenamente del paseo, mientras el horrible tío rumiaba su
rabia.
Ismael -no le diré más tío- tenía alquilado el local del cine, por lo que,
al mediodía, disponíamos de un escenario donde improvisábamos comedias para
divertirnos y hacer reír a la única espectadora, la niña de Isa. Con la
intención de un miura, me
pregunta Ismael, si me gustaría hacer maromas en un trapecio. Increíblemente
olvido lo del arroz, lo del fotingo, entre otras cosas,
y le dije que me encantaría. Jubilosa presencié la colocación del
trapecio, lo suficiente alto como para salir de mí temporalmente y, con un
poco de suerte, definitivamente.
Al día siguiente me
estrenaría como trapecista y, al igual que la niña del circo, haría miles de
maromas. Llegamos al cine. Mi
prima y Teté observaban temerosas como me subían al trapecio para iniciar
mis acrobacias. Había llegado el gran momento para mi y para el ogro
también. Pero, como siempre, y, antes de que aquel monstruo saboreara el
triunfo, apareció tía Sofía y
terminó bruscamente, y para siempre, mi iniciación como trapecista. Yo no
estuve de acuerdo, en esta ocasión, que la tía pusiera a Ismael “como un
zapato”, como diría Enma Norka, mi amiga guantanamera.
Por mi gusto, yo no hubiera incluido
a Ismael en estas Memorias Festivas, pero abuela al fin,
he complacido a mi nieto José Adrián que me lo pidió.
A partir de ahora sólo asociaré ese nombre al Ismaelillo de José
Martí y al adorable primo de mi nieto Ismael Diego, hijo de Rapi y nieto de
Bella y Eliseo.
Y
ya de mejor humor, paso a otro tema. En los pueblos, los profesores de
piano, generalmente, procedían de las capitales de provincias donde hubiera
Conservatorios de Música, a éstos
llevaban sus alumnos a examinar. Margot, mi hermana mayor, recibía
las clases de piano de la profesora Rosita, que venía de La Habana en tren
semanalmente, pues aún no estaba construida la carretera central. Sus
alumnas se examinaban en el Conservatorio Sicardó
Maruca, un año exacto menor que
Margot, estudió mandolina con la esposa del otro boticario del pueblo. Ella
también me dió clases a mí
cuando tenía cinco años. Fue mi primera profesora de piano.
Como persona, era un ángel, pero su enfoque pedagógico objetaba que
tocara de oído las boberías que yo sacaba en el piano. En venganza prefería,
una y mil veces, sacudirle el dichoso piano con un bello plumero de
larguísimas plumas, que estudiar las aburridas lecciones del
instrumento.
Antes de dejar atrás a
Candelaria, deseo hacer, a modo de pinceladas, tres brevísimos retratos de
mis padres y de mi abuela Tonita.
Cuando la “Danza de los millones”, finalizando la segunda década del siglo
XX, que ya agoniza, muchos fueron los ostentosos “nuevos ricos” que
invirtieron un dineral en joyas - cuéntase que las pedían por libras - y
otras vanidades. Mi padre, por el contrario, invirtió sus ganancias en
educar a sus hijos en excelentes colegios.
El valoraba altamente las profesiones universitarias Veía en ellas una mayor
estabilidad que en los
negocios, pues bien conocía de
sus altas y bajas y hacia esa meta encaminó el futuro de su prole.
En cuanto a generosidad,
puedo decir que llegó al extremo de prepararnos para aceptar su ya próxima
muerte, con la resignación debida. Recuerdo que nos reunió alrededor de su
lecho y dijo: “ No quiero que
hagan una tragedia de mi muerte. Piensen que yo he sido un hombre feliz
porque lo he sido en mi matrimonio, porque no he visto morir a un hijo ni
tampoco en la cárcel. ¡Qué mas se le puede pedir a la vida!”
Esta, su última acción,
lo retrata de cuerpo entero.
En cuanto a mi madre, aún tengo frescos en mis oídos los requerimientos de
otros niños, disputándonos los brazos de ella, cuando le decían” Mamá Cuca,
cárgame”.
Los brazos y el cuerpo
de mi madre no se concebían sin un niño cobijado en ellos tierna y
amorosamente.
Meciéndonos en esa dulce
cuna aprendimos las canciones
tradicionales infantiles que melodiosamente entonaba. Hoy, que sé la
favorable influencia que ejerce sobre el oído musical del pequeño el canto
afinado de la madre, estoy plenamente convencida que a ella le debemos sus
hijos nuestra musicalidad.
De ella nos contó mi padre una anécdota de la que por sí sola, ha de
sentirse orgullosa su descendencia.
Tonita era cubana, viuda
de un comerciante español. Al morir éste se quedó con un hijo entrando en la
adolescencia, mi padre, y un niño,
siete años más chico que papá, el tío Pepe.
Contaban para vivir con
la casa y un almacén de víveres y otros productos, del que se abastecían
varios pueblos de la provincia.. Llega la criminal reconcentración de Weyler
y en los portales del almacén buscaron abrigo decenas de familias
campesinas.
Mi abuela, ante aquel
cuadro dantesco, organizó una comida al día para ellos y su familia, hasta
que se agotaran las provisiones. Cuando esto sucedió, ella y sus hijos
pasaron igual hambruna que los reconcentrados.
Aunque en honor a la
verdad nunca me gustó el Petronila que me pusieron, como segundo nombre, me
duele menos cuando pienso que lo llevo en honor de esa abuela, tan requete
generosa. “De raza le viene al galgo”, dice el viejo refrán. El galgo era mi
padre.
Y
llegó el día de la mudada para Guanajay. En un automovil grandísimo, a lo
mejor creció en mi imaginación, íbamos de pasajeros: mi tía Tita, Alfonsito,
Teté mi hermana- siempre le dije así para diferenciarla de Teté Alonso- Rosa
Aymat, León, un perro policía, al que hoy le dirían pastor alemán, y yo.
¿Qué quién era Rosa
Aymat?. Ella fue compañerita de mamá en la escuela primaria, en La Habana.
En uno de los viajes que hacían mis padres a la capital para ver a sus hijos
pupilos, leyeron en la página roja de un periódico, que una ciudadana,
llamada Rosa Aymat, había intentado suicidarse y
estaba recluída en un hospital, que no recuerdo cual era.. Como es
fácil suponer, para allá partieron mis padres y, ante aquel cuadro dantesco,
la generosidad dejó a un lado a la cordura y partieron con ella para
Candelaria. Era bien sabido que en nuestra casa siempre cabía uno mas, hasta
una loca de remate.
La compañerita de mamá usaba lentes de gran aumento, con armadura de aro
negro. Fueron muchas las veces que al despertarnos veíamos aquellos
horribles ojos dentro del mosquitero y un grito se escapaba de nuestras
gargantas.
Yo estaba segura que le encantaba
suicidarse, aunque a veces se arrenpentía en el momento preciso, como
aquella vez en que a medianoche abrió la puerta de su cuarto, que daba al
patio y salió decidida a que León la devorara. A tiempo la cerró de un
portazo y lo pospuso para otro día. Ella tuvo la certeza de que León la iba
a complacer.
Realmente nunca entendí por qué
pusieron a Rosa y a León en el mismo auto, en el viaje hacia Guanajay.
Nuestra nueva casa estaba situada
frente al Colegio de las Madres Escolapias. Mientras esperábamos a que nos
hicieran los uniformes, para asistir a dicho colegio, nos distraíamos
vistiendo a León con el uniforme de Alfonsito del Colegio de Belén, que ya
no lo iba a necesitar porque estudiaría el bachillerato en el Colegio de
Freixas. El perro, con admirable resignación , se dejaba poner la camisa de
rayitas azul oscuro, la corbata negra y los pantalones “bombaches” beige,
que a León le quedaban como si fueran largos. Por último se le colocaban
unos espejuelos. Así de elegante, lo parábamos en la ventana de rejas,
precisamente a la hora en que las niñas
terminaban sus clases. El éxito fue rotundo. Ganamos la simpatía de
nuestras futuras compañeritas gracias a León, aunque no fuera de su gusto el
disfraz.
Las monjas me pusieron en tercer
grado. Fue mi profesora la Madre Providencia, a la que mi condiscípula,
Chiquitica Navarro, le decía Pimpindura, haciendo honor a la manía
de ése pueblo de poner nombretes.
Por cierto que Pimpindura tenía unos
recursos pedagógicos atrevidos para su época. Su mesa, la silla y ella
estaban sobre una tarima. Las niñas formábamos un semicírculo a su
alrededor. La aplicación de cada cual estaba dada por el lugar que ocupara
en el semicírculo, de izquierda a derecha. Es decir, la alumna que mejor
hubiera respondido las preguntas ocuparía el primer lugar de la izquierda,
sobreentendiéndose que las que
mantenían obstinadamente los últimos lugares de la derecha, bien pudieran
merecer las orejas de burro, pero Pimpindura no llegaba a esos extremos, lo
que no era imprescindible, ya que si alguien se asomaba al aula le era
evidente el grado de aplicación de cada alumna.
Mi hermana Maruca, exactamente un
año menor que Margot, pretendía continuar las clases de inglés, iniciadas en
el Sagrado Corazón, en nuestro nuevo colegio. Designaron
a Pimpindura como la profesora idónea. Yo no se lo que pasó, pero, a
la tercera clase, Maruca fue a que las americanas del culto protestante se
encargaran de su inglés, aunque esto no estuviera bien visto por ser ella
católica, pero prefirió la crítica, a las clases de la audaz Pimpindura.
Como yo tenía vocación artística, una vocesita agradable y buena afinación,
rápidamente me incorporaron al coro de la Capilla. También participé como
actríz en monólogos, comedias y en unas zarzuelitas con temas religiosos
infantiles que, por cierto, nunca supe de otros colegios de monjas que
montaran esas pequeñas piezas líricas.
La madre Carmen Ruíz de Velazco era
la profesora de piano y la responsable del montaje de aquel teatro lírico
infantil. Estas obras tenían solos, dúos, tríos, concertantes y coro.
Con la citada Madre Carmen, estudié
el piano. El colegio estaba incorporado al Conservatorio Hubert de Blanck y
su directora, Pilar Martín, viuda de H. de Blanck, iba a nuestro
colegio a examinarnos.
Como actríz tengo dos anécdotas
dignas de contarse. La primera es la siguiente: Asumí el personaje
protagónico de una comedia titulada “Colasa” o “La princesa improvisada. La
tal Colasa era sirvienta de una casa real. Arreglando el cuarto de la
princesa ve sobre la cama, un hermoso vestido de encaje y tul, que no era
otro que un traje de baile de Maruca mi hermana, prestado para dicha
ocasión.Colasa, confiando en no ser sorprendida, decidió probarselo y ser
princesa por un instante. Detrás de unas arecas situadas al fondo del
tablado, debía yo efectuar el cambio de vestuario. A toda velocidad me quito
el uniforme de sirvienta y meto mi pequeña humanidad en el vestido real. Eso
de “Anda despacio que estoy de prisa” es un dicho muy sabio, pues, por
cambiarme a toda carrera, no me percaté que el refajo dejaba descubierto mi
trasero y las piernas, por detrás.
Yo sentía el ligero tul e ignoraba que tuviera el aspecto de “cuasi”
odalisca. Como veía sólo la parte de alante del vestido no podía imaginarme
lo que iba a suceder cuando le diera la espalda a un público repleto de
monjas, incluída la Madre Supervisora de La Habana, padres, familiares y
amigos.
Salgo de atrás de las arecas y
entro en la escena, pero más velóz que Juantorena me intercepta una monja,
justo en el mismísimo momento en que iniciaría el peligroso giro. Yo no
salía de mi asombro, pues aquella monja no había asistido a ningún ensayo y
ahora me lleva de marcha atrás hasta la areca-parabán, mete sus manos por
debajo del tul, me sarandea y sale de nuevo conmigo a toda carrera. Me deja
sola en la escena y, como una flecha, desaparece. Realmente la Madre Carmen
me debía haber prevenido sobre aquella actuación especial de la
hermana Rafaela.
Sin salir de mi asombro, continué mi
parlamento como pude.. Al finalizar la obra recogí el aplauso entusiasta y
condescendiente de un público que, por cierto, nunca había presenciado, en
un elenco de niñas, el original papel asignado a una monja. Mas tarde supe
la verdad con lujo de detalles. Quedé aterrada y, a la vez, muy agradecida a
la hermana Rafaela.
También es justo decir que no siempre dicha hermana
actuó de angel salvador. Lo digo
ya que en otra ocasión, interpretaba yo un monólogo cómico en el que
el personaje que yo interpretaba, pretendía escribir un poema y la musa no
venía a inspirarlo.
El papel de la Musa estaba asignado a una gallina gorda, la que, en un
momento determinado, debía aparecer en lo alto de un tabique de madera
sujeta firmemente del otro lado por la gigantesca hermana Rafaela. Llegado
el momento preciso, algo salía mal, la gallina no aparecía. Yo gritaba
desesperadamente :
Musa....Musa... Mientras unas veces inventaba un parlamento y otras gritaba
para que la monja me oyera, ésta corría detrás de aquella gallina jíbara que
se había escapado. Al fin....la agarra.....y tan nerviosa estaba
que, en vez de sujetarla en lo alto del tabique, la lanzó
violentamente, cayéndome la Musa gorda en la cabeza. Ahí mismo puse fin al
monólogo, para llorar a solas. El público lo encontró muy gracioso y
aplaudió entusiasmado. Yo para nada estuve de acuerdo con tal opinión y
deseé ardientemente nunca mas depender del apoyo de la hermana Rafaela.
Pongo punto final a mis
vicisitudes teatrales infantiles. Cuando terminé sexto grado, seguí un año
mas en el colegio a fin de prepararme para los exámenes de ingreso al
bachillerato. Sosa puso pupila a Esther en mi colegio, no para que la
prepararan las monjas para el ingreso al bachillerato, de esto se encargaría
la Academia de Ricardo Menéndez, que estaba frente por frente al colegio.
