Cuentos de un Cubano en Suecia

Armando Rodríguez

Prólogo. 5

¡Ah! la Vida de Estudiante. 6

Me Descubrieron. 8;     El Beny a Capella;     El Nudismo Sueco;. 11     La Toalla Tiesa. 13;     El Guagüero Sueco. 14

El Mundo Académico de Uppsala. 16

Santa Lucia y La Navidad. 16;     Las Velas y un Amor a Primera Vista. 17; Epílogo: 19

El Despertar de un Inesperado Pernoctar. 20;    Las Nations de Uppsala y el Centro Anti-suicida. 21;    La Gorras Blancas. 24;    El Walpurgis Eve. 26; Epílogo: 27

Un Doctorado Expreso. 28;

 My Amigo Brahmán. 30

La Serpiente de la Sabiduría;. 30    Papitas Fritas. 31;    Payamas Brahmanes;. 33    Yo Tampoco era Fácil1. 34;    Yo Tampoco era Fácil2. 35

Gulzar Tarmohamed. 36;    Promovido a Brahman. 37;    Hermandad Inquebrantable. 40

El Tema de Investigación. 41

Cuba y los Circuitos Integrados;    Jean Pollard;    El Vaticinio;    El Resultado del Trabajo. 45

No hay mal que por bien no venga. 50

El Viaje por Europa. 53

Un Itinerario muy Democrático. 53;    Praga. 54;    Turisteando Praga. 55;    Roma. 57;    París, Contactos y un Par de Cuentos. 59

Albergue y Transpotación. 61;    Turisteando en París. 63;    Amsterdam.. 66

Un Viaje al Norte de Suecia. 67

Un Péndulo de Foucault casi en el eje de la Tierra. 69;    El Círculo Polar Ártico. 71;    Reafirmación Comunista en el Casquete Polar. 73

El Sol de Medianoche. 73;    El Midsommar. 75;    ¿¡Que este vagón no va para Uppsala!?. 77

La “Mision” Cubana en Estocolmo. 80

El Músico. 80

La Conferencia. 82;    La Visita de mi Padre. 83

El Neumotórax. 86;    El  Samurái de Lidingö;     La Conjetura Cubana 1. 88;    La Conjetura Cubana 2. 90;    Guajiros por el Mundo. 91

Talento para el Ridículo. 94

El Escenario. 94;    El Saquito. 96;    No Tienes que Responder. 97;    ¡Un Periódico Comunista! 98; Epílogo: 100

Los Jimaguas. 102

Presentación: 102    El Neumotorax. 104;    A París. 105;    Una CocaCola,  dos Perros Calientes y Victor Hugo. 107

Montmartre. 109;    La Pintura. 111

La Pacotilla. 113

Mi Pacotilla. 115;    El SEXAMEN.. 116;    Aciertos Pacotilleros 1. 117;    Aciertos Pacotilleros 2. 119;    No Todo Fue Pacotilla. 121


 

Prólogo

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Description automatically generatedNunca viví tan intensamente como durante aquellos trece meses que me tocó en suerte vivir en Suecia.  Recuerdo más episodios de ese tiempo que del resto de mis diez años de vida académica.  Fue un gran choque cultural, eso de venir de un lugar donde casi todo se prohibía y, por corte, pasar a vivir donde casi nada lo estaba.

En Suecia vivía cuatro vidas: una entre los estudiantes, esa que no había podido vivir cuando me tocó serlo; la vida profesional y académica con los medios y colegas más avanzados; hice vida hombre de mundo viajando, no sólo por Escandinavia, sino por Europa, pero también tuve que acercarme a la oscura vida de la misión cubana en Estocolmo.

Recojo estas experiencias en forma de cuentos cortos y algunos muy cortos, que confieso, disfruto leer, aunque los haya vivido. Eso hace que quizá me engañe al creer que haya otros quienes también lo disfruten.


 

¡Ah! la Vida de Estudiante

Tuve que estudiar siendo un militar activo destacado en parajes bien alejados de la Universidad y, si esto ya no fuera lo suficientemente patético, lo hice en contra de la voluntad de cada gorila que tuve como jefe.  Esa fue la razón por la que la vida de estudiante fuera una etapa que la mía tuvo que saltarse. Suecia, no obstante, me dio una segunda oportunidad.

A group of people sitting in a room

La Gallinita Ciega

Cuando en 1972 viajé a Suecia para participar en el Seminario Internacional de Física en la Universidad de Uppsala, me alojaron en unos edificios de nueva construcción para estudiantes.  Estos se ubicaban en una zona de la ciudad a la que llamaban Flogsta (suena como Flugsta).  Los participantes del Seminario Internacional eran ya profesionales graduados y muchos con doctorados en prestigiosas universidades. En correspondencia con sus mejores solvencias económicas, el resto de mis colegas prefirieron buscar viviendas alternativas más acordes con sus estatus. Viniendo de un país comunista, mi economía estaba aún por debajo de la de aquellos estudiantes suecos que serían mis vecinos, de manera ni me pasó por la mente otra opción de vivienda.

Los pisos de aquellos edificios tenían un largo pasillo con unas doce habitaciones, seis a cada lado, con baño y ducha, pero la cocina, el comedor, el teléfono y un refrigerador grande, eran comunes.  El edificio tenía en el sótano muchísimas lavadoras y secadoras entre otros equipos para estirar y planchar la ropa y en el último piso había una sauna.  

El espacio de aquel inmenso refrigerador del piso se repartía de manera que cada inquilino guardaba sus comestibles en alguna de sus secciones y ese era su lugar. No obstante, cada uno de aquellos vecinos me fue llevando ante aquel refrigerador para mostrarme cuál era su lugar y decirme que podía disponer de lo que estuviera ahí.  Con el tiempo pude comprobar que no se trataba de una mera formalidad, aquellos vecinos no podían llevarse mejor.   Pude ver cómo, si a uno se le acababa, digamos, la mantequilla, le iba arriba a la de otro, sin que jamás nadie se molestara por eso.

Tenía experiencia cero en eso del lavado mecanizado, recuerdo que de las primeras piezas de ropa que me compré, fue aquel “cuello de tortuga”.  Me lucía bien y, como me quedaba ajustadito, me protegía del incipiente frio otoñal.  Ya adquiría cierto olorcito cuando me decido echarlo a lavar, pero lo hice a ciclo completo de alta temperatura… cuando lo saqué, tenía como diez tallas más, aquel cuello de tortuga me llegaba a los hombros.

Tenía 27 años entonces, pero mi aspecto físico apenas se diferenciaba del de mis vecinos y mucho menos mi madurez.  Disfrutaba de las mismas conversaciones y juegos. Si, juegos, el favorito en aquel piso era el de la gallinita ciega.  Todos me creyeron un estudiante más.

Me Descubrieron

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Description automatically generated with medium confidenceEn el apartamento de al lado se alojaba un estudiante de ingeniería en radio comunicaciones llamado Kenny.  Estudiaba en Teknikum, que era el mismo edificio de la universidad en que se encontraba mi laboratorio y donde tenía mi oficina.  Era uno de unos ocho pisos, cuatro de los cuales estaban bajo tierra.  Si, en Uppsala ningún edificio puede ser más alto que su catedral.  La actividad docente se desarrollaba en los pisos superiores, esos que tenían ventanas de verdad, mi laboratorio estaba como en el tercero de los pisos bajo tierra y las ventanas eran simuladas, como para evitar crisis de claustrofobia. Eso explica que nunca me cruzara con Kenny, de manera que éste no sabía de mi estatus profesoral. 

En una ocasión me hizo falta un instrumento para una medición ocasional, un analizador de espectro, por más señas.  El único disponible en ese momento era uno que se estaba usando para unas prácticas en el laboratorio docente, pero que me lo podían prestar hasta el día siguiente. Cuando voy a buscarlo, me encontré allí con Kenny, que luchaba con una práctica de microondas. Al verme hablar con el profesor a cargo y este darme el aquel sofisticado instrumento, dedujo fácilmente que yo no era un alumno.  Antes de irme, me le acerqué para saludarlo y le pregunté, por curiosidad, de que se trataba la práctica que estaba haciendo.  Con la misma, Kenny me recita el verso que tenía preparado para cuando le preguntaran.  Siendo un tema de electromagnetismo, que era lo que solía impartir en Cuba, le detecté un par de imprecisiones en aquella respuesta – No Kenny, una onda estacionaria se establece o se crea, no puedes decir que viene, ni que va, ni sale de aquí -.  Estaba aquel experimento muy bien montado y motivaba mi curiosidad, por eso le seguí preguntando cosas, como por qué estaba aquello conectado así y no de otra forma… noté que ya Kenny palidecía y comenzaba a sudar frío. – Oye, no te estoy evaluando, es sólo mi curiosidad –.  No obstante, le comenté varias cosas más sobre su experimento y le dije que tenía tener claras las respuestas a esas preguntas, ya que estaba seguro de que ese que me había prestado el instrumento se las iba a hacer.

Cuando Kenny regresó al piso, contó del episodio, pero más impresionado por mi estatus profesoral estuvo Kenny que el resto de mis vecinos y la siguiente Gallinita Ciega los hizo olvidar del detalle.  Disfruté mucho el vivir allí.

El Beny a Capella

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Entre mis vecinos de aquel albergue de estudiantes en Flogsta, había uno con un nombre de sólo dos letras, Bo.  Tenía Bo el más sofisticado equipo de audio que había visto en mi vida.  Podía reproducir casetes, cintas de ¼ de pulgada, discos de vinyl de todos los tamaños y velocidades.  El amplificador estéreo era un Marantz, una de las mejores marcas existentes, que tenía un ecualizador gráfico de 10 octavas por canal, una maravilla tecnológica para 1972. Su costo cómodamente excedía al doble de mi estipendio anual.

De Cuba había traído una muestra de la música cubana que mi musicóloga madre había compilado del archivo del ICRT[1].  Dicha muestra iba desde los danzones de Antonio María Romeu, pasando por Matamoros, Pérez Prado, Lecuona y hasta una grabación que hice en vivo a un grupo que cantaba a Beny Moré a capella.  Esa música la traía en un carrete de cinta de ¼ de pulgada.

No había podido oírla en Suecia aun y un día me animé a pedirle a Bo que me dejara escuchar mi cinta en su super-equipo y accedió gustoso. Montó la cinta en el correspondiente reproductor, conectó un audífono adicional para mí, de esos que calculo costarían varios meses de renta, y el sonido que comenzó a salir.  Me sonaba de maravilla, pero esa grabación analógica de, al menos, una tercera generación, no estaba a la altura del refinamiento de Bo. Le fue arriba al ecualizador y pasó un rato dándole para arriba y para abajo a aquellas perillas hasta que dio por óptimo su ajuste. Oímos hasta el final la cinta con la historia de la música cubana y yo le iba comentando lo que de mi madre había aprendido acerca de los autores e intérpretes de la música que escuchábamos. – Mira como la segunda voz entra aquí; este danzón tiene la misma armonía que el Liebestraum de Liszt y aquí la línea del bajo se mantiene…- en fin.  Bo, asentía y sonreía a mis intervenciones musicológicas.  Casi una hora después, la cinta terminó y cuando le pregunté entusiasmado ¿te gusto? Me dio su respuesta mientras mantenía la misma sonrisa y ésta fue tan corta como su nombre… No.

El Nudismo Sueco

Muchas veces cuando tomaba el elevador de Teknikum para ir a mi oficina, éste paraba en el piso donde estaban los laboratorios de LASER y óptica no lineal.  Cuando abría la puerta, se dejaba ver una pantalla en la pared opuesta, sobre la que se proyectaba la imagen de una muchacha detrás de un obstáculo que tapaba su desnudez.   Una vez que me monté en aquel elevador leyendo algo y, distraídamente, me bajé en aquel piso.  Cuando caminaba en la dirección a mi oficina, me percato de mi error y cuando me vuelvo, la muchacha se veía desnuda.  Aquello era una imagen holográfica tridimensional y desde ese ángulo ya se podía ver lo que estaba detrás del obstáculo.  

A los suecos le resultaba simpática aquella demostración y ciertamente, no dejaba dudas de a que se dedicaba ese laboratorio. En cualquier otro país, tener algo como eso en una institución docente pudiera resultar sacrílego, pero no en Suecia. Allá un escote provocativo lleva una carga erótica mayor que un desnudo que carezca de esa intención.  Por eso, veía anuncios de jabones por la calle en que la modelo no escondía sus pechos; cuando venía el verano, algunas mujeres se quitaban sus blusas, al igual que los hombres la camisa, con el fin de solearse y cuándo los jóvenes iban a nadar al lago, se ponían sus trajes de baño en sus orillas, sin más recato.

Cuando les narraba estas experiencias a los muy machazos amigos en Cuba, a éstos me les parecía como alguien llegado del paraíso mismo.  Les contaba también de la desnudez en las saunas, pero evadía confesar la verdadera razón por la que nunca participé en aquellas saunas colectivas, ya que no me habría dejado bien parado en su estima.

Pues, en el último piso de aquel edificio donde vivía con una docena de estudiantes, había una sauna. Sabiendo que solían desnudarse para esa actividad, siempre les daba una evasiva para no ir con ellos.  Es que no me veía conversando animadamente con el resto de mis vecinos (¡y vecinas!) todos encueros. ¿Para donde iba a mirar? Temía que la vista se me fuera indiscretamente ¿y si me excitaba? Jamás acepte acompañarlos y eso que no se cansaban de invitarme, argumentando los beneficios para la salud de aquella práctica.  Nunca usé la frase, pero les podía haber explicado mi negativa con una cortísima: – ¡Es que no soy sueco, coño! –.

La Toalla Tiesa

Era temprano en noviembre cuando en Uppsala cayó la primera nevada. En cuanto aclaró, quedé maravillado con la belleza de aquellos pinos, recién blanqueados, que podía ver desde mi ventana.  Tome fotos al salir a la calle, el fotómetro se pegaba al máximo de su escala y podía cerrar el diafragma hasta dejar un hilo de luz, tanto lo cercano como lo lejano quedaba en foco.  Los colores de las ropas con las caras y el fondo blanco daban un altísimo contraste.


Aquello no duró mucho, en un par de días esa nieve se perdió, dejándonos de recuerdo algunos charcos sucios y árboles sin hojas.  De a poco, el frío fue arreciando y la humedad relativa disminuyendo, los vasos con agua del refrigerador ya no sudaban, sin importar cuán fría estuviera.  Sorprendían los efectos de la electricidad estática con los frecuentes corrientazos al contacto con otras personas u objetos. Mis vecinos del piso, notando mi inexperiencia con el invierno sueco, me aconsejaban comprar un humidificador o podía también empapar una toalla y ponerla sobre la estufa.  De no hacerlo, se me resecaría la garganta durmiendo, al punto que podía escupir sangre por la mañana.  Cada noche hice lo de la toalla ¿Como iba a gastar dinero en un humidificador que para nada me serviría en Cuba? Cuando me despertaba, encontraba aquella toalla seca y tiesa, mostrando, cual impresión dental, la forma de la estufa.

El Guagüero Sueco

A person sitting in the snow

Description automatically generatedYa en diciembre, no me despertaba al amanecer, sino de noche cerrada. El sol vendría saliendo cuando ya llevaba un par de horas dentro de mi laboratorio. Este no tenía ventanas, ya que estaba tres o cuatro pisos debajo de la tierra.  Si no salía de allí al mediodía, lo que no pocas veces el trabajo impedía, me perdía de ver el sol ese día, pues el crepúsculo terminaría horas antes del final de la jornada.

Ya por entonces, la nieve dejaba de ser una novedad para convertirse en el paisaje habitual. Los días de nevada y cielo encapotado, no eran tan fríos como cuando el cielo de esos días corticos se presentaba azulito y despejado… ahí era cuando de verdad apretaba y la columnita roja del termómetro parecía que iba a desaparecer. No obstante, aquel clima, que mi descripción muestra como bastante deprimente, ayudaba a explicarme aspectos de la idiosincrasia sueca.  

Apenas había aprendido como transportarme en ómnibus desde mi albergue en Flogsta hasta mi laboratorio en Teknikum, cuando me percaté de que, cercana a la puerta por la que entraba, había una bicicleta que siempre estaba en el mismo lugar. Se me hizo obvio que alguien la había abandonado allí. Comenté esto con mis recién conocidos colegas y me dijeron, que posiblemente perteneciera a algún alumno que se había graduado. Era práctica común que aquellos que terminaban en la universidad dejaran sus bicicletas en algún lugar visible para que fueran heredadas por algún advenedizo.

Vi mi problema de transporte resuelto con esa bicicleta, ese mismo día regresé al albergue en ella.  ¡Cuánta ignorancia!  En cuanto la temperatura empezó a bajar, el frío abordo de aquella bicicleta me obligó a regresar al ómnibus, pero ni eso sabía cómo hacerlo debidamente.

Mi rutina empezó por una heredada de la cubana: me despertaba; agua en la cara, un cafecito (Nescafecito) y a la parada a esperar la “guagua”.  Me congelaba de frío allí cuando esta se demoraba.  Notaba, que solía ser el primero en llegar a aquella parada oscura y allí permanecía solo la mayor parte del tiempo, pero se llenaba momentos antes del arribo de aquel ómnibus que entonces llegaba con el alivio de la calefacción.  No podía creer que aquellos ómnibus se ajustaban a su horario con semejante exactitud.  Un cartel en la misma parada informaba de las horas a que cada ruta paraba allí. Los suecos acudían unos segundos antes, incluso con abrigos más ligeros, confiados en esa puntualidad.  Puntualidad que no era no sólo de los “guagüeros”, sino que todos en ese país observaban y que era una de las razones que explicaba aquella eficiencia que permitía vivir en bienestar, aun bajo aquel clima.


 

El Mundo Académico de Uppsala

Santa Lucia y La Navidad

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De niño, fue la Navidad mi fiesta favorita, recuerdo aquella inmensa mesa de la casa de mis abuelos maternos, donde vivían 7 tías, 3 tí
os y 2 o tres primos mayores.  A ella se sentaban, no sólo mi ya extensa familia de La Habana, sino que venían también parientes y amigos de los pueblos de Guanajay y Candelaria, en los que mi familia había vivido. Era un verdadero carnaval navideño.

