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Dile que venga otro día

Silvia Rodríguez Rivero

Cuca

Sentada, balanceando suave el sillón, la luz parecía traspasarla.  Su pelo gris tan fino, daba la impresión de ser un suave halo plateado visto así, al trasluz.

Las piernas jugaban con el aire y su mano aún parecía marcar el ritmo de una música inaudible.  Los ojos perdidos en el infinito, esperaban un no se qué,  una noticia quizás, un recuerdo, una caricia que alcanzara a aliviar esa nada.

Habían pasado ya todos los años que se añoran vivir y la muerte hacía tiempo comenzaba a verse como algo esperado.

Aprendemos a morir cuando comienzan a irse los amigos, cada despedida es un paso hacia la muerte.  Con cada uno se van yendo trozos de lo que hemos vivido y así al cabo poco queda que nos ate a este lado del mundo. Algo así me había dicho mi madre, unos años atrás, cuando le pregunté si ella temía a la muerte y me lo dijo con su optimismo de siempre, sin aprensión, pensando que era mejor sentirse sin miedo y  ello era la única ventaja de haber sufrido lo suficiente en la vida.

Eso de sufrir no se le daba bien a mi madre.  Ella siempre eligió el personaje alegre, despejado.

La debilidad del sufrimiento, prefirió ocultarla a todos y mostrar su lado quizás más frívolo, como si la tristeza fuera un defecto pernicioso.  El dolor de la traición, del abandono, fue parte de su secreto.  Siempre se mostró por encima de aquellos, sus amores, que la dejaron a su suerte y sin los cuales supo seguir y preservar una felicidad quien sabe si verdadera.

Las primeras lejanías, las de la emigración, las apartó de un zarpazo llenándose de un frenesí de trabajo, inventó métodos, se entregó con tozudez sobrehumana a todas sus ideas,  y en sus logros fue mucho más allá de lo que podría esperarse de una niña de pueblo.  Parecía capaz de todo,  nadie podría dañarla, así su altivez, su dureza,  pasó a veces por encima de sus amores.

Las despedidas que vinieron luego fueron más difíciles; salieron del escenario de la vida, su madre, sus hermanos, sus amigos. De ella nadie se apiadaba,  su testaruda longevidad no le evitaba ninguna de esas penas y así fue añadiendo adioses.

Su salud fuerte, parecía retarla a cada instante y era fuente de presunción para ella.  No había nada que la agradara más que sentirse más joven y ágil que muchos de los “vejetes” con que se comparaba y que debían de haber sido niños pequeños cuando ella soñaba ya con el matrimonio.

Ves esta calle, comenzó a decirnos un día, por aquí pasaba yo cada vez que iba a Sans Souci, gracias a eso pude comprar el apartamento del Focsa. Después de decirlo por primera vez, no cesó de repetirlo cada día y entonces comenzó también con eso de: - ¿Y este pueblo es Punta Brava?, por aquí yo tenía que pasar todos los días para ir al Instituto de La Habana. Hasta que su conversación se convirtió en una infinita relación retórica de los mismos sucesos.

El sillón se mece a veces más fuerte y la infancia se va apoderando de sus recuerdos.  El patinar por el parque vuelve a ser de los momentos más felices.  El aire en la cara ,  el pecho sofocado latiendo como si el corazón no fuera a parase nunca.  Las piernitas marcadas, por tanta caída, se mueven rápido para llegar primero:- Gané, gané, parece gritar cuando surge esa sonrisa y necesita entonces dar esos paseos interminables, caminando ansiosa, quien sabe a dónde.

¿Quién me viene a buscar?,  ya estoy lista.

Es difícil convencerla de que nadie la vendrá a buscar, que está conmigo, su hija, que tiene tiempo de descansar.  Se conforma, pero entonces camina rápido, ensimismada, contando sus pasos en silencio.  Va de una esquina a otra hasta olvidar que había logrado desmantelar su pequeña ilusión. Vuelve.

¿Quién me viene a buscar?

Nadie Mamá, sólo te vas y vienes conmigo, nadie te viene a buscar.

Suenan entonces hirientes mis palabras, ¿nadie la busca, nadie la espera?, como puedo decirle algo así.  En qué profunda soledad nos deja la vejez, preparándonos para el aún mayor silencio de la muerte.

Aún insegura, pregunta:

Debo llamar para que no se preocupen y sepan que estoy aquí.

No se preocupan Mamá, todo está bien.

Y digo de nuevo algo indebido, ¿la habré herido?, cómo ocultar la vida,  cómo decirle que no se preocupan, que han comenzado a olvidarla.  Que los que la recuerdan se han ido y ella tampoco podría recordarlos.

Se torna la  realidad una confusión que me envuelve junto con ella, en esa fantasía del olvido.  Será entonces que alguien se preocupa y que de veras vendrá a buscarla, que la paseará y la honrará como a la altiva mujer que fue, joven de nuevo, con su sonrisa plena y su mirada presumida.

Vestida ahora con la ropa equivocada, ya sin saber, como una niña, ha pintado de carmín sus labios agrietados y empolvó sus pálidas mejillas.

¿Quién me viene a buscar?

¡Ay Mamá!, nadie, nadie.