Esther y yo realizábamos nuestros
estudios en el huerto del colegio. La parte de la clausura estaba frente a
donde nosotras estudiábamos. Existía la creencia entre las niñas, que si se
pisaba el umbral de la clausura, aunque fuera por error, había que “meterse
a monja”, como se decía vulgarmente, de lo que se colige que nuestros piés
se mantuvieran, precavidamente, alejados del peligroso umbral.
A Esther le gustaba estornudar, pero
por no vivir en la época en que estaba de moda el rapé, se tenía que
conformar con las plumitas de cualquier pollo a su alcance, vivo o muerto.
Aquí dejo las anécdotas del colegio y paso a las del pueblo guanajayense.
Ya he dicho que éste era el pueblo de los nombretes. Si a Herminio el
barbero le encantaba hacer papalotes gigantes, (“coroneles”)
en forma de barco, inmediatamente se
le llamaba por vida : “ Herminio Barquito”
Para mi es una incógnita el por qué una familia y su descendencia se
perpetuaron como los “Comepelos”.Ahora recuerdo, que al marido
de una “Comepelos”, le decían Mister Scott, porque como ella siempre
caminaba detrás de él, recordaban la etiqueta de la Emusión de Scott, el
hombre con el bacalao a cuesta.
Como mi padre no tenía
comercio alguno en Guanajay, nos libramos de perder el apellido, por la
secular costumbre de relacionarlo con el comercio de su propiedad. Vayan
algunos ejemplos de estos casos:
“Irene la de La Campana”. Esta señora era la esposa de Juán, el dueño de la
ferretería de ése nombre, que al igual que sus hijos, Juanito y Adelfa, los
apellidaban La Campana. Pocos recordarán que Castillo era el apellido
subplantado.
“Ramona la de La Caoba”, porque la mueblería llevaba ése nombre.
“Ramona la de Las Brisas”. Por el nombre de la cafetería . Hay que reconocer
que de éste modo, se diferenciaban ambas tocayas
y
paisanas de la Madre Patria.
“Cristina la de El Estribo”. Creo que ésta fué la que peor salió, pues hay
que ver eso de que te digan por vida “Cristina la de El Estribo”. No olvido
que en la vidriera de la talabartería había un caballo de yeso grandísimo,
con estribo y todo.
Lo curioso del caso es que éstas
familias, que de hecho habían perdido el apellido, pertenecían socialmente a
la “crema y nata” del pueblo y realmente no les molestaba, en lo absoluto,
que le endilgaran a sus nombres semejantes coletillas.
Como toda regla tiene su excepción,
en el pueblo había un periodiquito, un “libelo”, como diría Carballido Rey,
escritor del programa televisivo, “San Nicolás del Peladero”, ya fallecido,
llamado “La Chispa”, y, sin embargo a ésa familia no le decían “Fulanita La
Chispa”, ni “Menganita La Chispa”. Los muchachos de mi época dirían: “Se
salvaron en una tablita”
Un nombrete de otro tipo fue el de “Guanajay en cintura”. Así se le decía a
un policía que llegó al pueblo con la pretención de aterrar a los jóvenes
que luchaban contra la dictadura de Machado y, para su desdicha, vociferó en
una esquina que : “El sí iba a meter a Guanajay en cintura”. Craso error,
pués con el tiempo hasta él respondía por el nombrete.
Juanito Espinosa es un talentoso
pianista dotado de una excepcional memoria musical
que le permite complacer las más disímiles peticiones, sin recurrir a
partitura alguna. Este amigo mío, guanajayense “ausente”, como hoy se le
dice a los que ya no viven en el pueblo que los vió nacer, me ha refrescado
la memoria y, gracias a su colaboración, puedo ampliar la relación de
nombretes de mi querido segundo pueblo, Guanajay.
Estos son:
Comenzaré por tres tocayas: Caridad Lechuza, Caridad Manioca y Caridad
Dulcecoco- lo escribo como lo pronuncian-. Continúo con Cheche Gato, Enrique
Piltrafa, María la Patona, Calixto Kilowatts,
huelga decir que era alto y flaco, Yeya Reberbero, Mulaciega,
Botellita, Yuquita el vendedor de viandas,
el Burrito, entre
otros.¡Sabe Dios el por qué de esos nombretes ¡
Juanito me promete tratar de
recordar otros nombretes, pero, antes de despedirse,en un arranque de
imparcialidad, me dice el de su
padre: “ Fosforito” que , por
supuesto, yo bien conocía.
Llega un nuevo día.
Rin.....Rin.....La llamada es de Juanito, el de
la increíble memoria, no sólo musical. Como “lo prometido es deuda”
me comunica que ha recordado otros nombretes. ¡Éste si es un tremendo
colaborador¡ Ellos son: los Pisabonitos, los Cayucos, las Lulú, porque así
se llamaba la mamá.
De repente recuerdo a un
abogado al que, por caminar con cierto pícaro vaivén, le decían Danzonete.
También surgieron en mi memoria las Peones, realmente esas ancianas se
apellidaban Peón. El hermano era cronista de La Chispa, donde se firmaba
Noep, con la esperanza de que nadie se le ocurriera leerlo al revés. Cuando
me casé, hizo una típica crónica, hasta con relación de regalos. Estaba tan
enjundiosa, que recientemente descubrí que los ratones la habian encontrado
deliciosa
Como otra pincelada de aquella
época, dejaré constancia sobre el medio de vida de cierta familia. El era
bolitero, conocido por el nombre de una vianda. Como el juego de la Bolita
estaba prohibido, había que evitar, a toda costa, que la policía les
escontrara la lista de apuntaciones. Por supuesto,
que si les daban dinero,
no la verían aunque se la encontraran en la mano. Pero esta
familia no le daba a la
policía ni un centavo dado que, a tiempo, su esposa desarrolló una memoria
asombrosa. Llegaba el cliente y le decía: “Apúnteme tanto a tal número” Ella
lo archivaba en su fabulosa memoria, la que tenía tal crédito popular, que
nadie se atrevió nunca a hacerle una reclamación, si la suerte no lo
acompañó en el juego.
He dudado si debía contar una
anédota, que si hubiera tenido música todo el pueblo la
hubiera entonado, por lo
mucho que corrió de boca en boca. La gracia
con que la recuerdo espero que le quite la grocería literal.
Éranse dos paisanos, especialmente obtusos e irritables. Uno, llamado
Urdilio Farrés y el otro, apellidado Pérez. El primero, entre otras cosas,
vendía gomas de autos marcas Goodyear y Firestone. En cierta ocasión reñían
ambos peninsulares y, sin recato alguno, Pérez se defecó en la Goodyear, en
la Firestone y en la madre de Urdilio Farrés. Las tres ofensas, para él, de
la misma categoría. Las marcas de las gomas norteamericanas fueron
pronunciadas muy castizamente..
Dícese de Pérez, que compró un fotingo. Creyó que sabía manejar y partió
hacia Mariel. Encontró en una curva un árbol, que había que bordearlo. Pérez
le gritó al árbol: “Te
quitas o te arrollo”. El
árbol no se quitó.
“Sin ton ni son”, acabo de recordar
otros nombretes, tales como: Pepe el de El Viajante, Manolo el de El Cañón,
Confite, el viejo con palo en
mano para amenazar a los que le dijeran Confite. Se ponía tan bravo cuando
se lo decían , como cuando no le gritaban el nombrete.
Ahora contaré que hubo un
maestro, director de una escuela primaria, de tan florido lenguaje, que
también pasó, por derecho propio, a la leyenda popular.
El tal director nada expresaba de
forma directa. Pondré algunos ejemplos: Si se dirigía a un guajiro a caballo
para saber lo que vendía, lo hacía en estos términos: “Señor campesino ¿qué
carga su jamelgo sobre su espina dorsal?.”EH...Única exclamación posible del
guajiro.
Una maestra viene a comunicarle que
un alumno se escapó de la escuela por el patio.El director así lo informa a
los otros maestros: “Señores profesores, la maestra Candita hubo de
informarme que el niño Antonio se escapó de la escuela saltando el recinto
amurallado”. Vale decir que éste, o sea la cerquita, no medía mas allá de
dos cuartas de alto.
La escuela tenía una banda rítmica
escolar, orgullo del director. Cuando desfilaba por el pueblo con su tambor
mayor al frente, él iba a su lado marchando muy erguido y diciendo:
Un...Dos.... Un....Dos.....
Cierto día la banda fue invitada a
desfilar por las calles de Artemisa, un pueblo vecino. Como siempre, se
situó al frente, de manera que
pudiera observar a todos los
muchachos. Su empaque marchando
era tan cómico, que incitaba a risa. A uno de los de la banda, prácticamente
las carcajadas lo ahogaban, queriéndo reprimirlas. El director, haciendo
monadas y sin perder el paso y
el porte, se le acerca y dice:
Un, Dos, Un, Dos
Pedrito Menéndez
Aguante la risa
Parece que nunca
Ha venido a Artemisa.
.
Un, Dos, Un, Dos
Aquí va otra anécdota deliciosa. Por conmemorarse el 12 de enero
la fecha de la Quema de
Bayamo por sus habitantes, el director del florido lenguaje organizó un
patriótico acto escolar. Esa mañana visitaba la escuela el Inspector de
Educación Física. Como se esperaba, el director pronunciaría un discurso muy
dentro del estilo de su oratoria. Ante la presencia del citado inspector,
estimó oportuno incluír, entre lo devorado por las llamas, el Estadio de
pelota, las canchas de tenis, de basket y el campo de golf......El Inspector
no salía de su asombro ante el desarrollo deportivo alcanzado en Bayamo, el
pasado siglo, según afirmaba el orador.
Acabo de recordar otro nombrete que
no puedo dejar en el tintero. Allá va: En Guanajay se vendía el hielo en un
carretón, que tenía un enorme letrero que decía LA TROPICAL.
Dicho carretón era tirado por
dos mulitas pequeñas y gorditas. Llegan al pueblo dos galleguitos
gemelos, pequeños y gorditos. En un “santiamén” los guanajayenses le
encontraron un gran parecido con los animalitos del carretón, quedando “isofacto”
bautizados como Las Mulitas de La Tropical.
Si no hubieran arribado juntos al pueblo, el nombrete sería otro
.
Y
continúo dando rienda suelta a mis recuerdos
Mi hermano Alfonsito no fue un alumno estudioso, pero nadie le negaba que
era un gran bailador y excelente deportista, tanto en el Colegio de Belén
como en el de Freixas, en Guanajay. En éste plantel, además de formar un
equipo de basket ball de varones, organizó otro de hembras, del cual era yo
running guard.
Me gustaba mucho patinar en el parque y, modestia aparte, era la campeona,
reconocimiento no alcanzado en evento deportivo alguno. Por cierto
que le decíamos “echar varilla” a establecer una carrera
entre competidores. ¿Se dirá así en otro lugar?
Mientras fuimos niños,
al regresar del colegio por la tarde, tomábamos un baño, merendábamos y a
jugar al parque. Mamá y mis tías se sentaban en el portal, para cuidarnos.
También era costumbre recibir visita por las tardes y la reunión se hacía en
el portal.
Cada
portal tenía su baranda con aberturas en los laterales para que se
pudiera transitar por dentro de ellos. Precaución felíz, por si llovía.
Como a todos los niños, nos
gustaba tocar a la puerta de algún vecino y echar a correr. Un aciago día
fuimos vigilados y un cubo de agua, lanzado con gran puntería, nos empapó. A
partir de este baño, amarrábamos la aldaba con un hilo fino y nos
escondíamos para tirar de él. Es aconsejable llevarse bien con los niños
para no ser blanco de sus inocentes maldades.
Recién llegados a Guanajay, acababa
de construirse el Teatro Vicente Mora,
con platea y dos balcones. Era verdaderamente hermoso.
Para el estreno se contrató a una compañía de teatro lírico español
Mi familia y la del médico Valle de Candelaria ocuparon dos palcos.
Poniéndose a tono con los grandes teatros de La Habana, se decidió perfumar
los palcos, para desdicha de Fifita Valle. Teté y yo a la altura de nuestros
pocos años y el aspecto antiguo de Fifita, le calculábamos un montón de
años. Mis hermanas mayores se encargaron de maquillarla, cargando la mano,
en exceso, en el Maybellini de las pestañas. Los palcos eran cerrados. De
pronto se abre la puerta y aparece una mano armada con un enorme perfumador.
Fifita volvió la cabeza al tiempo que se producía el disparo del delicioso
perfume, el que fué directo a sus ojos. Al sentir un terrible ardor se los
restregaba sin compasión. Lágrimas negras corrían por sus mejillas, luego
sus manos se encargaban de mezclarlas con el carmín de los labios. Cuando al
fin retiró las manos de su maltrecha cara, “le metía miedo al susto”. Teté y
yo recibimos un inevitable regaño, por no poder contener la risa. Fifita
reclamó el último asiento del palco, para no ser vista por el público.
Papá sugirió que, en un futuro, se
tocara previsoramente, a la puerta del palco, para que el desdichado
episodio no se repitiera.
Anteriormente hablé sobre las barandas de los portales de las casas,
situadas frente al parque de Guanajay. Todos los portales tenían el mismo
nivel, menos el de la casa de nuestro amiguito Bilike, que estaba un escalón
más bajo, por lo que sus muritos laterales resultaban asientos ideales para
improvisar reuniones de muchachos.
María Luisa, mamá de Bilike, se daba gusto desalojándonos de nuestro rincón
predilecto. En venganza, los niños le dedicamos unas parrafadas rítmicas,
que no se diferencian en nada del actual rap. Decíamos así:
Se cáe la baranda
( tres palmadas )
De casa”e” Bilike.
