1/13/04
Impartía un
curso sobre oscilaciones y ondas junto con otro profesor en la Facultad de Física,
corría algo así como el año 1978. Ya la Facultad de Física no era lo que
fue, Física era la escuela de los “mechaos”, gente muy motivada y
generalmente con brillantes expedientes académicos. Tenía fama de que
empezaban 100 y terminaban 10. Los exámenes en aquella escuela eran temibles,
recuerdo uno de mecánica clásica que duró diez horas y entregué sin terminar
por agotamiento. Tres cosas habían
cambiado la naturaleza de aquel centro de estudios: Las cuotas a las carreras;
el promocionismo y…bueno, dejemos esa para el final.
Las carreras
de más demanda eran las de artes y letras, sicología, biología, arquitectura,
las ingenierías y por último las ciencias exactas de las cuales la física era
la última, al punto que no tenía ni cuota, así que si alguien tenía mal
expediente y no “cogía carrera” siempre le quedaba Física. Por otra parte
eran los años en que se le quería vender al mundo que el sistema de educación
socialista cubano era el mejor del universo, tan bueno era, que nadie suspendía
y así las escuelas primarias y secundarias reportaban el 100% de promoción. La
Universidad, aun se resistía algo a aquella manifestación de estupidez
colectiva, pero iba cediendo ante la presión, Física perdía todas las
emulaciones por ese acápite y la presión del Partido y la dirección docente
se hacía sentir sobre cada profesor. Para ponerle la tapa al pomo, la tercera
de las cosas…el plan de “ayuda internacionalista”. La Universidad de la
Habana fue conminada a aceptar estudiantes de distintos países de África y la
entonces Escuela de Física no se quedó sin su cuota africana. Estos infelices
parecían haber caído en una red, pelados, vestidos, bañados (…bueno no
tanto) y enviados a América en espiral dialéctica de lo que se hizo con
sus ancestros.
Las cosas habían
cambiado, pero yo aun me resistía a aceptarlo y era frecuentemente amonestado,
mi amigo y compañero de cátedra, no es que aceptara aquello, es que el era así
por naturaleza, tenía la tendencia a ser muy
condescendiente en los exámenes, acentuándose esto con las alumnas de buen ver.
Éramos Torquemada y el Padre Las Casas.
Aquel curso
de Oscilaciones y Ondas nos motivó de manera especial, era primera vez que se
impartía
en la Facultad
(y última vez que se impartió, por cierto). Preparamos muchísimas demostraciones prácticas, lo
que lo hizo un curso ameno. Para muchas de esas demostraciones se usaron los
diapasones de afinar pianos y otros instrumentos musicales. Las técnicas de
afinación se basan en el efecto de las pulsaciones que consisten, en que cuando
las frecuencias del diapasón y el instrumento están cercanas, se escucha una
modulación en el sonido resultante, su intensidad se nota que aumenta y
disminuye. El afinador ajusta la cuerda hasta que la afinación es perfecta,
las pulsaciones deben hacerse cada vez más lentas hasta que desaparecer.
Para aquellos alumnos del continente negro aquellas demostraciones no
pasaban de ser actos de magia y las clases, algo así como una misa en latín
(apenas entendían el idioma).
Llega el día
del examen final oral de aquella asignatura y la cosa iba así, cuando ya yo
decidía que alguien estaba suspenso, llamada al Padre las Casas para que
constatara que no se trataba de mi habitual tendencia, sino de que la ignorancia
iba más allá de todo lo aceptable. Por su parte, cuando él se veía en la
irremediable, imperiosa e ineludible situación de no poder aprobar a alguien,
entonces me llamaba para que lo suspendiera el cruel Torquemada. Así pasó con
este personaje capturado en las selvas de Nueva Guinea, que no le había logrado
decir nada coherente a Las Casas y fue cuando éste me llamó para que le
escuchara hacer la “pregunta de la muerte”. Se trataba de alguna pregunta
bien sencilla, en extremo fácil, como para que no quedara duda a nadie de que
se trataba del suspenso patrón. En este caso fue aquella de: que pasaría si
dos diapasones uno de 1000 Hertz y otro de 1010 se hicieran vibrar al tiempo?