El luto a observar por las muertes de una hermana de mi abuela, en 1956, y mi abuelo en 1957, impidió su celebración por varios años y, en cuanto la Revolución abrazó el marxismo, las Navidades quedaron suspendidas. No sólo que no se celebraran oficialmente, sino que no era de revolucionarios el hacerlo y aquel que pusiera un arbolito o se supiera que había celebrado la nochebuena, de manera implícita, lo enfrentaba al proceso.  Esto explica por qué aquellas Navidades de 1972 en Suecia eran mis primeras en unos quince años.

Aunque las primeras luces y arbolitos fueron apareciendo desde noviembre, la Navidad en Suecia, propiamente, empieza el 13 de diciembre con la celebración de Santa Lucía. Nunca entendí bien eso de que una santa siciliana tuviera ese arraigo en un lugar tan distante, ni que durante esa celebración se cantara esa canción napolitana del Siglo 19 titulada con el nombre de la santa.  Mis muy ilustres colegas en la universidad me explicaban vagamente algo así como que la imagen de Sta. Lucia con sus velas en la cabeza, iluminaban la noche más larga del invierno. Sólo que el solsticio de invierno no es hasta el día 21 o 22, pero lo bello no hay que entenderlo demasiado.

La televisión en colores me maravillaba y había estudiado su teoría con avidez. En Cuba había muy pocos televisores con esa capacidad y sólo podían verse en colores las trasmisiones desde Miami, pero siempre intermitentes y con ruido.  En el local del Seminario Internacional había un televisor a colores con una pantalla de unas 23 pulgadas en una amplia consola de madera clara, todo un lujo en aquella época y fue allí donde pude ver una de aquellas celebraciones a todo color y perfecta limpieza.  Parecía tener lugar en alguna de las catedrales importantes, no puedo precisar si era la de Uppsala o la de Estocolmo.  Tanto la narración como la letra de los cantos era en sueco, incluyendo la canción napolitana de Santa Lucía, lo que explica mi falta de detalles en esta descripción de la ceremonia.

Las Velas y un Amor a Primera Vista

Unos días antes de la Navidad, muchas familias suecas celebran la ceremonia de la fabricación de las velas. La del presidente del Seminario Internacional de Uppsala, Dr. Olof Bergman, era una de ellas y fui invitado a su casa para la ocasión.  No fue sólo a mí, otros colegas de Seminario también fueron invitados, pero no se le puso en ese compromiso a aquellos que, por proceder de culturas no occidentales, pudieran no sentirse cómodos en una velada de obvia connotación religiosa.

Cuando llegamos, ya se había preparado un cuarto de la casa como fábrica de velas.  En el centro del cuarto había dos grandes cazuelas sobre sendas hornillas eléctricas donde se estaba derritiendo: cera de abejas, en una y parafina de color rojo, en la otra. De lado a lado de aquel cuarto, cerca de cada una de sus cuatro paredes, colocaron cuerdas como para tender ropa, pero lo que de ellas pendían eran decenas ganchitos sosteniendo lo que serían los pabilos de las velas.  Cuando ya estuvimos presentes todos los invitados, la esposa de Dr. Bergman nos enseñó como era el proceso de su fabricación.  Se sumergía el pabilo, de unos 30 A picture containing grass, outdoor, person, field

Description automatically generatedcm, en la cera líquida, se dejaba escurrir sobre la cazuela y se colgaba en la tendedera de nuevo. Se repetía la operación con todos los pabilos de las velas que a uno le tocaba fabricar. Recuerdo que eran seis o siete. Terminado con el último, se volvía al primero, que ya para entonces estaría frío y tieso como para ser sumergido de nuevo, esta vez, en la parafina roja.  Así se alternaban capas de cera y parafina hasta que las velas alcanzaran un diámetro de unos dos centímetros y medio, lo que se lograba en unas 20 inmersiones.

Terminadas las velas había un ágape preparado y fue durante ese evento que fleché el corazón de Ulrika Bergman, la hija del Dr. Bergman.  Nunca había visto criatura más bella. Desde que aparecí en su campo visual, vino y se presentó.  La comunicación no era fácil, ya que sólo hablaba sueco, yo le contestaba en inglés lo que se me ocurriera en el momento y ella se reía de cualquier cosa que saliera de mi boca. Ya había aprendido a decir besito en sueco, “Puss”, y enseguida me complacía con uno. Fue mi romance aquella noche, nunca había logrado cautivar alguien de esa manera.  Invoqué a Mefistófeles para que hiciera su magia, no conmigo, sino con Ulrika y a la inversa, pero parece que ese truco no lo se sabía … se quedó con los TRES añitos que tenía.  Ya para el 24 de diciembre, Uppsala se había llenado de luces y al igual que en Cuba, que se solía celebrar la “nochebuena” ese día, ellos también celebraban la navidad en su víspera, con dos diferencias. La primera es que los regalos debajo del arbolito se abrían esa misma noche y no al día siguiente. Parece que, estando Suecia más cerca de la casa Santa Claus en el Polo Norte, pues pasaba por allá primero. La segunda, es que el plato principal de la nochebuena sueca está lejos de ser el delicioso puerco asado cubano, ni siquiera, el pavo asado americano del día de acción de gracias, sino ¡qué horror!... es el arenque.

Epílogo:

Durante los dos años que siguieron al de mi estancia allá, la universidad de Uppsala se mantuvo enviando un emisario a Cuba para, entre otros asuntos, reclamar mi presencia allá para la defensa de mi tesis de doctorado. Aquellos reclamos fueron infructuosos y una vez que les quedó claro que Cuba no quería ulteriores relaciones con la Universidad de Uppsala, el emisario no vino más. En una de esas visitas, el Dr. Bergman, al que le hizo mucha gracia aquel episodio con su hija, me hizo llegar con aquel emisario, una gran foto de estudio que le hizo a Ulrika cuando cumplió sus cuatro (esa foto la perdí, la que muestro la tiré con mi cámara y no fue ese día sino ya en el verano)..

El Despertar de un Inesperado Pernoctar

Bien entrado el invierno, me invitaron a una reunión festiva en la casa de uno de mis colegas del laboratorio, Hjalmar Hesselbom. Seríamos unos diez los que acudimos a su casa entonces y en medio de la música, la conversación y los tragos, nadie se percató de que habían caído varios pies de nieve hasta que el primero que intentó marcharse regresó al apartamento con la noticia.  Ningún vehículo podría moverse hasta que las barredoras de nieve pudieran restablecer el tráfico y eso podía tomar varias horas.  Me sorprendió que no cundiera el pánico entre los presentes, ya que se veían bien agotados y algunos hasta abatidos por el alcohol.  

Con la mayor de las naturalidades, Hjalmar, sacó de un closet decenas de almohadas, colchas, colchones inflables, entre otros enseres… era como que estaba preparado para esa contingencia, pero más aún me asombraba que ninguno de los allí presentes parecía sorprenderse de que lo estuviera.  Quedaba claro que aquello no tenía nada de singular.

Pero es que aun agotado y con sueño, no me dormía, recordaba aquel absurdo filme de Buñuel titulado “El Ángel Exterminador” y me preguntaba hasta cuándo estaríamos presos en aquel apartamento.  Al fin me rendí y unas horas más tarde, el ruido de la barredora daba por terminada aquella reunión. El clima tropical, no obliga a nadie estar preparado para casi nada. Aquella ganadería cubana, que el socialismo calificó de “extensiva” y atrasada en su crítica al latifundio, esa en que la vacas se soltaban en el potrero y no había ni que ocuparse más de ellas, daban la carne y la leche más barata del mundo.  En Suecia, si al ganado no se le provee de forraje durante su larguísimo invierno, simplemente muere. Pero allá, a nadie se le muere una vaca y nunca falta la leche; exportan papel y madera, pero mantienen los bosques maderables más extensos de Europa.  Es como que ese clima logra abrirle las entendederas a todo el mundo, hasta la de A picture containing snow, outdoor

Description automatically generatedun cubano.   

 

Las Nations de Uppsala y el Centro Anti-suicida

La media siempre ha gustado del morbo y no ha desaprovechado oportunidad para referirse al fenómeno del elevado índice de suicidios sueco.  Eso explica que no fueran pocos los colegas del Seminario internacional de Uppsala que ya conocían de esa mala fama.

En una ocasión que un miembro del parlamento sueco vino a darnos una conferencia sobre la política y costumbres del país, tocó el tema.  Dijo en su charla, que en Suecia se contaban como suicidios aquellos accidentes en que la víctima hubiera violado alguna norma de seguridad.  Por ejemplo, si alguien prendía un cigarro en un almacén de dinamita y lo mataba la explosión, se contaba como suicidio, aunque no hubiera carta de despedida o no haya sido esa su intención.  Añadió que, si se descontaran esos casos de sus estadísticas, entonces el más alto índice de suicidios sería, para no variar, el de los Estados Unidos de América, que tiene los más altos índices de todo lo bueno y lo malo.

Aun con esa forma peculiar de contar los suicidios, pienso que el clima, la tendencia al alcohol y hasta la misma riqueza, se conjuraban para engrosar la tenebrosa estadística.  Mis limitados medios económicos me obligaban a vivir en la compañía de un grupo de estudiantes, no así aquel que contara con el dinero suficiente y buscando comodidad e independencia, optara por hacerse de un habitáculo para él solo.  Si a esos largos meses de invierno sueco, en los que el sol hacia visitas de médico y a esas nevadas, que frecuentemente confinaban a esos solitarios moradores a sus casas, le sumamos una buena dosis de alcohol y algún desengaño amoroso o frustración profesional, se lograba entonces una buena receta para el suicidio.

En Uppsala existen trece organizaciones estudiantiles, llamadas “Nations”, cuya historia se remonta al Siglo XVII.  La historia nos dice que su propósito original fue el de ayudar con el alojamiento y la manutención a los estudiantes que venían de distintas regiones de Suecia. Hoy ya se ha perdido la regionalidad y estas organizaciones compiten por los asociados.  Al igual que los sindicatos en muchas grandes compañías que llegan a ser tan fuertes que se descarta la opción de no pertenecer y para las Nations existe una ley no escrita que obliga a que todo el que caiga en la órbita de la universidad, tenga que estar asociado a alguna de ellas… y, por supuesto, cotizar.  Los del Seminario, no fuimos excepción y nos asociaron a la de nuestro presidente Olof Bergman, que me parece recordar que era la de Norrlands, pero no estoy seguro.

Volviendo a los suicidios, esta Nation había creado un Centro Anti-Suicida. Para esto, había destinado una habitación de su edificio, había provisto con una pizarra rotativa de varios teléfonos y un automóvil.  Supe de su existencia por un colega asociado a la misma Nation y que era uno de los voluntarios del mencionado Centro. Elogié el servicio y como parte del elogio dije lamentar no hablar el sueco, pues me hubiera gustado servir de voluntario también.  ¡Que me voy a imaginar que eso no era excluyente! Me dijo que cuando la gente necesitaba hablar con alguien, no le importaba hacerlo en inglés. Fue así como, por hablar más de la cuenta, me convertí en voluntario del Centro Anti-Suicida.

Las guardias eran de unas dos o tres horas cada 15 días y siempre durante la noche, esa que empezaba a las tres de la tarde y terminaba a las diez de la mañana.  Cuando alguien llamaba, se le daba a escoger si quería hablar con un hombre o una mujer y cuando yo estaba de guardia, se añadía la pregunta de si no le importaba conversar en inglés y, como bien dijo aquel colega, no recuerdo que nadie rechazara la posibilidad de hablar por ese motivo. No tuve yo ningún caso grave que hiciera falta visitar usando el carro del Centro.  Los que me tocaron, sólo necesitaban a alguien con quien hablar.  

Dos veces al año el centro invitaba a todos sus voluntarios a una gran cena y fui a una de ellas con planes de comer como los camellos.  Cuanta frustración, el menú era una mesa sueca con lo que allá era considerado un plato exquisito, el arenque, en todas las formas de preparación imaginables.  Soy de buen comer y me gusta casi todo, con muy raras excepciones… el arenque era, sin embargo, y sigue siendo una de ellas.

La Gorras Blancas

El último día de abril, exactamente a las 3 de la tarde, los de Uppsala se arrogan el derecho de inaugurar la primavera en Suecia. Esto es todo un disparate geográfico, ya que entre el sur y el norte del país hay 14º grados de latitud y eso es lo que hay entre, por ejemplo, Miami y Nueva York, o sea, que el comienzo de la primavera en el sur y el norte del país, pudieran no compartir, siquiera, el mismo mes.  Es un disparate meteorológico también, porque, según me contaron, se ha hecho el ridículo de inaugurar la primavera bajo una espesa nevada.

No obstante, las tradiciones son bellas y desde hace varios siglos, es el Vicecanciller de la Universidad de Uppsala el que la inaugura, ese día y a esa hora, desde el balcón de la Biblioteca Carolina Rediviva. Este edificio está en la cima de una colina y sus laderas, desde horas antes, se empiezan a llenar de público. Este se va haciendo cada vez más nutrido a medida que se acerca el momento. Se congregan ahí, mayormente, alumnos tanto actuales como antiguos de la multi centenaria universidad.  Todos ocultan esa, su gorra blanca, que los identifica como tales. Esas gorras se amarillan con el tiempo, de manera que aquellos exalumnos con más años de graduado se identifican por llevar las gorras más amarillentas.  El amarillor de aquellas gorras funciona como los galones en el uniforme militar, los de las gorras más blancas rinden respeto a los de las que han perdido ya su blancor.

A group of people walking

Description automatically generated with low confidenceSe acerca la hora, ya sale el Vicecanciller al balcón y el bullicio aumenta. Dan las tres y todos los del balcón se ponen sus amarillentas gorras y, de inmediato, salen de golpe todas las gorras que los presentes llevaban encondidas.  La ancha calle de Drottninggattan se viste de blanco, el Vicecanciller anuncia que ya es primavera.  Diciendo esto, todos vitorean, agitan sus gorras, brincan, bailan y cuando los del balcón se empiezan a retirar, aquel mar de gente se manda a correr hacia el río Fyris y yo con ellos.  Cafés y restaurantes en sus riveras esperan a la multitud con sus capacidades aumentadas con sillas y mesas afuera de los establecimientos.  En breve, la cerveza y las tapas desbordan aquellas mesas, mientras la euforia va contagiando a todo el mundo y algunos ya se lanzan al agua, la que sólo esos animalitos de frío son capaces de tolerar.  Aparece alguien con un acordeón y todos se le unen en canciones cuya música no conozco y ni la letra entiendo, pero, ni falta que me hace, ya yo había caído presa de aquella euforia desde el momento en que me puse mi gorra, esa que, no obstante su blancor, la llevé puesta con el orgullo de la toga y el birrete.

 

El Walpurgis Eve

Recuerdo que ya los días empezaban a ser más largos, a medida que anochecía el jolgorio de la inauguración de la primavera se movía hacia la celebración del “Walpurgis Eve”.  Esa parte nocturna de la celebración era aún más centenaria que la diurna y que la misma Universidad de Uppsala. Originalmente, tenía que ver con brujas y fantasmas, algo similar al Halloween de los Estados Unidos, pero en Uppsala, con el tiempo, se fue quedando como la mera continuación de la diurna con sólo algunas reminiscencias, como esas fogatas que se prenden en alguna de las fiestas donde el espacio lo permite.

Hay otra singularidad digna de mención y es la de los “asaltos”.  Los de una fiesta se iban en grupo a colarse en otras, pero en éstas, lejos de ser rechazados, eran recibidos con vítores y aplausos.   Algunos asaltantes se quedaban, pero otros se confabulaban con los de esa fiesta para asaltar otra y así transcurría la noche.

Era una celebración muy esperada y divertida que, simbólicamente, marcaba el fin del largo inverno sueco. No obstante, comunistas y sindicaleros la detestaban porque les echaba a perder las demostraciones del 1ro de mayo.  Recuerdo la prensa del día siguiente reportando a un patético puñado de pobres diablos paseando cartelones por delante del algún edificio de gobierno, mientras que, las decenas de miles que celebraron el Walpurgis dormían su resaca o se la sudaban en las saunas.  

 Epílogo:

Aún conservo mi gorra de la Universidad de Uppsala, tiene cincuenta años de amarillamiento y podría competir con las de aquellos muy ilustres del balcón de Carolina Rediviva. Si pudiera asistir otra vez a la celebración de la primavera, con una gorra de esa amarillez, sería venerado por los gorri-blancos en Drottinggattan.

Un Doctorado Expreso

Durante mi estancia en la Universidad de Uppsala, ésta había adquirido un espectrómetro de masas muy avanzado que una firma inglesa había desarrollado recientemente.  Para la dirigir la instalación y puesta a punto, así como el entrenamiento para su explotación, la firma envió al ingeniero diseñador del aquel instrumento.

Estuvo el ingeniero como un mes allí y, en ese tiempo, logró granjearse el respeto, tanto de directores como subalternos. Durante una de sus clases de entrenamiento, en la que desplegaba su profundo conocimiento del tema, alguien, al hacer una pregunta, se dirigió a él como” Doctor”, lo que inmediatamente corrigió, - Soy sólo un ingeniero, no soy doctor-.

A los pocos días de aquel incidente, el Decano de Teknikum lo llamó para proponerle hacer un doctorado allí. El ingeniero le gradeció el gesto, pero dijo no disponer del tiempo necesario para eso.  El decano le insistió con que no requeriría demasiado, la tesis sería el manual del instrumento que él había escrito y una charla sobre el tema completaría el protocolo.