“
“
Baranda “e” merengue
“
“
Que se derrite
“
“
Esto se repetía incesantemente, hasta que María Luisa hacía su aparición y,
“ a correr se ha dicho”. Ella se quejó a nuestros padres y nos quedó
absolutamente prohibido interpretar nuestra única y reciente creación.
Pero la cosa no quedó ahí. El rap voló al campanario de la iglesia, donde
dos monaguilllos de nuestro grupito, encargados de tocar las campanas, la
grave y la aguda, decidieron sustituir el toque habitual de las campanas por
el rítmo de nuestro rap.
Los niños obedecimos. Nadie le cantó mas el rap a María Luisa, pero ella,
aunque bien sabía el significado del nuevo repicar de las campanas, tuvo a
bien no dar mas quejas a nuestros padres.
Hace unos tres años me rindieron un
cariñoso homenaje en Guanajay, en el Teatro Vicente Mora.Uno de los
organizadores fué Juanito Espinosa . Animó y cantó Nina Acosta, integrante
de mi primer coro de televisión, interviniendo también la cantante
guanajayense Lucy Provedo. Juanito Espinosa las acompañó a las dos y
nos interpretó hermosas
obras pianísticas. Se hablaron cosas muy agradables sobre mi persona. A
todos les quedé agradecida.
Al salir del teatro escuché con
asombro repicar las campanas lanzando al aire el ritmo
de nuestro rap infantil, ya libre de la malévola intención de molestar a
María Luisa. Su origen se perdió en el tiempo, al igual que nuestra niñez.
La tradición lo conserva lozano y vigoroso.
Doy un vuelco a mis recuerdos y vuelvo a la infancia.
Justamente al lado de la casa de Bilike, y haciendo esquina, estaba la
ferretería, cuyos dueños eran Cirilo Vallina y Nicolás Padrón. Estos nombres
no los he olvidado, gracias a que lo decíamos a coro y en forma rítmica
cuando de noche, paseando por la acera de nuestra cuadra, llegábamos frente
a ellos. Ambos se sentaban en taburetes en el portal de la
ferretería, que, al igual que todos los comercios, estaban abiertos día y
noche. Nuestro cordial saludo era decir sus nombres en un precursor rap,
nada desarrollado, que a ellos les hacía mucha gracia. Así nos ganamos el
derecho a pesarnos, noche tras noche, en una enorme báscula
destinada a pesar enormes sacos y no niñas flacuchas, con excepción
de Julita, la más robusta y alta del grupo.
En aquella época estaban de
moda las exigencias de dinero en anónimos amenazadores. Siguiendo la moda,
decidimos hacer un papelito a Cirilo Vallina y a Nicolás Padrón con
exigencias monetarias. Dicho papelito decía, mas o menos, así: “ Si no ponen
diéz pesos en la glorieta del parque, los raptaremos a los dos” Cuando por
la noche entrábamos a la ferretería a pesarnos, lo colocábamos dentro de
unos orinales, alias tibores, que oportunamente estaban a nuestro paso.
Las caras de nuestros amenazados, siguieron benevolentes y risueñas como de
costumbre. Ellos seguían nuestro juego mas divertidos que nosotras.
Las más famosas verbenas eran las que se celebraban en los jardines de La
Polar y La Tropical, en La Habana, pues hasta se anunciaban en el periódico.
Las de Guanajay, aunque no se anunciaban en
periódico alguno, eran requetebuenas. Yo las disfruté muchísimo desde
que era niña.
Estas verbenas
guanajayenses se hacían en el parque y en las calles que lo rodeaban. Una
enorme cerca de pencas de palma enmarcaba la verbena. Dentro estaban los
kioscos. Estos habitualmente llevaban nombres de distintos países.
En cierta ocasión, a la familia
Rivero le tocó en suerte resposabilizarse con el kiosco de México. Hasta
mamá se disfrazó de mexicana. Los hombres creo que no se disfrazaban, pués
no recuerdo a papá vestido de charro.
El kiosco estaba en nuestro portal, así como un tablado donde una pareja de
La Habana bailaba el Jarabe Tapatío.
Para las jóvenes la diversión comenzaba desde el mismo momento en que se
reunían para bordar con lentejuelas los trajes típicos de México. Aunque a
mi no se me consideraba todavía una joven
“ hecha y derecha “ se me permitía asistír, para que acompañara al
piano el Jarabe Tapatío, ventaja que envidiaban mis amiguitas. Claro que tan
pronto la pareja terminaba su baile salía yo del
“recinto amurallado”de pencas, como diría el antes citado maestro del
florido lenguaje.
En los kioscos se ofertaban platos
típicos del país que representaban y también, de la comida cubana, para no
perder el cliente. Habían lugares destinados al baile, donde tocaban las
orquestas.
Por la noche disfrutaban los mayores y por el día los niños, en los
Caballitos de Juan Manuel. Así llamábamos a un pequeño parque de diversiones
ambulante. Su dueño era de Candelaria y nos regalaba las papeletas para
montar los diferentes aparatos.
Pongo punto final a las verbenas y paso al clero.
Le llamaban el Padre José, así no mas, sin apellido. Llevaba tantos años en
el pueblo, que se podía dar el lujo de ser malcriado, sin crítica posterior
alguna. De esto dan fe anécdotas como las siguientes:
Ejemplarísimos Caballeros de Colón eran los hermanos Fernández López. Todos
rubios y de ojos azules - detalle a tener en cuenta- Dos de ellos eran
médicos y otro abogado e imprescindible organista en la Iglesia.
Cierto domingo el Padre José se dejó arrastrar por un desdichado impulso,
sin sospechar sus consecuencias. La imagen del Sagrado Corazón se encontraba
en casi todas las casas del
pueblo y, que yo recuerde, siempre vi
los ojos de Cristo
azules.
En dicho infausto domingo, nuestro párroco decidió aclararle a los
feligreses desde el púlpito y de una vez por todas, el error que existía
sobre el color de los ojos de Cristo, lo que realizó "con muy malas pulgas”
y en éstos términos:
“Hijos míos, debo sacarlos de un gran error. Jesús tenía los ojos negros y
muy negros. Los ojos azules son ojos de chulitos”
Los Fernández López rebotaron de sus asientos, “uno para todos y todos para
uno” y, muy ofendidos, abandonaron la Iglesia, yendo a buscar
cobija espiritual a
la Capilla del Colegio de las Madres Escolapias.
Durante todo un mes, el cura párroco dio rarísimas disculpas a los
ofendidos. Al fin logró el retorno
de los tres hermanos a la Iglesia, una vez convencidos éstos, de que
no todos los ojos azules tenian que ser forzosamente de chulitos, según les
había asegurado el Padre José. Desdichadamente, éste cura no había manera
que aprendiera a darle dos pensadas a lo que iba a decir. La siguiente
anécdota lo prueba:
Al rosario de las siete p.m. únicamente acudían mujeres entraditas en años,
vulgarmente llamadas beatas.
Estas eran personajes en la Iglesia, tan imprescindibles
como el sacristán Chongo. Este tenía una potencia de voz
ensordecedora, pero, a no dudarlo, era el que garantizaba la atmósfera de
paz requerida en el templo.
Cierta e inolvidable tarde comienza el rosario el Padre José:
D
El Señor es contigo
Bendita tu eres
( ¡Chongo¡ Espanta ése perro
que se mea )
entre todas las mujeres
Y bendito sea el fruto
De tu vientre
Jesús.
Por supuesto que las beatas, sorprendidas e intrigadas, habían vuelto la
cabeza hacia Chongo y el perro, respondiendo mecánicamente:
Madre
Ruega por nosotros
Pecadores
Ahora y en la hora
De nuestra muerte
Amén
Diciendo esta última palabra reinó la paz en el templo, gracias
a una efectiva patada de Chongo que había puesto en fuga al pobre
perro. Este corría despavorido y nada convencido de que lo él había hecho
fuera para tanto.
El padre José continuó el
rosario serenamente, comprobando una vez más, la gran utilidad de Chongo en
el templo.
No menos sorprendido que el perro, debió quedar San Hilarión Abad, patrono
del pueblo, al comprobar, con
desagrado, un cambio inusitado
en la forma de dirigirse a él
los feligreses, para implorar peticiones. ¿Qué era eso de halarle sus
patillas mientras sazonaban el lenguaje con insolentes palabrejas?. Lo que
ignoraba el Santo era que los devotos guanajayenses seguían fielmente las
recomendaciones del padre José, que aseguraba conocer muy bien al Santo.
Pero una pataleta, aún mayor
que la de San Hilarión, debe haber sido la de Perucho Figueredo
cuando sus oídos celestiales escucharon su Himno Nacional Cubano
cantado en Guanajay, por fieles
grandes y chicos, entre éstos yo, con la siguiente letra:
Salve, salve, delicias del cielo.
Virgen pura, suprema verdad.
Salve excelsa Patrona de Cuba.
Madre hermosa de la Caridad.
Si de Cuba en las bellas comarcas
Elegiste Señora un altar,
Para ser la mansión de prodigio
Y a sus hijos de dichas colmar.
Esto es lo que recuerdo del texto, aunque creo que era más largo.
El pueblo tenía asimilado de tal forma, la manera de ser de éste cura que,
pasara lo que pasara, decían comprensivos y sonrientes:” Bah....Son cosas
del Padre José”
Cuando ya creía haber puesto punto final al anécdotario, me dice Juanito
Espinosa, que él le había
escuchado a su padre una anécdota que no podía faltar
en mis memorias, aunque un mal pensado pudiera encontrarla picaresca.
Sin mas preámbulo me cuenta:
Era Navidad, y muchos fieles tenían la costumbre de hacerle algún regalito
navideño al párroco. Entre éstos, le llegó una pata, excelente ponedora, la
que una vez comodamente instalada en la Iglesia, obsequió al padre unos
huevos de gran tamaño. El cura le hizo tantos elogios a dichos huevos, que
fueron muchos los incrédulos que se personaron a verificar tanta hermosura.
Cuando la beata Francisca entró al atrio de la Iglesia, con la misma
incredulidad, ya se encontró a
un Padre José, harto del trajín que él mismo se había buscado, de levantar
la pata y enseñar dichos
huevos, una y otra vez hasta el
cansancio. Como de costumbre le pasó el trajín al resignado y complaciente
sacristán, con esta orden: “Chongo, levanta la pata
y enséñale a Doña Francisca los........”.No pudo decir mas,
ante la carrera hacia la calle emprendida velozmente por la Doña ,
ante el temor, de que Chongo
cumpliera al pié de la letra la orden del cura, dada la habitual ciega
obediencia del sacristán.
Es muy sabio el refrán que dice
: “No hay cosa mal dicha, sino mal comprendida” Que mal pensada la Doña.
EL INSTITUTO.
En l935 ingresê en el Instituto de La Habana, plantel único en la provincia,
en aquellos tiempos. Como vivía en Guanajay, los estudios de bachillerato
los realicé dando viajes diarios de Guanajay a La Habana, a los que llamaba
de “vaya y venga mamita”, frase muy popular en aquel entonces..
Un montón de muchachos del pueblo, a las cinco y media de la madrugada,
partíamos para La Habana en la ruta 35, guagua que obligatoriamente teníamos
que coger, si queríamos estar a las siete
en punto en el Instituto, hora en que comenzaban las clases. El
primer turno terminaba a las 11 a.m. y el segundo era de 1 a 5 p.m
Los alumnos que llevábamos dos años en uno, y éramos “del campo” como se le
decía al que no vivía en La Habana, almorzábamos en el Ten Cent de Galiano.
Así hacíamos Iris Dávila – sí, la escritora de novelas radiales- sus amigas
de Güines y Carmita y yo de Guanajay.
¡Que
maravilla ser joven¡. Para nosotras, aquellos viajes y estudiar dos años en
uno, no significaban sacrifício alguno. Mas frescas que una lechuga,
llegábamos a nuestro pueblo, nos dábamos un baño, comíamos......y a pasear
al parque con los amigos
Nuestros estudios lo realizamos en una época convulsa. Continuamente se
cerraba la Universidad y los Institutos de Segunda Enseñanza provinciales.
Según los gobernantes, esto
sucedía por culpa de los estudiantes. Algo que ni ellos mismos creían.
Durante el tiempo que el Instituto funcionaba, se permitía estudiar dos años
en uno. Primer año y tercero se impartían en una sesión y segundo y cuarto
en la otra. Carmita Alonso y yo cursábamos segundo y tercer año, y también
las amiguitas de Guines. Me reuní de nuevo con mi amiga de Candelaria,
porque su hermana mayor se había casado con el juez de Guanajay
Volviendo a la terrible época en que me tocó estudiar, recuerdo, que cuando
pasaba en la guagua frente a la Universidad y, allá en lo alto, veía al Alma
Mater con sus brazos abiertos para recibir a los estudiantes, me estremecía
la duda de si alguna vez sería yo uno de los estudiantes que ella esperaba
ver subir la escalinata.
Corrían los años 36 y 37. Muchas fueron las veces que abandonábamos las
aulas a toda carrera, al sentir los disparos de la policía en el patio
central del Instituto habanero. Como consecuencia, unas veces continuaban
las clases y otras cerraban el plantel, hasta nuevo aviso.
A
pesar de los pesares, nos graduamos en el Instituto en el año l938
Ingresé en la Universidad de La Habana en la Facultad de Farmacia, gracias a
la pobre elección que tenía la mujer, al elegir carrera, que no fuera
farmacia o el magisterio. Ni pensar, por supuesto, en carreras artísticas
como profesión. Eso sí, como “adorno” era bien visto que las niñas
estudiaran el piano. Por éste enfoque social, prácticamente, en todas las
casas cubanas de las clases media y alta, había un piano, y, por lo menos,
una niña estudiaba el instrumento. Nunca un varón, a menos que fuera hijo de
músicos.