para salvarse solo tenía que decir el vocablo “pulsaciones”. Al oír la
pregunta, al capturado se le iluminó el rostro, al ver aquello pensé, maldición!
la va a contestar y ahora verá Ud. que la agonía pica y se extiende!.. El
capturado se mostraba contento pero no acababa de pronunciar la palabra mágica
que lo salvaría del suspenso inminente. Nos hacía un gesto de que esperáramos
y limpiaba su garganta, cuando parecía que ya iba a contestar, volvía a
limpiar y así varias veces hasta, ya posiblemente percibiendo en mi rostro el
10 de mi conteo interior para el “knockout”, nos dejo escuchar en suave
tono, en la mejor afinación que le fue posible y sin el menor trémolo la
vocalización AAAAAaaaaaa…
El Ingeniero
Folgueras era de los tipos mas ocurrentes y agudos que he tenido el gusto de
conocer en mi vida. Los alumnos temían más a sus sarcasmos y mordaces
comentarios que a lo duro de su calificación. Su fama se gestó en los
laboratorios de electrónica donde pasaban a la historia comentarios como
aquel sobre el poder hipnótico de los osciloscopios y el célebre diodo de
Ringa.
Otro
personaje, célebre este por todo lo contrario, lo apodaban con el triste seudónimo
de Musolini, el terror de los transistores. Musolini, sometía a los instrumentos
y montajes de los laboratorios a las mas increíbles torturas. Se comentaba que los
dedos de Musolini era tan gruesos como bates de pelota y el más delicado de sus
movimientos era capaz de romper cosas que nadie nunca pudo sospechar que podían
romperse. Era común en los laboratorios de electrónica que Musolini llegara
ante Folgueras con el transistor que debía montar faltándole una o más patas,
estas las había logrado partir por fatiga al intentar introducirlo en su base cualquier número
de veces. Musolini tampoco tenía paz con las puntas de prueba del Osciloscopio,
las que lograba demoler al más ligero contacto.
Hay que reconocer que Musolini no era el único cuya torpeza experimental
tuviera que registrar la historia, muchos buenos físicos teóricos fueron también
temibles en los laboratorios y más de uno dejó huellas permanentes en los más
robustos equipos. Lamentablemente,
Musolini extrapolaba su torpeza también al área teórica. Fue precisamente ahí
donde su anécdota quedó grabada para siempre en la historia de la Escuela de
Fisica.
Presentaba
Musolini el informe de la práctica de rectificadores a Folgueras, éste,
notando que el informe no estaba en su inconfundible estilo sucio, pero
incoherente, sospechó que había sido ayudado en medida que trascendía lo
aceptable y decidió hacerle una pregunta complementaria…”dibújeme el gráfico
de la característica voltaje / corriente del diodo semiconductor”, le pidió.
Musolini, que era muy decidido y osado como todo buen ignorante, pegó a dibujar
un gráfico, con numerosas curvas llenas de máximos, mínimos, puntos de
inflexión, asíntotas y cuanta cosa había visto en los libros de geometría
analítica, transformaciones conformes y la madre de los tomates. Folgueras, que
ya se impacientaba con el tiempo que estaba tomando aquella obra pictórica,
decide mirar por encima del hombro de Musolini y comentó en voz alta que todos
pudieron escuchar…Ah, pero esas son las curvas del Diodo de Ringa! Verdad?
Musolini alegrándose de haber adivinado algo, le contesta también a viva voz
(si porque Musolini normalmente hablaba gritando)…Si, Si, claro, me refiero al
diodo de Ringa, por supuesto! Y vuelve a preguntar Folgueras: conoce Ud. que es
lo que distingue de los demás al Diodo de Ringa? …e, er, eh, gulp! No,
realmente no puedo recordar ahora…Pues, el Diodo de Ringa es un Diodo que
conduce para donde le sale de la P.., recoja su informe y no vuelva hasta que no
se sepa el tema decentemente.
