La fuga de Mandy

 Capítulo 0. Descripción del Escenario

EDM Identity's Top 10 Spooky Stages! | EDM IdentityYa la Perestroika avanzaba firme en 1992, cuando en Cuba convocaron a las “Asambleas de Llamamiento al IV Congreso del Partido”. Se sugería que el IV Congreso podría traer profundos cambios y se invitaba a que en estas asambleas se discutiera abiertamente todo.  La timidez en las críticas se empezó a perder y no demoró el régimen en percatarse que aquello se le iba de las manos. El periódico Granma “aclaraba” que no se iba a permitir que elementos contrarrevolucionarios utilizaran las Asambleas del Llamamiento para sus malévolos propósitos. Esto ya debía ser intimidación suficiente, pues nadie sabría donde se encontraba esa peligrosa frontera con la contrarrevolución.
Lamentablemente, algunos en EICISOFT no entendieron la amenaza y transgredieron la peligrosa frontera. Mantenerme en silencio denunciaría mi falta de fe en aquel proceso asambleario, debía encontrar algo para decir que se acercara a la frontera sin pasarse. Por estimarlo inocuo, escogí el tema de abogar por el retorno de los proscritos "mercados libres campesinos" que, durante el tiempo que operaron, habían sido un alivio alimentario y un estímulo para la economía. Pero la frontera estaba más cerca que mi estimado... ¡me había pasado también! Los efectos no se hicieron sentir de inmediato, semanas pasaron hasta que alguien, en alguno de los niveles superiores del Partido, se alarmó al leer el acta y dio el pitazo.
Carlos Lage (miembro del grupo de apoyo que nos atendía y a punto de ser nombrado vicepresidente de país) entró como una tromba a mi oficina e iracundo me dice que cuando leyó aquella acta le entraron ganas de venir con un bulldozer y arrasar con EICISOFT.  Mi pobre defensa de que el acta no reflejaba el ambiente estuvo lejos de calmar su iracundia. Y terminó mandándome a citar en un par de horas una reunión con todos los trabajadores del centro. Aquella tarde, una mesa en la que yo ya no figuraba, estuvieron Carlos Lage, Emilio Marill (vice mnistro del SIME), dirigentes provinciales del Partido y dirigida por un personaje del Departamento Ideológico del Comité Central. Estos se encargaron de aplastar a aquel colectivo por haberse atrevido a opinar cuando se les pidió su opinión.  Fue un duro golpe a mi capital político, que siempre fue escaso, por nunca haber sido militante del Partido.
"Nuestro Día", la canción de Willy Chirino más conocida como “Ya viene Llegando” se bailaba en las fiestas juveniles de las casas de la Habana. La esposa de Bencomo y dirigente del Provincial del Partido venía a mi oficina a explicarnos a los factores del centro la necesidad de las Brigadas de Respuesta Rápida. “La Revolución no se puede dejar quitar la calle" dar cabilla era la consigna para militantes y dirigentes. A los científicos los reunían en el teatro Chaplin y Mitchell Valdés leía un panfleto de apoyo al Comandante en Jefe supuestamente a nombre de todos allí.
Ante el deterioro de la situación se aumentaban las deserciones de científicos y otros profesionales en misiones al extranjero, cuando Emilio Marill (entonces vicwministro) me viene con el torpedo de que un amigo de él, que conocía bien a Brunet, afirmaba que éste era un desafecto de la Revolución siendo subdirector en EICISOFT. Esa tarde, Brunet me ayudó a desacreditar la fuente aportando suficientes motivaciones de tipo personal como para sembrar en Marill una duda razonable. Así y todo, eso me anotaba vez al bate.
Citaba el Partido Provincial de La Habana a una reunión con los directores y secretarios generales del Partido de todos los centros de investigación de la provincia. Dirigía la reunión la segunda de Esteban Lazo, una a la que llamaban Glenda (posiblemente Gilda Glenda Gárate), mulata alta cuyo buen ver contrastaba con su vulgaridad desafiante. En su monólogo, Glenda dijo que a los "jefes" había que hablarles claro, que la baba de las “reafirmaciones revolucionarias” y los discursitos eran para las masas... Sin mayores ambages, siguió: “ya no les vamos a admitir que nos vengan conque Fulanito se fue, noooo, Fulanito se TEEE fue... y precisaba…”.  “Para decir que alguien no tiene problemas ideológicos no basta con que no haga planteamientos conflictivos ¡Hay que meterles el dedo! Hay que provocarlos para que se delaten...”. Al director del Centro de Investigaciones Martianas le advertía: “y ustedes, en el busca que busca, ¡cuidao con lo que encuentran! aquí sólo se puede encontrar lo que nos convenga a nosotros, a la Revolución”.   Aquella esbirro le acababa de dar el tiro de gracia a mi agonizante ilusión con la Revolución, al presentarme en toda su crudeza la maldad de ese régimen.
A días de eso, desertan de sus misiones en México, primero Marco, miembro fundador de EICISOFT y después Julian, que era también de aquellos cuya importancia en el centro había sido reconocida con la asignación de un carro. Se MEEE habían ido dos de los que yo había enviado a misiones en el extranjero.
En el intervalo de unas pocas semanas, otros seis de EICISOFT desertaban o escapaban al extranjero por distintas vías y yo hacía por evitar que la dirigento-militancia lograra consolidar esta información y que eso le permitiera percatarse de la desbandada.