Asombrado de semejante oferta, el ingeniero la aceptó y tuve la oportunidad de asistir a su charla devenida en defensa de tesis. Esta no pudo ser más amena e instructiva, aquel hombre era el conocimiento mismo. Al final el jurado y el resto de los presentes lo ovacionamos de pie y, visiblemente emocionado, aquel ingeniero se convertía en doctor.  En sus palabras de aceptación, agradeció al decano el reconocimiento que se le hacía y el decano cerró la ceremonia de esta forma - la beneficiaria aquí es esta universidad, ya que, de ahora en lo adelante, adonde quiera que lleve su talento le dirán “doctor”, si, doctor de esta Universidad de Uppsala -.

Nota: Después de la defensa de la tesis, existe otra ceremonia de mayor solemnidad, que es la de “Confirmación” que tiene lugar en el “Grand Auditorium”. Eso está en el edificio central de la universidad que data del siglo XVII. Se celebra sólo dos veces al año, una en primavera y otra en invierno, todo lo que allí se dice es en latín y a los graduados se les enviste con una cortona de Laurel. Me imagino que el ingeniero, haya regresado para esa.

Asombra que una universidad que observa tan rigurosamente estas centenarias tradiciones pueda tener la flexibilidad que exhibió en el caso del ingeniero.


¡Realmente admirable!

My Amigo Brahmán

La Serpiente de la Sabiduría

http://robotsfidelcastro.files.wordpress.com/2011/08/misra-and-me.jpg?w=300&h=207El Seminario Internacional de Uppsala no sólo fue mi debut en el mundo científico, sino mi primera experiencia directa de la naturaleza multicultural de mundo.

Pasada la fiesta de bienvenida, era el primer día de trabajo cuando me presentan al Dr. M. Mishra de la Universidad de Gorakpur, India.  Éste sería mi compañero en el proyecto sobre la aplicación de la técnica de plasma de baja presión por radiofrecuencia, lo que le llamaban “Sputtering”, a la tecnología planar de silicio.  Si esto no le suena, es porque fue una de esas tendencias tecnológicas de los 70 que no sobrevivió a los 80.  La ‘M’ en el nombre del Dr. Mishra era la inicial de un nombre que en altavoz sonaba como a un cuento corto, eso impidió que nuestra relación pasara a una de nombre de pila.  El nombre nunca lo vi impreso, ni siquiera en los documentos oficiales del Seminario; tampoco en el artículo que publicamos en la revista Solid State Electronics, en todos lados sólo apareció siempre esa ‘M’.

Su aspecto era bastante occidental, a excepción de ese bultico que se le notaba en la parte superior trasera de su cabeza.  Mi naturaleza amistosa suele pasar por alto cualquier extrañeza que perciba en un primer encuentro, pero nunca he podido evitar que se me note esa especie de curiosidad infantil, por lo que el Dr. Mishra no demoró en percatarse de mis insistentes miradas hacia aquello y… “se estarrá Ud. prreguntando qué es eso en mi cabeza…pues se trrata de la serrpiente de la sabidurría”.  La tal “serrpiente” resultó ser una trenza muy delgada de varios pies de largo. Me explicó que, cuando se considera que un niño Brahmán ya ha terminado con su niñez, comienza entonces con su “serrpiente”. Esta crece junto con su sabiduría a medida que madura.  Esta trenza se enrolla serpientemente sobre el occipital y se sostiene allí con la ayuda de un par de ganchos de pelo.  Sobradamente interesante para un primer encuentro.

Papitas Fritas

   Los hindús creen en la reencarnación, pero los brahmanes más rigurosos, extienden esta creencia a los animales.  Mishra era de los rigurosos, de manera que no comía carne, pues podía estar comiendo almas, pero había más… tampoco podía comer nada que hubiera sido procesado por otras manos que no fueran las de él.  La sociedad industrial en la que había caído no estaba apta para alimentarlo.  Los banquetes eran numerosos en el Seminario Internacional, pero en estos, Mishra tenía poco donde escoger.  Fue en esas actividades culinarias en las que Mishra adquirió el sobrenombre de Mr. Banana.

Yo tenía un gran respeto por Mishra y consideraba que eso de Mr. Banana era irreverente y grosero, no obstante, ayudarlo a alimentarse en Suecia resultó toda una tarea.  Con el tiempo, habíamos averiguado donde comprar frutas y verduras en Uppsala, pero el asunto se complicó cuando tuvimos que viajar a Helsinki a visitar un laboratorio.  Era invierno y no encontrábamos ningún lugar donde comprar nada aceptable para Mishra.  Todos esos años de dieta hipocalórica, hacían que Mishra, aun cuando exhibía un peso normal, tuviera un desarrollo muscular muy pobre.  Cualquier cosa con más de 20 lb que hubiera que manipular en el trabajo, era cosa mía.  Para tolerar el crudo frío nórdico, tenía que estar constantemente moliendo sus cosas.  No debe sorprender que, al segundo día de inanición en Helsinki, ya Mishra rondara la agonía.  

Potato Chip Bag PNG Images & PSDs for Download | PixelSquid - S111201855Fue entonces que se me ocurrió aquello de las papas fritas.  Entré a una tienda y salí con una enorme bolsa plástica del producto y me le acerqué con la siguiente historia – Estas papas jamás han sido tocadas por mano alguna, grandes máquinas las recogen de la tierra, las vierten en los contenedores que las llevan a las plantas de procesamiento, donde otras máquinas las pelan, cortan, fríen y empaquetan.  Tus manos serán las primeras en tocarlas.  Había logrado su atención, no sólo me había bajado con una historia genial, sino también con una actuación merecedora de varios telones, ya que no tenía idea del proceso industrial detrás de aquellas papas.  Debo admitir que al éxito del libreto tiene que haber contribuido considerablemente el hambre del pobre Mishra.  Habiendo logrado la aprobación del proceso, ya le iba arriba a las papas cuando le surgieron otras dudas  – Y si estuvierran frritas en manteca de puerrco… yo no podrría comerrlas – casi sin dejarlo terminal le espeté- ¿¡Que!? El uso de la manteca es ilegal en todos los países nórdicos, ya que es considerada como una amenaza a la salud pública- Nunca he mentido para una causa más noble… Mishra se zambulló en el saco de papitas.

Payamas Brahmanes

   No fue sólo Finlandia, viajamos bastante y siempre me llamó la atención, no sólo el enorme tamaño de su equipaje, sino que este no guardaba relación con la duración de estos viajes.  Quizá no hubiera reparado en el tamaño su maleta de no ser por las veces que me tocó ayudarlo con ella.  En una de esas veces, le espanto la pregunta que se caía de la mata- ¿Qué llevas aquí adentro?  Mishra nunca se ofendió por mis preguntas directas sobre nuestras diferencias culturales – Es que tengo que llevarr todos mis enserres de cocina, vajilla y mi rropa de dorrmirr – me explicó – ropa de dormir… -¿payamas? ¿Cuántas pudieran hacerle falta? Pensé.  Me explicaba que estas eran “payamas brahmanes” – Nosotrros los brrahmanes nos envolvemos en una larrga pieza de tela – ¿Así como una momia? – le preguntaba tratando de aclararme.  Como compartiríamos una habitación esa noche, me ofreció hacerme una demostración.  Esa noche, se envolvió complicadamente en un estilo al que llamó “abreviado”, dijo que para no aburrirme. Se me ocurría una pregunta que no me atreví a hacer, esa de que, si las esposas se entizaban así también, ya que de ser así no sabría cómo se las arreglaban para hacer más brahmanes.

Yo Tampoco era Fácil1

Me había ganado el respeto de Mishra con algún que otro éxito en nuestro proyecto, aunque estos se vieran oscurecidos por algunos buenos ridículos sin los cuales yo no sería yo.  Primero vino aquello de la inundación. Había construido un sistema de alimentación de gases para los hornos de difusión, engendro que incluía enfriamiento por agua. En Cuba solíamos empatar las mangueras a la tubería de cobre con torniquetes hechos de alambre de perchero. En Suecia, ya los pecheros eran de plástico y no sabiendo que estaban disponibles afinques especiales para esa función, pues usé el alambre más parecido que pude encontrar, uno de cobre que obtuve pelando cableado eléctrico #12.  Aquellos torniquetes de cobre realizaron su función por el resto de aquel jueves, de manera que el viernes temprano me fui con confianza para un fin de semana en Estocolmo. Los suecos resultaron muy serios en eso de la presión de agua; nada que ver con la que yo conocía en La Habana… a la mañana siguiente Mishra encontró esperándolo en la puerta de su oficina a un iracundo vecino de los bajos con los papeles de su tesis empapados. No entendió Mishra de que se trataba aquello hasta entrar al laboratorio y ser recibido por a los chorros por una manquera que, habiéndose en la madrugada liberado de su torniquete, se contorneaba enloquecida y llevaba horas bañándolo todo.  La pulgada de agua acumulada en el piso del laboratorio ya había logrado filtrarse al de abajo, goteando sobre la tesis de nuestro desafortunado vecino.  Estoicamente, Mishra soportó las protestas y se dedicó a recoger el agua y secarlo todo durante el fin de semana, evitando así los piquetes de linchamiento que me hubieran estado esperando el lunes.

Yo Tampoco era Fácil2

Hubo otro… en el laboratorio de Estocolmo teníamos dos hornos que compartían el mismo alimentador de nitrógeno que servía como gas de arrastre. Uno era un horno de oxidación a alta temperatura (~1500 Celsius) y otro de baja temperatura (~400 Celsius) para tratamiento térmico por reducción, o sea con hidrógeno.  Esto no era una instalación industrial, sino una de laboratorio, por lo que no estaba concebido para procesamientos simultáneos.  Habíamos procesado muchas obleas de silicio de manera individual probando distintas variantes, hasta aquel día que se me ocurrió acelerar el proceso y quise oxidar una muestra mientras reducía otra.  Una cosa es saber que el hidrógeno tiene un altísimo coeficiente de difusión y otra es prever que este se lograría difundir por un tubo 90 pies en contra de una fortísima corriente de nitrógeno para encontrarse con su amado oxígeno en el horno bajo la boca del cual Mishra leía apaciblemente un libro.  El matrimonio oxhídrico se celebró de inmediato, lanzando la tapa de cuarzo que cubría la boca del horno como bala que zumbó sobre la serpiente de la sabiduría de Mishra para pulverizarse contra la pared del fondo del laboratorio.  Sin entender aun lo que estaba sucediendo, Mishra corrió hacia la habitación contigua donde yo operaba las válvulas.   Lo veo entrar blanco como un papel sin dejar de correr en el lugar y ni atinar más que a vociferar –Arrmandú, Arrmandú, Arrmandú…- Cuando me asomé al cuarto de los hornos, pude oír un sonido “increcendo” como el de un avión a reacción que acelera para despegar.  Un segundo me tomó comprender eso de la difusividad como no lo había logrado durante todo el tercer año de física, corriendo me le tiré a la válvula del hidrógeno y se escuchó un sonoro “Bboohh”, era la implosión que anunciaba el fin de la reacción oxhídrica.  Tuvimos suerte que la cosa no pasara del susto y él ridículo… ha habido reportes de accidentes con hidrógeno que han volado manzanas enteras.

http://robotsfidelcastro.files.wordpress.com/2011/08/gulzar.jpg?w=207&h=300Gulzar Tarmohamed

Fue ella la que me alertó de estar siendo el responsable de los frecuentes lavatorios de Mishra.  Gulzar era otra participante en el Seminario Internacional que además de un buen ver, tenía un doctorado en física de la Universidad de Oxford y no sólo hablaba 13 idiomas, sino que estaba muy bien versada en las culturas detrás de las mencionadas lenguas.  Si, dije trece, 7 indios, 2 árabes, swahili, inglés, alemán y francés.  Le podía hablar a casi todos los participantes al Seminario en su lengua madre.  Me hacía sentir menos cavernícola el ser fluido en dos de los que ella no, el español y el FORTRAN IV.  Gulzar era un saco de contradicciones: parecía india, pero venía de Kenya; era musulmana pero no se cubría la cara o el pelo, se vestía occidental o con un Sari (o Saree) en ocasiones festivas; aún con toda esa sabiduría, aceptaba ser propiedad de su padre hasta que pasara a serlo de su designado esposo.  De hecho, la razón para toda esa educación proporcionada por su potentado padre era la de ponerla a la altura del designado que, a la sazón, estudiaba medicina en Nueva York y al que había visto sólo dos veces en su vida.

Volviendo a Mishra y sus lavatorios… – No lo toques! – me regañaba Gulzar – cada vez que lo haces, el pobre hombre tiene que ir la lavarse! – Pero sólo toque su ropa – me excusaba – No importa, no puedes hacer contacto ni con la ropa. –  Debe habérseme salido cierta cara de incredulidad, puesto que enseguida añadía – él no te lo dice por pena, pero vengo de una familia hindú, por eso conozco de brahmanes y el sistema de castas-.

Promovido a Brahman

Nosotros los latinos ni nos damos cuenta, pero vamos por la vida tocando a todo el mundo como parte de nuestro lenguaje corporal.  A partir de la advertencia de Gulzar traté de evitar tocarlo, pero en cuanto mi cerebro se absorbía algún pensamiento, mi mano iba a parar a Mishra y allá arrancaba este para el baño. Una vez me excusé con él, le expliqué que eso era parte de mi cultura como lo de lavarse formaba parte de él.  Me explicaba Mishra que el origen de esa tradición venía de la historia de frecuentes epidemias en las castas inferiores de la India.  Ni la comprensión de su origen, ni su inconsistencia con la realidad sueca, lograba liberar a Mishra de lo que era ya un dogma religioso.

La secuencia de toque-perdón-a lavarse, se repitió por meses hasta convertirse en un hábito al que ya ni demasiada atención le prestaba. Debe ser por eso que no lo noté enseguida… ¡Mishra había dejado de lavarse!  No pude resistir el preguntarle – ¡Eh! ¿Ya no te lavas? – Resulta que no fue que se hubiera aburrido de hacerlo ¡nada de eso!  Sino que después de largas horas de meditación filosófica, llegó a una conclusión que explicó así: – “Tu erres un hombrre educado, tan sobrresaliente en tu culturra como los brrahmanes son en la mía.  De perrtenecer a mi culturra, sin duda serrías un brrahmán.  En el momento que comparrtimos el mismo espacio-tiempo, yo entrro en tu espacio culturral como tu amigo tocable y tú en el mío como otro brrahmán. Porr tanto, no tengo que lavarrme –.

He honraba mucho mi promoción a la brahmanidad, pero no demoré en percatarme que no fui el único promovido.  Atendíamos una conferencia cuando veo a Gulzar que me abría los ojos en total asombro desde su asiento al lado de Mishra.  A la salida de la conferencia corre hacia mí para decirme – ¡Me ha tocado!  Si, con el dorso de su mano ha tocado mi rodilla- pero lejos de estar ofendida con “mano-muerta Mishra”, como lo hubiera estado del pase haber sido con un tipo como yo… viniendo de Mishra, el brahmán… eso era todo un honor.

 

Hermandad Inquebrantable

Viajé con Misra, mi compañero de proyecto, a Helsinki para participar en una conferencia sobre técnicas de alto vacío y además a visitar sus bien equipados laboratorios.

Era el 1972 y la Guerra Fría estaba en su apogeo.  A esa conferencia, acudió por primera vez, después de muchos años de gran tensión, una delegación de la Unión Soviética. En su discurso de apertura, el Rector de la Universidad hizo gala de una gran habilidad diplomática al lograr aliviar la tensión que la presencia de aquellos invitados, no tan bienvenidos, producía. Dijo algo así…

Sé que los soviéticos recuerdan con profundo dolor aquellos oscuros años que siguieron a la Ley Seca después de la Guerra.  Sé también que no han olvidado que entonces, los finlandeses le pasamos de contrabando el Vodka por la frontera.

Hay ovación con risotada entre los finlandeses y los de la delegación soviética enseñan sus dientes de oro por primera vez. El Rector continua…

Tampoco los finlandeses hemos olvidado que, cuando hace una década nos tocó a nosotros la Ley Seca, nuestros hermanos soviéticos nos pasaron su buen Vodka de la misma forma y por la misma frontera.  Muchos en occidente no entienden la razón por la que nuestros lazos son tan fuertes. ¡Viva la eterna hermandad de nuestros pueblos!

Todos saltaron de sus asientos y estalló una cerrada ovación.

El Tema de Investigación

Cuba y los Circuitos Integrados

Ya de Cuba yo traía el conocimiento básico de la tecnología planar del silicio.  Eso se puso de manifiesto en el ensayo que presenté y sirvió para ganarme una plaza en el Seminario Internacional de Uppsala.  Me imagino la sorpresa de aquel tribunal que me la otorgó, de que alguien de Cuba mostrara experticia en semejante tema y eso merece, al menos, una somera explicación.

Todo empezó con aquellos profesores franceses que visitaron la universidad de La Habana entre 1968 y el 1971 en las llamadas Escuelas de Verano, los que orientaron las investigaciones de su Escuela de Física hacia la del estado sólido.  Se crearon entonces varios grupos, por ejemplo: el de crecimiento de cristales; otro para la deposición de capas delgadas; otro de metales y así, hubo uno de ellos que se dedicó a los semiconductores.

No fue la idea de aquellos profesores de la Universidad de París lo de que aquel grupo se desviara de la investigación fundamental a la muy tecnológica del desarrollo de circuitos integrados. No obstante, un poco de vistilla política en el medio cubano, enseguida mostraba que la investigación fundamental no sería jamás un titular del periódico Granma, mientras que uno como:” Cuba, Primer País de América Latina en Fabricar Circuitos Integrados”, tendría potencial.  Con esa idea un par de Físicos recién graduados de la Universidad Lomonosov de Moscú, los esposos Antonio Cerdeira y Magaly Estrada, vieron ese filón y comenzaron a trabajar en esa dirección.  Crearon un grupo al que, más tarde, llamarían LIESS (Laboratorio de Investigaciones del Estado Sólido y Semiconductores) y me reclutaron algunos meses antes de graduarme.  Yo era un prospecto apetecible, ya que aparte de tener buenos resultados académicos, traía la experiencia en la electrónica de mis 6 años en el ejército dedicados a radares y cohetes.