Folgueras fue
amonestado por su sarcasmo y vulgaridad, pero nada de eso evitó que aquel
episodio se tornara en leyenda, ni podrá evitar que sea recordado por siempre,
generación tras generación de físicos.
Mariana la
loca, así le decían aquella alumna de ojos verdes que le bailaban en las órbitas.
Lo de la loca, no era loca así como uno suele llamar a personas audaces,
generadoras de anécdotas o desatinadas, Mariana era realmente una paciente
psiquiátrica, su médico (más loco que ella, al parecer),
recomendó que Mariana estudiara física. Mariana vivía en total
desatino e incoherencia pero tenía destellos de lucidez, casi suspendía pero
en eso, un destello y lograba aprobar alguna que otra asignatura por un pelo o
también era que llegaba a enloquecer a los profesores al punto que éstos
consentían en aprobarla con tal de salir de ella. Recuerdo haber oído a uno que
en total desconcierto en medio de un examen oral le decía, “Es que a Ud.,
Mariana, uno le pregunta como se monta una bicicleta y Ud. le responde como se
toca una flauta”. Lo peor era que Mariana tampoco tenía que aprobarlas todas,
cuando la cosa se le ponía fea, su psiquiatra le daba un certificado para que
se le otorgara licencia médica y al año siguiente insistía en las asignaturas
pendientes, de manera que era imposible para la Escuela de Física librarse de
Mariana, calculo que estuvo unos diez años en sus las aulas.
Así fue hasta
que pasó lo inevitable, Mariana me cayó en el aula. Impartía el curso de
electrónica nocturno para trabajadores, algunas clases terminaban bien tarde, a
veces era mi aula lo único vivo en aquel edificio, pienso que eso hacía que
sus locuras resultan aun más exasperantes. Era normal, que Mariana, en una
clase de problemas hiciera una pregunta correspondiente al primer problema
cuando ya iba por el tercero, o quizá preguntara algo de la clase teórica de
hace varios días o simplemente sobre temas que no tuvieran nada que ver, como
los de otra asignatura, carrera, los para-normales o los OVNI.
Especialmente inconveniente se comportaba en las pruebas o exámenes en
que insistía en hacer preguntas en voz baja al estrado, por suerte, yo siempre
tuve por norma el no aceptar durante el examen preguntas que no pudieran hacerse
desde el asiento, de manera que no tenía que negarle ese acceso a ella en
particular, pero su presencia hacía que fuera especialmente estricto en el
punto.
Los turnos de
clase eran de dos sesiones de 50 minutos con 10 de receso, cuando había prueba,
esta ocupaba una de las sesiones. Yo prefería dejar la prueba para la última y
así evitar que los comentarios de la misma trascendieran a la segunda en que
habría que impartir materia. Uno de esos días de prueba, entro a la clase y
noto que Mariana se había hecho acompañar por un personaje alto y corpulento
como ella, de aspecto campesino, con sombrero de yarey y todo, al que sentó a
su diestra. Cuando estaba a punto de preguntar que hacía esa persona ahí, me
explicó, sin que llegara a hacerlo, que se trataba de su tío que acababa de
llegar de Remanganagua y ella lo había ido a buscar a la terminal de ómnibus
que estaba cerca de la Universidad. La explicación, aunque con cierta
coherencia, no dejaba de tener un sabor marianesco, no obstante acepté de
momento aquel absurdo y comencé la clase. La situación, más el colorido del
personaje, me robaban la atención de los alumnos, éste no solo me dispensaba
una atención como si entendiera a cabalidad lo que se decía, sino que Mariana
lo había puesto a tomar sus notas de la clase. El tío estaba tan o más loco
que ella.