Capítulo 1. Saltar de un Tren Rápido

Watch: Guy Caught On Camera While Jumping 80 Foot Of...Finalizaba el verano de 1992 y ya de tarde me disponía a emprender, con mi secretaria y esposa Mabel, lo que era ya nuestro diario viaje en bicicleta para regresar de EICISOFT a la casa, cuando veo caminando por la acera de enfrente, de completo uniforme, a mi viejo compañero de las TCAA de cuando Odessa en 1963, el ya Tte. Coronel, Tolo Lamenta (nombre real reservado para evitar represalias). Lo llamo, nos abrazamos y lo invito a mi oficina. Allí le brindo un trago de buen ron y me disponía a recordar los viejos tiempos. No acababa el segundo trago cuando con rostro sombrío y sin más preámbulos me espanta: “Mandy, esto es una mieeeerda...”, todavía no salía de mi asombro y Lamenta continuó: “Le hemos dedicado una vida a esto, y es una mieeerda...”.  Con una seña de "hay micrófonos" logré que reprimiera su catarsis. Lamenta detuvo su diatriba, aunque no lo hizo por corte, como que lo hacía por mí, pues a él ya le daba igual un repudio que un homenaje. La paranoia asaltó mi mente, ¿me lo habrían mandado a ver si me proyectaba?... o quizá estarán esperando ahora a ver si lo denuncio. Naaa... nadie es tan buen actor y Lamenta nunca haría cosa así, además él no había venido a verme, era yo quien lo había visto de casualidad. El suceso me hacía preguntarme cuantos de mis amigos que, como a Lamenta, conocí en alguna tarea de la Revolución, seguían apoyando aquello.
Roberto Martínez Brunet (subdirector de EICISOFT), que ya trabajaba permanentemente en México, regresó de vacaciones y hablamos de que, sólo con eso de escoger la gente para las misiones usando el criterio de menor probabilidad de deserción, de hecho, ya estábamos haciendo el trabajo de la Seguridad del Estado. Estábamos haciendo de esbirros, nos gustara o no. Ya a esas alturas, temía que me hubieran instalado micrófonos en la oficina y le dije de continuar la conversación en mi casa. Fue allá, alrededor de la mesa de comer, tomándonos un té, Mabel, él y yo, que llegamos a la conclusión de que, ya al nivel que estábamos, no se podía decir eso de, no juego más y me voy pa’mi casa, de manera que como único se podía evitar convertirse en esbirro era buscar asilo fuera del país. Aunque intelectualmente acababa de llegar a esa terrible conclusión, no la acababa de interiorizar, no me veía abandonando a mi hija, a mi madre, a mis tías, ni aún me resignaba a perder la estima de los amigos que había hecho dentro del proceso, ni a renunciar a mi bien ganado prestigio. Sólo el miedo a caer preso pudo obligarme a saltar del tren rápido en que me habían montado.

Capitulo 2. Del Qué al Cómo

Nota aclaratoria: Un título más poético para esta historia, dado que está escrita en primera persona, sería simplemente “La Fuga”, pero ocho fugas habían precedido a la mía, de las que, al momento del relato, sólo dos, la de Marco y Julián en México, habían ido explícitamente a mi cuenta, como deserciones. Lo de las otras seis era sólo una cuestión de tiempo… Arturo se había ido en una lancha y no me di por enterado; Ulises, Pablito y Labrada, gracias a mis cartas asegurando que no tenían secretos de estado, habían partido a Miami por cartas de invitación de familiares allí y sabía no regresarían, como sabía que Osmel, de misión en Madrid tampoco lo haría, que ya se había logrado reunirse con su novia allá por a triquiñuelas familiares; algo parecido sucedía con Viciedo en Venezuela, al que había enviado en misión aun después de ser advertido de no hacerlo debido al documento crítico que presentara cuando la asamblea del Llamamiento al IV Congreso del Partido. Siguiendo con la historia…
La trayectoria de mi casa a EICISOFT en bicicleta no siempre era la misma; a cada rato exploraba una nueva y las comparaba buscando el mejor tiempo. Una de esas trayectorias, pasaba por el costado sur de la Universidad, tenía la desventaja de tener que subir la loma, pero era bastante recta y además bonita. Pasaba por el costado de Física, donde estaba la cafetería, que en mi época de estudiante tuvo alguna que otra cosita que vender y por tanto era punto de reunión con mis compañeros de carrera. En una de las veces que escogí esta vía, el Dr. José Matutes me ve y corre hacia mí logrando que me detenga, no lo veía desde mis años de profesor allí. Quería felicitarme por el escrito "Las ilusiones perdidas"... Los escalofríos apenas me dejaban oír sus elogios. Si ese documento, en que hacía catarsis de mi descontento político y que, en la más estricta confidencialidad, había dado en un disco floppy a un amigo bien lejano a su círculo, le había llegado a Matutes, entonces era que ya lo tenía media Habana. Era inútil preguntarle quien se lo había dado, no me quedaba duda que la copia que le había llegado era al menos de una tercera generación. La probabilidad de que una le llegara o que le hubiera llegado ya al aparato estaba cercana al 100%. Me sobró el tiempo el resto del viaje para que, sumándole a esto último, las deserciones que ocultaba, las cartas con mi firma que las permitieron y las traquimañas en divisas, que, aun no siendo delitos en ninguna otra parte, en Cuba sí lo eran, la idea de irme del país pasara de la muy intelectual disyuntiva ética al muy primitivo instinto de conservación.
El problema trascendía del "qué" al "cómo".