A
propósito del comentario anterior, abro un paréntesis para contar que a
mediados de la década del cuarenta, se crearon plazas de maestros de música
en las escuelas primarias, superiores de enseñanza media, bachillerato y
nocturnas, y que, gracias a que muchísimas niñas eran graduadas de
profesoras de piano, claro que como “adorno”, se pudieron cubrir infinidad
de estas plazas en casi toda Cuba. Yo fui una de ellas.Cierro el paréntesis
y vuelvo a la carrera de Farmacia.
Era realmente triste que la
única asignatura que me era
insoportable fuera, justamente, Farmacia Práctica, presente en todos los
años. Por esta razón, al matricular el segundo año de Farmacia, lo hice
también en primer año de
Ciencias Físico-.Químicas, que tenía varias asignaturas comunes con Farmacia
y eran convalidadas. Aunque, inconcientemente, creo que ya planeaba la
escapatoria de la botica.
Cuando me remonto a los días universitarios, los recuerdo con gusto. Tuve
excelentes profesores y entrañables compañeros de estudios. Fueron
relaciones muy cordiales.
El primer año fue muy andariego. La Escuela de Farmacia se estaba
construyendo y las asignaturas las recibíamos en aulas de diferentes
escuelas de la Colina universitaria. Para las clases de Botánica debíamos
atravesar el Jardín Botánico hasta llegar a lo que es hoy la Escuela de
Veterinaria, en Carlos III y Ayestarán. Cuando se inauguró nuestro edificio,
se acabaron las caminatas y tuvimos
mas comunicación con los alumnos de todos los cursos.
En el sótano de la Escuela de
Física había un viejo piano de cola, razón primerísima de que un grupito nos
fuéramos a almorzar a su pequeña cafetería y no a la de la Escuela de
Derecho que era mas espaciosa.
La pequeña cafetería de Física, tenía en contraposición, un voluminoso
cocinero que nos preparaba sabrosos platos. Por cierto que, años mas tarde,
vi a éste cocinero dirigir una banda de música, y lo hacía muy bien. ¡Qué
vuelco que da la vida¡, diría un argentino.
Terminábamos de almorzar y me dirigía al piano. En cuanto me oían tocar
acudía la muchachada y “a cantar se ha dicho”
Luego de inaugurada la Agrupación Católica Universitaria Masculina, se creó
la Femenina con alumnas de Farmacia, yo estaba entre las fundadoras.La
presidía la Dra. Rosa Trina Lagomasino y al local que alquilamos, en la
calle Mazón, le llamábamos La Casita.
En muchas ocasiones yo llevaba mi guitarra y cantábamos, al igual que
hacíamos en las excursiones.
La Dra. Mary Lagomasino, profesora de Análisis Químico, como su
hermana Rosa Trina, decía que yo proyectaba alegría y en mi autógrafo
de graduada escribió: “Que Dios te conserve la alegría de vivir, que te
caracteriza”. A la altura de mis años estoy convencida que, aunque las penas
nunca faltan, nada ayuda mas a conservar la alegría de vivir, que tener o
inventarse un proyecto a realizar,
por sencillo que sea y poner un gran amor en él.Mientras estudiaba
una carrera, que no era de mi agrado, mi proyecto para sentirme feliz fueron
mis clases de ballet y de guitarra en Pro-Arte Musical.
Por la gran importancia que tuvo en mi desarrollo estético-musical
ésta institución, constituye
una de mis querencias y hablaré sobre ella.
Para ser admitido como socio se necesitaba el aval de un miembro de
prestigio, que no necesariamente debía ser un adinerado. A mi me lo dió
Delia Echeverría, novia de Guiterras
y revolucionaria hasta su último aliento.Su muerte me ha dejado un
gran vacío. La admiré y quise mucho.
El número de socios estaba limitado por la cantidad de asientos del Teatro
Auditorium, multiplicado por dos. Esto era debido a que se ofrecían
conciertos para los socios de la tarde y de la noche. En esos conciertos
tuve la oportunidad de escuchar
a los mas grandes intérpretes
del mundo, de esa época.
La cuota mensual era de $2.50 para los socios del segundo balcony. $3.00,
para el primero y $3.50 para los asientos de platea
Estos asientos eran
fijos.
Los socios, además de los conciertos, podían asistir a las conferencias que
se ofrecían. Hoy las llamaríamos magistrales, dado la talla de los
conferencistas.
En Pro-Arte, sin costo adicional, recibí clases de guitarra con mi admirada
profesora, Clara Romero de Nicola, y de ballet, con el profesor ruso
Milenoff.A éste lo mandó su padre a estudiar Medicina a
Petrogrado, pero a la vez estudiaba ballet- igual que yo con Farmacia
y ballet-. Luego de graduarse de médico, se incorporó a una compañía
de danza.
En época de exámenes yo dormía
muy poco. Por consiguiente en las clases de ballet se me iba “el santo al
cielo”, equivocaba los ejercicios y, de paso, trastornaba a las muchachas
situadas detrás de mi. Milenoff se me acercaba y bajito me preguntaba:
¿Tiene ojos verdes o negros?, convencido estaba
que los amores me tenía “sorbido el seso”. Al finalizar la clase me
disculpaba con él, explicándole lo de mis exámenes y las dos carreras. Me
miró con cara pícara,
diciéndome: “Usted será tan buena farmacéutica como yo médico”
También Clarita, como cariñosamente la llamábamos sus alumnos de guitarra,
observando mi desazón por salir exitosamente, tanto en los estudios
universitarios, como en la guitarra, me dice: “Si el hombre pasa las tres
cuartas partes de su vida trabajando, lo más inteligente será trabajar en lo
que mas le guste, para poder ser todo lo feliz que es posible en este mundo”
y añade:”Claro que hay que estar bien preparado para tener éxito en el
trabajo elegido por vocación. ¿Qué crees tu de esto?....Su reflexión la hice
mía y me dispuse a cambiar el rumbo profesional a la primera oportunidad.
Anualmente Pro-Arte Musical
presentaba a sus asociados funciones con los alumnos de su Escuela de
Ballet. Alicia y Fernando Alonso, frutos de esta institución, aunque vivían
y trabajaban en los Estados Unidos, venían a bailar en dichas funciones.
Desde entonces aprendí a admirar a Alicia Alonso, que ha dado tan gloria a
nuestro país y a Fernando, estelar profesor. A
Luis Trápaga, excelente bailarín y coreógrafo, lo conocí en las
clases de ballet, donde era considerado un alumno muy destacado.
Con los alumnos de guitarra también
se ofrecía un concierto anual.
Clarita preparaba algunas obras para ser interpretadas por grupos de cámara
y por una orquesta gigante de guitarras. Se ejecutaban obras
para guitarra : clásicas y folklóricas, del cancionero cubano y
latinoamericano.
Para la última “Fiesta de la
Guitarra” de Pro-Arte, Clarita realizó previamente, un concurso de canciones
compuestas por sus alumnos.. El premio consistía en el estreno en dicha
función. De las canciones premiadas recuerdo tres, una de Carmen Ledo, otra
de Eduardo Casado- sì el gran actor y declamador- y una mía, imposible que
se me olvidara, titulada “Mi canto de amor”, dedicada a mi novio, que mas
tarde fue el padre de mis hijos. La interpretamos a trío Lourdes Márquez,
Cuky Nicola y yo.
Debo aclarar, que, además de ballet y guitarra, se ofrecían clases de arte
dramático, existiendo un excelente
grupo de teatro.
Al Carmelo de Calzada y D, íbamos a calmar nuestra sed, luego de terminar
las clases de ballet. Recuerdo que nos dirigíamos directamente a la caja,
pedíamos fichas de colores correspondientes al precio de lo que
íbamos a comprar, luego buscábamos lo que consumiríamos y nos
sentábamos en una mesa. Todo este enredo tenía un sólo fin, no dar propinas.
Hay una imagen que tengo muy firmemente grabada en mi mente. Cuando yo
bajaba de la guagua, en Linea y D, para ir a mis clases o a conciertos,
siempre veía sentados en la
misma mesa del Carmelo, por la calle D, a tres personas El General Mario
García Menocal, muy anciano, con sus hijos Georgina y Mayito o Raul. El
padre había sido presidente de la República y uno de los hijos, alcalde de
La Habana. Ellos siempre ocupaban los mismos asientos. El padre, en el
centro, a su lado derecho la hija y a su izquierda un hijo.Yo,
equivocadamente, pensaba que eran los dueños
Pasaron los años y un triste día, la contra-revolución incendió el Teatro
Auditorium.. Al verlo arder, sentí que entre las llamas ardían también mis
entrañables recuerdos juveniles y una larga y hermosa historia cultural.
Sean estas sencillas y sentidas palabras mi homenaje a las fundadoras de la
Sociedad Pro-Arte Musical, el que hago extensivo a las que fundaron el
Lyceum y el Patronato de Artes
Plásticas.
Después de 22 años del fuego, se
concluyó la restauración del Teatro Auditorium, al que, según mi opinión,
nunca debió ponerse otro nombre, por muy ilustre que
fuera.
Fui invitada a su inauguración.
El parque Villalón y el exterior del teatro revivían
mis recuerdos. Subí
emocionada los escalones que dan acceso al vestíbulo. Penetro en la
sala y entré en otro teatro. Nada me fue
familiar. ¿Qué hacen esos decorados laterales en una sala de
concierto? Ahora se llama Auditorium Amadeo Roldán. De acuerdo.
Levanto el ánimo y pienso que en él escucharemos una hermosa música de
concierto.
VI - AL FIN FARMACEUTICA Y LA BODA
Me gradué de Farmacia en junio de l942. Terminé el tercer año de Ciencias –
Físico Químicas, carrera que no concluí porque el 7 de noviembre, de ése
mismo año, me casé. La
ceremonia se efectuó en la
Iglesia Parroquial de Guanajay.
De regreso del viaje, voy a la Asociación Farmacéutuca a buscar trabajo. En
aquella época existían para los farmacéuticos dos opciones: las regencias
activas y las pasivas. En estas últimas, las pasivas, tu título se colgaba
en la farmacia, cobrabas entre
25 y 50 pesos, y sólo
tenías que ir a la botica de vez en cuando, de visita, nada de trabajar.
Conocí algunas farmacéuticas mayores, que nunca trabajaron. Vivían, o mal
vivían de su regencia pasiva. Una de éstas regencias fue la que me
consiguieron en Remate de Ariosa, un pueblo pequeñito, parecido a los de las
películas del Oeste. Mas tarde tuve otra en un laboratorio brasilero. Hoy no
se puede entender lo de las regencias pasivas. Antes era perfectamente
oficial.
En l943 me presenté a unos exámenes para trabajar en una Junta Electoral.
Fue mi primer trabajo,
verdaderamente trabajo, pero que no tenía que ver con la carrera de
Farmacia.
La labor consistía en asentar, en unos cuadernos gradísimos y apaisados, los
nombres y datos de los afiliados
a cada uno de los partidos políticos. Recuerdo que los del partido
Auténtico era azul claro y los de
la coalición de Batista, rojos. Estos últimos eran muchísimos y los
de los auténticos, muy poquitos. Como yo pertenecía a estos últimos no tenía
la menor esperanza de que mi partido ganara.
En ese trabajo, aunque iba de sorpresa en sorpresa, aprendí muchas cosas
prácticas, como borrar lo escrito en tinta con cuchillita de afeitar.
Después de la aparición de las computadoras fueron abajo las cuchillitas de
afeitar, las máquinas de escribir y el papel carbón, entre otras cosas.
Cuando se celebraron las elecciones del año 1944, que
dejaron ganar al Partido Auténtico, yo no lo podía creer. Participé
en el conteo de los votos.Grau San Martín , ocupó la presidencia de la
República . La alegría era desbordante en nuestro pueblo, la que duró muy
poco porque Grau defraudó a todos, incluyendo a
los auténticos.
Después de las elecciones, concluyó mi primer trabajo. Pasados unos meses
fui nombrada farmacéutica en el hospital de Guanajay,
realmente éste fue el
primer trabajo dentro de mi carrera. Volvieron a comenzar mis viajes
de “vaya y venga mamita”, pero esta vez eran Habana-Guanajay-Habana. Debo
aclarar que, como el título no podía estar al mismo tiempo en dos farmacias,
concluyó mi regencia pasiva de Remate de Ariosa. Trabajé en el Hospital de
Guanajay hasta que nació mi hijo Mandy.Después ocupé una plaza
en el laboratorio de
Bromatología del Instituto de Higiene, situado en la calle Infanta de La
Habana.
Tuve en el antes citado laboratorio, colegas excelentes.El horario de
trabajo era muy cómodo, de 8 a.m. a 1 p.m. Nace mi hijo y, luego de tres
meses de licencia, tengo que incorporarme al trabajo, quedando el bebé al
cuidado de una manejadora, sin otra persona de la familia en la casa. Para
mi fue algo terrible ,ya que por ser tantos de familia, fui una niña
sobreprotegida hasta que me casé. Si agregamos a esto que mi bebé, por ser
hiperkinético, requería de una vigilancia especial, me hacía sentir muy
intranquila el tiempo que estaba fuera de la casa.
Dando un salto atrás, paso a mi boda.
Recién graduada, me casé en la Iglesia Parroquial de Guanajay,oficiando el
mismo sacerdote que me bautizó, el Padre Mario Cuende.y allí también se
celebró la boda por lo civil
con el Dr. Santos Menéndez.
Dimos un recorrido por la isla en viaje de Luna de Miel. ¡Cuba, qué linda es
Cuba!, razón tenía mi amigo Eduardo Saborit, autor de la canción de ese
título. De regreso nos instalamos en los altos de un chalet sito en San
Rafaél y Basarrate, en La Habana, cerca de mi tía Isa, donde yo viví
mientras estudiaba.