Así
transcurrió el primer turno, cuando empezó el segundo, que se trataba de la
prueba, veo que, en total surrealismo, el personaje se acomoda en su asiento y
se dispone a hacer lo mismo que el resto, fue entonces que me dirigí Mariana y
le dije que se trataba de una prueba y que solo podían estar presente los que
tenían que tomarla y que por lo tanto, su tio debía salir y esperar afuera a
que esta se terminara. Con tremendo disgusto, el personaje se levantó, se puso
su sombrero y se marchó refunfuñando. No se alejó mucho, se quedó en la
puerta, a la vista, no mía, pero si de los alumnos. La prueba ya había
comenzado pero Mariana, a cada rato, le hacía una seña o le hablaba sin
sonido. De pronto, noto que se agita el ambiente, los alumnos se miraban unos a
otros hasta que uno de ellos levanta la mano y dice que tiene que hacerme una
pregunta a la mesa, yo le digo que
se quede en su asiento y les recuerdo al aula de mis normas estrictas al
respecto, el alumno insiste, me abre los ojos y dice que es importante la
pregunta, otro alumno me dice…profesor deje que le hagan la pregunta! A esas
Alturas, ya Mariana estaba levantando la mano también… y digo…ven porque es
que no puedo aceptar preguntas a la mesa?…pues no! si no pueden hacerlo desde
el asiento, ni hablar! Noto que los alumnos se miraban unos a otros, como
llegando un acuerdo sin palabras. Fue entonces, que uno de ellos se levantó sin
premiso llegó hasta la mesa y, antes de que pudiera regañarlo por ese
atrevimiento, me espanta al oído…”el loco tiene un cuchillo! y lo tiene en
la mano!”. Nòo!, situación! …Se me ocurre decirle: ”Oye, que no entregue
nadie, vamos a dejar que sea Mariana la primera que lo haga, para ver si cuando
se vaya se lo lleva pal carajo”.
Todo el mundo
permanecía en su asiento como si trabajara sobre su prueba y con el rabo del ojo
vigilaban al loco y miraban con ansiedad a Mariana que se comportaba como si
nada. A cada rato me hacía alguna de sus preguntas, de esas que uno no sabe por
donde tendría que empezar a explicar, pero me acuerdo que, con tal que
entregara, le decía ..si Mariana, por ahí mismo va la cosa…con ese tipo de
respuesta quedaba satisfecha y para alivio general no demoró en entregar su
examen, todos siguieron ansiosamente con la vista a Mariana mientras salía del
aula, pero las esperanzas de que se llevara al tio quedaron frustradas, ahí
estaban ahora los dos en la puerta esperando, no sabíamos exactamente a que.
Las consultas en la mesa se sucedían ahora una tras otra. Para quien era el
cuchillo? Yo pensaba que era para mí, pero había alumnos que insistían, con
rigor matemático que… “no necesariamente!”,
añadiendo que “nosotros nos reíamos del tipo allá atrás, quizá la
rifa nos la sacamos nosotros!”. En fin que nadie quería ser el primero en
salir no fuera ser que resultara el elegido de la ira sujeto. Fue entonces, que
propuse…bueno, que entregue todo el mundo y salimos todos juntos haciendo
bastante bulla y cogemos escalera abajo … así salimos en tropel de aquella
clase, Mariana vociferó varios nombres hacia aquel grupo despavorido, quizá
para preguntar como habían salido o para comentar el examen, pero no hubo bravo
que se detuviera.
Alejandro Cabo
y Montes de Oca, este nombre de tanta alcurnia corresponde a un simple mulato de
Marianao, pero ese mulato es el tipo mas inteligente que he conocido en mi vida,
si hoy no es premio Nobel, es precisamente por haber nacido en Marianao.
Conocí al
Cabo, así le decían, nunca nadie le llamó Alejandro, cuando coincidimos en el
primer año de ingeniería eléctrica. Ya traía fama del año de nivelación que
estúpidamente hicieron cursar a todos la que veníamos de “Liquidación de
Bachillerato” o sea del viejo sistema de estudios que la Revolución estaba
“superando”. Pero bien, ya me había llegado que había un “volao” que
se llamaba “El Cabo”.