Capítulo 3. Los Rossbach al Rescate

Taranaki rescue helicopter picks up fisherman after medical emergency ...En la primera oportunidad, en carta cifrada por modem, notifiqué a Brunet de mi decisión. Era un SOS y así había sido captado por la familia Rossbach que comenzó de inmediato una operación de rescate. La cosa no era tan sencilla como inventar una reunioncita en México. Mi última visita a México había coincidido con la Navidad y los Rossbach habían invitado a Mabel a la Nochebuena en correspondencia con las atenciones nuestras al Ingeniero (Oscar Rossbach padre) cuando estuvo en Cuba, el Ministerio desaprobó la salida de Mabel. Además, hacía poco el ministro, que ya no era Marcos Lage por este haber sido destituido, sino Ignacio Gonzáles Planas, también había rehusado aprobarme un permiso de salida para un Congreso de Físicos de Hispano América en Madrid al que se me había invitado, nada de esto debía sorprenderme, el Partido, del nivel provincial para abajo, había logrado erosionar hasta ese punto mi capital político. Había que proponer algo bien tentador, algo como para lograr que se me aprobara una salida aun en la bancarrota política.
Fue Alejandro Rossbach al que se le ocurrió envolverme en un negocio que tenían con Brasil. El negocio con los Rossbach gozaba de gran respeto en el SIME, el Ingeniero había estado con su esposa Ángeles en Cuba y se había entrevistado con el ministro. Fue el Licenciado Oscar (Rossbash hijo) el que viene a la Habana e informa al viceministro Arañaburo del negocio con Brasil, propone que participemos con el socio brasilero en una exposición de productos médicos en la ciudad brasilera de Natal. La reciente venta a Brasil de la vacuna meningocóxica había sido un negocio millonario. El SIME ponderó sus riesgos, lo jugoso del negocio justificó tomar el remoto riesgo de que yo fuera a desertar dejando por detrás a Mabel.
Se comienzan los preparativos oficiales para la misión y yo me preparaba para una salida definitiva. Oscar sacaba de Cuba mi Curriculum Vitae, Mabel destruía documentos que pudieran servir para incriminarme: llevaba hacia casa de mi madre todo aquello que quisiera evitar que fuera confiscado en los registros de la Seguridad del Estado que se producirían de seguro; a Mabel, con un contacto familiar, le conseguí un trabajo en IPS, una agencia de prensa extranjera, donde pensé que estaría más protegida de las esperadas represalias.
No obstante, me seguía enredando, Natasha y Natalia, la esposa e hija respectivamente de Brunet, gestionaban su salida con sus pasaportes rusos, lo que por suerte no requería carta mía alguna, pero no informar a Niurka (la de la Seguridad del Estado que nos "atendía") de algo como eso, que era peor que lo de las cartas. Había dejado escapar al rehén, con lo que propiciaba la deserción de mi subdirector, Roberto Martínez Brunet.  Hacerme el bobo con eso ya hubiera sido imposible, por suerte, el Aparato no empató a tiempo A con B.

  

Capítulo 4. El último encuentro con el Comandante

Era octubre de 1992 y eran mis últimos días en Cuba. En medio de los preparativos, me llega una invitación para participar en una recepción en el Consejo de Estado. Debo confesar que no recuerdo exactamente el motivo. Sé que había invitados extranjeros y buena parte de la crema y nata de la comunidad científica. Fidel se dirigió a los invitados abriendo la recepción, en la que hizo el anuncio del PPG, desarrollado por el Centro de Biotecnología. El PPG era un medicamento para la circulación, pero el mismo Fidel dejaba entrever que era efectivo para las disfunciones eréctiles. Después, de repartir PPG a los presentes, siguió un suculento banquete, del que Ignacio, el actual ministro, por ser obeso, no podía disfrutar, pues el Partido le había dado como tarea bajar de peso.
Yo trataba de llamar la atención lo menos posible y compartía discretamente con Carrasco, fundador del CID y antiguo compañero de las TCAA, casi escondidos los dos en un pasillo que accedía al lugar donde Fidel conversaba con los invitados extranjeros que le hacían círculo y se babeaban con el poder histriónico del Comandante. En eso, Fidel se excusa y parte con su escolta hacia el pasillo donde conversaba con Carrasco. Cuando éste se percata de la movida, me dice: “ahí viene, vámonos de aquí con el disimulo...”. ¡Qué va! demasiado tarde. Cuando vine a ver, la persona con quien menos hubiera querido encontrarme la tenía encima, ya se detenía y empezaba a preguntarme de cómo iban las cosas en EICISOFT. Le dije de los planes con Brasil, México, Venezuela y que me enfocaba ahora sobre una clientela latinoamericana. Fidel asintió con la cabeza en gesto de aprobación. Él continuó su marcha y yo exhalé un suspiro de alivio de que ni mis intenciones, ni el profundo repudio que ya sentía hacia él, se me hubieran notado.