Tuve dos encantadores hijos, Mandy y Silvita, ésta siete años menor que él.
Tan inquieto era Mandy que seguramente se hubiera quedado como hijo único
si no hubiera escrito a los séis años una carta a los Reyes Magos
pidiéndoles una hermanita con ojos azules. Con verdadera ansia la esperaba
el séis de enero. Nunca pudo entender por qué los Reyes Magos se demoraron
tanto en traérsela.
Aunque mi nuevo hogar estaba en La Habana, todos los domingos ibamos a
Guanajay a ver a mi familia y también para aliviar el desarráigo del querido
pueblo. En él había quedado parte de mi niñez, la adolescencia y juventud
temprana. Recuerdos queridos e imborrables que me atarán por siempre a
Guanajay.
Como ya he citado, a mediados de la década del 40 creó el Ministerio de
Educación plazas de profesores de música en las escuelas de nivel primario y
secundario, así como también, en las escuelas nocturnas para adultos, que no
habían concluído el nivel primario.
Dice un refrán que “La
oportunidad la pintan calva”. Molesté a un bondadoso primo mío, Ministro de
Salubridad, para que con sus relaciones me consiguiera una de esas plazas en
la escuela nocturna. Así “mataba dos pájaros de un tiro”, podía estar el día
entero con mi inquieto bebé e incorporarme a un trabajo dentro de la Música,
que tanto deseaba.
Me consiguió la plaza y comence a trabajar en 1946, con aquellos
humildísimos alumnos, en la Escuela No. 26 cita en Jovellar,ganando cien
pesos menos, pero rica en tranquilidad y felicidad.
El programa de Música, increiblemente, era el mismo que el de los niños de
primaria.Con un enfoque basado en la teoría y el solfeo, algo improcedente
por las características del alumnado. La inspectora auxiliar, cantante
liderista, era incapáz de
defender otra tesis que la establecida.
Como es fácil imaginar, no existía
un piano que sirviera, ni era época en que se dispusiera de una
grabadora para que en la clase de música, se escuchara música, como es
sobradamente lógico. Sólo escuchándola y haciendo música con la voz es
posible iniciar una educación musical.
Los exámenes que debían realizar los alumnos de estas escuelas nocturnas,
los traía ya confeccionados la
inspectora. Recuerdo que una de las preguntas era: ¿Qué es Música?.Un alumno
respondió lo siguiente: “Música es un cojunto de estrumento que sirve pa
empezá tocá”. En muchos seminarios utilicé este ejemplo para lograr que se
cambiara el enfoque de estos programas.
Aprovechando las vacaciones de nuestra inspectora, formé un coro, el que
cantó “a capella” a dos voces. Fue el primer escalón dentro de mi carrera
profesional como directora de coro.
La presentación inicial fue en la propia escuela, antes de las vacaciones de
diciembre. El director, como estaba muy orgulloso del coro, invitó al
Inspector General de Música, Joaquín Rodríguez Lanza, el que asistió y quedó
entusiasmado. Luego de felicitarme pidió mi colaboración para formar coros
en las otras escuelas nocturnas de La Habana.
Nuestra inspectora auxiliar de Música llegó después de concluída nuestra
actuación, por lo que el Inspector General nos pidió que volviéramos a
cantar para que ella nos escuchara. Como yo había formado el coro “por la
libre” y ella no se podía
adjudicar ningún mérito, luego de escucharnos, nos felicitó de muy mala
gana.
Yo tenía una buena formación en esta materia, ya que era miembro cantor de
la Coral de La Habana, institución fundada por la eminente directora
española, María Muñoz de Quevedo. Al poco tiempo de formar parte de dicha
coral, María murió y la sucede
la compositora Gisela Hernández. Como este tema es otra de mis querencias,
hablaré detenidamente en otro momento.
Paso nuevamente a la escuela nocturna.. Mi primer intento fue organizar un
coro libre de desafinaciones, primera posición de un director que se
respete.Comienzo la selección. Craso error. En aquella época si no se tenía
suficiente alumnado desaparecía “isofacto” la plaza. A pesar de ésta
limitante me dispuse a eliminar
a cierto joven que, para mi desgracia, no faltaba a un solo ensayo. Cada día
me proponía que sería el último en que cantaría allí. Pero su interés y
felicidad de pertenecer al coro era tanta, que me hacía posponer mis
malévolas intenciones para el siguiente día. Mi corazón se hablandaba. Su
tenacidad venció y decidí buscar una estrategia que lo ayudara a mejorar su
entonación, una vez convencida de que nunca iba a tener el valor de
eliminarlo.
Al fin, y para gozo y sorpresa mía funcionó la estrategia de situar detrás
de él y a ambos lados, cantores muy afinados. Estrategia que mas tarde
apliqué en coros de
aficionados, tanto de niños comos de adultos.
El coro de esta escuela llegó a cantar a cuatro voces mixtas y era
solicitado frecuentemente
para actuar en actos culturales. Ofrecimos un concierto que se
trasmitió por la emisora CMZ, del Ministerio de Educación
Otro intento pedagógico-musical que realicé, fue el siguiente: Yo aparecía
en el aula con mi guitarra y mis canciones, muchas de ellas
aprendidas con Clarita, pretendiendo desarrollarles el oído armónico
y el gusto musical..
Al ser imposible que alguno de los alumnos pudiera adquirir una guitarra, se
me ocurrió que trajeran unas tablitas del largo y ancho del brazo de mi
guitarra. Así lo hicieron. Pintamos los trastes y se colocaron cordelitos en
sustitución de las cuerdas. Yo decía el título de la canción que
iba a interpretar en la guitarra y les daba datos sobre el
compositor, el género y el país.En fin, trataba de elevar un poco el
bajísimo nivel de aquellas humildes personas.Les decía que se fijaran en las
posiciones que yo iban poniendo con la mano izquierda y los invitaba a que
ellos hicieran los mismo que yo, en la tablita que habían construídos.
Comezaba a cantar acompañándome a la guitarra y ellos ponían gran empeño en
seguir mis movimientos.Poco a poco les enseñé las posiciones de los acordes
correspondientes a tres tonalidades, Tónica, Dominante y Subdominante, por
el sistema nemotécnico.
Llegó un momento en que disfrutaban muchísimo haciendo los cambios junto
conmigo. A propósito, me equivocaba en un cambio de acorde y eran muchos los
que se daban cuenta. Juntos buscabamos el acorde correcto. Y había felicidad
en sus caras cuando reconocían auditivamente el acorde requerido.
Con el coro y aquellas clases,
con una guitarra, la mía, y 30 mas imaginarias, segura estoy que les llevé a
mis alumnos gran felicidad y un poquito de cultura.
Por ello yo también fui feliz y lo recuerdo hoy con satisfacción.A ése
alumnado le debo lo mucho que aprendí.
Luego de hablar de Pro-Arte Musical, creo oportuno
dedicarle un espacio, en éstas memorias, a quien fue una mujer y
pedagoga excepcional, Clara
Romero de Nicola.
A
modo de introducción presentaré el testimonio que escribí con motivo del
centenario de su natalicio, razón por lo que se le dedicó el IV Festival y
Concurso Internacional de Guitarra de La Habana.
TESTIMONIO
Cuando en julio del año 1939 asistí a mi primera clase de guitarra popular,
impartida por la profesora Clara Romero de Nicola, en Pro-Arte Musical, no
podía imaginarme la beneficiosa influencia que ejercería en mi vida
artística y personal, el ejemplo de aquella extraordinaria mujer.
Su magisterio era un compendio de austeridad profesoral y el mas espontaneo
gracejo criollo. Seria y graciosa a la vez, ejercía un arrobador magnetismo
sobre su alumnado. Puedo asegurar que si mucho la respetábamos, aún más se
le quería.
Su profundo saber musical y amplio dominio de las esferas culta y popular de
este arte, le permitían
conducir a sus alumnos por ambos camino
a través de la guitarra, sembrando amor y respeto por los verdaderos
valores en ambos camposMuestra de lo antes citado, fueron los planes de
estudio de la Sección de Guitarra del Conservatorio Municipal de Música, que
hiciera con la colaboración de su hijo Isaac, implantados en 1950. Constaba
de séis cursos que abarcaban desde la transcripciones para guitarra de los
vihuelistas del siglo XVI, hasta las obras originales para el instrumento de
compositores japoneses contemporáneo. Entre ambos extremos se abordaban las
obras mas representativas de los siglos intermedios europeas y de Sur,
Centro y Norteamérica. Estos planes incluían también cursos adicionales de
Historia de la Guitarra, Música de Cámara, de Conjunto de Guitarra Popular,
Guitarra folklórica, Guitarra de Orquesta, así como de Investigación
de los géneros populares de la Música cubana.
Que por los años treinta una mujer lograra introducir el estudio de la
guitarra en el
conservatorio, habla tan claro como su nombre, de la inteligencia, fe y
empuje que poseía. Los planes de estudio de 1950 demostraban ya, además, la
proyección revolucionaria de su cátedra profesoral. Jerarquizaba, desde la
anónima habanera de ingenio del
siglo XIX, hasta el doliente yaraví peruano.
De su mano tuvimos la suerte de andar por los caminos del folklore y la
mejor música popular cubana, española, latinoamericana y de
Norteamérica.Guiados por ella realizamos investigaciones sobre nuestra
música popular.
Como estímulo a la composición de canciones cubanas, en la última Fiesta de
la Guitarra, brindada a los socios de Pro-Arte Musical, dedicó una parte de
dicho espectáculo al estreno de una selección de las canciones compuestas
por sus alumnos.
Capaz de multiplicar sus fuerzas hasta límites increibles, acepta la
invitación que le hicieran el Inspector General de Música, Cesar Pérez
Sentenat, y la Inspectora Auxiliar, Delia Echeverría, para que colaborara en
la implantación del “Programa Mínimo de Actividades de Educación Musical”
que proyectaban iniciar en el curso 1949-1950, delPre-primario al sexto
grado, en las Escuelas Primarias Urbanas. En una parte del programa impreso
decía:
“De acuerdo con los ideales de la UNESCO, tratados en el Seminario de
Educación celebrado, los maestros de música, por medio de la música
folklórica y popular,deben tratar de despertar en sus alumnos la simpatía e
interés por la música y costumbres, no sólo del pueblo cubano, sino de los
demás países, particularmente los de Hispanoamérica.”
Motivada Clarita por la utilidad de la enseñanza de la guitarra e
instrumentos típicos a éstos fines, no dudó en prestar su más entusiasta y
generosa colaboración.
Conjuntamente con el maestro Sentenat, Delia Echeverría, Argeliers León y
esta testimoniante, colabora en la creación de un cancionero al que aporta,
entre otras cosas, bellísimos puntos, guajiras, guarachas y habaneras de
ingenio, anónimos, del siglo XIX. Bajo mi responsabilidad estaba la
investigación de las versiones cubanas de la canción tradicional infantil.
Realiza una experiencia en la escuela de niñas No.89, situada en la Calzada
de Concha 65, esquina a Vía Blanca, cuyo alumnado vivía en un
barrio marginal. Trabajar en estas difíciles condiciones permitía
comprobar las posibilidades
reales de llevar con éxito la enseñanza de la guitarra popular e
instrumentos típicos de percusión cubana a la escuela primaria, a fin de
formar pequeñas agrupaciones infantiles que interpreten géneros criollos y
del folklore latinoamericano.
Tuve la suerte de ser su auxiliar en la citada labor, donde aprendí a tener
fe en las mas atrevidas audacias pedagógicas. Su habilidad y entusiamo
hicieron el milagro de que en pocas semanas un grupo de niñas, exactamente
el 1ro. de de junio de 1949, entonaran cuatro canciones, de diferentes
ritmos, acompañándose con guitarras, claves, maracas, güiro, cencerro y
bongó. El acto de presentación fué en la propia escuela, como demostración a
los altos funcionarios del Ministerio de Educación
Actuaron también en la sede de la Comisión Cubana de la UNESCO, en los
seminarios organizados por la Inspección General de Música, en el acto de
clausura de la Escuela de Verano de Santa Clara e hicieron una trasmisión
radial.
Como colofón de las actividades anteriores, preparó Clarita unas
conferencias sobre la guitarra popular
y los instrumentos típicos de percusión aplicados al folklore
nacional y extranjero, dirigidas al magisterio musical de la escuela
pública. Estas conferencias las ilustrábamos musicalmente el grupo de
alumnas del Conservatorio que habían tomado el curso de investigación,
éramos: Cuky Nicola, Emilita Lufríu, Deborah Cabrera y yo. Participamos en
los seminarios efectuados en La Habana y en Santiago de Cuba.
La noche anterior a la presentación en Santiago de Cuba, la muerte llamó a
su puerta, en esa histórica ciudad. Su corazón, tantas veces herido por las
trágicas muertes de sus tres hijos mayores y el encarcelamiento político de
otros dos, reclamaba el merecido descanso, pero su voluntad de vivir y ser
útil vencieron una vez mas, logrando un breve plazo de cuatro meses.
Cómo no admirar su coraje
cuando a la mañana siguiente, sin traslucir la menor fatiga, expuso su
conferencia, logrando que las maestras de música
se sintieran motivadas y convencidas de que podrían realizar los
conjuntos infantiles deseados. Luego, para demostrarnos que estaba
perfectamente recuperada, nos acompañó en un recorrido por las afueras de la
ciudad. Tomamos sus últimas fotos en Puerto Boniato.
A
solicitud de las maestras de música escribió el cuaderno “RITMOS Y
PERCUSIONES CUBANOS” y “Algunos datos sobre el folklore musical americano”.
Este se imprimió rápidamente, en 1951, en una modesta edición. Dos días
antes del 5 de abril del mismo año, fecha de su desaparición física,
escribía en uno de los ejemplares: “Para Cuca con mi cariño”.Clara”. Aunque
fuí la única que tuvo la suerte de su dedicatoria, siempre la he considerado
como un testimonio de su amor por
las alumnas que la acompañaron en su última y fructífera etapa de su
vida.