Jean Pollard

Pues la existencia de un grupo dedicado a ese tema animó a que la Escuela de Verano de 1970 trajera a un profesional del tema.  Su nombre era Jean Pollard, pero no era el Dr. Pollard, sino simplemente, Monsieur Pollard, ya que no tenía grados científicos ni tampoco pertenecía a la universidad de París, como los demás.  

Monsieur Pollard se sabía desde la operación más elemental hasta la teoría matemática detrás de cada proceso.  Nos preguntábamos como era que sabía tanto.   Supimos entonces que trabajaba para la CSF Thomson, pero no fue hasta que visité París que me enteré de que era nada menos que el director de su Laboratorio de Confiabilidad Espacial.

Trajo Monsieur Pollard algunos materiales y con su sapientísima asesoría, pudimos construir un laboratorio capaz de oxidar y difundir el dopaje en el silicio y hacer fotolitografía.  Nos enfocó y proveyó de mucho material de estudio.  Ya en 1972, habíamos logrado fabricar algunos circuitos integrados del tipo pMOS, que era la tecnología que, en ese momento, comenzaba a malamente competir con la más establecida, tecnología bipolar.

Tal y como me habían informado, en lo que sería mi laboratorio en Uppsala, había un sistema para hacer deposiciones y erosión con plasma, así como hornos para la oxidación y la difusión, pero no estaban aún en operación, ya que aún estaba pendiente su instalación. Eso me tocaría a mí.  Teknikum (la facultad de tecnología donde estaba el laboratorio) financió mi viaje a París para obtener la asesoría de Monsieur Pollard, así como su consentimiento a ser el tutor de mi tesis de PhD.

Monsieur Pollard consintió en tutorar mi tesis para el PhD y ayudarme a montar mi laboratorio en Uppsala para que investigara si se podía utilizar la erosión por plasma[2] para lograr resoluciones submicrométricas en la fabricación de dispositivos MOS.  Tuve el privilegio de visitar su laboratorio muchas veces, era de lo más avanzado que existía en ese momento en el mundo.

Aquel hombre era venerado en aquel lugar al que se accedía por una garita militar de doble compuerta. El respeto era tal que nadie nunca se atrevió a preguntarle quien era ese habitante a quien le hablaba en inglés, le mostraba todo y le dedicaba más tiempo que a sus subordinados.

El Vaticinio

Aunque mucho lo admiraba, sólo años después pude comprender hasta donde llegaba la sabiduría de aquel hombre. En una de sus largas conversaciones conmigo, me dice – El futuro es del CMOS[3] - ¿Qué? Me pareció aventurado el vaticinio, ya que esa tecnología era prácticamente una curiosidad carísima entonces, que no era ni siquiera más rápida que la bien establecida TTL (Transistor Transistor Logic) y ni remotamente la ECL (Emiter Coupled Logic).  Sabía que la CMOS hacía lógica con un bajísimo consumo de potencia, pensaba que quizá era importante para la tecnología espacial de la que se ocupaba su laboratorio, pero no para hacer computadoras y lógica industrial en la que no había limitaciones para el suministro de potencia.   El debate en la literatura técnica de entonces se centraba en compromiso velocidad-precio.  Fue cuando se proyectó al futuro y me dijo

El mercado empuja a una integración cada vez mayor, llegará el momento en que el calor debido a la potencia disipada por un circuito altamente integrado con esas tecnologías resulte imposible de evacuar y se destruirá de sólo alimentarlo. La integración a gran escala sólo podrá lograrse con la tecnología CMOS -.

Fue en 1972 que me dijo aquello, cuando aún no existían los microprocesadores y las computadoras eran de tamaños monstruosos.  ¿Como pudo vislumbrar que el problema iba a venir por el consumo de potencia, cuando entonces sólo se discutía de velocidad? En diez años se cumplió el vaticinio, ya de los ochenta en lo adelante, el CMOS era la única tecnología en existencia.

Botado de la universidad, vedado de salir del país, absorbido por otros temas y en el aislamiento epistolar y telefónico de Cuba, perdí el contacto con Monsieur Pollard. Traté de restablecerlo en el 2008 que visité París de nuevo, pero habían pasado 36 años y no pude hacer contacto con ninguno de los varios “Jean Pollard” que encontré en la internet. Very Large Scale Integration (VLSI): Very Large Scale Integration (VLSI)

El Resultado del Trabajo

   Ciertamente, esa ventaja de la erosión iónica de actuar solo de manera vertical era una ventaja importante para lograr altas resoluciones en la fabricación de circuitos integrados.  Pero nada es fácil cuando uno se acerca un poco a la frontera del conocimiento.

El proyecto fue ambicioso y arriesgado, pues de no lograr que me funcionaran transistores pMOS con una compuerta menor que una micra, la idea habría fracasado y regresaría a Cuba sin un tema para la tesis del doctorado que me proponía obtener.

Ni siquiera tuve los 12 meses del Seminario para el proyecto, pues algo más de dos de ellos se fueron en el montaje y puesta a punto del laboratorio de Uppsala para lograr fabricar circuitos integrados allí.

La técnica fotográfica de producir las máscaras tenía sus limitaciones para resolver motivos de una micra. Eso se debe a que una micra estaba en el orden de la longitud de onda de la luz visible y hasta de la ultravioleta, por lo que hubo que recurrir la microscopía electrónica de escaneo para el velado. Esa tecnología sólo la tenía el grupo del Dr. Håkan Elmqvist en el Royal Technical Highschool de Estocolmo, con quienes tuve el privilegio de asociarme.

La erosión iónica tenía el inconveniente de no ser selectiva respecto al material, como lo era la química. Por ejemplo, el ácido fluorhídrico, atacaba el óxido de silicio, pero no el silicio, ni tampoco a la máscara de fotoresina.  La erosión iónica, en cambio, lo atacaba todo, incluyendo a la fotoresina, a velocidades muy parecidas, esto obligaba a que las capas a delinear tenían que ser más delgadas que la de esa máscara.

La necesaria delgadez eliminaba al silicio amorfo como material para el electrodo de la compuerta, ya que su alta resistividad requería de capas gruesas.  Tendría que ser algún metal, pero necesariamente uno refractario, como el molibdeno o el tungsteno, ya que en la fabricación de transistores MOS le seguían procesos de difusión a temperaturas de unos 1200 grados Celsius.

   La cosa se seguía complicando, tanto los procesos de deposición como los de erosión por plasma, lo que en inglés le llaman “sputtering”, sometían a las obleas de silicio a un el bombardeo iónico que resultaba en creación de muchos estados superficiales entre las distintas capas, lo que se logró resolver con un tratamiento de hidrógeno, de nuevo, las instalaciones para ese proceso sólo las tenía el laboratorio del Dr. Håkan Elmqvist en Estocolmo.  

El ajuste de todo eso, llevó meses de trabajo cuando y cuando casi finalizaba la extensión de mi tiempo en Suecia, al fin se obtuvo un proceso de fabricación que produjo transistores pMOS con resoluciones hasta 0.7 micrómetros.

   Estos resultados se publicaron en la revista “Solid State Electronics”, la más importante en aquellos años.

La prensa sueca reportó el logro también.

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No obstante, aquel proceso le faltaba trabajo, debían repetirse las pruebas y desarrollar un modelo digital que simulara su comportamiento como herramienta para el diseño de circuitos integrados con esa tecnología y ese hubiera sido el contenido de mi trabajo doctoral.

 

No hay mal que por bien no venga

   Uno de los mayores privilegios que disfrutan los participantes en el Seminario Internacional de Uppsala es ese estar automáticamente invitados a la ceremonia de otorgamiento de los Premios Nobel. Esto tiene lugar en la Sala de Conciertos de Estocolmo, todos los años el 10 de diciembre, en que se conmemora la muerte de Alfred Nobel.


El proceso de fabricar transistores MOS tiene etapas en las que no puede ser interrumpido y uno o varios contratiempos se conjuraron para impedir mi asistencia a la ceremonia.  Mil veces maldije mi suerte aquella noche. Me había perdido la oportunidad de ver, aunque fuera de lejos a una de mis más admiradas figuras en la física, el gran John Bardeen, que recibiría entonces su segundo Premio Nobel. El primero fue nada menos que por la invención del transistor, lo que hace evidente la razón de mi admiración.  

   Al día siguiente Bardeen daría su conferencia Nobel en el gran teatro de Fysikum en la Universidad de Uppsala y esa, sí que no me la perdí, ya que había logrado terminar aquel proceso que me impidió asistir a la ceremonia.

   La conferencia de Bardeen fue muy interesante, aventuró hasta un vaticinio de que para mediados de los ochenta esperaba que ya la temperatura para lograr la superconductividad subiría hasta esa de la de licuefacción del nitrógeno y que eso traería una revolución.  En aquella época para observar el efecto de la superconductividad era necesario enfriar las muestras con helio líquido que no sólo es más caro que el nitrógeno líquido en órdenes de magnitud, sino que se está agotando en el planeta. Así ocurrió y alrededor de 1986 empezaron a aparecer materiales cerámicos que presentaban el efecto a temperaturas superiores a las de nitrógeno líquido.  Lo que no ocurrió fue esa revolución que él esperaba, quizá por lo escaso de algunos de los elementos en esas cerámicas.

Al salir de la conferencia, el presidente del Seminario Internacional, Olof Bergman me llamó aparte para invitarme, en desagravio, a un coctel, que se celebraría en sus locales al que asistirían los galardonados.   Ahí, en un ambiente íntimo, ya no tuve que conformarme con verlos de lejos, fui presentado y pude estrechar la mano de John Bardeen y, aunque no puedo decir que lo recuerde, posiblemente también las Leon Cooper y Robert Schrieffer.   

El encuentro con Bardeen, ese si lo recuerdo con toda claridad. De no ser por la sencilles de este inmenso personaje, quizá no me hubiera atrevido a abordarlo.  Me le acerqué y le comenté que lo conocía más por su primer Nobel que por el que estábamos allí celebrando, ya que mi tema de trabajo estaba vinculado a esa “pequeña” invención suya.  Le conté que trataba de miniaturizar los transistores por debajo de la micra.  Me dijo no acordarse de casi nada del aquel tema, pero que sin duda mis transistores serían más pequeños que la punta de los alambritos de aquellos transistores suyos. Eventualmente apareció aquella pregunta que de donde yo era, cuando le dije que, de Cuba, le sorprendió sin dejar de sonreír y comentó algo así como ya que se estaba haciendo ciencia en todas partes.  Engañaba a Bardeen con lo mismo que me engañaba yo.  Intercambiamos un par de intrascendencias más, hasta que vino alguien a solicitar de su atención, terminando así ese breve pero inolvidable encuentro.  

El Viaje por Europa

Un Itinerario muy Democrático

   El seminario Internacional incluía un viaje por algunas universidades y centros de investigación de Europa.  Se visitarían hasta cuatro ciudades y hubo una reunión para democráticamente escogerlas.  Entre las que recuerdo, se propusieron París, Londres, Roma, Praga, Múnich, Ginebra y la entonces Leningrado. Yo voté en contra de Praga y Leningrado, porque, al contrario de muchos en el Seminario, no tenía curiosidad alguna por conocer el socialismo y hasta me infundía cierto temor eso de visitar un país socialista con un pasaporte cubano.  Aun con mi voto y pronunciamientos en contra, Praga se quedó en la lista, junto con París, Roma y Londres. Me alegré de que Leningrado no saliera electa.


Partiríamos a finales de marzo y estaríamos unos tres o cuatro días en cada uno de esos destinos. El orden del periplo fue Praga, Roma, Paris y Londres, el mío terminaría en Paris, por razones de trabajo me perdería Londres. 

 

Praga

   A bordo de un avión de Interflug atravesamos la Cortina de Hierro y aterrizamos en Berlín, para tomar allí el que nos llevaría a Praga. La estancia en Berlín demoró lo suficiente para una cervecita en el bar de la sala de espera del turismo capitalista. El bar lo atendía una alemanita y como para sacar conversación con ella, le pregunté sobre ese Lufthansa que podía leer en el fuselaje de uno de los aviones en la pista. Recuerdo exactamente su respuesta…– En Alemania – hizo una pausa como para subrayar el uso del singular y siguió – hay dos líneas aéreas, la Interflug de la parte socialista y Lufthansa de la capitalista –. De forma sutil, aquella muchacha me decía que Alemania seguía siendo una sola, aunque la hubieran partido en dos.  Diecisiete años después, Alemania se reunificaría y a mi memoria vino entonces lo que subrayara aquella bartender… Alemania, era una sola.

Llegamos a Praga y antes de turistear, visitamos la Universidad de Carlos y allí recuerdo que nos mostraron como estudiaban las estructuras cristalinas usando un isótopo radioactivo, en forma de moneda, que ponían sobre una muestra y la colocaban sobre una placa fotográfica. Elogiaba aquello el Dr. Ôlof Bergman, presidente del Seminario, con este comentario – El ingenio vence a la escases de recursos -. Ciertamente aquello estaba ingenioso, pero no se trataba de un laboratorio en un país tercermundista ¿Por qué se aceptaba esa escases de recursos allí con esa naturalidad? Lo que Bergman estaba diciendo en otras palabras era – bastante hacen bajo el comunismo -.

La visita a Praga me fue más interesante de lo esperado, experimenté lo que era ser un extranjero con divisas convertibles en un país socialista. Con mis míseras coronitas suecas, era todo un potentado allí.  Los colegas de la universidad de Carlos, que nos atendieron, nos alertaron de no cambiarlas al precio oficial, ellos nos la cambiaron y muy agradecidos, a unas cinco veces aquel.

La pasé bien en Praga, tal y como los turistas europeos y canadienses de seguro la han pasado en Cuba.  Yo, no obstante, no pude dejar de notar que aún estaba fresca la llamada Primavera de Praga y podía verse, donde quiera que se izaba la bandera Checa, la de la Unión Soviética a su lado. También, en el medio de la Plaza de la Ciudad Vieja, habían dejado un tanque de guerra, conmemorativo del “internacionalismo proletario” de los “hermanos” soviéticos que rescataron al país de las garras del capitalismo. ¿Por qué no hay fotos del tanque?  Pues porque los guardias que lo cuidaban, no lo permitían y amenazaban con velar el rollo de aquellos que lo intentaron.

Turisteando Praga

Viví intensamente allí y visité muchísimos lugares interesantes. ¡Qué maravilla aquella juventud que no conocía el cansancio! Por la noche logré guiar, a algunos de mis compañeros de viaje a una taberna soterrada del siglo 18, que habíamos visto de paso en nuestro periplo diurno. Allí nos habían dicho que se podía beber una deliciosa cerveza con saladitos de pan con aceite y ajo. No exageraban nuestros anfitriones, la cerveza de aquellos gigantescos toneles era deliciosa, pero tenía buena “pegada”. Ya con una buena nota, intentamos repetir nuestros pasos a la inversa para regresar al hotel, cuando… ¿y aquello no es el Puente de Carlos? ... Zapateamos perdidos media Praga.

Hay tanto que ver allí, que los del Seminario apenas reparaban en aquello que, por mis vivencias socialistas, llamaba mi atención. Por la misma razón, no me interesaban otras, como las oferta en las tiendas. La calidad no sería buena y la variedad poca, pero ¡Oh! Que barato estaba todo, claro, después de cambiar las coronas a cinco veces el oficial. Mis colegas, creyendo haberlo experimentado, se iban de allí sin aprender nada de lo que era el socialismo.

Aun pasándola bien, siempre me quedaba en la boca del estómago ese ilógico temor de que no me fueran a dejar salir de la cortina de hierro con mi pasaporte cubano. De Praga no hubo más contribución al equipaje que algunas fotos.

 

Roma

   Abre y cierra la puerta de un avión de Alitalia y aparece la eterna Roma. Ésta contribuyó a mi equipaje con una buena cantidad de fotos en los lugares donde todo el que allí va se las tira, más alguna en donde no todo el mundo visita, como las que tengo en un sincrotrón en sus cercanías. Otra contribución fue aquel par de zapatos que ofrecía, en último remate, una peletería de la Vía del Corso que liquidaba sus existencias.

En Praga todavía había nieve, pero Roma ya estrenaba su primavera. Llegamos para el almuerzo y como nos hospedaron en un hotel cercano a la Plaza de España, a pie nos quedaban muchísimas atracciones, y, con la ayuda de un mapa, me aventuré a por ellas junto con un grupito de seminaristas osados.  La temperatura estaba agradable para la caminata y eso me animó a liberarme del pesado abrigo, al que invierno me venía obligando hacía ya demasiados meses. Así, de la Plaza de España, a la Fuente de Trevi, por la Vía del Corso llegamos a la Plaza de Venecia. donde se erguía ese precioso monumento blanco, al que los irreverentes romanos llaman “La Máquina de Escribir”. Pasando por el costado de la Columna Trajana, seguimos por la Vía del Foro Imperial hasta que, casi anocheciendo, llegamos al Coliseo. Me creí que eso de venir de Suecia me calificaba de oso. La temperatura cayó en barrena y Roma me hizo pagar aquel desafío a su primavera… me la pasé titiritando todo el largo regreso. No lo volví a repetir.

A collage of photos of a person sitting on a bench

Description automatically generated with low confidenceAl día siguiente le tocó al Vaticano, visitamos el Museo y la Basílica de San Pedro.  En esa ocasión, Roma me ocultó a Miguel Ángel, no pude entonces ver la Capilla Sixtina, por estar cerrada, ni tampoco La Piedad. Hacía unos diez meses, un lunático la había atacado con una mandarria y se decía que detrás de los parabanes que la ocultaban de nuestra vista, había un equipo de restauradores que estaban ya terminando de reconstruirla, se comentaba que habían recogido hasta el polvo del piso en busca de partículas de mármol.

Mas tarde le tocaría a la Plaza Navona, el Panteón de Agripa y regresaríamos a la antigua Roma, con su Coliseo, el Palatino, el Foro Romano, el Arco Tito y el de Constantino.  No podía faltar una visita a la Vía Veneto de la Dulce Vida.