Capítulo 5. Entrevistas aterradoras

Peor aún, Carlos Lage hace una visita sorpresa a mi oficina, cuando lo vi entrar sentí el escalofrío del que ha sido descubierto. Sabía que mi cuenta en el banco político estaba en rojo, por eso sentí un alivio cuando me saludó con cordialidad. Me preguntó sobre los negocios con América Latina, me mencionó las deserciones de Marco y Julián y me advirtió que ahora había que tener más cuidado que nunca con la gente que se enviaba en esas misiones. Tragué en seco, pensando cuanto demoraría en enterarse que ya había seis más. En otros tiempos, cuando aún tenía fe, hubiera discutido el concepto de estar filtrando a la gente, pero en ese momento lo aceptaba hasta con pretendido entusiasmo. Carlos Lage se despidió sin notar que había tenido el pulso en 140.
Arañaburu quiso reunirse también y, posiblemente por instrucciones del ministro Ignacio, me citó a su oficina para saber cómo me proyectaba en un futuro mediato. Con una soltura que me sorprendía a mí mismo, lo abarroté de planes. Le describí en detalle lo que haría a mi regreso con un entusiasmo tal, que hasta yo mismo me lo llegaba a creer, añadí que me iba a hacer falta disponer una cuotica extra de gasolina o de que se me permitiera comprarla en divisas con los dineros de los negocios. Sabía que me estaban interrogando, querían estar seguros de que no planeaba desertar. Fui convincente. No pensé que tuviera esa capacidad de mentir, pero el miedo... ¡es del carajo!
La última entrevista fue con Gustavo Araoz que me invitó a su casa para un ágape de despedida. Allí con un gusaneo, un tin mayor que lo acostumbrado, me invitaba a que compartiera con él mis planes. Estuve tentado, pero gracias a Mabel no lo hice. De mis planes de deserción solo lo sabían mi madre, el amigo que llevó a Natasha al aeropuerto y Marta, una prima de Mabel que vivía en Matanzas, a la que confiamos la información precisamente por vivir allá y no tener nada que ver con los círculos de peligro, sólo que Marta decidió informarlo en carta a familiares en Miami. Por suerte, de esto sólo me enteré estando ya en los Estados Unidos, de lo contrario me hubiera infartado.

Capítulo 6. Zancadillas sin levantar la paloma

El pasaje a Río de Janeiro era por Panamá. Cuando al otro día llego al aeropuerto, Cubana de Aviación me niega el pase a bordo por faltarme la visa de Panamá. Calculé que era un error muy burdo para ser un error, pensé que el ministro aún tenía sus dudas, y era esta una estratagema de él para ganar tiempo sin "levantar la paloma". Fue cuando recordé lo de la visa de entrada-salida múltiple que, como correspondencia a mis gentilezas en aquella ocasión que lo invité a EICISOFT, me había otorgado el Cónsul de Venezuela. Ahí estaba en mi pasaporte, el cuño era tan parecido a la visa normal, que nadie se había percatado de eso en todo aquel tiempo que estuvo en Relaciones Internacionales del SIME. Me monté en el carro y me dirigí a las oficinas de Cubana de Aviación en el Hotel Habana Libre. Allí logré cambiar el pasaje de Habana-Panamá que tenía, a uno Habana-Maiquetía (Venezuela). El plan era, una vez en Caracas, ver ahí a el Dr. Mata, nuestro socio comercial allí y pedirle a éste que, del dinero que ya nos debía, me comprara el pasaje a Río.
Sólo un pequeño detalle echaba a perder la perfección del plan: el pasaje no era siquiera para el día siguiente sino para el otro. En esas 48 horas podía pasar de todo. Contaba con que en el Ministerio no se manejara la fecha exacta de mi salida y poniéndome mi uniforme volví a mi oficina como si tal cosa.
A todo tren andaban los preparativos para la Feria de la Habana de 1992 y Marcelino, a quien dejaba al frente de EICISOFT, ya estaba a tiempo completo en EXPOCUBA. Lo mismo pasaba con el ministro y los vices del SIME; la inminente apertura de la feria ocupaba su atención. Esto evitaba que pudieran estar demasiado pendientes de mí. Tampoco pensarían que les hacía falta, pues estarían contando con que tendría que ir a morir a Relaciones Internacionales del SIME para conseguir la visa de Panamá.