Realizó grandes esfuerzos para que el Estado declarara a la guitarra
“Instrumento Nacional,”dada su significativa importancia en la cultura
musical del país, tal y como lo habían hecho, por los años cuarenta,
Argentina y Mexico. Desde 1944 ella había encabezado esta campaña, sin que
el éxito coronara sus aspiraciones.
Este sueño no alcanzado queda como una deuda pendiente con la guitarra y con
quién ostentara, muy merecidamente, la Orden Nacional de Mérito “Carlos
Manuel de Céspedes”: Clara Romero de Nicola.
La Habana, 6 de enero de 1988
Centenario del nacimiento de “Clarita”
A
modo de pinceladas, y sin repetir lo dicho en el testimonio, trataré de
reflejar a Clarita, como todos la llamábamos,
con el mas tierno cariño y profundo respeto, porque ambas cosas ella
inspiraba al que supiera valorarla.
Un seis de enero, doce años antes de la llegada del siglo XX, los Reyes
Magos le trajeron una niñita a un matrimonio español residentes en La
Habana. Esta habanera se llamó Clara Amalia de los Reyes Romero Romero.
Dicha pequeña comenzó sus estudios musicales a los siete años, los que
continuó en España a los diez porque sus padres regresaron a su país de
origen Estudió guitarra clásica y flamenca con Nicolás Prats, titulándose en
el Conservatorio del Liceo de
Barcelona.
Se casó dos veces, primero a los 15 años. Poco después, mueren sus padres y
ella regresa a Cuba. Nacen aquí sus primeros tres hijos varones.En segundas
nupcias se desposa con Justo Nicola, con el que tiene otros tres hijos
varones y, por fin, como colofón, les llega una niña, Cuky, mi gran amiga.
Hasta 1916 no pudo comenzar a trabajar por tener que cuidar a su numerosa
prole. ¿Cómo describir físicamente a Clarita, a grandes rasgos? Era bajita,
entradita en carnes, sin ser gorda. En lo alto de la cabeza ataba su moño,
distintivo de la mujer mayor.Desdichadamente era costumbre en la mujer
disfrazarse de vieja cuando comenzaba a rondar los cuarenta. Por suerte hoy,
que acabo de cumplir los ochenta, llevo una melenita corta con gran
desenfado, al igual que todas mis contemporáneas, Mi hija, sin preocupación
del ridículo, me acaba de regalar una saya-pantalón larga, lindísima que le
dicen pantalonetas o pantaletas, y que ya estrené con gran éxito. Realmente
fue muy generoso de su parte, pues a ella le hubiera sentado muy bien.
Aunque antes pareciera increíble, hoy resulta que la pantaloneta es muy
apropiada para las dos.
Clarita tenía un gran sentido del humor, agudo e inteligente. No soportaba
la chabacanería. Cuando reía su rostro se iluminaba.
En el ejercicio de su magisterio era, sobre todo, justa. Severa con el
desaplicado y paciente con quién demostraba deseos de aprender.
Sus tres hijos mayores murieron trágicamente. Dos de ellos, aún
adolescentes, en el mar. Uno por no saber nadar cuando se viró el bote.
¿Cómo enfrentó Clarita esta desgracia? Cuando fue capaz de pensar y, ante la
realidad de vivir en una isla, domeñó el terror al mar y se mudó a Santa Fe,
a fin de que todos sus hijos aprendieran a nadar y no se repitiera la
tragedia. Pero su previsión fue valdía porque uno de sus muchachos salió tan
buen nadador, que, confiado, se alejó imprudentemente. Un tiburón lo ataca,
nada hacia la orilla y llega desangrado, sin vida.
¿Quién salva a ésta mujer de la locura? En primer lugar su responsabilidad y
enorme deseo de no hacer sufrir a su familia, ni a persona alguna que
estuviera cerca de ella. Sabía que la mayor dosis de dolor, era la suya y de
ella debía partir el aliviar la de los demás. Esta generosidad y sus clases
de guitarra, la ayudaron a sobrevivir.
Nunca escuché de sus labios un comentario sobre esas trágicas muertes. Ella
bien sabía, que mas tarde o mas temprano a todos les llegan las penas y no
hay que abrumar a nadie con las de cada cual. Pensamiento que comparto
plenamente.
De los tres hijos mayores sólo conocí a Rafael. No era músico y vivía en
Santa Clara, donde tenía una farmacia. Era muy bromista. Lo recuerdo
haciendo chistes sobre las fotos de ilustres guitarristas que adornaban la
pared. Rafael muere en un accidente automovilístico, el 1ro. de enero de
1943
Clarita y su familia se trasladan para Santa Clara, hasta que se tomara una
decisión sobre la farmacia de Rafaél.
Comienza a dar viajes a La Habana, alternándolos con Isaac, para continuar
impartiendo las clases en el Conservatorio. Enferma gravemente y le mandan
reposo absoluto. Voy a verla. Como ella era incapaz de estar ociosa, la
encuentro acostada, pero tejiendo. En tono cariñoso le digo:
“Así que reposo absoluto y usted
tejiendo más que una araña”. Me mira tristemente y me dice: “Este médico no
sabe lo que es capaz de resistir mi corazón”
Por pura voluntad de vivir se repuso. Nadie pudo nunca imaginar la fuerza de
esta mujer indoblegable.
En 1946 vendieron la farmacia y regresaron a La Habana, instalándose en una
agradable casa situada en la Avenida 31 esquina a 50, en el Reparto
Almendares, casa de recuerdos entrañables para mi.
Cuando Clarita seleccionó el grupo de sus alumnas que integrarían el
conjunto que ilustraría sus conferencias sobre la música cubana y
latinoamericana, ensayábamos en dicha casa: Emilita Lufriu, Deborah Cabrera,
Cuky Nicola y yo. No por ser su hija fue elegida Cuky, sino por sus valores
como guitarrista y cantante, era la mas dotada del grupo.
¡Cuantos cantos hermosos nos enseñó Clarita¡ Toda buena música la enamoraba.
Llegamos a interpretar gran variedad de música de la America del Sur, cuando
sólo era conocido el tango y la samba brasilera, en menor grado.
Clarita poseía una vasta cultura musical y sus criterios amplios, aunque
estrictos en cuanto a calidad. Valoraba altamente la forma original que se
toca la guitarra popular en Cuba, en la que se puntea y raya,
fundamentalmente, a diferencia de latinoamérica en
que se utiliza el rasgueo flamenco,
con las tipicidades respectivas en cada uno de esos países.
Visité mucho esa casa, donde me sentía muy felíz. Cierto día me detengo a
pensar en los visitantes habituales y, sorprendida, descubro que no había
visto personas mayores. Sin dejarlo para luego, le pregunto : Clarita,
¿Usted no tiene amigas viejas?. Rápida
y cortante me responde: “ Sí las tengo, pero ellas en su casa y yo en la
mía. Las amigas viejas, como tu dices, tienen los mismos problemas caseros y
dolencias físicas que yo y de
ellos hablan preferentemente. A mi me bastan con los mios, así que prefiero
y ir yo a visitarlas y cuando estoy harta de dichos temas,me despido
gentilmente, con alguna escusa, y me vo”. Sabia lección de Clarita que
aprendí para siempre. A la altura de mis años y los recientes temas
incorporados por el “período especial” a las conversaciones, hacen que me
sienta muy felíz de convivir con tres muchachos jóvenes, cuyas edades
oscilan entre los 19 y 24 años. Ellos son mis nietos, Laurita, estudiante de
Física, José Adrian, graduado de Lengua y Literatura Inglesa y Wendy, su
esposa a punto de graduarse de médico. Yo he salido ganando, a no dudarlo,
los jóvenes no me han comunicado su pensamiento.
En el Testimonio cité la conferencia de Santiago de Cuba y lo grave que
estuvo Clarita. Ahora voy a ampliar aquellos acontecimientos.
Pasadas las doce de la noche
salimos a buscar un médico. El que encontramos era joven y guapo, a lo que
atribuimos su rápida recuperación, según le dijimos en choteo, para que
sonriera.
Llega la mañana y nadie logra disuadirla de que ofreciera
la conferencia. Cuando llegamos al edificio donde daría su charla,
debía subir una altísima escalera de marmol. Como no haría caso a los
consejos de sus alumnas, fuí a buscar a Argeliers León para que la
convenciera de que era un disparate que subiera la
escalera.También él fracasó, por lo que le propuso subirla sentada en
una silla, a lo que Clarita se negó rotundamente haciendo burla de la vieja
subiendola en una silla . Y muy despacito, al fin , la subió.
La excelente acogida que le dispensaron las maestras de música durante todo
el tiempo que duró la conferencia, fue muy estimulante para ella, por lo que
el entusiasmo la llevó a acompañarnos a un paseo hasta Puerto
Boniato. Nos hacía creer que disfrutaba el hermoso paisaje. Como ya dije,
allí le tomamos sus últimas fotos.
Ella y Cuky tenían la divertida costumbre de recortar fotos o dibujos de
periódicos y revistas que
recordaran sucesos acontecidos en nuestras actuaciones. Luego los pegaban en
un cuaderno, escribiendo jocosos comentarios al pié de cada uno.
El último cuaderno sobre la conferencia de Santiago de Cuba lo hicimos Cuky
y yo para seguir haciendo lo que a ella tanto le gustaba. Cuky
generosamente me lo obsequió. Lo guardo celosamente entre mis
recuerdos mas queridos.
De su mano ingresé en el Conservatorio Municipal. Nunca se lo agradecerá
bastante.
Estas pinceladas sobre mis recuerdos de Clarita, es el pequeño homenaje que
rindo a quién supo ganarse tanto cariño y tanta admiración.
Mi primer contacto con Delia fué el día en que un primo nuestro la llevó a
casa para presentar
su esposa a la familia. Era bonita y
me impresionó su profunda y tierna mirada. La envolvía un halo de misterio.
Desde muy joven ella se incorporó a las luchas revolucionarias y mantuvo una
vida consecuente con sus altos
ideales.Expiró próximo a cumplir noventa años.
Perteneció a la Generación del treinta universitaria. Por votación
estudiantil fué elegida Miss Universidad. De esa época conservo un retrato
que ella me regaló. ¿ Cómo
describir dicha foto? Lo más aproximado sería decir que era la imagen de una
joven de serena belleza.
Estudiaba en la Escuela de Farmacia, al igual que su hermana Estrella. Ambas
se doctoraron en dicha carrera.
Delia fundó la Asociación Estudiantil Universitaria Musical, creo que éste
era el nombre. También perteneció a instituciones culturales, tales como
Pro-Arte Musical, el Lyceum y el Patronato de Artes
Plásticas.Indudablemente, demostró en su larga vida, que tenía una marcada
vocación de promotora cultural, la que cultivó con gran altruismo.
En cuanto a mi, nunca podré agradecerle bastante el aval que me diera para
ser social de Pro-Arte Musical, además de ponerme en contacto con María
Muñoz y Gisela Hernández, para que se me hicieran las pruebas reglamentarias
a fin de lograr mi gran deseo de ser cantora de la Coral de La Habana.
Delia y Estrella fueron las primeras alumnas de María Muñoz en el
Conservatorio Bach.Ambas fueron fundadoras de la Coral de La Habana, como
cantoras. Delia fungió de secretaria
de ésta institución coral durante muchos años.
Uno de los lugares donde se escondió Antonio Guiteras, cuando era perseguido
por la primera tiranía de Batista, fué en casa de Delia, la que vivía con
sus padres y hermana. Allí se hicieron novios. De ésta casa partió Guiteras
para el Morrillo, en Matanzas, donde fué asesinado por la delación de un
traidor.
Delia continuó su lucha
revolucionaria y sufrió prisión política. Allí la conoció mi primo Octavio
Rivero donde la visitaba frecuentemente
Mas tarde se casaron. Luego de varios años de matrimonio se
divorcian, sin haber tenido hijos. El
cariño entre nuestra familia y
Delia se mantuvo y creció con los años.
En la década del treinta, del
siglo XX, comienzan a llegar a Cuba exiliados de la Guerra Civil
española. Uno de ellos era el escultor Enrique Moret, con el que
contrae matrimonio . Tuvieron un hijo que nació el mismo día que el mío,
pero un año después, por lo que siempre les celebrábamos el cumpleaños
juntos. Moret me demostró siempre una gran simpatía.
En el hogar que formaron Delia y Moret, conocí a muchos artistas plásticos,
de lo más granado de esa época, entre estos a Carlos Enrique, al que pude
observar mientras pintaba un mural en la casa de una francesa que vivía al
lado de Delia. Allí vi surgir
en transparencias sus famosos caballos. El fué y sigue siendo mi pintor
favorito de aquella élite excepcional.
Finalizando la década del cuarenta, Delia me incluye en un equipo
estelarísimo, donde yo no llegaba a mínimo lucero. Dicho equipo
tenía la responsabilidad de confeccionar un cancionero para la
escuela primaria. En él se brindaría a las maestros de música en ejercicio
un rico material informativo con cantos
al unísono, en forma de canon, a dos y a tres voces. El cancionero constaría
de tres volúmenes. El máximo responsable del equipo era Argeliers Leon, muy
querido y respetado musicólogo cubano, alumno de Fernando Ortíz. Desde
entonces fuimos amigos entrañables, así como de su esposa María Teresa
Linares, también musicóloga.
Con Argeliers trabajamos arduamente: Clara Romero de Nicola, guitarrista y
profesora de primera linea, Gisela Hernández, compositora, por supuesto,
Delia, alma y motor impulsor del proyecto y yo.
