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Los Jimaguas

Por Armando Rodríguez

Jimaguas es un vocablo que nos llega de la cultura Lucumí, dícese de los nacidos en el mismo parto, pero Los Jimaguas, así por antonomasia, eran Aldito y Arnol.  Los Jimaguas eran famosos en todo el cuerpo diplomático y comercio exterior de Cuba;  todo aquel misionero que pasaba por Suecia tendría que conocer de manera directa o indirecta de alguna travesura de los Jimaguas. Hoy son hombres con familia y responsabilidades que no sugieren para nada aquel pasado infantil inolvidable para todos aquellos que… los sufrieron…

jimaguas y yo

No fueron pocas las compensaciones por daños varios a la propiedad que Aldo (padre de los Jimaguas) tuvo que hacer a los vecinos de Lidingô, aquel suburbio de Estocolmo donde vivían.

Corría el verano de 1972 cuando conocí a los Jimaguas, que entonces tenían 10 años.  Su padre, Aldo Rodríguez, que fungía como Consejero Comercial de la Embajada de Cuba en Suecia, los tenía castigados por su más reciente fechoría, una que tenía el potencial de convertirse en un incidente internacional.  La fechoría consistía en que habían metido en el elevador y caído a golpes, al hijo de un funcionario de otra oficina diplomática del edificio.  Los Jimaguas alegaron en su descargo que la víctima había injuriado la figura de Fidel Castro, sabiendo que para los fervientes revolucionarios de aquella oficina esto constituiría un seguro atenuante, aun cuando la veracidad de la tal ofensa no pudiera ser comprobada.  El ingenioso atenuante redujo el castigo a un ridículo mandato de sentarse tranquilos en sendas sillas frente al buró de un empleado ausente.  Ridículo, porque los jimaguas eran absolutamente incapaces de sentarse quietos, no pasaba un minuto en que no se les llamara la atención por tocar los papeles de la mesa, registrar sus gavetas, golpearse el uno al otro o hablar en Sueco para que nadie pudiera entender lo que se decían.

Los Jimaguas no eran gemelos idénticos, de hecho yo no los encontraba ni parecidos.  Uno tenía la piel morena, el pelo negro y encrespado, no por gusto le decían “el Negro” y  el otro, Aldito, era algo más alto, de piel blanca y con pelo rubio y lacio.

Cuando se fajaban, cosa bastante frecuente, aun siendo menor, el Negro solía ganar por ser más astuto y agresivo, aunque a veces la fuerza y el alcance de Aldito se imponían.

El padre de los Jimaguas era hermano de Arnol Rodríguez, viejo amigo de mi familia por parte de madre, y aun con la diferencia de edades puede decirse que también mío, de manera que Aldo se convirtió rápidamente en mi familia en Suecia.  Solía pasarme los fines de semana en su casa, para lo que tenía que viajar desde la Universidad de Upsala que estaba a unos 70 Km de distancia.  Esos fines de semana me los pasaba retozando con los Jimaguas; judo, basket, pelota… hasta que me dejaban exhausto.  A medida que pasaban los meses, cada vez más Aldo y Ester Lili (su esposa) me veían como el hermano mayor de los Jimaguas y estos a su vez también me veían como a un hermano, aunque no tan “mayor”, aun con mis 27 años.

En una oportunidad, en medio del crudo invierno Sueco, sufrí por cuarta vez un neumothorax espontáneo.  Esto tiene sólo dos variantes de tratamiento: la cirugía (ya me habían practicado una hacía tres años) y el reposo absoluto.  Enterado Aldo me fue a buscar a Upsala y me trajo a su casa para que pudiera hacer reposo, sólo que en presencia de los Jimaguas el reposo absoluto era absolutamente imposible.  Aldo me dejó en cama y se fue a la oficina, y no llevaba ni tres horas en aquella cama cuando oigo que un cristal se rompe violentamente, seguido de un rumble-rumble en dirección de la escalera.  Lo más lentamente que pude me levanté de la cama y al asomarme a la escalera pude ver a los Jimaguas que habían regresado de la escuela e iniciado una de sus acostumbradas reyertas.  