Capítulo 7. Y la bola… ¡se llevó la cerca!

Llegó el día y antes de ir para el aeropuerto hice dos escalas, una en EXPOCUBA donde chequeé los preparativos de la Feria una vez más. Hubiera sido raro que no lo hiciera, aunque lo hice siempre tratando de no cruzarme con la ministeriada. La otra escala fue en casa de Isabel, la muy querida cocinera de EICISOFT, que hacía unos días se había retirado. Pienso que Isabel, a la que le sobraban luces, entendió que me despedía para siempre y me deseó suerte.
Esta vez ya no hubo impedimentos y con mi permiso de salida y pase de abordar, me despedí de Mabel antes al entrar al último chequeo de documentos. Hasta que el avión despegara no había nada seguro, conocíamos de casos en que la Seguridad aprehendía a sus víctimas ya dentro del aeropuerto. Esto le permitía desaparecer a la persona por varios días sin que nadie lo supiera, pues la familia y el resto de sus relaciones lo hacían de viaje.
Mabel quería asegurarse de que abordaba el avión, por eso antes de yo entrar, habíamos ubicado el lugar donde se parqueaba el avión de Aeropostal. Estaba en la punta de la pista, cerca de la Terminal número 2 y era visible desde la cerca peerless que limita el acceso a la pista desde a calle. En cuanto nos separamos, se fue con el carro a dar la vuelta al aeropuerto y posicionarse donde habíamos calculado que podría verme subir al avión. Un semáforo le impidió llegar a tiempo y cuando pudo lograrlo, ya estaba yo a salvo dentro de la nave. Desde la ventanilla podía verla como se angustiaba al no verme. No podía dejarla con esa incertidumbre, caminé hacia la puerta del avión y le pedí al seguroso armado que siempre apostaban allí, que me permitiera despedirme de la "jeva", el gorila accedió y me asomé a la escalerilla (otra vez en peligroso territorio cubano) y manoteé hasta asegurarme que me había visto.
Dejaba a Mabel a merced de la esbirrada, pero no había alternativa, de haber caído preso hubiera sido aún peor. Ese día, en que nos tocaba separarnos, la veía más linda que nunca y esa imagen de Mabel detrás de aquella cerca se me quedaría grabada como estampa macabra que se repetiría en mis pesadillas por largo tiempo.

Capítulo 8. La deserción

Había escapado del régimen, pero seguía sintiendo, en extraña dualidad, un compromiso con EICISOFT. Pasaba por Caracas y discutía planes para nuevos negocios con Mata, nuestro socio venezolano. Chequeaba las tareas con Abad y Fernando y, de haberlo podido localizar, lo hubiera hecho con Viciedo. Pasaba casi un mes en Brasil sin dejar de promover los productos de EICISOFT con los nuevos socios de la BMI, a los que Alejandro Rossbach (hermano de Oscar) me había introducido. De Brasil volé a México donde trabajaban con los Rossbach, a las órdenes de Brunet y de manera rotativa, los mayores grupos que nunca antes hubiéramos tenido en el extranjero con ningún otro asociado. Cuando llegué estaban allí Zayas y Mandy2, pero después llegaron Alexis, Juan Fernández y Juan Carlos. Durante otros quince días, seguí dirigiendo a EICISOFT hasta que ya no pude estirar más la misión. La mañana del 18 de diciembre de 1992 le dí a Brunet la carta de despedida que llevó a la fábrica pretendiendo que se la había pasado por debajo de la puerta, en la que explicaba mi desaparición. Después de sorprender con su contenido a los eicisoftianos allí, llamó a Cuba para informar de la novedad. Había caído la bomba y como nos dijera aquella esbirro, esa que era segunda del primer secretario de Partido en la provincia de la Habana a los directores de centros de investigación capitalinos, eso de que, “ya nadie podría venirle al partido conque alguien se fue ¡nooo! se TEEE fue”; pues me LEEE había ido a una pila de gente.

Por más que la carta perseguía no perjudicar el negocio de EICISOFT con los Rossbach, éste apenas duró unos días más. Los Rossbach me refugiaron en su casa de Lomas de Santa Fe y viví oculto en el cuarto que tenía Oscar Jr. cuando soltero. Brunet vivía con su familia en otra área de aquella casa gigantesca a la que llamábamos "el Castillo". De manera que, aunque supuestamente había desaparecido, nos veíamos todas las noches. Estaba claro que Brunet tampoco regresaría nunca, pero se estiraría el estatus lo más posible.

Capítulo 9. Bueno ¿Y ahora qué?