Mi equipaje se incrementó con lo que sería el único souvenir, como tal, de todo aquel viaje…un paquete con 100 diapositivas del Vaticano. No puedo decir que las compré, sino que me las vendieron. Después de visitar el Vaticano, ya me alejaba caminando por la plaza de San Pedro, cuando un buscavidas se me acerca y me ofrece aquel paquete, le muestro mi cámara y me alega que de seguro no habría podido usarla en el museo, cierto que no permitían fotografiar. Le dije que me las había arreglado, con lo que la rebajó a la mitad del precio ofertado. De nuevo rechacé la oferta, diciéndole que prefería las fotos impresas y me las rebajó de nuevo. Ya algo incómodo, le dije que no tenía proyector, y me las volvió a rebajar. Siendo ya un precio ridículo se las compré y fue el regalo que llevé para esas seis tías mías, amantes de la cultura. Ya en Cuba, esto me obligó a conseguir un proyector de uso y medio por una fortuna.

París, Contactos y un Par de Cuentos

   A group of men posing for a pictureDe Roma, haciendo una escala en Ginebra, volamos a París. Ya había estado allí durante unos quince días cuando la visité de nuevo en esa gira con el Seminario Internacional. A picture containing text, person, person, nature

Description automatically generatedDurante aquellos trece meses en Suecia estuve tres veces en París, acumulando casi un mes allí.

   Tanto mis relaciones en París, como la cultura que traía en eso de la tecnología de los semiconductores, venían de aquellos profesores de la Universidad de París que visitaron la universidad de La Habana entre 1969 y el 1973 y muy especialmente de Jean Pollard.  Este no tenía grados científicos ni pertenecía a la universidad de París, pero era el que dirigía el laboratorio de confiabilidad espacial en la CSF Thomson.  Monsieur Pollard consintió en tutorar mi tesis para el PhD y ayudarme a montar mi laboratorio en Uppsala para que investigara si se podía utilizar la erosión por plasma para lograr resoluciones de una micra en la fabricación de dispositivos MOS (Metal-Oxido-Semiconductor).  Visité su laboratorio muchas veces que era de lo más avanzado que existía en ese momento en el mundo.

Además de la obtención experimental de esos micrométricos dispositivos, estaba la tarea de poder predecir su funcionamiento, para lo que también trabajaba en la simulación digital de un dispositivo tan estrecho que llegara a ser comparable con su altura, lo que invalidaba las aproximaciones que se hacían en la teoría establecida.  Para eso quería echarle mano a un programa llamado SCEPTRE, con que trabajaba otro de aquellos profesores de la Escuela de Verano, llamado Victor Chaptal de Chanteloup.  Curioso, aunque nunca mencionó pertenecer a la nobleza, me contaron que este personaje era un descendiente directo de aquel químico francés del Siglo 18, Jean Antoine Chaptal, Conde de Chanteloup.

En fin, que el éxito de mis proyectos de investigación estaba muy vinculado a la Ciudad Luz.

Albergue y Transpotación

   No me hubieran alcanzado los fondos para permanecer todo ese tiempo en algún hotel de París, pero por suerte, aún estaba en operación aquella Maison[4] de Cuba en la ciudad universitaria y fue allí donde pude obtener albergue a un precio asequible.

Además, Julie Sernagora, profesora también de las Escuelas de Verano, resolvió mi transportación al prestarme su Citroneta. Así le llamaban al modelo más pequeño de la Citroën, que no sería aquel que, en sus películas, Fantomas convertía en avión, pero me llevaba y traía, sobre todo al laboratorio de Monsieur Pollard que estaba algo al sur de París. 

Para pasear por París, la Citroneta no era el mejor vehículo, una vez me aventuré a hacerlo y entré a la rotonda que rodea al Arco de Triunfo. Aquello apenas aceleraba y los que carros entraban por avenidas me iban me iban echando cada vez más hacia el centro, hasta casi montarme en la plazoleta del arco.  Después de decenas de vueltas arriesgándome a que me aplastaran como un huevo, me fui dando cañonas bajo un concierto para claxon en Do Mayor y salí por la primera que tuve el chance, que por supuesto, no iba a dar la casualidad de que fuera aquella por la necesitaba salir.

Desde aquella experiencia opté por el metro para adentrarme en París.  Así mismo optaban muchos de los que, como yo, vivían en la ciudad universitaria y la estación de Port D’Orléans se llenaba con estudiantes de las carreras más diversas de Universidad de París.

El metro dejó memorias también. En una ocasión, se sube al vagón donde me había montado, una muchacha de refinado aspecto y buen ver que, al no haber alcanzado asiento, luchaba con sus cartabones, regla de T y otros aperos de dibujo. Llevaba una blusita de encaje sin mangas al que uno de los cartabones amenazaba con sacarle un hilo. Me le acerqué y me ofrecí para llevarle algunos de sus andariveles, aceptó y agarré la regla de T. Al liberarse de ella, cambió de mano y se sujetó de la barra con la que daba hacia mí.  Una mata de pelo negro asomó por sus axilas dejando escapar los efluvios de una intensa actividad bacterial.  El tramo desde Port Orleáns hasta la estación de Montparnasse, en que me bajaba, no es muy largo, pero me lo pareció.  Comenté la desventura con algunos cohabitantes de la Maisón de Cuba y me dijeron que esa era la última onda de la “livre feministe”.

Turisteando en París

    Ya cuando visité Paris con el periplo del Seminario Internacional, conocía la ciudad mejor que lo que nunca conocí a Estocolmo.  Además, mis muy ilustres relaciones allí me aportaban muchos más datos de la ciudad que lo que pueden los guías turísticos. Por ejemplo, Monsieur Pollard, que en sus orígenes fue ingeniero mecánico hasta que derivó hacia el silicio por la metalurgia del acero, me explicó de la genialidad de Eiffel en el diseño de su torre. Esta radicaba en que las hipérbolas de su contorno evitaban que aquellas vigas de hierro, ya que no eran del acero de hoy, trabajaran a flexión y partieran.

En París estuve hasta en un lugar bien prohibido, me refiero al interior de la tumba de Napoleón. Eso ocurrió cuando, tirando una foto, la tapa de la cubierta de mi cámara se me calló hasta quedar justamente al lado de la urna con sus restos.  Si, bajé al nivel inferior y salté el muro a buscarla, y logrando salir de allí antes de que el estupor de los visitantes o la vigilancia de sus celosos gendarmes se percataran de la profanación.


Aunque en mi primera visita estuve más tiempo, las fotos que conservo son de la segunda y es porque esa fue más turística. Estuve en el Palacio de Versalles, donde aún no había ido. El viaje con el seminario contempló hasta una visita al Casino de París que compite con el también famoso Folies Bergere y no está muy lejos de este. Su espectáculo, aunque usa el desnudo en abundancia, no está diseñado para la excitación sexual, sólo recrea la belleza del cuerpo humano en sus movimientos más gráciles, exquisito el espectáculo.

Tal y como otras atracciones de los viajes, no eran obligatorias y se podía optar por el dinero. Aun siendo el más miserable, nunca me acogí a esa opción.

En aquel año fui una tercera vez a París y lo hice con aquellos diabólicos, pero a la vez adorables, jimaguas, pero ese episodio tiene su propio cuento. Hubiera tenido que regresar a París de todas maneras, ya que Victor Chaptal me había prometido darme una cinta con el programa Sceptre, para intentar correrla en Cuba. No lo pudo conseguir, eso era demasiado ilegal y arriesgado, no debí nunca aceptar aquel loco ofrecimiento que me hizo. Aun con esa cinta, no hubiera sido nada sencillo correr aquello en Cuba, pero, siendo a París, uno nunca puede decir que… pierde el viaje.

Amsterdam

   El grupo del Seminario siguió para Londres, pero yo permanecería en París unos días más por motivos de mi trabajo allí, pero cuando me toca regresar a Estocolmo, una huelga paraliza los aeropuertos franceses y la SAS ofrece pagarme el viaje por tren hacia algunos aeropuertos alternativos.  Opté por el de Ámsterdam.

El dinero que SAS me dio alcanzó para alquilar un Beatle VW y turistear un poco en esa ciudad. En el viaje pude admirar los campos de tulipanes desde el tren, visité el Rijksmuseum y pude admirar “La Ronda de Noche”, la Casa de Rembrandt, la de Ana Frank, los molinos, sus calles y canales semicirculares alrededor de la estación de trenes y por supuesto, me fui a la Zona Roja a ver aquellas famosas “Putas en Vidriera”, que me habían contado.

Sobrestimando mis fuerzas, el plan que había concebido era el parquear aquel VW que había rentado en el aeropuerto y dormir en él hasta la mañana siguiente que saliera mi vuelo. En el camino hacia allá, me salió al paso una hostería que se anunciaba como “Your Home Away from Home” a un precio menor que los Guldens que me quedaban y, en un rapto de sensates, acepté la oferta. Al día siguiente un avión de SAS me devolvía a Estocolmo dando por terminado aquel periplo europeo.

Un Viaje al Norte de Suecia

   Aquella beca del Seminario Internacional incluía un viaje al Norte de Suecia.  No era obligatorio, a los que no quisieron ir les dieron su costo en efectivo. Ni siendo el más miserable de aquellos elegidos, me pasó por la mente el desaprovechar aquella oportunidad.  Para mi sorpresa, alrededor de la mitad de aquel grupo optó por el dinero.

Viajaríamos bastante más de mil kilómetros atravesando el Círculo Polar Ártico y la duración del viaje sería de unos diez días.  La fecha se escogió para que este incluyera la fiesta del "Midsommar" que se celebra, no exactamente en el solsticio de verano, que es el 21 o 22 de junio, sino el viernes que caiga entre el 19 y el 25.

Salimos en tren para un viaje de algo más de 500 Km hasta Umeå (suena Úmeo), donde entonces estaba la universidad más septentrional del mundo, allá por el paralelo 64. Un mes más tarde, Noruega inauguraría la de TromsØ, más al norte aun, en el paralelo 69.


La primera parada fue en la mina de cobre de Falun.  Por entonces buena parte de la mina era un museo y ya, en el 2001, la UNESCO lo proclamó patrimonio de la humanidad con lo que cesó su explotación.  Mientras estuvo en plena operación, produjo las dos terceras parte del
cobre de Europa y financió la expansión de Suecia en el siglo 17. La explotación que aquella mina se cree que data del año 850. Las técnicas mineras que allí se desarrollaron durante el siglo 17 tuvieron una profunda influencia en la minería global por más de 200 años.

Nos mostraron también como es que la minería se hace hoy en día, para lo que nos montaron en un ómnibus eléctrico que nos llevó hasta una galería que aún estaba en explotación y allí pudimos ver como una inmensa máquina de un solo operador, con unos ocho taladros, horadaban como un metro de piedra. Por dentro del mismo taladro, cual cerbatana, inyectaban los cartuchos de dinamita. La explosión era tan controlada que ni siquiera el sonido era ensordecedor. El mineral caía directamente sobre un recolector que lo recogía y dejaba caer en los vagones que lo transportarían al exterior. Éramos muchos más los que mirábamos que los que trabajaban allí.

Más aplastante aún, en ese sentido, fue la visita a una fábrica de papel, no muy lejos de Falun. El ferrocarril que venía directamente del bosque que talaban, dejaba caer los troncos en el mecanismo transportador de la fábrica, este los encaminaba a otro gigantesco que le quitaba la corteza y de ahí, hasta que se convertía en pulpa, trabajaban 3 o 4 personas. Una de ellas lo hacía en un cuarto con unos diez monitores a los que no le quitaba la vista de arriba ni para saludarnos. En el resto de la planta trabajaba más personal, pero donde más gente se veía era en el laboratorio de control de calidad del papel. Allí, en sus batas blancas, le analizaban de todo a las muestras de papel que les traían. Recuerdo que, pensando que ponía una dura de contestar, pregunté qué pasaría cuando se acabara el bosque y la respuesta fue – si no sembráramos tres por cada árbol que talamos, hace mucho que ya no habría bosque –.

Un Péndulo de Foucault casi en el eje de la Tierra

De nuevo al tren y ya no paramos hasta Umeå y en la universidad nos recibieron con una deferencia que no sentía estuviera en correspondencia con nuestra importancia.  Nos mostraron sus facilidades docentes y laboratorios de investigación.  DiagramDe aquello que entonces me explicaron, medio siglo se ha encargado de borrarlo, sin embargo, había algo en aquel edificio principal que no olvido.  Una escalera ascendía a sus varios pisos dejando alrededor el espacio suficiente para que oscilara un péndulo que pendía del techo. Era un péndulo de Foucault.  A esa latitud tan alta, el movimiento de la tierra al rotar sobre su eje se hacía muy ostensible. Una escala en el suelo hacía las veces de una esfera de reloj en que las 24 horas del día cubrían 325º, casi que completa la circunferencia.  El original que Foucault colgó de la cúpula del Panteón en Paris sólo cubría 254º. La cercanía al polo Norte geográfico se empezaba a hacer ostensible.

El Círculo Polar Ártico

De allí fuimos directo a la estación del tren donde nos montaron en uno que tenía un solo carro para una tirada de otros 500 Km. En él atravesaríamos el círculo polar ártico, que estaba a medio camino entre Umeå y la siguiente parada, Kiruna.  Cuando atravesó el Círculo Polar, el tren pitó y pudimos verlo marcado con una hilera de piedras, cada una algo mayor que una caja de zapatos, que se nos perdía en la lontananza. Al rato, entró el conductor repartiéndonos los certificados de haber cruzado el Círculo Polar ese día y por ese lugar en la región de Norrbotten.  Un tonto consuelo a lo de hoy no tener un PhD, que son muchos menos los que tienen un certificado como ese, que los que ostentan un título de doctor en alguna ciencia.

 


 

Reafirmación Comunista en el Casquete Polar

Llegando a la estación de Kiruna, vi a uno de los vecinos del lugar, vistiendo un atuendo indígena detrás de un rústico tapete. Allí mostraba tarros de reno, entre otras curiosidades típicas, que ofrecía en venta a los que llegaban en aquel tren. El bienestar sueco a que había estado expuesto hasta ese momento, para nada había ayudado a que reafirmara mi fe en el comunismo, pero aquel habitante me revelaba que la pobreza en Suecia si existía y la acababa de descubrir.  El tren ya arrancaba y la reafirmación se desvaneció cuando alcance a ver, a aquel “muerto’e’hambre” montar los tarros que no vendió en el maletero de su Mercedes Benz.

 

El Sol de Medianoche

Aquel trencito atravesó la frontera con Noruega sin mediar ningún trámite documentario.  En una estación en la que hizo una parada, pudimos ver una gigantesca locomotora Diesel, más larga y alta que el tren completo en que veníamos. Delante tenía dos enormes palas de bulldozer en ángulo. Un pasajero local rápidamente se brindó para explicarnos en inglés que la línea en la que nuestro trensito venía, no sólo se usaba para transportar a los pobladores de aquel lugar o a los turistas que vienen a ver el sol de medianoche, sino que su principal función era la de sacar el mineral de hierro de la mina de Kiruna hacia el puerto de Narvik. Eso aun no explicaba aquella locomotora gigante, por lo que la siguió. Ese puerto sólo se puede explotar tres meses al año, ya que se congela sólido. Es por lo que no se puede esperar a que buenamente se derritan los metros de nieve que se acumulan sobre esa línea durante el invierno.  Cuando el puerto abre, es entonces es que sacamos al monstruo para quitarla. Eso deja pensando lo fácil que la tiene uno en el trópico.

Volviendo al viaje, en breve ya bordeábamos la costa de un fiordo, que no sé si también se llamaría Narvik, al igual que el puerto y el poblado al que nos dirigíamos para ver el anunciado sol de medianoche. Ya hacía muchos días que ni siquiera en Uppsala teníamos algo así como una noche de verdad, ya que alguna claridad se mantenía siempre, pero sol como tal, hacía rato que las montañas de Noruega no dejaban verlo.

Al llegar a Narvik, nos acomodaron en un hotel que tenía las ventanas de sus habitaciones cubiertas con unas cortinas negras y no demoramos en enterarnos que eran para que pudiéramos dormir en algún momento, ya que, a ninguna hora aquel lugar se oscurecía ni un poquito.  Nos informaron también que, para ver el sol, tanto el de medianoche, como el de cualquier otra hora, había que subir a la cima de alguna de aquellas montañas que nos rodeaban.  Una vez que mostramos el esperado estupor, añadieron la parte que aliviaba la noticia; había un funicular que nos podía llevar hasta lo alto de una de ellas y que allí tenían una de esas grandes invenciones humanas… un bar.

Tomándose un coñac o un chocolate, se podía deleitar uno con la vista que quedó plasmada en la foto que se muestra, contemplando como el sol le iba dando a uno la vuelta sin que se notara demasiado el cambio de su altura sobre el horizonte, o sea, que el famoso sol de medianoche y el del mediodía, no se diferenciaban demasiado.

 

El Midsommar

El título que se le da en español de la comedia de Shakespeare “Sueño de una Noche de Verano” es una pésima traducción de “A Midsummer Night Dream” y el problema es que, el “A Midsummer Night” no es una noche de verano cualquiera, sino la muy particular del solsticio de verano.  Hay una leyenda nórdica que posiblemente fuera la inspirara al bardo inglés, se dice que, si se algún o alguna joven colocara ciertas flores debajo de la almohada durante el midsummer o “midsommar” en sueco, al echarse a dormir, soñaría con quien algún día se casaría.

Una vez vividas las emociones del funicular, haber visto el sol de medianoche desde aquel bar en la cima de la montaña y descansar en el cuarto del hotel bajando sus cortinas negras, en Narvik no quedaba mucho más por hacer.  Abordamos de nuevo el tren, pero esta vez no en dirección a Kiruna, sino hacia Abisko (suena Ábisku), para asistir allí a la celebración del Midsommar.

