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El Dr. del racquetball

por Mandy

Mis genes siempre me han procurado una apariencia tanto física como mental de menos edad que la real. De adolecente esto fue un gran inconveniente, ya tenía mis hormonas en total ebullición y todavía parecía un niño, no teniendo esto el menor atractivo para aquellas muchachas que me enloquecían con deseos carnales. Lo que entonces fue una desventaja, ahora en mis años otoñales se vuelve una ventaja, que entre otras cosas, me permite jugar racquetball dignamente con muchachos que cómodamente pueden ser hijos míos y si no, que lo diga el Dr.

Aquel sábado era uno metido en esos fines de semana largos en que la gente suele abandonar sus predios en pos de un turismo menos local, resultado de lo cual, eran ya las 9:30 AM y no aparecía nadie con quien jugar. Aburrido de tirar pelotas solo en aquella cancha, ya me proponía marcharme cuando veo entrar al Dr. Así le dicen en el ámbito racquetbolero a este personaje, no sólo por ser dentista de profesión, sino por su veterano aspecto y ademanes muy doctorales. Lo había visto y saludado muchas veces pero nunca había jugado con él. Mira que bien, pensé, voy a jugar por primera vez con el Dr.

El Dr. venía con un gran maletín, que dejó caer pesadamente sobre el banco que esta frente a la pared de cristal de las canchas. Lentamente lo abre y empieza a sacar cosas de adentro. Lo primero que extrae es como un peto para el hombro derecho, que procede a colocarse cuidadosamente ajustando sus dos arreos y a explicarme que una lesión y la artritis conspiraban para no permitirle subir el brazo por encima de cierto ángulo, así como el papel que jugaba aquel dispositivo con que forcejeaba. Concluido este primer y complejo paso, sacó las rodilleras, explicándome entonces que si no se las ponía no duraría mas de 10 minutos en la cancha precisando, además, el nombre médico de la dolencia que aquejaba esa parte del cuerpo y que me declaro incapaz de reproducir. Seguían saliendo cosas de ese maletín cual sombrero de mago, ahora le tocó a un ingenioso dispositivo para el codo, el eterno problema con el 'tenis elbow' me comentaba, mientras se ponía ese nuevo arreo. Le siguieron, en cruel erosión a mi paciencia, la banda de recoger el sudor, los espejuelos y por último, completando la armadura, el guante de la mano derecha.

A estas alturas, cuando escogió el racquet entre los 3 que traía en el maletín, ya faltaban solo unos quince para las diez, y me pareció obvio que ya estaba listo para entrar a la cancha y tirar algunas pelotas de calentamiento por lo que le digo... "y ahora Dr, a mover un poco el esqueleto, eh?". Me contesta que sí, que ahora, en efecto, tocaba mover un poco el esqueleto, cuando ya iba a levantarme en pos de la cancha, veo que comienza con ejercicios de estiramiento. Ya impaciente pero comprendiendo que... bueno, con todos esos achaques, el hombre tiene que estirarse un poco. Terminó con el estiramiento y entonces lo vi empezar con ejercicios calistécnicos. Ya eran cinco pasadas las diez y le pregunto, "Doctor, podríamos ya comenzar con un partidito suave? A lo que me responde..."que va!, si juego uno con Ud. no me va a quedar nada para jugar con Peláez". Incrédulo pregunto "Peláez?" y continúa, "si, Peláez y yo tenemos como un match, jugamos todos los sábados, si no, encantado con jugar con Ud.

Recogí mi racquet, mi pelota y me largué del gimnasio antes de que los puñales de mi mirada le lograran trasmitir al Dr. que lo estaba mandando pa'l carajo.