Hacía más de diez años que ser el director de EICISOFT ocupaba casi todo mi tiempo, y había dejado de serlo por corte, me quedaba vacío. No sólo no tenía trabajo, también me había quedado sin familia y sin país. Estaba a merced de la benevolencia de mis nuevos amigos.
 De Cuba llegaban tremebundas noticias de la ocupación de EICISOFT por el ministerio, el partido y la Seguridad del Estado. En la "asamblea de repudio", uno de los agentes de esta última dijo que hacía México habían partido ya “compañeros” muy capaces que me encontrarían donde quiera que estuviese escondido y que me traerían ante ellos para ser repudiado.
No tardó aquello en llegarnos, por lo que los planes de enviarme a Guatemala con un primo de los Rossbach y otras ideas de ocultarme en México fueron abandonadas en favor de escapar hacia los Estados Unidos, calculando que eso estaría más allá del alcance castrista.
Hablé por teléfono con un antiguo miembro de EICISOFT que trabajaba desde hacía años para la ONU y que, en esos días pasaba por México.  Este me dio un contacto en la Embajada Americana y logré comunicarme con ella (el contacto era una dama).  Esa noche le hice llegar un documento explicativo de mi situación y ésta me procuró una cita para una entrevista. A la mañana siguiente el Ingeniero, Oscar Rossbach padre, me dejó frente a la Embajada Americana.
Una vez dentro, me fui entrevistando con personajes de distinto nivel y fui pasando de una especie de calabozo en la unidad de los marines, a una pequeña oficina y después a otra algo mayor y más elegante donde me ya me atendió el ataché para asuntos políticos. Sin duda, mi inglés fluido ayudó a trasmitir la gravedad de mi situación y este hombre, de nombre David, se dispuso a ayudarme. Me explicó que México no era firmante del tratado panamericano sobre el asilo en sedes diplomáticas y que, por tanto, no podía albergarme en la embajada, ni proveerme un salvoconducto que permitiera alcanzar el aeropuerto bajo su protección. O sea, que para lograr el refugio tenía que pisar suelo americano.
Don René Picard, el suegro de Angelita, una de las tres hijas de los Rossbach, pertenecía a la Fundación Cubanoamericana y éste me presentó a su presidente allí, un conocido locutor en la Cuba republicana de nombre Modesto Vázquez. Después de exponerle mi situación, me ofreció el contacto que ellos utilizaban para hacer llegar a los Estados Unidos casos como el mío.

Capítulo 10. La delación

Todo iba más o menos como se había previsto hasta que una imprudencia mía puso al descubierto toda la operación. Para mitigar la nostalgia y la separación, escribía una carta-diario a Mabel en la computadora que tenía en el cuarto, pero no sabía que esta era una de las que estaban destinadas a ir dentro de un REX (sistema para procesar imágenes de rayos X). Fue por eso, que el Ingeniero me trajo otra para cambiarla por esa, pasé la información de una para la otra y formateé el disco de la primera. Pero no fue un formateo de tipo físico, que es el que de verdad sobrescribe cada bit en el disco, ese hubiera demorado más y tenía al ingeniero esperando. No calculé que nadie se propusiera examinar esa máquina con ojo de espía, pero me equivocaba.
Era el 17 de enero y todavía no llevaba aún un mes de exilio. Para entonces Juan Fernández sospechaba de la complicidad del Ingeniero en mi fuga y al verlo llegar con una computadora, supuso que ésta pudiera haber estado en mis manos. Ayudado por Alexis, que era un experto en violar claves y cifrados, lograron extraer fragmentos de mi carta-diario, que Juan Fernández pasó a la Seguridad del Estado en la Embajada de Cuba, logrando implicar a los Rossbach y a Brunet en la conspiración.
Uno de los miembros de la misión, que pidió que no se divulgara su nombre, se da cuenta de la actividad delatora de Juan Fernández y logra alertar a Brunet de lo que está pasando. Con esto evitaba que Brunet cayera en la celada que la Embajada le tendía al citarlo allá esa tarde. Dato curioso, en nuestra paranoia, pensábamos que esta persona era agente del aparato y sin embargo, fue la que salvó la situación. La delación obligó a Brunet a precipitar su deserción y lo mismo que a Zayas. El Ingeniero compró pasajes para Juan Fernández y Alexis y los botó de allí; a Armando Gutiérrez no lo botaron, pero tampoco desertó. Para quien dejaba por detrás a la familia, la deserción era un recurso de última instancia, ya que era sabido que el régimen impediría su reunión con ella por largos años a modo de castigo. Eso no era fácil, sólo algo así como el temor a la cárcel, obligaba a esa opción.
Ya no podía permanecer en el Castillo de los Rossbach donde los esbirros castristas ya sabían que me ocultaba. Fue Marco, el primer desertor de EICISOFT, el que me albergó en la buhardilla donde él se había escondido durante los primeros días de su exilio.

Capítulo 11. Se prepara la operación de extracción.