El método tradicional de detener una de estas broncas era la de asestar un piñazo a cada una de las partes, que enviara un claro mensaje de que la bronca era ahora conmigo y que yo pegaba más fuerte que ellos.  Como el neumothorax impedía seguir la tradición, recurrí a la compasión e hice como que me desmayaba … se intercambiaron un par de golpes más… pero la curiosidad detuvo el combate.  Les expliqué que me había enfermado y que estaba de reposo, mientras averiguaban pasó el tiempo suficiente para que bajaran sus respectivas adrenalinas, reduciendo la violencia física a la más intelectual de las acusaciones y los insultos…

-El imbécil de Aldito me pichó una bola altísima y rompió la ventana, y el otro: altísima de qué?, tú que eres malísimo y se te fue …  Ya iban a entrarse a golpes de nuevo,  lo que me obligó a repetir el ademán del desmayo.  El Negro detiene el ataque y argumenta que cuando llegara Aldo (sí, porque los muy frescos le decían Aldo a su padre cuando hablaban de él en tercera persona) el cuero viene primero pa’mi, porque siempre piensan que yo soy el que hago todo aquí… sí, porque este siempre se hace la mosquita muerta, y ya le iba arriba de nuevo a Aldito cuando me oye decir  – mira Negro, si tiras un piñacito más, procura que yo me muera de ésta, porque si no te voy a moler…  El Negro valoró la advertencia y esto me permitió mantener la paz hasta la llegada de Aldo y Ester.

Finalizaba ya mi “fellowship” en la universidad de Upsala y coincidía esto con el final de la misión de Aldo como consejero comercial en Suecia. Ya en las últimas dos semanas mi economía tocaba fondo y sobrevivía gracias a que Aldo me proveía, a su decir,  de…“comida y albergue”.  Yo tenía que pasar por París, donde ya había estado dos veces por motivos relacionados con mi trabajo, a recoger un software para la continuación de mi tesis para el PhD.  Aunque Aldo y familia llevaban más de ocho años en Europa, los Jimaguas nunca habían estado en París.  En un rapto de gratitud rayano en lo demencial, ofrecí llevar conmmigo a los Jimaguas a París y encontrarme con ellos en Madrid para el regreso a Cuba.  Aldo y Ester, turbados por lo increíble de semejante ofrecimiento no atinaron a descalificar el proyecto inmediatamente, dando oportunidad a los Jimaguas de apoyarlo con una vehemencia tal que los arrastró a la pérdida del juicio. Los Jimaguas habían vencido y a Aldo sólo le quedaba la tarea de ultimar los detalles de los pasajes, el hospedaje, etc.

El día de la partida, reunidos en consejo de familia, Aldo les anunció a los Jimaguas que me investía de la autoridad de repartir los piñazos que fueran menester a fin de lograr la necesaria obediencia y me dió dinero mientras nos advertía... ésto les tiene que durar hasta Cuba!  Terminada aquella ceremonia conté bien aquellos fondos y calculé el presupuesto diario considerando que serían 3 dias en Paris y otros tantos en Madrid… la cosa quedaba bien apretada…

A punto de abordar el avión se produce un conato de reyerta sobre quien llevaría el equipaje de mano que contenía alguna que otra golosina para el viaje.  Cuando intervine, inmediatamente se cruzaron acusaciones, argucia típica que impedía establecer culpabilidades.  Fue entonces que concebí aquella medida verdaderamente genial, cuando  les impuse que establecería un orden, una secuencia.  Los piñazos serían para el que le tocara, sin que esto guardara necesariamente relación alguna con el culpable, ya que eso pertenecía a la categoría de lo incognocible.  Con la misma saqué del bolsillo una moneda y la tiré al aire, y la suerte decidió que fuera Aldito el merecedor del primer piñazo … el segundo sería para el Negro y así sucesivamente... la idea era que al que le tocara el piñazo disciplinara al otro …

La medida funcionó a la perfección durante el vuelo y el viaje en el metro hasta el hotel. Ya en el hotel, como era de esperar, los dos escogieron la misma cama, se enredaron y el Aldito se ganó su piñacito, el próximo le tocaría al Negro…  Curioso, no tuve que dar un piñazo más.