Abisko es un parque nacional de belleza natural impresionante. En invierno, el atractivo son las auroras boreales y en verano lo es, sobre todo, la fiesta del Midsommar.  No es que fuera una gran fiesta de una noche, como el Walpurgis Eve; durante el verano, en Abisko no existe tal cosa como eso de “una noche”.  Aquella fiesta era algo continuo que duró no sé si 48 o 72 horas, pues perdí totalmente la noción del tiempo.

En el gran salón de aquel lugar en que nos hospedamos, la comida y la bebida eran servidas en continuo, no había tal cosa como desayuno almuerzo y cena.  Ni la música, ni el baile pararon durante toda esa celebración y la pista estuvo llena siempre.  Cuando a uno ya lo rendía el cansancio o la bebida, se retiraba a su habitación descansaba y cuando regresaba, aquello seguía tal y como lo dejó, aunque no estuviera presente la misma gente de la que uno se despidió. Al cabo de unas horas, a uno le parecía conocer de toda la vida a aquellos que había visto allí por primera vez.

A los que los tomó despiertos el momento del solsticio, o más bien, el viernes a alguna hora prestablecida, pudieron disfrutar del baile del “Maypole” al aire libre. Alguien vino a la pista de aquella fiesta interminable y avisó que estaban subiendo el Maypole y cuando salí, vi a un grupo vistiendo trajes típicos forcejeando con un poste adornado con flores y hojas. Una vez en pie, sonó el acordeón y seguidamente empezó el baile. Nada más sencillo que participar en el baile del Maypole, bastaba con insertarse una de las cadenas que ya rodeaban al poste, correr saltando dos veces en cada pie, lo que en inglés llaman “skipping”, al ritmo del acordeón y dejar que la euforia se apoderara de uno.  Lo del Maypole aun no terminaba, pero ya algunos iban regresando a las mesas del salón que, en lo que se bailaba afuera, las fueron llenando de comidas y bebidas… aquello seguía.

¿¡Que este vagón no va para Uppsala!?

Durante esa larga fiesta encontré una compañera de baile con la que me llevé bien, era bonita y me resultaba divertida.  Su nombre, nunca tuve la oportunidad de verlo escrito, sonaba algo así como Kigky. Bailamos y compartimos la fiesta por tantas horas que la historia no podía terminar de otra forma que en un romance.  Las últimas decenas de horas de aquella fiesta, que parecía haber comenzado en el siglo anterior, las pasé con Kigky y el grupo de amigos con que venía.

Resultó que todos nos íbamos en el mismo tren y una vez que nos acomodamos en nuestros vagones para un largo viaje, fui hasta el de ella para estirar lo vivido en el Midsommar. Después de aquel viaje, nunca nos veríamos más, ella regresaría a ese pueblo suyo en algún confín de Suecia, de nombre impronunciable y mucho menos recordable, y yo, ya pronto regresaría a Cuba.

Ya llevábamos varias horas de tren y este había hecho varias paradas en distintas estaciones. Confiado iba yo, pensando que esa despedida sería en alguna parada antes o cuando me tocara bajarme, hasta que uno de los de aquel vagón, me oye mencionar a Uppsala como mi destino y, alarmado, me informa – ¡Este vagón no va para Uppsala! -.

¿¡Que!? ¡No puede ser! este tren va para Uppsala, le increpaba.  Nada sabía yo de trenes, pero rápidamente fui instruido por aquellos pasajeros.  Sólo los vagones tienen destino, pero no el tren. En un viaje largo, un vagón pudiera cambiar de tren varias veces.

Desde nuestra partida, hacía ya horas que no iba por el vagón donde estaban los del Seminario Internacional y mi equipaje.   Un escalofrío me bajó por el espinazo ¿Estará mi vagón todavía en este tren? La despedida con Kigky, que esperaba sería algo intenso, como la de Ilsa y Rick en Casablanca, se redujo a un besito tirado en lo me atropellaba hacia la salida del vagón. En tropel, iba de vagón en vagón con el corazón que se me salía por la boca al ver que el tren se me acababa.  Ya me iba preguntando por qué parte de la inmensidad sueca andarían aquellos huesos míos y ni idea aún tenía como iba a hacer para regresar a Uppsala, de mi vagón ya no estar en aquel tren.

Un suspiro me salió del alma al ver a la tropa del Seminario cuando ya se me terminaban los vagones. No sabiendo cuando se produciría el desenganche, abandoné la idea de la despedida casablanquera y no me animé a salir más de mi vagón hasta que este llegó a Uppsala.

 


 

La “Mision” Cubana en Estocolmo

El Músico

Tuve la fortuna de figurar entre los escogidos por Suecia para participar en el Seminario Internacional de Uppsala de 1972.  Viví 13 meses allí y durante ese tiempo también tuve la oportunidad de acercarme mucho a las operaciones de la llamada “Misión Cubana” en Estocolmo.  Esto fue debido a la relación prácticamente familiar que tenía con el Consejero Comercial de la Embajada, Aldo Rodríguez Camps. 

Aunque vivía en la ciudad de Uppsala y mi laboratorio estaba en la universidad sita en esa ciudad, parte de mi trabajo lo hacía en otro laboratorio, el del Royal Technical Institute de Estocolmo.  Cuando tenía que quedarme en Estocolmo lo hacía en casa de Aldo y no pocas veces iba a la Oficina Comercial De Cuba que radicaba en el mismo edificio de la embajada.

El embajador, tanto para Suecia como para el resto de Escandinavia y Dinamarca lo era entonces Oscar Alcade.  Era contador graduado y cursó algunos años en la Universidad de la Habana.  No teniendo esa preparación nada que ver con la diplomacia, lo que verdaderamente lo calificaba para el cargo era el haber estado entre los asaltantes al Cuartel Moncada y compartido prisión con Fidel Castro.  No parecía Alcalde el embajador de lo que uno había dejado atrás al despegar del Aeropuerto José Martí.  Recuerdo que recién llegados nos invitó a Charito, físico de la Universidad de Santiago de Cuba y a mí, que venía de la Universidad de la Habana, a un almuerzo.  No salía de mi asombro al ver que las finas copas en que nos servían los líquidos llevaban inscrito su nombre.  Ese escenario contrastaba con el mensaje que nos quería transmitir durante el almuerzo, recuerdo que nos exhortaba a no permitir que la riqueza de Suecia hiciera mella en nuestra ideología, que ésta había sido la “tumba de no pocos revolucionarios”.

La rivalidad entre el personal de la embajada y el de la oficina comercial era respirable. Dada la prominencia de sus dos incisivos superiores, no me fue difícil percatarme de que a ese al que llamaban “El Conejo”, en frases nada halagüeñas, no era otro que el embajador.  Esa rivalidad trascendía a mi relación con Charito, yo era el protegido de Aldo, mientras que ella, quizá por ambos proceder de Santiago de Cuba, lo era de Primer Secretario de la embajada quien fungía, además, como Secretario General del Partido de la misión.

Había un personaje que no era ni de la embajada, ni de la oficina comercial. Este vivía en el mismo edifico donde radicaba la misión, no puedo recordar su nombre, sólo que le llamaban “El Músico”.  Una vez pregunté a alguien de la oficina comercial, por qué le decían así y me respondió con un gesto de escribir mirando hacia arriba como buscando la inspiración de las musas.  El Músico era el hombre de la Seguridad del Estado y estaba allí para informar de todo lo que acontecía en aquella misión a través de un TELEX que había en su apartamento. No se trataba de un espía de Cuba en Suecia, ni siquiera podía ser un “handler” de espías al estilo que se pinta en la cinematografía, ya que el Músico ni siquiera tenía permiso para salir solo de aquel edificio.  Siempre debía hacerlo acompañado por alguien de la misión.  Todos en la misión eran sus informantes y a la vez sus carceleros.

En ese apartamento vivía también “La Música”, o sea la esposa del Músico, a la que tampoco se le permitía salir sola ni al supermercado.  Hasta a mí se me encomendó un par de veces eso de acompañar a la Música a comprar algo.  El Músico vigilaba y era vigilado, era despreciado y a la vez temido.  Un informito del Músico podía provocar que enviaran a cualquiera de regreso a Cuba.  Los de la oficina comercial recelaban de los de la embajada, estos de los primeros y todos…del Músico.

La Conferencia

En el Seminario Internacional de Uppsala era costumbre que, bisemanalmente, un miembro diera una pequeña conferencia sobre cualquier tema relativo a su país y cocinara alguna comida típica (si sabía hacerlo) Arroz con Pollopara ofrecerla en el evento.  Cuando me tocó a mí, lo hice sobre un tema que estaba entonces en boga a mi salida de Cuba… ese de la Universalización de la Universidad; aquel disparate de no sólo insertar a los alumnos en las fábricas por algunas horas a la semana para complementar su educación, sino sacar las aulas de la universidad hacia fábricas y granjas. Eso implicaba que todos los alumnos de cada aula debían insertarse tiempo casi completo en un mismo centro de trabajo, lo que no sólo provocaba una sobrepoblación laboral con gente sin el conocimiento necesario, sino que obligaba a estos centros a propiciar las condiciones para la impartición de las clases, lo que siempre les resultó imposible. No escogí el tema por comprenderlo a cabalidad o por gustarme especialmente; fue porque no encontré otro que tuviera relación con la enseñanza superior y que los representantes del régimen oyeran con gusto sin entender demasiado.   Ningún diplomático de los otros países participantes en el Seminario jamás se personó en ninguna de aquellas conferencias, pero a la mía, asistirían los dos "padrinos" antagónicos de la misión cubana en Estocolmo: Aldo y el Primer Secretario.  De manera que al Músico le habrán llegado dos informes en conflicto.

Di mi conferencia a un auditorio que me escuchaba como pescados en tarima; había preparado un arroz con pollo y concluía mi conferencia con una invitación a la mesa.  Pero el presidente del Seminario, Olof Bergman, tenía preguntas... eran las de un sueco que pretendía comprender el surrealismo socialista criollo: ¿Ese plan no desplaza obreros?; ¿Los sindicatos no protestan eso?; ¿No es peligroso eso de estudiantes inexpertos en una fábrica?  De responderle que en Cuba las plantillas no guardan relación con la economía de las empresas; que allá los sindicatos no pueden ni están para protestar y que aquel que hablara de peligros, no estaría mostrando el debido estoicismo revolucionario... nada, que al Músico se le iban a gastar los dedos en el TELEX y en Suecia sólo me iban a quedar unas horas.  Mis repuestas fueron tan tontas como vagas y cuando trató de precisarme... “me hice el sueco”.

La Visita de mi Padre

El Músico debe haberle dado fuerte a la tecla cuando mi padre, exilado en Estados Unidos desde 1961, apareció en Suecia a visitarme. Estaba en Estocolmo cuando mi padre preguntó por mí a mis vecinos en Uppsala. De inmediato Charito, que era vecina del mismo piso en aquel albergue estudiantil universitario, comunicó la noticia a su padrino y cuando al fin me Telexenteré, ya el conjuro de las fuerzas represivas estaba listo para evitar el encuentro.  El mero deseo de volverlo a ver constituía una debilidad ideológica mía, el consumar el encuentro ya calificaba como traición a la patria.  No creo que el Músico haya podido inspirarse con aquel encuentro furtivo en la última madrugada de mi padre en Uppsala, ya que considero que la operación fue perfecta y nadie en la misión lo supo. 

No obstante, aquello trascendió al aparato por alguna vía, muy probablemente por aquella carta en que mi padre le contó del encuentro a su hermana, que aún estaba en Cuba. Ni los exilados cubanos de los sesenta alcanzaban a concebir hasta qué punto llegaba ya la represión en los setenta. Aquel episodio dio al traste con mis aspiraciones doctorales, ya que seguí inspirando a otros Músicos cuyas composiciones impidieron, no solo mi regreso a Suecia sino hasta la defensa de mi tesis doctoral en Cuba.  Finalmente, lograron el fin de mi vida académica.

Hoy recuerdo aquel Músico, cautivo en su apartamento, odiado por aquellos a los que vigilaba y viviendo uno de esos infiernitos que el régimen cubano logra crearle a cualquiera que se mantenga en su órbita.  Sin embargo, ni diplomáticos, ni comerciales, ni siquiera el Músico, quería que lo regresaran a ese infierno mayor que era Cuba y que hoy lo es aún más.  Me tomó veinte años escapar de él y llevo ya más de treinta libre de esas órbitas infernales y así me mantendré hasta que el último de esos “Músicos” haya dejado de componer o para siempre, si no le llegara vivo a ese amanecer.


 

El Neumotórax

Un neumotórax espontáneo ataca de pronto, sin que haya sintomatología previa.  No produce fiebre, tos u otros síntomas observables, por eso, sólo el que lo padece siente el dolor o al menos sabe que algo anda mal, hasta que los rayos X lo revelan.  Estos neumotórax son debidos a debilidades congénitas puntuales de la pleura y el paciente sufrirá tantos como puntos débiles traiga de nacimiento. El riesgo se acentúa cuando el paciente tiene poco peso corporal y ese era, muy precisa y penosamente, mi caso.

El primero que sufrí fue en los primeros meses de 1970, pensé que el dolor era muscular, como uno de torticolis y trataba de quitármelo con gestos bruscos, lo que hizo que se me aumentara al punto que ya no se absorbía y hubo que practicarme una pleurotomía. Esto es un tratamiento quirúrgico tremendamente doloroso, estuve un mes ingresado en el Sanatorio de la Esperanza.  Después de ese, tuve otros dos neumotórax antes del de Suecia, pero ya conocía bien la dolencia y detenía inmediatamente cualquier movimiento para no permitirles que crecieran.

El de Suecia me dio en pleno invierno cuando regresaba caminando de comprar algo en una tiendecita cercana a mi albergue en Uppsala.  En cuanto lo sentí, me recosté en unos de esos promontorios de nieve que la barredora había dejado al margen del camino.  Sabía que esos primeros minutos eran definitorios para su tamaño, la pleura sella rápido si se le permite. Cuando ya el frío más la inmovilidad se hicieron insoportables, muy lentamente caminé hasta mi apartamento.  Allí me mantuve inmóvil por un par de horas hasta que me levanté, con mucho cuidado, para llamar a Aldo en Estocolmo. 

La protegida del Primer Secretario de la Embajada y del Partido, que era vecina de mi piso, informó a su padrino del suceso e inmediatamente se engendró la intriga de que yo estaba demente y me inventaba problemas de salud para llamar la atención. Esto obligó a Aldo a Llevarme al hospital para que se dictaminara la realidad de mi episodio pleural.

 Habían pasado unos días, por lo que temí que ya no quedara lo suficiente para que saliera en una placa de rayos X, como ya había pasado con el último que me había dado en Cuba y quedara yo como el cobardón que el Partido de la misión quería pintarme.  Por suerte, la tecnología en aquel hospital Karolinska era exquisita, no fue una mera placa, sino que era como algo continuo y aquel radiólogo me pidió contornearme hasta que logró ver y fotografiar lo que quedaba de un neumotórax ya en proceso de sanación, poniendo esto fin a la intriga.

Después que regresé a Cuba tuve otros tres neumotórax más durante el resto de la década de los setenta, fueron siete en total. Aquel de Suecia sólo fue el número cuatro.


El  Samurái de Lidingö

Antonio Esquirol era el nombre del aquel que, en pleno invierno de 1973, llegaba a Estocolmo a representar múltiples empresas del Ministerio de Comercio Exterior en la Oficina Comercial de Cuba allí.  Arribaba sólo, no entendía entonces por qué no lo hacía con su familia, que no llegaría sino meses después, pero tampoco me lo preguntaba.  Muchos años después, ya en el exilio, aprendí que esa práctica, de que la familia no viajara junta, se hacía para dificultar las defecciones.

Aparte de estar sufriendo la separación familiar, Esquirol parece haber sido víctima de una sobredosis de paranoia en alguna de aquellas escuelas del Partido, pues vivía convencido de que era constantemente asediado y vigilado por la CIA.  Todo esto se conjuraba para que Esquirol evitara la soledad de aquella enorme casa que se le había asignado en el muy exclusivo barrio de Lidingö y alargara hasta el agotamiento sus muy repetidas visitas a la casa de su jefe, el Consejero Comercial de la Embajada, Aldo Rodríguez.

Muchos fines de semana yo los pasaba en casa de Aldo, pero cuando Esquirol apareció en la escena, me instaban a que pernoctara en su casa para que lo acompañara.  La primera vez que lo hice, pude constatar que Esquirol dormía con un cuchillo de cocina bajo su almohada.  Aquello me pareció que alcanzaba niveles de ridículo y le argüí que Aldo, que llevaba años allí, ni siquiera cerraba su casa con llave.  A lo que, con la gravedad de un samurái, respondió que, al él, ni la CIA, ni nadie, lo iba a sorprender desprevenido y que vendería cara su vida.

Esquirol veía mi complacencia con la vida en Suecia como una de mis muchas ingenuidades.  A su juicio, nada sabía yo de la vida y mi inmadurez no me permitía ver la mano siniestra del imperialismo detrás de las aparentes libertades y bonanzas con que se nos llamaba a engaño.   Otra de las veces que pernocté en su casa, como quien estimula a un niño, me pregunta ¿Sabes manejar? Al responder afirmativamente, omitiendo que lo hacía desde los 18 años, me pidió que le parqueara su Volvo.  Al día siguiente, no encontraba la llave y me acusaba de haberla extraviado.  Como último recurso, para evitar llegar tarde al trabajo, tuvo que llamar a Aldo para que éste lo pasara a buscar e irse con él a la oficina.  La casa de Aldo estaba a pocas cuadras y no tardó en llegar, saliendo por la puerta comienza – ¡Que va! El que se acuesta con niños amanece cagao – continuaba así gritando sus quejas y lamentaciones como para que mis culpas justificaran las molestias que calculaba le estaba ocasionando a su jefe.  Cuando más impulsada iba su diatriba, se tropieza con la llave que estaba en uno de los bolsillos del abrigo que terminaba de ponerse.  Se puso blanco como un papel y se vuelve, muy serio, hacia mí y… - ¡Cágate en mi Madre! no, no me digas que está bien ¡cágate en mi madre! – mientras que un ataque de risa le ayudaba a Aldo a bajar el desayuno.