El Cabo
transitaba por aquella ingeniería sin estudiar, al decir de la gente,. Cuando
el Cabo salía de clases jugaba un par de horas de baloncesto, iba a bañarse al
albergue (estaba becado) y por la noche iba a la biblioteca. El Cabo entraba por
su puerta y lo empezaban a llamar de esta mesa o de aquella, para que les
ayudara con los ejercicios que debían resolver. Esto no tendría mucho de
particular, salvo que los problemas eran los de cualquier ingeniería y cualquier
año. No era un gran lector, la gente le explicaba un tema al Cabo, posiblemente
mal explicado y después éste se los explicaba a ellos, bien explicado. Así
iba la cosa hasta que cerraban la biblioteca a las doce de la noche. El Cabo
estaba haciendo todas las ingenierías y todos los años a la vez.
Esta práctica
cotidiana hacía que fuera frecuente que el Cabo dormitara en clase, recuerdo
que en una oportunidad, uno de los grandes profesores que tuvimos, el ingeniero
Felix Bonne, mientras daba una clase de teoría de redes y llenaba de ecuaciones
una pizarra, nota que el Cabo dormía y su enorme cabeza daba tumbos de un lado
para otro. Mandó a que lo despertaran y el Cabo, se deshacía en disculpas, no
había terminado con ellas cuando no puede evitar ver una contradicción en una
de las ecuaciones de la pizarra y le pregunta a Bonne…eeehhh…no falta un término
en la ecuación 9? Bonne miró
aquella pizarra que apenas ya le quedaba espacio para la conclusión, se puso la
mano en la barbilla…mueve la cabeza hacia los lados y virándose le
dice…Cabo, por que no sigues durmiendo?…
Había un
problema en el libro de termodinámica de Sears, que tenía la leyenda de no
haber sido nunca resuelto por alumno o profesor alguno, al menos así nos dijo
el nuestro en forma de reto. El problema consistía en calcular la altura de una
gota de mercurio y no se daban más datos. Mi ego no soportaba un reto de esa
naturaleza y a los pocos días me aparecí en la CUJAE con la solución, 3 milímetros!
No era tan complicado, sólo requería de un golpe de ingenio. Bastaba con
suponer que la gota era un cilindro de
altura variable pero volumen constante y se obtenía la expresión de su energía
potencial en función del área exterior, la altura de la gota sería aquella
para la que la energía por unidad de área se hiciera igual a la tensión
superficial, elemental Watson!. Convencido de que era un genio, voy al Cabo con
aquello y este me dice…la curvatura de la gota la hace un poco más alta y
para ilustrarme, abre aquella libreta sucia que contenía las cosas más
diversas e inopinadas, desde ecuaciones y gráficos hasta caricaturas y poesías.
Al fín logra encontrar una página
llena de integrales, expresiones trigonoexponenciales y un dibujo de la gota con
construcciones geométricas auxiliares, en una esquinita pude ver un numerito que
decía 3.12mm. El Cabo había resuelto la gota de verdad! pero me dijo que no
divulgaría su trabajo aun, pues no tenía elegancia. No se si es que nunca tuvo
el tiempo para elegantear aquello o si es que no quiso aplastarme con la
superioridad de su resultado…tiendo a creer que fue esto último.
Cuando
terminaba el segundo año de ingeniería, choco con que ya ahí se acababan las
llamadas ciencias básicas y que lamentaba mucho eso. Alguien me habla de la
escuela de física y de lo que allí se estudiaba y eso me llenó de fantasía.