Al otro día salimos a la aventura, el metro Place de la Nación a Charles de Gaule Etoile y ante nosotros se ergía la Torre Eiffel.  Les advertí que para subir hasta lo último no nos daba la plata, ni había tiempo para hacer la correspondiente cola y que el precio de subir hasta el segundo piso ya gravaría fuertemente el presupuesto del dia dejando muy poco para comer algo, no obstante escogieron subir a la torre.  Cuando bajamos había tremenda hambre, pero tuvimos que conformarnos con una Coca Cola y dos perros calientes para los tres.  Ante su insatisfacción les recordé que eso era lo que habían escogido y se aguantaron.  No les quedaba otra que acompañarme en mis gestiones en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Paris, a donde fui a concluir lo que había ido a hacer a la Ciudad Luz.

El ultimo día en Paris los llevé a pasear por el Arco de Triunfo, los Campos Elisios, el Jardín de las Tulerías y a cultivarse al Museo del Louvre.  Cuando salimos, después de una larga caminata adentro del museo, estaba lloviendo … la próxima atracción era Notre Dame.

La noche anterior en el hotel les había hecho el cuento del "Jorobado de Nuestra Señora", para motivar la visita a algo tan poco atractivo para alguien con 10 años de edad, como era una catedral gótica.  El apretado resumen de la novela de Victor Hugo logró su objetivo motivacional, pues me insistieron hasta que, desafiando la lluvia, nos aventuramos a correr en pos del arco que daba al Sena, llegando empapados.  Allí ya se guarecía un buen número de personas, entre ellas una americanita de muy buen ver, que empezó a flirtear conmigo en cuanto nos pudimos comunicar en inglés.  La salsa progresaba mientras los Jimaguas me miraban con insistencia desde abajo como preguntando, bueno y nosotros qué? … Ya impacientes empezaron a anunciar que ya estaba escampando y a repetir el anuncio cada vez con más frecuencia, hasta que ante tanta impertinencia, tuve que abandonar lo que hubiera sido una aventura interesante.

Lo peor es que ni siquiera había escampado realmente y nos tuvimos que volver a guarecer, esta vez en algo así como un bar.  Como tiritaba de frío por la lluvia y para justificar mi estancia en aquél lugar, pedí un cognacito, lo que no tenía el más mínimo interés para los Jimaguas quienes tampoco quisieron café.  No querían nada de lo que allí se ofertaba y eso de que se gastara dinero sin que les tocara nada ya los tenía incómodos, pero no se pronunciaron hasta que compré una caja de cigarros y prendí uno… allí fue donde el Negro me espantó aquello de… – Queee va… tu estás fumando mucho!

Una escampada nos permitió llegar a Notre Dame … los altos relieves, la talla de las puertas, los vitrales, el órgano, el altar … nada de eso les despertaba demasiado interés y no paraban de preguntarme - De dónde fue que el Jorobado tiró al mago? … Dónde está la campana que lo dejó sordo? … Por dónde era que salía el aceite hirviendo? … todo eso estaba arriba, en el campanario, y subir no sólo era el aquello de los 468 escalones sino que además costaba dinero.  Se presentaba de nuevo la disyuntiva de la curiosidad v/s hambre y de nuevo ganó la primera, para arriba fuimos a ver la campana, las gárgolas y el balcón por donde el Jorobado tiró al mago.

A la salida de la catedral compartimos otro par de perros calientes y una CocaCola, y ante el agotamiento, no de nosotros, pero sí del presupuesto, nos retiramos temprano.  Aldo conocía de nuestro bienestar gracias a nuestro reporte telefónico diario al Consejero Comercial de la Oficina de París y éste a su vez, le reportaba a Aldo por teletipo.  Esa noche, ya en la habitación del hotel, llamé a Suecia para que los Jimaguas hablaran directamente con su padre.  Entre los atropellados cuentos de nuestras aventuras, le cuentan lo de la Coca Cola entre tres, etc.  Aldo les ordena que me pongan al teléfono y me pide que le explique el por qué de esa austeridad.