¿Qué podría decirle cuando la veo así?,  empiezo a quitar la maltrecha ropa, limpio el descuidado maquillaje.  Nadie, nadie, resuena en mi cabeza, nadie habrá de buscarla, nadie habrá de acompañarla.

Ella se apresura a caminar de nuevo, confundida como quien recibe una mala noticia siempre por primera vez.  Sus pasos se hacen rápidos, va y viene de un extremo a otro de la casa. Prepara su maleta, esta vez no ha quedado nada por recoger.  Es esa sensación tan clara la que la mueve: alguien vendrá, alguien espera por mí.

¿Ya me vienen a buscar?

Paradita ante mí, esperando respuesta, su bolsa en la mano en pos de la partida.  Me mira inquisidora y pregunta:

¿Quién me viene a buscar?

Dios, Mamá, Dios te viene a buscar.

¿Dios?

El desconcierto en su cara, como valorando la nueva situación, no sabe qué responder.  Al menos hay alguien que la espera, alguien que la viene a buscar.  Las respuestas mías antes resultaban repetitivas, tristes,  ahora finalmente parece cierto que la vienen a buscar.  Me mira inquisidora, tensa, después se relaja y su pequeña figurita comienza a deshacerse de ese tono apremiante y me dice entonces con descuidado desdén:

Bien, si es Dios, mejor dile que venga otro día.

Coletilla de Mandy

Silvia:

Tu escrito no sólo tiene una factura excelente, es profundo y llega a emocionarme. Sin embargo, hay un párrafo que contiene una injusticia innecesaria:

El dolor de la traición, del abandono, fue parte de su secreto.  Siempre se mostró por encima de aquellos, sus amores, que la dejaron a su suerte y sin los cuales supo seguir y preservar una felicidad quien sabe si verdadera.

Los hijos no siempre son justos cuando juzgan a sus padres y es porque no siempre tienen toda la información para lograrse ubicar. Si bien es verdad que Mami nunca nos hablo mal de nuestro padre, tampoco nos lo dijo todo.  Era el 1958 y  fui testigo desde nuestro cuarto, tu dormías, pero lograba oír una fuerte discusión. Se trataba de que Mami había perdido el contrato en el Hilton y su frustración la fue a aliviar con sus hermanas en vez de con su esposo, cosa que enfureció a  nuestro padre. Yo temí que se fueran a divorciar y ese temor se lo hice saber a Mami, que fue con la primera que pude hablar después del incidente. Ella me dijo que se habían alterado pero que eso no ocurriría, que los matrimonios a veces discutían sin que esto llegara al divorcio. Yo le tenía especial temor al divorcio pues mi padrino Luis Sardiñas y mi Madrina Consuelito se habían divorciado y eso me había dejado cierto trauma. La mata del problema es que la contribución económica de Mami a la familia era una 10 veces la Papi. Mami se movía en círculos de gente ilustre rica y famosa… Papi trabajaba en una oficina. Aunque él, en muchos casos, influía e incluso a veces decidía sobre las inversiones  (ejemplos, las del FOCSA, nuestra escuela privada, la asociación en el Cubanaeleco, el bote, los carros…etc.) su autoridad como “hombre de la casa” se le fue desvaneciendo.

Cuando viene la Revolución, Mami abraza el proceso y me arrastra a mí en aquel abrazo (tu sólo tenías 7 años cuando aquello), Papi se radicaliza en contra y eso hizo la relación ya insostenible para ambos. No presencié la separación porque me había ido (casi que mandado) a alfabetizar en Candelaria. Cuando regreso, ya Papi no estaba en la casa y a las pocas semanas, vino a despedirse y se fue de Cuba. Aunque Mami, según su decir, no fue invitada a irse con él,  era obvio que no lo acompañaría, ya esa relación estaba herida. No obstante, amigos de Papi aquí en Miami me cuentan que él nunca perdió las esperanzas de que algún día, su familia se le uniría en el exilio.

Calificas injustamente estos hechos como traición y abandono. Pregúntate, en esta separación, quien abandonó a quien? Siguiendo sobre el tema de la traición, resulta que aquí me he enterado un hecho que conocía pero no en ese detalle. No sé si sabes que, estando yo en la alfabetización, Papi intentó una salida ilegal en un bote con otros compañeros de la oficina de Cemento el Morro y fueron capturados. Por gestiones de Mami fueron liberados, pero esos compañeros de Papi  (que aun se reúnen todos los años y me invitan, porque dicen que me le parezco y es como tenerlo en esas reuniones) me cuentan, que fue la misma Mami que los denunció. No obstante, pasado el tiempo la perdonaron y en sus visitas compartieron con ella aquí. Entienden que la denuncia estuvo más motivada por temor de que se mataran en el intento que por motivos de enemistad política.

Eso de que la dejaron a su suerte… tampoco es enteramente justo. Mami, era la que estaba de suerte, era la triunfadora,  contando con su apoyo de siempre, el familión de las tías, el que estaba botado del trabajo, sin familia, sin futuro en Cuba  y que se lanzó, a su suerte, al desamparo del exilio, fue Papi.  No hay que sorprenderse de que Mami “supiera” vivir sin Papi, ella no tuvo que aprender a vivir sin él, pues como ya te conté, desde el 58, él ya no contaba demasiado en su vida, fue Papi el que si trató de aprender a vivir sin Mami, pero parece que no llegó a lograrlo.