Me reuní con David, el ataché político de la Embajada Americana. una vez más, esta vez en una cafetería en Chapultepec. Una vez descubierto mi escondite, era más vulnerable a un secuestro por parte de la esbirrada, quizá hasta con complicidad policiaca.  Fue cuando David me dijo de un Hotelito en la Colonia Polanco al que, en caso de peligro inminente, podía ir e invocar su nombre, era como una casa de seguridad. Me dijo que él comprendía que eso no podía tranquilizarme demasiado, pero era lo más que podía ofrecer.
La irrelevancia de la buhardilla de Marco me daba más seguridad que eso, no creo que nadie me fuera ir a buscar ahí. No obstante, la situación aconsejaba a adelantar la salida de México lo más posible. El contacto de Modesto Vázquez para la operación de extracción era una señora llamada Gloria. Su especialidad era la de pasar cubanos hacia los Estados Unidos burlando la vigilancia, no de las autoridades americanas, sino de las mismas mexicanas, que podían estar en contubernio extraoficial con la Embajada de Cuba.
Marco me acompañó a Tepito a comprarme un abrigo para los fríos del norte de México y a mis reuniones con Gloria, donde ésta me describió la operación así:
·         Partiría el jueves 7 de enero en autobús para la ciudad fronteriza de Juárez acompañado de una “guía”, de nombre Lupita que fingiría ser mi pareja.
·         El viaje tomaría unas 24 horas en las que no debía hablar, para que el acento cubano no me delatara, por lo que debía fingir una afonía catarral.
·         En Juárez pernoctaría en la casa del hijo #1 de Gloria y esa noche nos comunicaríamos telefónicamente con el hijo #2, que vive del otro lado del Rio Grande, en El Paso (Texas), para ultimar detalles de nuestro encuentro en su lado del rio.
·         Al día siguiente, el hijo #1 me llevaría al punto de cruce.
·         Del otro lado de la frontera me encontraría con el hijo #2 en el punto y hora acordado.
Fue el patriarca Rossbach el que financió la operación con $2,300 USD ($1,600 USD de la fuga, $400 USD de bolsillo y $300 de abrigo y otros gastos menores).

Capítulo 12. La aventura del Río Grande, Juárez.

El jueves a las 7 de la noche, me encontré con Lupita, la guía, en la terminal de ómnibus y partimos hacia Ciudad Juárez, en un viaje que duraría 24 horas, en el que debía procurar no hablar para que nadie me identificara el acento cubano.  Aproveché para leerme 1984 de George Orwell.
Ya en Juárez, la noche del viernes, el hijo #1 de Gloria me llevó a ver el río Grande para evaluar su profundidad, con vistas a decidir si lo pasábamos a pie o en balsa.  Me hace un mapa del lugar por donde voy a cruzar el rio, la autovía que tengo que atravesar, la cerca que debo saltar y el lugar donde me estaría esperando el hijo #2.  La primera variante es más cómoda, pues evita el tenerse que meter en el agua helada del rio y la embarrazón de fango en sus riveras, pero es más arriesgada respecto a la policía, por ser mucho más aparatosa.  El lugar exacto del cruce estaba bastante lejos de la casa y sólo se asomó al río cerca de uno de los puentes para estimar que "no estaba tan mal". 
Terminada la evaluación, me dio una vuelta por Juárez y entramos a un bar a tomarnos unos "wiskitos" para dar tiempo a que el hijo #2, el que me esperaría del otro lado y que había conocido unos momentos antes de salir a la evaluación, llegara a su casa en El Paso.
Después de algunos wiskitos más de la cuenta, hacen contacto telefónico mis dos "contactos" y quedaron en pasarme a las 8 de la mañana.  Como no sabía que El Paso tenía una hora menos que Juárez, ya aquello eso es como una sola ciudad dividida por un rio, pues no podía ocurrírseme precisar.  Aquella noche me acosté a dormir con una rara serenidad que a todos (incluyéndome) sorprendía.

