Aunque
Hegel en su dialéctica lo resumió hace
un par de siglos en la ley de unidad y
lucha de contrarios, siempre resulta curioso como se puede ser algo y su
contraparte. En términos menos generales… se es hijo pero al mismo tiempo se
puede ser también padre, se puede ser médico, operar por la mañana y por la
tarde ser el paciente, así pues maestro y alumno, tripulante y pasajero, orador
y audiencia…en fin…el mar.
Tan
común como estas dualidades lo es el olvidarse de ellas, así cuando, como
trabajadores, le damos la bienvenida a un aumento del salario mínimo, nos
olvidamos que también somos consumidores y que esos nuevos beneficios se harán
sentir en los precios de los productos tenemos que comprar y de servicios que
necesitamos recibir. El agitador
social ayuda a que la gente se olvide de sus dualidades y cual mago, llama la
atención a una mano para que no se vea lo que hace la otra y así, los beneficios
demandados saldrán de las ganancias de los “dueños”. En las grandes
corporaciones las tales ganancias son márgenes estrechísimos de operaciones
gigantescas, no es posible pensar que los beneficios puedan salir en alguna
medida significativa de ahí…pero tal es la habilidad de los ilusionistas.
De la
misma manera cuando un político nos convence de la justeza de un incremento de
los beneficios de la seguridad social, o de planes de ayuda a los más
necesitados nos vemos como beneficiarios y nos olvidamos que también somos que
pagamos los impuestos que hacen todo eso posible. De nuevo aquí el ilusionista
nos dice que los ‘ricos”, o sea otros, pagarán esos impuestos. Sin entrar las
complejidades del engranaje de la economía, que hará que cualquier gasto se
reparta en proporción a todo el continuo de estratos sociales, quiero sólo
destacar otra dualidad, la de rico-pobre. No importa cuan pobre se sea, siempre
se es rico respecto a alguien y salvo quizá Bill Gates, siempre se es pobre
respecto a alguien. Pueda que ni él se de el lujo de gastarse $200 en un
martillo como dicen que lo hace el Pentágono.
Ante
cada problema social que se debate, las posiciones se definen dependiendo de
como se vean la personas en su carácter dual. Tómese por ejemplo el tema del
límite a las demandas por mala práctica médica, si nos viéramos como pacientes,
como posibles víctimas, como demandantes, entonces estaríamos en contra de
establecer el límite. Si, por el contrario, nos viéramos como los afectados, como
los que de alguna manera nos toca pagar esas millonarias demandas, entonces
estaríamos a favor. La dualidad siempre existe, sólo que una de las categories en
oposición en más evidente que la otra, como en este caso, es más fácil verse
como posible demandante que como pagador de demandas. El mecanismo por el que
uno termina pagando una parte alícuota de los gastos de esa demanda es complejo,
pasa por que el médico se asegura y ese seguro lo amortiza el que paga sus
servicios. Pero ese mecanismo, aun así, está simplificado, para que la víctima
obtenga un dólar, hay como $5 que van a cubrir los gastos legales, bancarios,
aseguradores etc. De manera, que por el derecho a que tener la oportunidad de
alguna vez ser resarcido, uno termina pagando a un ejército de abogados y
funcionarios improductivos que incluyen al “mago” que nos quiere ocultar las
ventajas de ese límite.
La
dificultad de ver la otra parte de la dualidad ha logrado llegar lejos, los
comunistas lograban convencer las masas que les darían un gobierno para los
trabajadores y por los trabajadores. La primera contradicción aparecía con el
“por”, cuando un trabajador se convertía en dirigente, dejaba de ser trabajador
y sus intereses dejaban de ser los de sus representados, no hay tal dualidad
dirigente-trabajador. El “para” si funcionaba, sólo que un gobierno para los
trabajadores no resultaba ningún paraíso para el individuo,
ya que éste es trabajador durante menos de la mitad del tiempo en que
está despierto, el resto del tiempo lo pasa en su carácter dual o sea como
consumidor, y como tal no estaba
nada satisfecho. Pero es más, el hombre es individuo y a la vez miembro de la
sociedad, un gobierno que sólo representa a la colectividad y pone siempre los
intereses de ésta por sobre los del individuo, termina aplastándolo.
El
simplismo de la propuesta comunista resulta tan atractivo que desafía, no ya la
lógica de la discursiva, sino hasta la evidencia y a pesar de sus repetidos e
innegables fracasos, este extremo a
la solución del problema social sigue teniendo partidarios que persisten en
ignorar el carácter dual de su existencia.