Realmente lo de ingeniería fue porque el ejército, era militar en aquella época,
malamente aprobó eso por la relación directa que tenía con lo que yo hacía,
pero nunca hubiera aprobado física, además ni siquiera sabía que existía es
carrera. Persistí hasta encontrar la forma para cambiar de carrera y le
comuniqué al Cabo de mis planes, demoré solo unos segundos en convencerlo de
que lo nuestro era la física. A estas alturas, aun no se si es que realmente lo
persuadí o lo hizo por amistad, por acompañarme en la aventura. Ese año después
de aprobar unos 10 exámenes de diferencia entramos en tercer año de la Escuela
de Física de la bicentenaria Universidad de la Habana. La liga allí era más
fuerte y sentí que esa era mi liga, pero no la del Cabo…ese seguía pasado de
liga.
Recuerdo que
un día el Cabo llega a la casa, "encuero acere, encuero" como solía
decir para indicar que no estaba preparado para examen. Era nada menos que el día
antes de la prueba de la temida electrodinámica y me pide que le explicara
remedialmente el tema que iba a examen. La razón de por que no había
estudiado? Nada, era porque hacía días andaba por la CUJAE repasándole a los
“socios” de ingeniería...digamos civil, problemas de vigas conjugadas o
cosas así. Pegaba yo a explicarle algún desarrollo y de pronto el Cabo, se
rasca la pasa y me dice...”caballo, no me llevé esa”. Allá iba el bobo
con la misma explicación y el Cabo volvía con el "no entiendo" y así
tres o cuatro veces hasta que tímidamente me dice...y tu puedes asegurar que esa
integral de volumen se anula sin demostrar primero que es continua? Ñooo!
pequeño detalle, había metido recia cañona y se la había hecho tragar ya a
todo el mundo en el aula. Dos o tres manipulaciones más, con la ayuda del Cabo,
y la cosa salía como debía salir. Desde entonces, cuando el Cabo me decía
"No entiendo" antes de repetir la explicación, le preguntaba...Cabo,
de verdad no me supe explicar, o es que está mal de a viaje? ..., no me hagas
perder el tiempo, no te preocupes nunca lograrás herirme con eso, mi
autosuficiencia no tardará en encontrar algún argumento para convencerme de
nuevo que soy un genio.
Tanto el Cabo
como yo nos quedamos como profesores en la universidad después de graduados. El
Cabo no podía remediar aquello y cuando le tocó ser profesor la cosa ya
llegaba al colmo, era incapaz de señalarle un error a un alumno en clase o en
prácticas de laboratorio. La Escuela de Física era un ambiente propicio para el
engreidoignoramus y este se daba como la verdolaga, en una oportunidad tuve la
misión de visitar una clase de Cabo. Impartía algo así como Física del Estado
sólido, no me acuerdo exactamente, pero si de aquel espécimen que levanta la
mano para hacer una pregunta y comienza a disertar, hilvanando disparates científicosonantes.
El Cabo era incapaz de interrumpir a alguien cuando hablaba, ni siquiera a un
engreidoignoramus. El tipo se extendía y el Cabo asentía como si aquella
payasada tuviera algún sentido. Recuerdo que aquel tipo le hubiera utilizado
todo el tiempo de su clase si yo no lo interrumpo, para decirle a él y al
resto, del raro privilegio que tenían de estar escuchando al mejor físico que
posiblemente tuvieran la oportunidad de conocer en sus vidas, en fin, que se
callaran, que yo también quería escucharlo. El Cabo no sabía donde meterse
con aquella apología. Si dando clases era un desastre, examinando..no, no se le
podía dejar examinar. El Cabo le hacía una pregunta al alumno, este contestaba
cualquier disparate, el Cabo le decía que estaba bien, no obstante. se la
explicaba correctamente y con la misma le daba el máximo de puntuación. Con el
Cabo, ningún alumno tenía problemas, nadie
jamás lograría suspender por más que lo intentara.