Capítulo 13. La aventura del Río Grande, El Paso

¡Cuánta inocencia! No teniendo una clara ideo de como iba a ser lo del cruce, había traído hasta una maleta, que ahora era obvio que la tendría que dejar allí, a lo sumo podría llevar un portafolio y una bolsa de nylon con otro par zapatos, puesto que los que calzaría para pasar el rio se mojarían.
A las siete de la mañana me llaman, pero ya estaba despierto desde la primera claridad del amanecer.  El punto de cruce estaba a unos cuarenta minutos de camino, había que apurarse y, a esa hora, el carro no arrancaba.  El motor de arranque se movía, pero me extrañó que no se oyera de ni una explosión.  A la mente me vino el diagnóstico correcto… tenía que ser algo eléctrico. Levantamos el capó y vi que el cable de alto voltaje se había salido del distribuidor. Al fin aquello arranca y partimos hacia el punto de cruce.
Nos bajamos en un lugar de la carretera y caminamos hasta un árbol que marcaba el sitio por donde el río era mejor para cruzar, el hijo #1 se quita los pantalones, porque de ahí debía ir al trabajo, y comienza a atravesar.  Pasa con la bolsa de mis zapatos en alto y atrás lo sigo con mi portafolio en alto.  Entrar en aquella agua era como irse metiendo en un "highball". Llegó a darme unas pulgadas por encima del cinto. Para que no se mojara, me recogía casi hasta el cuello aquel jacket de cuero, que comprara con Marco en Tepito, pero no pude evitar que lo hicieran los zapatos, los pantalones y la camisa. 
El hijo #1 se quedó en la rivera, mientras yo me internaba en territorio americano al cruzar la autovía, que, por suerte, a esa hora no tenía mucho tráfico.  Después vendría lo de saltar una cerca peerless de unos 8 o 9 pies de altura.  En el momento que lanzo mi portafolio, la bolsa de nylon con mis zapatos y me dispongo a saltar la cerca, todos los perros del mundo comienzan a ladrarme.
Era un suburbio residencial.  Ya había saltado y los perros seguían ladrando.  Avanzaba hacia la calle donde se suponía que me estuvieran esperando y aquellos perros inclementes seguían ladrando.  Al cruzar una calle veo una patrulla, se me hizo un nudo en la garganta, ya que, por consejos de la Embajada Americana, debía evitar ser capturado cerca de la frontera, pues se corría entonces el peligro de que desconfiaran de mi historia y me devolvieran a las autoridades mexicanas.  Afortunadamente estaba vacía, después supe de que era de un policía que vivía allí y que, además, no era de la “migra”. 
Me interno en la calle donde se supone que me encuentre con "el contacto", pero nada, brilla éste por su ausencia. Me decido a esperar unos minutos, ¡Qué remedio! Comienzo a caminar por el reparto y los perros continuaban con su serenata.  Le tenía más miedo a ser descubierto que a los mismos perros. Creo que, si alguno llega a brincar su cerca me lo como yo a él, ese era el nivel de agresividad a que se llega en esa situación.  Ya la espera llevaba media hora y me "cagaba" de frío con aquella ropa mojada en cuanto el viento soplaba mínimamente.  Fue entonces que decidí cambiarme en plena calle, a pesar de que ya era de día y alguna gente había empezado a aparecer.  Metí la ropa mojada en la bolsa de nylon en que traía los zapatos secos y la tiré en el latón de basura de una de las casas.  Hacía mi entrada en los Estados Unidos con un mínimo de posesiones, lo que tenía puesto y el portafolio con mis floppies con mis escritos y fotos.
Una hora después, convencido ya de que había sido estafado y que el contacto no aparecería, me dirigí hacia “Bus Stop” que estaba a la salida del residencial.  Bueno y ahora ¿en qué dirección?  Calculé que el "downtown" del El Paso estaría en la dirección contraria a la vine mirando el amanecer por el parabrisa. Le preguntaría al chofer por la parada más cercana al aeropuerto y entonces tomaría un taxi que me llevara hasta ahí. ¿Podría comprar el pasaje allí mismo? … ni idea. Tenía que hilar fino con el dinero, puesto que sólo contaba con $400 para llegar a Los Ángeles.  En esa estaba cuando apareció el contacto, por suerte, antes que el ómnibus… es que eran las 8AM en El Paso y había habido un malentendido en lo de las horas de Juárez y El Paso.

Capítulo 14. El Ultimo Escollo

El hijo #2, una vez que calmó mi ira con lo de que era ahora cuando daban las ocho de la mañana en El Paso, me añadió que no había podido conseguir aún el pasaje por ser sábado y la agencia no abrir hasta las nueve. Nos fuimos entonces a desayunar para hacer tiempo, entramos a un restaurant que aún no había abierto porque no ofrecían desayuno y aún no tenían nada para el "lunch". No obstante, si queríamos un poco de café nos lo daban gratis y aceptamos.  En el baño de ese restaurant terminé la metamorfosis que transformó mi penosa imagen de "espalda mojada", en la de alguien más respetable, con jacket de cuero, camisa blanca y hasta una corbata que había traído en el portafolio.
Cuando fue la hora, nos fuimos a recoger los pasajes para el vuelo 692 de la Southwest Airlines.  Escondido tras mi recién adquirido aspecto ejecutivo y fluido inglés, nadie en aquel aeropuerto podría sospechar de mi ilegal presencia en territorio americano.
Una vez en el aeropuerto, tenía que hacer contacto con mi familia en Los Ángeles para decirle que me encontraba en El Paso y que tomaría el SW 692 a esa ciudad.  Me dirigí a unas cabinitas dispuestas circularmente bajo un letrero que decía “Telephones”, donde había unas cosas que no podían parecerse menos a lo que conocía por ese término.  Tenían una pantallita con un menú donde una de sus opciones, por suerte, era “Help”.  Después de estudiar un rato uno de aquellos curiosos aparatos, me decidí a tocar tímidamente algunas teclas para hacer una llamada a pagar en casa de mis primos y, como genio de una lámpara, me salió la operadora.  Le expliqué lo que quería y cuando pensé haber dado todos los datos, me preguntó si la llamada la quería hacer por MCI, Pacific Bell… ni la dejé terminar su lista de opciones. Yo no tenía ni puta idea de una posible respuesta y en mi mejor americano le dije -"Miss, I couldn't care less"-.  Una risita, el timbre y pude oír la voz de mi prima autorizando la llamada, en breve estaría en camino. Me vino a la mente aquel tema de Broadway que decía, “California, here I come”, mientras me internaba para siempre en lo que sería mi nueva patria, los Estados Unidos de América.