No siendo muy diestro en las artes culinarias, era frecuente que se autoinvitara a comer lo que Ester Lilia, la esposa de Aldo, cocinara. En una ocasión, terminada la cena, la tertulia continuó en el último piso de la casa, una especie de ático amueblado, donde Aldo solía recibir a sus invitados. Allí tenía un bar, muy bien provisto, cómodos asientos y un equipo de música con un buen plato de tocadiscos.  Aquella tertulia, derivaba repetidamente a los temas que aquejaban a Esquirol. Al extenderse más allá de lo que Aldo pudo soportar, ya abatido, se despidió mientras se marchaba a su habitación, a la que ya Ester Lilia, de menos aguante que él, hacía un rato se había retirado.  Solo quedaba yo para aliviar su nostalgia. Un whisky tras otro, acentuaban la sensiblería de Esquirol, que le dio por repetir, hasta bien pasado mi hastío, la canción más ridícula de aquel disco de José Feliciano.  Esta contaba de una mujer que abandona a su esposo, cuando ya tenían un bebé y a la vuelta de unos años reaparece queriendo ver a aquel hijo.  Como en culebrón radial, el abandonado accede, pero le pide que no le divulgue su condición, ya que se le había dicho que su madre había muerto. Para ponerle la tapa al pomo, al final, la canción cuenta del niño que pregunta - ¿Dónde está mi mamá? -   Esquirol, con lágrimas en los ojos, levantaba y dejaba caer el brazo del tocadiscos, no ya para repetir ese mismo número por enésima vez, sino para concentrarse en aquella melodramática estrofa final.  Ya, al borde de mi desesperación, aparece la imagen salvadora de Aldo en la escalera con una payama roja enunciando con gran solemnidad – Pueden permanecer ahí, todo el tiempo que quieran, pueden tomarse hasta la última botella del bar, pero sólo tengo una súplica… ¡cámbienme el disquito! -.

 

La Conjetura Cubana 1

Una conjetura es un enunciado para el que no existe una demostración que lo convierta en teorema, pero tampoco se conoce de un contraejemplo que lo invalide. Mi ya extensa experiencia de viajero me ha permitido enunciar la siguiente conjetura cubana, y dice así: “nadie nunca es el primer cubano en ningún lado”. En otras palabras, no importa cuán recóndito sea el lugar adonde un cubano llegue, en algún momento se encontrará con otro que llegó allí antes que él. Retruécanos de destino me han llevado a un número suficiente de lugares como para constatar la regularidad enunciada y, aunque el que en algunos no me haya encontrado con cubanos, no implica que la conjetura sea falsa, sino que no he estado el tiempo suficiente para dar con alguno de ellos.

CobaBastaron unas semanas en Suecia, para que mis atuendos dejaran atrás aquellos con que se nos vestía para salir de viaje. Si, había una tienda especial en La Habana para aquellos que tenían programado alguna misión al extranjero.  Era una tienda casi secreta, las antiguas vidrieras en las que antaño se mostraba la mercancía, ahora tenían cortinas para evitar que el público viera lo que allí se le vendía al futuro viajero.  Era necesario proveerlo de trajes, camisas, medias, zapatos y hasta de ropa interior, a fin de que este exportara una imagen de menor miseria a la que en Cuba se vivía. Así y todo, la factura de aquella vestimenta era pobre y fuera de moda, lo que permitía que cualquier cubano en el extranjero fuera fácilmente identificable por otro.

Estando en Estocolmo, vistiendo el mejor atuendo que había logrado adquirir en Suecia, visité un museo de arte en el que se exponía una muestra de la Galería Nacional de Londres.  Admiraba las obras que allí se exponían pensando ser el primer cubano en visitar aquel museo, cuando me llama la atención una muchacha de buen ver que entraba por la puerta de la sala en que yo estaba. Vuelvo mi vista hacia las pinturas, pero noto que la muchacha, se había acercado algo y me dio la impresión como que me había mirado. Me movía hacia otros cuadros y la muchacha se me seguía acercando y ya casi estaba seguro de que me estaba “campaneando[5]”.  Me volví a alejar, como quien no había reparado en ella, pero se volvió a acercar y ya las miradas eran cada vez menos discretas. A mi nada se me solía dar así de fácil.  Ya se paraba al lado mío cuando pensé, debe ser esta “coba[6]” llevo puesta que está matadora.  De pronto, la conjetura… su voz, en perfecto acento habanero, vino a romper el encanto – Tu eres cubano, ¿Verdad? –molesto con que se me notara tanto, le pregunto – “¿Y en que me lo conociste, no llevo puesto nada del MINCIN[7]? – Dijo no saber exactamente qué, pero sospecho que me delató ese “caminao de Los Arabos[8]” que la familia de mi madre decía que había heredado de mi padre.

Conversamos un rato y me contó que hacía unos años había salido a la RDA[9] a estudiar ni me acuerdo qué forma de arte, allí se metió en un grupo de teatro o de cine donde conoció a alguien del Instituto Ingmar Bergman que la invitó y se quedó en Suecia con ese auspicio.

De regreso a la casa de Aldo, el consejero comercial de la embajada, donde solía pasar muchos fines de semana, ingenuamente conté del encuentro.  Al oírlo, Aldo me abre los ojos y me aconseja – Aléjate de esa muchacha, en la embajada todo el mundo la conoce, pues ella tiene que venir a cada rato al consulado para extender su pasaporte y todo el mundo sabe que es una “quedada” desafecta de la Revolución ¡Que no te vayan a ver con ella! - .

Nunca odié a los gusanos[10], mis mejores amigos se convirtieron en gusanos, mi padre se convirtió en gusano, eso no podía estar en mi naturaleza.  Por eso me encontré con ella varias veces más, lo que nunca lo volví a comentar con nadie. No recuerdo su nombre, ni para donde fue que se marchó, pero no dejé de verla por aquella advertencia.

La Conjetura Cubana 2

Hay más: aparte de Charito, la otra cubana conque llegué a Uppsala, estuve convencido que era yo el único en aquella ciudad. Eso fue hasta que una vez entré a un restaurant que decía Músicostener música latina en vivo y… la conjetura se hizo presente, allí cantaba un dúo y el de la guitarra prima era de Mariano.  Le pedí un número por su nombre en español y el acento me delató enseguida, terminando de cantar vino y se sentó en mi mesa.  Al rato, ya nos habíamos hecho la historia de nuestras vidas, como solemos hacer los cubanos.  

Había salido de Cuba con un espectáculo musical a algún país socialista del Este y se quedó en una escala.  De ahí, dio muchísimos tumbos por Europa, el penúltimo de los cuales lo dio en Estocolmo y fue allí que consiguió éste de Uppsala.  Desde hacía meses actuaba en ese restaurant con aquel boliviano que tocaba la guitarra bajo y le hacía el segundo. Por mi parte, le conté que yo estaba allí en la universidad, pero que no tenía planes de defección.  A él no le importó esa insignificancia política y yo, sabiéndome alejado de la vigilancia “revolucionaria”, tampoco me importó que fuera un exilado. Cada vez que tenía un chance visitaba establecimiento y cuando lo hacía, se solía sentar en mi mesa en los intermedios para caernos a cuentos.

Nos vimos por última vez en uno de aquellos asaltos de la noche del Walpurgis y me dijo que ya se le terminaba el contrato y que iba a probar suerte en Grecia.  Imaginé entonces a algún cubano entrando a un bar de algún poblado griego, pensando ser el primero allí y encontrarse a este personaje con su guitarra… la conjetura cubana.

Guajiros por el Mundo

Un aeropuerto de cualquier ciudad importante del primer mundo es un lugar de maravillas, ya que a sólo unos pocos pasos se abren compuertas a los lugares más disímiles del planeta. Camina uno por sus pasillos y va mirando: Chicago; Rio de Janeiro; Cairo; Delhi; Frankfurt; Tokio… 

Era un sábado de marzo en 1973, todavía era pleno invierno en Estocolmo. La temperatura merodeaba los 20º C bajo cero, cuando, a las 10 PM, suena el teléfono en la casa de Aldo Rodríguez, consejero comercial de la embajada de Cuba para los Países Nórdicos.  Llamaban del control de inmigración del Aeropuerto Internacional de Arlanda, ese número parece que figuraba en alguna lista de emergencias en relación con Cuba.  Aunque vivía en Uppsala, me estaba pasando ese fin de semana en su casa y Aldo, que no parecía comprender lo que le decían en inglés atropellado y acento sueco del otro lado de la línea, me pasó el teléfono.

GuajirosHabía estudiado toda mi primaria y parte de la secundaria en una escuela americana, por lo que mi inglés era casi natural y por eso lograba comprender las palabras que aquel turbado agente me repetía ya algo incómodo, pero no lograba encontrarles sentido. Decía tener allí a una docena hombres, sin equipaje, abrigo o idea de donde estaban y que no lograba entenderles otra cosa que la palabra “Cuba”.  El agente, me puso al teléfono a uno de los que aquel grupo para que me explicara. Estaba nerviosísimo, por lo que le entendía menos que el inglés del agente. Me parecía estar hablando con el Jiníguano o el guajiro de Pijirígua.  Con dificultad logro captar que iban para Islas Canarias a lo de unos barcos pesqueros. Le pasé el teléfono a Aldo, pero éste no logró dilucidar cómo fue que habían venido a parar a Estocolmo, donde no se hace escala para ninguna parte del planeta.  Aldo decidió partir hacia el aeropuerto y me pidió que lo acompañara en calidad de intérprete.

Una vez en el aeropuerto y en contacto con el grupo, pudimos sintetizar varios testimonios inconexos, logrando reconstruir la historia. Aquel era un grupo de pescadores que había sido seleccionado para un entrenamiento en la explotación de unos barcos pequeros que Cuba había encargado a un astillero canario. Nunca habían salido de las aguas costeras de Caibarién y mucho menos montado en un avión. Ya en el aeropuerto madrileño de Barajas, los dirigieron a la puerta correcta, donde saldría el vuelo a Santa Cruz de Tenerife, sólo que llegaron demasiado temprano y se sumaron a una pequeña cola que abordaba un vuelo de SAS a Estocolmo.  Eran épocas muy anteriores al terrorismo aéreo y aquellas azafatas apuradas en cerrar el vuelo que ya iba con retraso, ni se molestaron en mirar los pases de abordar.  En unas horas hicieron su aparición en el Aeropuerto de Arlanda, a unos escasos 5 grados de latitud del Círculo Polar Ártico, en mangas de camisa y sin comprender una palabra de lo que le decían.

La compañía aérea SAS, asumió su responsabilidad en el entuerto y dispuso de hotel, transporte y hasta abrigos de polyester para aquel grupo de pescadores tropicales que nunca habían visto la nieve. Los acompañamos hasta el hotel, donde esperarían el vuelo de regreso a Madrid. No supe más de ellos, se me antojaba que se volvieran a equivocar y fueran a dar esta vez, por ejemplo, a Katmandú en los Himalayas. No obstante, con esa aventura nórdica, ya tendrían bastante que contar a su regreso a Caibarién.

Talento para el Ridículo

El Escenario

Parece que fue ayer pero ya van a hacer más de 40 años. Tenía 27 y disfrutaba por primera vez de las "Libertades de Occidente", cortesía de una beca de investigación en la multicentenaria Universidad Sueca de Uppsala. Era muy afortunado, ya que eran muy pocos los cubanos que tenían la oportunidad de estudiar en algún país de los denominados capitalistas.  Esto no era por escases de becas, en los medios académicos predominan las tendencias de izquierda y los fondos para estudiantes de la Cuba socialista nunca faltaron. La limitación venía por parte del régimen cubano que quería evitar influencias ideológicas "negativas". Cualquier país fuera del Campo Socialista, incluso un "Welfare State" como Suecia, era considerado por el Partido Comunista de Cuba como un peligro para la formación del "hombre nuevo”, ente considerado indispensable para la construcción de la sociedad comunista.  No obstante, en primerísimo lugar, detrás de toda esta retórica, estaba el temor a la deserción que se prefería no reconocer.

Castro y PalmeEn mi caso, se produjo la afortunada concurrencia en el espacio-tiempo político de ser Olof Palme primer ministro de Suecia con Fidel Castro estar cortejándolo para sus ayudas en moneda dura. Resulté el mejor candidato a mano para presentarme al concurso del Seminario Internacional de Física que anualmente acontecía en la Universidad de Uppsala. Hubo razones válidas para esa selección, estas eran: ese inglés casi nativo que me regaló aquella escuela privada americana a la que asistí desde la preprimaria, que fue lo que me permitió presentar un ensayo ganador al concurso y la coincidencia de mi línea de trabajo entonces con la de uno de los departamentos en esa universidad.  

Al contrario de otros participantes provenientes de países capitalistas, yo encontraba excelente, tanto mi acomodamiento, como el viaje, el recibimiento... en fin, todo. Hasta la oficina que me dieron tenía mi nombre en la puerta. Esto último, le era especialmente bienvenido a alguien como yo, por aquello de venir de un lugar donde el colectivismo había llegado a extremos como el de considerar que eso de publicar un libro con el nombre de su autor era una manifestación de individualismo propia del capitalismo.

Suecia era todo un respiro, no sólo que volví a disfrutar de la Navidad, eliminada en Cuba ya por más de una década, sino que me rodeaba lo último en la tecnología y tenía como colegas a investigadores que trabajaban en la frontera del conocimiento científico.

La Universidad de Uppsala estaba mejor equipada para la investigación fundamental que para mi línea de trabajo, más bien tecnológica.  Debido a esto el jefe de la facultad de Electrónica en "Teknikum", Dr. Per Arne Tove, coordinó un encuentro con gente muy importante en el "Royal Technical Institute" de Estocolmo que trabajaban en el tema de la fotolitografía de alta resolución. Esto todavía suena avanzado y sin duda lo era en 1972.

El Dr. Tove estaba consciente de la importancia de este encuentro, ya que el éxito de mi proyecto dependía del apoyo que lograra de este grupo y muy particularmente de su jefe, un brillantísimo investigador de 35 años de edad, el Dr. Håkan Elmqvist (Håkan suena Jokan).  Conocía el Dr. Tove de las ideas conservadoras de este personaje y de su total antipatía por el comunismo, o sea, que sería altamente conveniente evitar que ese detalle de ser yo cubano saliera a la palestra, al menos en aquel primer encuentro.  Un buen comunista debió estallar ofendido ante semejante sugerencia, pero yo, por más que quisiera convencerme de lo contrario, no lo era.

El Saquito

Decidí jugar el papel del científico neutral y ciudadano del mundo, pero ni mi trajecito de evidente factura socialista, ni mis raídos vaqueros adquiridos en un remate, estaban a la altura de ese rol. Era inevitable, tenía que invertir en mi apariencia. Me fui a Tempo, la mayor tienda por departamento de Uppsala. Allí me gasté el sueldo de un mes, pero salí vestido a mejor estilo Arnold Palmer.  Me gustaba
especialmente el saquito.

 El saquito Arnold Palmer

Al día siguiente me fui al encuentro sintiéndome el conquistador del mundo, solo que a aquellos con ese "talento" mío, el ridículo los persigue y los alcanza sin importar sus esfuerzos en tratar de evitarlo. Resulta que el Dr. Elmqvist también estrenaba un saquito exactamente igual al mío y escogía una similar combinación de camisa y pantalón. Nos miramos con esa expresión de "¡no puede ser!".  Lo vi acercándose a mí y traté de írmele con un chiste... imitando la voz de Humphrey Bogart" parodié aquel bocadillo de Casablanca... "De todos los saquitos del mundo, tenía que aparecerse con uno igual al mío".  Aquello le sacó una risita, pero no detuvo su andar y cuando estuvo suficientemente cerca, estirando su mano hasta mi axila, dio un fuerte tirón a algo que resultó ser la etiqueta de la talla. Una vez con ella en la mano, me dijo... "Ahora, es que son iguales".  Como Rick y Louie en Casablanca, ese fue el comienzo de una "bella amistad" ... quizá no tanto como "bella".

No Tienes que Responder

A pesar de nuestras diferencias políticas, me comportaba arrojado y agresivo.  Aun cuando ya sabía que de donde provenía... por alguna razón que nunca me llegué a explicar... le caía bien y así el Dr. Elmqvist en Baikonurbreve tiempo devino en Håkan.  Aprendí mucho con este hombre y no sólo de tecnología, sino de la vida y las relaciones humanas. Todo lo que una vez supe de técnicas de alta resolución lo aprendí de él y esto fue suficiente como para obtener un resultado relevante en aquella época, un transistor MOS con canal submicrométrico.  MOS son las siglas de Metal - Óxido - Semiconductor y era entonces sólo una incipiente alternativa para la circuitería lógica, a los entonces más establecidos transistores bipolares. Los MOS resultaron el caballo ganador y todas las computadoras de hoy usan esa tecnología.

Uno de esos días, en que iba ante él para actualizarlo de mis últimos progresos, me dice - Esto merece un trago - y con la misma, me invitó a un bar cercano... ¡si un bar! Håkan no era uno de esos personajes estereotipados por el cine en filmes como "La Venganza de los Nerds", era una especie de híbrido entre el científico y el "Playboy".  Una vez en el bar, habiendo brindado ya varias veces por los éxitos reportados, me espanta la pregunta...  ¿Y qué va a hacer Cuba con esos transistores submicrométricos? La respuesta debe haber estado clara en mi cara de desconcierto, ya que casi inmediatamente me liberó del seguro ridículo de una respuesta estúpida - No tienes que responder, seguro que se trata de algo así como el programa espacial de los soviéticos - En aquel tiempo, si quería trabajar de investigador, debía pasar por alto "detalles insignificantes" como ese del propósito principal de mi trabajo.

¡Un Periódico Comunista!