No sólo eran
anecdóticas las manifestaciones de genialidad del Cabo, también lo eran las
relativas a su naturaleza distraída mezclada con esa extrema consideración suya
por el prójimo. Un día el cabo iba caminando por la acera de los estudios de
televisión de CMQ cuando se tropieza con mi madre que trabajaba allí, el Cabo
la saluda y empieza a conversar con ella mientas caminaba. Mi madre, que es
bastante distraída también, siguió la conversación durante las tres cuadras
que la separaban de nuestra casa, cuando llega a la entrada y se da cuenta de
que todavía el Cabo venía con ella le comenta, no me habías dicho que venías
para la casa, y el Cabo le contesta, no, yo iba para la universidad (sentido
contrario completamente!) pero como me estaba hablando, no quise
interrumpirla…
En otra ocasión
nos íbamos un grupo de cuatro o cinco en pos de un almuerzo en un restaurant
chino cercano a la universidad, en eso nos encontramos con el Cabo que caminaba
con ese su paso incierto que uno nunca sabe bien si viene o va, y le decimos
anda Cabo ven con nosotros que vamos
a almorzar al Mandarín, el Cabo se une a aquel grupo de hambrientos. Nos
sentamos, pedimos y comemos, al final, alguien observa que el Cabo casi no ha
comido y alguien le pregunta..Cabo y eso tu desganado? Y el Cabo explica… es
que cuando me encontré con Ud. ya yo venía de almorzar aquí, pero como me
invitaron con tanto entusiasmo me dio pena decir que no.
El Cabo
siempre ha sido una de esas personas que más honrado me hacen sentir de haber
conocido. El Cabo ha trabajado con grupos de física teórica de Rusia, Italia,
en el acelerador CERN de la Unión Europea y hasta un Instituto en los EU que
ahora no recuerdo el nombre, pero siempre regresa a Cuba porque piensa que tiene
ese compromiso con sus coterráneos, en mi opinion, su compromiso debía ser con
la humanidad y debía trabajar donde mejor pudiera emplear esos talentos suyos
que trascienden cualquier territorialidad. Fue esa la última vez que lo ví,
visitó mi casa en la Florida, es la única persona a la que le creo cuando se
dice pacifista, yo no lo comparto, pero sé que su posición es consistente con
la pureza de su espíritu. Pero la honra no sólo emana de su genio sino que es
uno de los mejores seres humanos que he tenido la oportunidad de conocer. Si
algo positivo pudiera salir de la clonación humana sería la del Cabo.
En la bicentenaria Universidad de la
Habana habían escuelas famosas por la
abundancia y belleza del personal femenino: Psicología; Biología y hasta Química
tuvo su año estelar cuando contó entre su estudiantado con Cristina Díaz que fue
reina del Carnaval de la Habana. Física, esa si que si algo no la caracterizaba
era el mujeramen, siempre fue el más escaso de la Universidad. Las carreras más
pródigas en mujeres eran aquellas que los Físicos consideraban más “fáciles”.
Los nuevos alumnos enseguida conocían de la
variante del principio de incertidumbre de Heisenberg aplicado al fenómeno en
cuestión. El principio enunciado con el máximo de vulgaridad rezaba: el producto
de seso por culo es una constante. A pesar de que por física pasaron no pocas
muchachas de buen ver y de seso nada escasas, los varones de física gustaban de
insistir en la validez del principio, quizá hasta para mortificar a las pocas
mujeres de física.
No fue hasta que entró a en primer año una distinguida llamada Vivian de la Incera que el principio se hizo insostenible, hubo que al menos admitir excepciones e imponer límites a su validez. Lo de Vivian era tan descomunal, que la bautizaron con el nombre de “el Bisté”, lo que no cuadraba con el nombre, era que el Bisté no se comportaba como solían comportarse las mujeres en esa categoría, ella no parecía estar consciente de que paraba el tránsito... pero no, no era inconsciencia, era que no le importaba demasiado el efecto de sus feromonas. Era esa actitud de... si te quieres calentar los metales, ese es un problema tuyo. El Bisté era como dicen aquí “all business”, totalmente seria, aplicada y excelente en las asignaturas. La ausencia total de ese habitual flirteo femenino hacía que uno hasta se olvidara de su monumentalidad y su presencia se convirtiera en algo tan habitual como aquella estatua del ángel al pie de las escaleras del edificio de Física.