Tuve a mi cargo el capítulo “ Versiones cubanas del cancionero tradicional
infantil” el que requirió de una investigación muy interesante. La mas rica
información la recogí de mi madre, caudaloso manantial de canciones de cuna
y rondas infantiles. La ilustración del capítulo la realizó Moret, que era
un excelente dibujante. En la ilustración aparecía la Pájara Pinta
graciosamente posada en lo alto del palo mayor de una carabela y, alrededor
de la nave, una rueda de niños de todas las razas, danzando alegremente
tomados de las manos. El dibujo era un hermoso canto a la hermandad entre
los hombres.Otros destacados pintores brindaron generosamente su
colaboración al cancionero, y con ello a todos los niños cubanos, entre
otros estaban Victor Manuel, Carlos Enrique y Portocarrero.
Entre los cantos tradicionales infantiles que recogí estaba uno al que las
niñas le decían “Areli “, cuyo
ignorado origen me lo facilitó Luz Acosta, madre de Delia. Ella había
iniciado sus numerosos exilios en Tampa, siendo una de tantas niñas cubanas
que emigraron con sus padres cuando la Guerra del 95. Concluída ésta,
regresaron a la Patria. Con dichas pequeñas llegó también “Areli “, cuyo
texto original en ingles era el siguiente:
One, two, three.
All ready.
Foar, five, six.
All ready.
Seven, eight, nine.
All ready.
Ten.
All ready
Full hand
Este canto se fué enraizando de generación en generación , por tradición
oral hasta nuestros días, en los juegos de las niñas, alterándose la letra,
inevitablemente, de ésta forma:
Uan, tu, tri.
Areli.
For, fai, six.
Areli.
Seven, eit, nai.
Areli.
Ten.
Areli.
Pon mau.
Disparatado y gracioso continua fresco en las voces de las niñas cubanas.
Cuando el cancionero en cuestión estuvo terminado y ya los plomos montados
en madera listo para su edición
en la Imprenta Nacional, ocurrió el funesto Golpe de Estado de Batista.
Delia con su olfato de revolucionaria y, con el pretexto de una útima
revision, rescata el cancionero de la imprenta. Este pasó al clandestinaje,
primero en la casa de Delia y Moret.
Cuando ellos tuvieron que exiliarse en México, fué guardado
celosamente en la casa de mis padres, en el Vedado. Triunfa la Revolución, y
por orden de la Dra. Vicentina
Antuña, Presidenta en ése momento del Consejo Nacional de Cultura, se envió
el trajinado cancionero a la imprenta para su edición. ! Al fin nuestro
amado cancionero sería una realidad!
Cierto día me llama Argeliers León por teléfono y me dice: “Cuquita,
si estás de pié, siéntate. Fundieron los plomos del cancionero”:. Fué
muy acertada su advertencia. Pasado unos días detuvieron al director de la
imprenta cuando , clandestinamente, trataba de escapar a los Estados
Unidos.El fué el autor de éste sabotaje cultural. Los perdedores fueron,
naturalmente, los niños.
En la década del setenta y, ya próximo a su retiro, solicito a Abel Prieto
(padre) alto funcionario del Ministerio de Educación, se trasladara a Delia
para trabajar conmigo en la Educación Musical que yo realizaba en programas
radiales. Se le concedió el traslado. Ella aportó su experiencia y fué muy
felíz presenciando las grabaciones musicales que
realizábamos en la EGREM, la del programa radial en mi voz, así como
observando a los niños recibiendo
éstas clases radiales en el aula.
Delia escribió valiosos testimonios suyos sobre María Muñoz de Quevedo,
sobre la estancia del poeta granadino García Lorca, durante su estancia en
La Habana en el año l930 y también escribió artículos en revistas sobre
variados temas relacionados con el arte.
De Luz, su mama, heredó el valor, así como una aparente serenidad en
momentos difíciles. Muestra de ello es ésta anécdota: Cierto día tocan a la
puerte de su casa. Delia abre. Es la policía. que viene a detener a Luz, la
que estaba sentada a la vista de la
policía. Delia se percata de que no la conocen. Los invita a sentarse y,
dirigiéndose a su madre, le dice: “Perdóneme señora que he demorado en
traerle su sombrero y la cartera.No se preocupe, que yo le dare su recado a
mamá en cuanto regrese”.Trae sombrero y cartera y saca a la que venían a
prender delante de las propias narices de los guardias. Eran tal para cual
la madre y la hija. Cuando, pasados muchos años me contó aquel difícil
trance, le pregunto: ¿Tu no te
austaste? Y me dice: “Estaba muerta
de miedo, pero ellos no podían saberlo”. Madre e hija disponían, en los
momentos trágicos, de una envidiable serenidad aparente.
Aprendí de ella la generosidad
en el orden económico, cuando la labor era dirigida a los niños, fructífico
terreno por donde debe comenzar
la gran siembra. Me considero muy dichosa de haber realizado muchas labores
junto a ella, así como de contar con su cariño hasta el final de su vida.
La medalla “Ana Betancourt” fué la última condecoración que recibió en un
solemne acto, pleno de cariño y admiración, realizado en su propia casa.
Vilma Espín, Presidenta de la Federación de Mujeres Cubanas, la colocó en su
pecho.
Recientemente me encontré con la eminente profesora de la Escuela de Letras,
Dra. Rosario Novoa, la que me cuenta que las manos del Alma Mater son las de
Delia. Ellas fueron el modelo. Manos mas nobles y tiernas no pudo tener
quién, maternalmente, desde su alto sitial, recibe y despide cada día a los
estudiantes de la Colina Universitaria habanera.
En éste capítulo daré a conocer mis canciones inéditas, gracias a la
indulgencia que me dispenso luego de cumplir ochenta y cinco años. A partir
de ésta edad he entrado en una fase de “desparpajo senil” que me ha
impulsado a incluir en mis Memorias Festivas canciones de mi autoría y a
contar que he colgado en mi casa, cuatro cuadros que pinté cuando tenía
trece y catorce años. Estos los guardé en un closet por siete décadas.
Espero que se acoja con cierta indulgencia las incursiones mías en la
composición, en la plástica y hasta en la poesía.
Estoy espantada con éstos arrestos míos , pues nunca mostré mis canciones a
los excelentes intérpretes amigos, mientras tuve grandes
responsabilidades en la televisión como jefa de bloque de programas
musicales y después como
asesora de Album de Cuba y de otros programas. Temía comprometer a los
cantantes. Tampoco monté mis canciones en los coros que he dirigido, por
puro pudor profesional.
Haciendo historia puedo decir que “la pícara musa” me inspiró por vez
primera en mis años juveniles, cuando dedique a mi novio :
MI CANTO DE AMOR
Quisiera saber decirte
Cántale al amado
lo que tanto anhelo.
tu canción de amor,
Quisiera decirte tanto,
como yo a la aurora
pero no puedo.
al salir el sol.
Timidez traidora
El viento en sus ondas
que ahoga mis sueños.
llevará la voz
Barrera invisible,
al único dueño
frontera del beso..
de tu corazón
¿Donde ésta ternura
De regreso el viento
hallará su eco?
tornará feliz
Dilo, pajarillo,
a decirte sólo:
cantor mañanero
“Te quiere”
Desde entonces canto
mi canción de amor.
¡Que bella es la vida!
¡Oh, que feliz soy!
Como estaba entusiasmada con mis pininos en la composición, escribí,
seguidamente:
IMPACIENCIA
Me has dicho que vendrás.
Ya vienes tu
Que pronto junto a mi estarás
y en mi vida se hace la luz.
No tardes, alma mía,
Ya vienes tu.
creo sentir tus pasos ya.
Te presiento y no puedo esperar.
Los minutos son horas sin ti..
¿Por qué tardarás?
Espera, niña impaciente.
Espera, se me dirá.
Y yo queriéndote tanto,
no puedo esperar.
No puedo esperar
Luego, por amor a mi Patria compuse:
“TE CANTARÉ”
Te cantaré,
Cuando la tarde
¡Oh, Perla de los Mares!
se va a perder
Dulce
india
y el disco de oro
en el Caribe dormida.
tras ella va,
Acariciada estás
dorado nimbo envuelve
por tus palmares.
la campiña.
Con tibios rayos
Traspasa el aire
el sol te besa.
candil de luna.
Para cantarte a ti,
Candil de luna
Cuba querida.
traspasa el aire.
Hay que amarte
Apunta el alba.
hermosa Patria mía.
Nace otro día.
Gozar tu luz,
Yérguese airosa
tu mar, tu campo verde
la Palma Real.
y allá en lo hondo,
llevarte siempre.
Luego de estas inspiraciones juveniles, la pícara musa alzó el vuelo. Yo
decidí no reclamarle mas inspiración, por la gran admiración que siempre he
sentido por la estelar pléyade de compositores, padres de la hermosa
cancionística cubana.
Cuando nace Mandy, me estrené de mamá, regresó la musa y le dediqué al bebé
ésta canción de cuna:
“DUERME CHIQUITÍN”
Mi
chiquito lindo se quiere dormir
y muy
tiernamente le canto así:
Duerme, duerme,
duerme, chiquitín.
Duérmete
Armandito, pequeñín
que la Virgen Madre y el
Niño Jesús
velarán el sueño si
ahora duermes tu.
Muchos
pajaritos vendrán
con sus pichoncitos
detrás.
Perros y
gaticos cuando tu despiertes
vendrán a
jugar.
Como Mandy era tan inquieto, si no llega a ser por la carta que él le
escribió a los Reyes Magos pidiéndole una hermanita, se queda como hijo
único .Cuando la pequeña llegó al mundo, retornó la musa y nació otra
canción de cuna:
“DUERMA MI NIÑA”
Mi niña linda
se va a dormir.
Tiendan su cama
en el jardín.
Duerma mi niña
entre las rosas
mientras te cuidan
las mariposas.
Ojos azules
tiene mi nena
Azules ojos
Y piel de seda
Mi niña linda
ya se durmió.
Angel del cielo,
guarda a mi amor
Pasaron los años y cuando mi hijo, adolescente, entró en el ejercito, brotó
esta canción de lo más profundo
de mi ser
“ABRE SUS ALAS”
Abre sus alas, emprende el vuelo.
Son mis amarras frágil cristal..
Mis manos se abren entre los gritos
que de mi pecho quieren brotar.
Mas sigo abriéndolos lentamente.
Apago el grito. Sofoco el llanto.
Sigue la vida su rumbo incierto.
Sigue la vida y he de andar.
Al cumplir Silvita, mi hija, catorce años, la pícara musa quiso celebrarlo,
regresó y compuse:
“EL BOTÓN ABRÍA EN ROSA”
Qué linda estaba mi niña.
Sus ojos de mar y cielo.
Perfumes primaverales
aromábanle sus sueños.
Sus puertas le abre la vida.
La niña deja de serlo
y ya
atraviesa el umbral
camino de mil quimeras.
Que bella es la juventud.
Juventud de mis desvelos
¿Por qué dolerme los años
si en ella vivo de nuevo?
Como no he superado la indulgencia que achaco a los años cumplidos, incluiré
otros intentos que no me atrevo a calificar. Estos son: “Mis parques”
“Frente al Malecón”
“Recuentro” “Estampa quijotesca” y “Reclamo”
Algunos de estos papeles se esfumaron, otros estaban amarillentos y a punto
de no quedar rastro de ellos. La poesía no hubiera llorado su pérdida. Yo
los recuperé con increible indulgencia y por ello los incluyo en éstas
Memorias Festivas.
“MIS PARQUES” (1957)
Yo nací en un pueblo.
Siempre tuve un parque
frente a mi mirar.
Tuve golondrinas,
arboles y bancos
Camino al colegio
comía los higuillos
que vetustos álamos
solíanme brindar.
Fue mi primer parque
En él deje un poco
de mi humanidad
pues era el culpable,
que en mi corretear,
las tiernas rodillas
se vieran maltrechas
de tanta caída
por tanto brincar.
Mi segundo parque.
En linda glorieta,
todos los domingos,
sin uno faltar,
tocaba y tocaba
la banda del pueblo.
Hoy están tan frescos
los gratos recuerdos.
que aún veo pasar
tiras de muchachas
como recortadas
por viejas tijeras
y a los jovencitos,
que en posta esquinera,
prestos esperaban
con ellas pasear.
Patines, carriolas,
la barca en la suiza
y en el escondido
el corazón trotar.
Entre estudio y parques
pasé aquellos años
de niña contenta,
de joven locuáz
Y llegó el momento
en que un viejo amigo
me llevó al altar.
Pasaron los años
sin que hubiera un parque
frente a mi mirar.
Mas, al fin, un día
también mis dos hijos
tuvieron los árboles,
el frescor del cesped
y un liso cemento
donde corretear.
La cruel dictadura,
con sus agonías,
me hizo abandonar
aquel balconcito
donde me asomaba
para contemplar,
las alegres niñas
entonando rondas
que me hacían soñar.
Pasaron los años
y como mis ojos
en su busca andaban,
di con otro parque,
¡Que felicidad!
Allí mis dos hijos
jugaron, corrieron.
Yo, mis otros parques,
volví a recordar.
Del año 1958 encontré éstos versitos marineros:
“FRENTE AL MALECÓN” (1958)
¿Dónde termina el cielo?
¿Dónde se pierde el mar?
Un barquito navega.
Al frente de su boga
la paletada rosa
confunde cielo y mar.
¡Ay! Mi pequeña nave,
puntico que se pierde
en esa inmensidad
de aire, color y agua.
No importa donde vayas,
viajarás....viajarás.
Y un día, como tantos,
oteando el horizonte,
te veré regresar,
surgiendo entre arreboles,
feliz de retornar.
No traerás respuesta,
pues respuesta no hay.
Sólo el pintor conoce
donde termina el cielo
y dónde el ancho mar.
Estando en Cienfuegos, allá por el año 95, escribí “Recuento”. Los largos años
vividos y mirando la hermosa bahía de Cienfuegos, escribí, sin amargura, lo
siguiente:
“RECUENTO”(1995)
Va venciéndose el plazo
de éste andar por la vida.