Yo le explico a Aldo que me habia visto obligado a hacer una planificación presupuestaria puesto que el dinero que me habia entregado me tenía que durar “hasta Cuba”, por lo que no podía gastar diario mas que lo que había gastado.  Aldo me dice que lo de “hasta Cuba” era para el consumo de los Jimaguas, para que no me cayeran arriba para que les comprara todas esas boberías de la que siempre se antojaban, que ese dinero era para que lo gastáramos en París.  Ahí fue donde el “ERA?” que va!!!  la noche es joven aun y nos queda tiempo para rectificar ese error, me los llevo a comer.

Eran como las 10PM y sabía que a esas horas lo único que quedaba abierto en Paris era la Colina de Montmartre y para allá partimos en un taxi.  Entramos a un restaurant-cabaret llamado “La Boheme”, frente al parquesito mismo del ambiente de los artistas.  Entre las atracciones que allí se ofrecían se destacaba la de que Ives Montand cantaba allí todos los viernes … esto para dar una idea del nivel del lugar.  Nos sentamos y pedimos el mayor de los bistés… Chateau Bryand para los tres. Una cantante ayudaba a crear un ambiente exquisito mientras nos matábamos aquella hambre vieja de tres dias.

Ya casi terminábamos de cenar cuando uno de aquellos artistas en su típico atuendo se acerca a la mesa y nos pregunta – “des gemeaux”? … y al no recibir respuesta lo cambia por  - “twins”? …  Sorprendido de que alguien pudiera haber encontrado algún parecido entre Aldito y Arnol le pregunté cómo lo supo y me dijo que esperara… en un momento montó su lienzo y comenzó a hacer trazos con una técnica de pastel… Antes de que pudiera preguntar me dijo que no me preocupara, que lo haría de todas maneras y que por sólo 50 francos ($10 en aquella época) me lo daría.  Aquel artista, en verdad lo era, escogió un ángulo en que aquellos Jimaguas, en efecto, se parecían como dos gotas de agua.  El artista termina justamente cuando ya nos íbamos, le pago y me entrega aquella obra de arte.

Se habían portado demasiado bien… el Negro me pide llevar la pintura y cuando se la voy a dar Aldito protesta porque quiere llevarla él y la bronca se producía en la mismísima puerta de La Boheme.  Por suerte llega el taxi y rompo la pelea decidiendo que Aldito fuera el que la llevara, ya que en la disputa anterior había fallado a favor del Negro.  Nos sentamos en el asiento de atrás, yo en el medio para evitar que volvieran a fajarse y la bronca terminara con la destrucción de la obra.  Al verse obligados a la tranquilidad, se durmieron.  Cuando llegamos al hotel, los despierto y se bajan aun medio dormidos, adentrándose en el lobby del hotel mientras yo pago al taxi.  Cuando logro alcanzarlos los veo ante el elevador con las manos vacías y al preguntarle a Aldito por la pintura éste se pone las manos en la cabeza horrorizado!!!  se le quedó en el taxi.  Corro hacia afuera pero ya era demasiado tarde, el taxi se había ido.   Cuando regreso, el Negro le caía a golpes a Aldito… pero esta vez lo dejé, así iba a salir mejor que si lo hacía yo.

En España nos encontramos con Aldo y Ester, y también coincidimos Arnol.  Los Jimaguas los atropellaban a cuentos, sin duda la experiencia sería inolvidable,  pero cada vez que se tocaba el tema de la pintura se entraban a golpes.

La segunda noche en Madrid Aldo, Ester y Arnol me invitaban a un “Tablao”.  Los Jimaguas se quedarían con una familia amiga, pero al ver que serían excluidos de esa actividad no podían entender cómo era que me llevaban a mí y no los llevaran a ellos.  Los Jimaguas nunca me consideraron una persona mayor… pueda que nunca lo hagan...