El recuento se impone,
te juzgarás.
¿Fue fructífico acaso
tu paso por el mundo?
¿Mucha o poca alegría
diste en tu andar?
¿La semilla del bien
sembraste cada día
o hizo nido en tu pecho
la maldad?
¿Por mucho que doliera
hiciste lo debido
o flaqueaste y por ello
te has de culpar?
De acciones generosas
no habrás de arrepentirte,
aunque a veces la vida
pague mal.
No importará, por cierto,
lo que otros labios digan.
Sólo tu.....Sólo tu
Y la verdad.
Entrando el nuevo milenio, lo saludé con unas rimas inspiradas en una pareja
dispareja.
“ESTAMPA QUIJOTESCA”
Don Quijote, con su lanza,
atacará a los molinos.
Su corcel, Don Rocinante,
créese un hidalgo equino.
El gordinflón escudero
no es otro que Sancho Panza.
Gran panza que a duras penas
el burrito Rucio carga.
De aventuras en pos va
la pareja dispareja.
Don Quijote en Rocinante
y Rucio con Sancho a cuesta.
Lo que va a continuación lo escribí a petición de Lizette Vila, de la UNEAC.
“RECLAMO”
El símbolo ideal de la paz, para mi, es la imagen del niño con sus brazos
extendidos hacia la paloma. Gesto expresivo de su necesidad de protección para
poder vivir teniendo un tránsito felíz y productivo durante el efímero paso del
hombre sobre la tierra.
Con sus bracitos extendidos reclama una vida que favorezca su desarrollo físico,
intelectual y moral. Reclama un mundo sin bombas mortíferas, así como también
hombres poseedores de un gran sentido humanitario y de hermandad, por sobre
razas y credos.Reclama, en fin, trabajo abundante para que desaparezca la
pobreza de la faz de la tierra, lo que forzosamente influirá de forma positiva,
en el clima de paz familiar y ciudadana en que crezca el niño.
Ve, rauda mensajera
de dolores humanos.
Paloma de la Paz,
surca el cielo temprano.
Vuela y di a los hombres
de buena voluntad,
que los niños del mundo
en sus manos están.
Líbrennos de la guerra,
del hambre y la ignorancia.
Urge una solución:
Es la voz de la infancia.
Vuela, blanca paloma.
Vuela rauda.
Mi buen juicio ordena que pase al siguiente capitulo.
Esas somos Esther y yo, las de la mucha juventud acumulada.
Ambas recorremos nuestro país de punta a cabo, ya fungiendo de jurado en
concursos de canciones, de intérpretes, de coros o cantorías infantiles o como
invitadas.
Desde hace mas de veinte años se nos invita a la Semana de la Cultura
Trinitaria. En la biblioteca de ésta ciudad, cada día me reuno con niños de
diferentes escuelas, a fin de investigar los resultados de mi programa radial de
Educación Musical. Esther, a su vez, ofrece conferencias sobre compositores
cubanos y yo, sobre el Canto Coral en Cuba.
En todas las ciudades nos reciben con gran cariño, muy especialmente en
Trinidad.
En Matanzas hemos sido jurado del concurso “Jóvenes Intérpretes”; en Camagüey en
el “Luis Casas Romero”; en Holguín en “Cantantes Lírticos”; en Cienfuegos y en
La Habana en “Cantándole al sol” de canciones infantiles; en Cienfuegos en el de
canciones:“Eusebio Delfín”y el
concurso “Jagua”, con el que se premia la obra cultural de toda una vida de un
cienfueguero; en Regla en un concurso de canciones y
en La Habana en el “Caracol”de la UNEAC.
Hemos sido invitadas, frecuentemente, al
“Festival Nacional y al Internacional de Coro de Santiago de Cuba” por el
Instituto Cubano de la Música.
Desde 1978 somos jurados vitalicios del Festival Nacional de la Radio Cubana. En
su inicio se celebraba siempre en
La Habana. Después se ha celebrado en Santa Clara, Holguín, San José de las
Lajas, Pinar del Río, Camagüey, Trinidad – donde sesionaron los jurados- y
Sancti Spiritus lugar de la premiación. El próximo festival esperamos que sea en
la “Ciudad Primada”, Baracoa, el que esperamos con gran ilusión.
Cuando la isla nos queda chica partimos para otras tierras. Desde 1999 estamos
viajando, anualmente, a los Estados Unidos. Allí, además de estar con nuestros
hijos, juntas recorremos las calles de Washington y de New York. Disfrutamos de
la belleza de las Cataratas del Niágara, navegamos por la bahía de Miami y le
dimos la vuelta a la Estatua de la Libertad de New York, disfrutamos de la
belleza del Valle de Shenandoa, entre otros lugares.
En la cercanía de Washington, en la finca del encantador matrimonio de Guillermo
y Marisela, pasamos tres semanas inolvidables. A nuestro arribo a la finca
fuimos recibidas por un entusiasta Comité de Recepción integrado,
principalmente, por diecisiete perros de todas las razas. Veintiséis gatos se
mantenían de observadores en el portal y a las tres yeguas les importaba “tres
pitos “ nuestra presencia en la finca.
Allí nos encontrábamos cuando el terrible ataque a las Torres Gemelas de New
York y al Pentágono de Washington.
El cariño que nos demostraban Marisela y Guillermo y todos los perros, hacía que
nos sintieramos como en familia en esa finca. Como le organicé a Guillermo, en
unos inmensos estantes, clavos, puntillas, tornillos, etc. etc.toda una
ferretería, me gané el mote de Cuquita Puntillita. Desdichadamente hace unos
pocos meses que Guillermo murió, lo que nos ha producido un gran dolor a Esther
y a mi.
Como a éstas memorias las llamo “Festivas” no debo detenerme en temas dolorosos.
En nuestro segundo viaje, Marisela nos llevó al Valle de Shenandoa. Si
hubiéramos llegado una semana después, habríamos podido ver el colorido de los
árboles en otoño, en todo su esplendor.
En el verano del año 2001 Esthercita, la hija de Esther, y Carlos, su esposo,
nos llevaron a las Cataratas del Niágara, donde nosotras, además de volver a
verlas, disfrutamos a plenitud del espectáculo inenarrable del otoño durante
varios días, tanto en el viaje de ida como en el de vuelta. Cuando mirábamos a
la lejanía veíamos explosiones de brillantes colores, en la gama del amarillo al
naranja y brotes rojos. El inmutable pino brindaba su eterno verdor. El
espectáculo que brinda la aparición del otoño es único e inolvidable.
El regreso a nuestra Patria lo hemos hecho desde distintos aeropuertos, tales
como el de Miami, el de New York y el de Baltimore. De éste útimo salimos para
Jamáica y de ahí al aeropuerto José Martí de La Habana.
Como Esthercita había solicitado desde Baltimore sillas de rueda para las de
mucha juventud acumulada, con ellas nos esperaban en los aeropuertos. La Habana
se excedió y una ambulancia fue a capturarnos al avión de Jamaica
Y ya pongo fin a “Dos jubiladas en movimiento” Gracias por su atención, como
dirían en el avión. La rima no fue intencional.
Espero se me permita tomarme la licencia de contar algunas anécdotas de mis
hijos, cuando eran pequeños. Prometo ser breve.
Cierto día en que aún circulaban en La Habana los tranvías, llevamos a pasear,
en uno de ellos, a mi hijo Mandy, el que recientemente había cumplido dos años.
El pequeño iba de pié sobre el asiento de mimbre, entre Maruca mi hermana y yo.
De pronto, se detiene el tranvía y sube un pasajero. Al verlo, mi hijo lo señala
con el dedito índice. Con la otra mano trataba de virarnos la cara para que
miráramos lo que venía caminando por el pasillo del tranvía. Nosotras,
inutilmente, intentábamos bajarle la mano que lo señalaba. Y, exactamente,
cuando el motivo de su asombro pasaba por nuestro lado, el “enfant terrible”
acababa de descifrar la incógnita que lo aturdía y con estremecedora voz
exclama: “A ese niño no le sirve la cabeza”. Era un enano.
En otra ocasión, Magda, mi hermana menor, me invita a dar un paseo en el
pisicorre de mis padres, o mas bién de Magda, que era su conductora absoluta.
Cuando pasábamos cerca de un parque, el pequeño hizo la siguiente reflexión”Yo
no quiero ser un mayor”. ¿Porqué? preguntamos a coro y responde: “Porque los
mayores no se divierten”. “Claro que se divierten” le respondemos. Rápidamente
riposta, diciéndonos ¿Cuando ustedes han visto a un mayor corriendo por el
parque? Para el, correr era la única forma de divertirse. Disfrute que mi
pequeño saciaba en la escalinata de la Universidad, en los parques y en cuanto
espacio libre encontrara.
Por el contrario, mi hija Silvita era todo paz y serenidad. Ella, por un período
de tiempo, no muy corto, le dió vida a un personaje imaginario, al que llamaba
el Mulo Melene. Por mas que lo intentáramos, nunca supimos como era el que ella
recogía del suelo para cargarlo. Grandes lágrimas corrían por sus mejillas,
acompañadas de sollozos, si al cerrarse la puerta, según ella, el Mulo Melene se
había quedado fuera. Yo no se si, psicológicamente, es aconsejable lo que
siempre hacíamos, que no era otra cosa que abrir de nuevo la puerta de la calle
para que ella lo recogiera del suelo y, muy felíz, entrara con el
“invisible”cargado.
Y allá va otra anécdota:
Un felíz “Día de las Madres”, teniendo Silvita unos tres años, se acercan mis
hijos a la cama, donde yo los esperaba para recibir sus felicitaciones y
regalos. Antes de abrirlos, los besaba y después les decía lo mucho que me
habían gustado los obsequios. Una vez concluído el hermoso momento, abandonaba
la cama y me vestía. Circulo por la casa y, de nuevo, entro en mi habitación.
Con sorpresa veo a la niña anegada en llanto. “¿Que le pasa a mi niñita
querida?” Le digo. Ella, dramáticamente me responde entre sollozos: “Que yo no
tengo hijitos que hoy me tráigan regalitos”. Me quedo sin habla, pero en pocos
segundos reacciono y escucho mi voz diciendole: “Tu si tienes hijitos, porque
los muñecos son los hijitos de las niñas y, ahora mismo, voy a ver que ha
pasado” A toda velocidad localizo a los muñecos y un rojo papel celofán con el
que envolví las cosas más inauditas. Con ésta preciosa carga apretada
en el pecho, hice mi entrada triunfal en
el cuarto. La minúscula mamá, sentada en la cama, se disponía a asumir el rol
maternal con gran responsabilidad. Fué besando a sus muñecos uno a uno, antes de
abrir cada regalito. Repetíase exactamente lo antes sucedido sin el mas mínimo
fallo. Tanto ella como yo disfrutábamos. Para mi era una muy tierna comedia. Más
tarde supe, que para ella también lo era.
Fuimos a felicitar a mi madre. Después del acto ritual de las felicitaciones,
entrega de regalos, besos y abrazos, dejo a Silvita en las piernas de su abuela
y me voy a conversar con mis hermanas. Cuando la pequeña se fue a jugar, mi
madre me llama y muy sonriente me cuenta que la niña, con mucho misterio, le
había dicho: “Abuela, hoy Mamy me hizo una “maldada” y a continuación le contó
que yo le había dicho que los muñecos eran los hijitos de las niñas..etc.etc..No
creyó una sola palabra, pero agradecida y felíz siguió mi juego.
Mis nietos, José Adrián y Laurita, también llenaron mi vida de felicidad y de
anécdotas. Pobre del que no disfrute la infancia de su
descendencia. No quiero abrumar con mas anécdotas.
Como hace veinte meses que llegué a la categoría de bizabuela, me permito
contarles que el bebé se llama Adrián, El me dice y me presenta como Biza
Cuquita. Hace pocos días jugaba con él en su cuarto de la finca “La Silvia”, de
sus abuelos, José Ma. Vitier y mi hija Silvia, y, de buenas a primeras me dice:
“Bisa Cuquita, te llaman por teléfono”. A buen entendedor, pocas palabras
bastan.!Qué forma mas delicada de
deshacerse de mi ¡
El bebé me deja pensativa. Gracias a el descubro que ha llegado el momento de
poner punto final a éstas Memorías Festivas, antes de que se me sugiera
gentilmente, diciéndome: “BIZA CUQUITA, TE LLAMAN POR TELÉFONO”
INDICE
I - Prólogo: El
porqué de éstas Memorias.
II - Mi natal Candelaria y sus
entrañables personajes.
III - Guanajay, sus nombretes,
anécdotas y fuga de mi niñez
IV - El Instituto. La Universidad.La
Sociedad Pro-Arte Musical
V - Clara Romero de Nicola y su
influencia en mi vida personal y profesional.
VI - Al fin farmacéutica. La boda.
VII - Nace la directora de coro.
VIII - Delia Echeverría. Un ser muy especial.
IX - La Coral de La Habana y María
Muñóz de Quevedo.
X - Cantorías Distritales en la
Escuela Primaria
XI - Centro Especial de Música
No.1
XII -“Coro de Cuca Rivero”. Primer coro
de la televisión cubana
XIII - La Escuela de Instructores de Arte. VIII Festival de la Juventud y los
Estudian
tes de Helsinki.
XIV - Fundación del Grupo de Teatro
Lírico. Regreso a la Televisión.
XV - La “Profesora Invisible”.Mi gran
querencia
XVI - Esther Borja y Adolfo
Guzmán. Artistas excepcionales y amigos entrañables.
XVII - Conciertos-Homenajes por mis
ochenticinco años.
XVIII - Indulgencias de la edad.
XIX - Dos jubiladas en movimiento
XX - Punto final. Mi biznieto me
llama a la cordura