Insistí muchas veces que visitara mi laboratorio en el Teknikum de la Universidad de Uppsala, ya que quería oír sus recomendaciones, pero siempre estuvo muy ocupado hasta que uno de esos sábados accedió.  Me monté en su carro, un Volvo último modelo, para el recorrido de 72 Km que separa Estocolmo de Uppsala. No pude evitar la curiosidad de inspeccionar cada detalle de aquel novísimo vehículo y él se complacía Granma Internationalen explicarme cada uno.  Una de las cosas que observé fue que los cinturones de seguridad no estaban firmes como los de otros carros en que había montado sino más bien flojos. No sabía que aquel Volvo había salido con ya con los hoy muy comunes mecanismos centrífugos y le pregunté que si aquello era normal. Se sonrió y como respuesta, pegó el pie en freno... tal como fue diseñado, el cinturón de seguridad trancó, salvando así a mi cabeza de reventar contra el parabrisas.  ¿Claro? me preguntó... asentí con esa expresión de "yo y mis preguntas tontas".

Arribando a Uppsala se desvió del camino a Teknikum para pasar por una tienda de licores con la idea de comprar cerveza. Una vez que tuvo en su mano un paquete de a seis, exclamó que ahora si estábamos listos para el laboratorio.  Me notó cierto estupor ante aquello y preguntó - ¿Por qué las cosas buenas de la vida tienen que ser políticamente incorrectas? Hoy es sábado, no vamos a trabajar, sólo a ver y la cerveza es una de las cosas buenas de la vida ¿Que tiene esto de malo? - Pensándolo mejor, no había nada de malo en aquello, era sólo mi costumbre a lo prohibido.

Al llegar a mi oficina, abriendo una lata de cerveza, atisbó unos periódicos cubanos, de esos que la embajada no dejaba de mandarme semanalmente y que, aun en su envoltura plástica, flotaban de mueble en mueble.  Rápidamente le fue arriba a uno de ellos - ¡Ah, maravilla, un periódico comunista! esto va a ser divertido - con la misma cerró el periódico y me dice - Te diré lo que hay aquí adentro sin abrirlo - y empezó - Los titulares dicen de algo muy malo perpetrado por los imperialistas - y continuó - en primera plana parecen fotos de altos líderes del partido comunista en actos políticos-  adentro se reporta de eventos internacionales celebrándose en el país con poco o ningún apoyo gráfico, también pudieran figurar entrega de premios sindicales o de otras organizaciones estatales... ¿sigo o ya probé mi punto? - había acertado en todo, no obstante repitió aquello que me librara de otros ridículos - No tienes que contestar -.   Empinó la cerveza para pasar al laboratorio, allí me hizo varias observaciones sobre técnicas experimentales de las que no podría recordar una sola, pero aquello del periódico se quedó como grabado al aguafuerte en mi memoria.

Ya hace casi medio siglo de estos ridículos sin que haya logrado olvidarlos; por suerte tampoco he olvidado lo poco que pude aprender de lo mucho que sabía Håkan y cuánto no he lamentado el haber perdido el contacto con este inolvidable personaje.

Epílogo:

Hokan2Hokan1Con el advenimiento de la internet, intenté una búsqueda de aquel personaje que tanto influyó en mí, pero era mucho el tiempo transcurrido y había olvidado cómo era que exactamente se escribía su nombre, lo hacía como Håkam Elmquist.  Casi de casualidad, Google encontró a un Elmqvist y cuando busqué por ese nombre me salió su primer nombre correcto con una "n" al final y no una "m". La búsqueda, ya con el nombre correcto, arrojó un par de fotos que pudieran ser de Håkan, 40 años después:

Según la Internet, es profesor emérito de del "Royal Institute of Technology", pero su perfil fue cambiando hasta terminar en la electrónica médica.

Le escribí y le adjunté este cuento. A los pocos días recibí repuesta, en ella dijo acordarse de mí y que mi descripción de él estaba “spot on”, que significa aguda y precisa.  Se excusó de la demora en responder porque ya casi no iba a su oficina por haberse retirado. Le volví a escribir, pero esta vez ya no recibí respuesta, quizá no regresó más a su oficina, o pueda que haya inferido que… “no tenía que contestar”.

 


 

Los Jimaguas

Presentación:

   Jimaguas es un vocablo que nos llega de la cultura Lucumí, dícese de los nacidos en el mismo parto, pero Los Jimaguas, así por antonomasia, eran Aldito y Arnol.  Los Jimaguas eran famosos en todo el cuerpo diplomático y comercio exterior de Cuba; todo aquel misionero que pasaba por Suecia tendría que conocer de manera directa o indirecta de alguna travesura de los Jimaguas. Hoy son hombres con familia y responsabilidades que no sugieren para nada aquel pasado infantil inolvidable para todos aquellos que los sufrieron.

jimaguas y yo

No fueron pocas las compensaciones por daños varios a la propiedad que Aldo (padre de los Jimaguas) tuvo que hacer a los vecinos de Lidingô, aquel suburbio de Estocolmo donde vivían.

Corría el verano de 1972 cuando conocí a los Jimaguas, que entonces tenían 10 años.  Su padre, Aldo Rodríguez, que fungía como Consejero Comercial de la Embajada de Cuba en Suecia, los tenía castigados por su más reciente fechoría, una que tenía el potencial de convertirse en un incidente internacional.  Ésta consistió en que habían metido en el elevador y caído a golpes, al hijo de un funcionario de otra oficina diplomática que compartía el edificio desde donde operaba la misión cubana.  Los Jimaguas alegaron en su descargo que la víctima había injuriado la figura de Fidel Castro, sabiendo que para los fervientes revolucionarios de aquella oficina esto constituiría un seguro atenuante, aun cuando la veracidad de la tal ofensa no pudiera ser comprobada.  El ingenioso atenuante redujo el castigo a un ridículo mandato de sentarse tranquilos en sendas sillas frente al buró de un empleado ausente.  Ridículo, porque los jimaguas eran absolutamente incapaces de sentarse quietos, no pasaba un minuto en que no se les llamara la atención por tocar los papeles de la mesa, registrar sus gavetas, golpearse el uno al otro o hablar en sueco para que nadie pudiera entender lo que se decían.

Los Jimaguas no eran gemelos idénticos, de hecho, yo no los encontraba ni parecidos.  Uno tenía la piel morena, el pelo negro y encrespado, no por gusto le decían “el Negro” y el otro, Aldito, era algo más alto, de piel blanca y con pelo rubio y lacio.

Cuando se fajaban, cosa frecuente, aun siendo menor, el Negro solía ganar por ser más astuto y agresivo, aunque a veces la fuerza y el alcance de Aldito se imponían.

El padre de los Jimaguas era hermano de Arnol Rodríguez, viejo amigo de mi familia por parte de madre, y aún con la diferencia de edades puede decirse que también mío, de manera que Aldo se convirtió rápidamente en mi familia en Suecia.  Solía pasarme algunos fines de semana en su casa, para lo que tenía que viajar desde la Universidad de Upsala que estaba a unos 70 Km de distancia.  Esos fines de semana me los pasaba retozando con los Jimaguas; judo, basket, pelota… hasta que me dejaban exhausto.  A medida que pasaban los meses, cada vez más Aldo y Ester Lili (su esposa) me veían como el hermano mayor de los Jimaguas y estos a su vez también me veían como a un hermano, aunque ni tan “mayor”, aún con mis 27 años.

El Neumotorax

En una oportunidad, en medio del crudo invierno Sueco, sufrí por cuarta vez un neumotórax espontáneo.  Esto tiene sólo dos variantes de tratamiento: la cirugía (ya me habían practicado una hacía tres años) y el reposo absoluto.  Enterado Aldo me fue a buscar a Upsala y me trajo a su casa para que pudiera hacer reposo, sólo que en presencia de los Jimaguas el reposo absoluto era absolutamente imposible.  Aldo me dejó en cama y se fue a la oficina, y no llevaba ni tres horas en aquella cama cuando oigo que un cristal se rompe violentamente, seguido de un rumble-rumble en dirección de la escalera.  Lo más lentamente que pude, me levanté de la cama y al asomarme a la escalera pude ver a los Jimaguas que habían regresado de la escuela e iniciado una de sus acostumbradas reyertas.  

NeumotoraxEl método tradicional de detener una de estas broncas era la de asestar un piñazo a cada una de las partes, que enviara un claro mensaje de que la bronca era ahora conmigo y que yo pegaba más fuerte que ellos.  Como el neumotórax impedía seguir la tradición, recurrí a la compasión e hice como que me desmayaba… se intercambiaron un par de golpes más… pero la curiosidad detuvo el combate.  Les expliqué que me había enfermado y que estaba de reposo, mientras averiguaban, pasó el tiempo suficiente para que bajaran sus respectivas adrenalinas, reduciendo la violencia física a la más intelectual de las acusaciones y los insultos…

-El imbécil de Aldito me pichó una bola altísima y rompió la ventana, y el otro: ¿altísima de qué?, tú que eres malísimo y se te fue …  Ya iban a entrarse a golpes de nuevo, lo que me obligó a repetir el ademán del desmayo.  El Negro detiene el ataque y argumenta que cuando llegara Aldo (sí, porque los muy frescos le decían Aldo a su padre cuando hablaban de él en tercera persona) el cuero viene primero pa’mi, porque siempre piensan que yo soy el que hago todo aquí… sí, porque este siempre se hace la mosquita muerta, y ya le iba arriba de nuevo a Aldito cuando me oye decir – mira Negro, si tiras un piñacito más, procura que yo me muera de ésta, porque si no te voy a moler…  El Negro valoró la advertencia y esto me permitió mantener la paz hasta la llegada de Aldo y Ester.

A París

   Air FranceFinalizaba ya mi “fellowship” en la universidad de Upsala y coincidía esto con el final de la misión de Aldo como consejero comercial en Suecia. Ya en las últimas dos semanas mi economía tocaba fondo y sobrevivía gracias a que Aldo me proveía, a su decir, de… “comida y albergue”.  Yo tenía que pasar por París, donde ya había estado dos veces por motivos relacionados con mi trabajo, a recoger un software para la continuación de mi tesis para el PhD.  Aunque Aldo y familia llevaban más de ocho años en Europa, los Jimaguas nunca habían estado en París.  En un rapto de gratitud rayano en lo demencial, ofrecí llevar conmigo a los Jimaguas a París y encontrarme con ellos en Madrid para el regreso a Cuba.  Aldo y Ester, turbados por lo increíble de semejante ofrecimiento no atinaron a descalificar el proyecto inmediatamente, dando oportunidad a los Jimaguas de apoyarlo con una vehemencia tal que los arrastró a la pérdida del juicio. Los Jimaguas habían vencido y a Aldo sólo le quedaba la tarea de ultimar los detalles de los pasajes, el hospedaje, etc.

El día de la partida, reunidos en consejo de familia, Aldo les anunció a los Jimaguas que me investía de la autoridad de repartir los piñazos que fueran menester a fin de lograr la necesaria obediencia y me dio dinero mientras nos advertía... ¡Esto les tiene que durar hasta Cuba!  Terminada aquella ceremonia, conté bien aquellos fondos y calculé el presupuesto diario considerando que serían 3 días en Paris y otros tantos en Madrid… la cosa quedaba bien apretada.

A punto de abordar el avión se produce un conato de reyerta sobre quien llevaría el equipaje de mano que contenía alguna que otra golosina para el viaje.  Cuando intervine, inmediatamente se cruzaron acusaciones, argucia típica que impedía establecer culpabilidades.  Fue entonces que concebí aquella medida verdaderamente genial, cuando les impuse que establecería un orden, una secuencia.  Los piñazos serían para el que le tocara, sin que esto guardara necesariamente relación alguna con el culpable, ya que eso pertenecía a la categoría de lo incognoscible.  Con la misma saqué del bolsillo una moneda y la tiré al aire, y la suerte decidió que fuera Aldito el merecedor del primer piñazo… el segundo sería para el Negro y así sucesivamente... la idea era que al que le tocara el piñazo disciplinara al otro.

La medida funcionó a la perfección durante el vuelo y el viaje en el metro hasta el hotel. Ya en el hotel, como era de esperar, los dos escogieron la misma cama, se enredaron y el Aldito se ganó su piñacito, el próximo le tocaría al Negro…  Curioso, no tuve que dar un piñazo más.

Una CocaCola,  dos Perros Calientes y Victor Hugo

    Al otro día salimos a la aventura, el metro Place de la Nación a Charles de Gaule Etoile y ante nosotros se erguía la Torre Eiffel.  Les advertí que para subir hasta lo último no nos daba la plata, ni había tiempo para hacer la correspondiente cola y que el precio de subir hasta el segundo piso ya gravaría fuertemente El Nergo y yoel presupuesto del día dejando muy poco para comer algo, no obstante, escogieron subir a la torre.  Cuando bajamos había tremenda hambre, pero tuvimos que conformarnos con una Coca Cola y dos perros calientes para los tres.  Ante su insatisfacción les recordé que eso era lo que habían escogido y se aguantaron.  No les quedaba otra que acompañarme en mis gestiones en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Paris, a donde fui a concluir lo que había ido a hacer a la Ciudad Luz.

El último día en Paris los llevé a pasear por el Arco de Triunfo, los Campos Elíseos, el Jardín de las Tulerías y a cultivarse al Museo del Louvre.  Cuando salimos, después de una larga caminata adentro del museo, estaba lloviendo… la próxima atracción era la Catedral de Notre Dame.

La noche anterior en el hotel les había hecho el cuento del "Jorobado de Nuestra Señora", para motivar la visita a algo tan poco atractivo para alguien con 10 años de edad, como era una catedral gótica.  El apretado resumen de la novela de Víctor Hugo logró su objetivo motivacional, pues me insistieron hasta que, desafiando la lluvia, nos aventuramos a correr en pos del arco que daba al Sena, llegando empapados.  Allí ya se guarecía un buen número de personas, entre ellas una americanita de muy buen ver, que empezó a flirtear conmigo en cuanto nos pudimos comunicar en inglés.  La salsa progresaba mientras los Jimaguas me miraban con insistencia desde abajo como preguntando, bueno y nosotros ¿Qué? … Ya impacientes empezaron a anunciar que ya estaba escampando y a repetir el anuncio cada vez con más frecuencia, hasta que, ante tanta impertinencia, tuve que abandonar lo que hubiera sido una aventura interesante.

Lo peor es que ni siquiera había escampado realmente y nos tuvimos que volver a guarecer, esta vez en algo así como un bar.  Como tiritaba de frío por la lluvia y para justificar mi estancia en aquel lugar, pedí un cognacito, lo que no tenía el más mínimo interés para los Jimaguas quienes tampoco quisieron café.  No querían nada de lo que allí se ofertaba y eso de que se gastara dinero sin que les tocara nada, ya los tenía incómodos, pero no se pronunciaron hasta que compré una caja de cigarros y prendí uno… allí fue donde el Negro me espantó aquello de… – ¡Queee va… tú estás fumando mucho!

Una escampada nos permitió llegar a Notre Dame… los altos relieves, la talla de las puertas, los vitrales, el órgano, el altar… nada de eso les despertaba demasiado interés y no paraban de preguntarme - ¿De dónde fue que el Jorobado tiró al mago?… ¿Dónde está la campana que lo dejó sordo?… ¿Por dónde era que salía el aceite hirviendo? … todo eso estaba arriba, en el campanario, y subir no sólo era el aquello de los 468 escalones, sino que además costaba dinero.  Se presentaba de nuevo la disyuntiva de la curiosidad v/s hambre y de nuevo ganó la primera, para arriba fuimos a ver la campana, las gárgolas y el balcón por donde el Jorobado tiró al mago.

Montmartre

La BohemeA la salida de la catedral compartimos otro par de perros calientes y una CocaCola, y ante el agotamiento, no de nosotros, pero sí del presupuesto, nos retiramos temprano.  Aldo conocía de nuestro bienestar gracias a nuestro reporte telefónico diario al Consejero Comercial de la Oficina de París y éste a su vez, le reportaba a Aldo por teletipo.  Esa noche, ya en la habitación del hotel, llamé a Suecia para que los Jimaguas hablaran directamente con sus padres.  Entre los atropellados cuentos de nuestras aventuras, le cuentan lo de la Coca Cola entre tres, etc.  Aldo les ordena que me pongan al teléfono y me pide que le explique el porqué de esa austeridad.

Yo le explico a Aldo que me había visto obligado a hacer una planificación presupuestaria, puesto que el dinero que me había entregado me tenía que durar “hasta Cuba”, por lo que no podía gastar diario más que lo que había gastado.  Aldo me dice que lo de “hasta Cuba” era para el consumo de los Jimaguas, para que no me cayeran arriba a que les comprara todas esas boberías de la que siempre se antojaban, que ese dinero era para que lo gastáramos en París.  Ahí fue donde el “¿ERA?” que va!!!, la noche es joven aún y nos queda tiempo para rectificar ese error, me los llevo a comer.

Eran como las 10PM y sabía que a esas horas lo único que quedaba abierto en Paris era la Colina de Montmartre y para allá partimos en un taxi.  Entramos a un restaurant-cabaret llamado “La Bohéme”, frente al parquecito mismo del ambiente de los artistas.  Entre las atracciones que allí se ofrecían se destacaba la de Ives Montand que cantaba allí todos los viernes… esto para dar una idea del nivel del lugar.  Nos sentamos y pedimos el mayor de los bistés… un Chateaubriand para cada uno de los tres. Una cantante ayudaba a crear un ambiente exquisito mientras nos matábamos aquella hambre vieja de tres días.


 

La Pintura

   Ya casi terminábamos de cenar cuando uno de aquellos artistas, en su típico atuendo, se acerca a la mesa y nos pregunta – ¿“des gemeaux”? … y al no recibir respuesta lo cambia por – “twins”? – 

Sorprendido de que alguien pudiera haber encontrado algún parecido entre Aldito y Arnol, le pregunté cómo lo supo y me dijo que esperara… en un momento montó su lienzo y Pintura de los Jimaguascomenzó a hacer trazos con una técnica de pastel… Antes de que pudiera preguntar me dijo que no me preocupara, que lo haría de todas maneras y que por sólo 50 francos ($10 en aquella época) me lo daría.  Aquel artista, en verdad lo era, escogió un ángulo en que aquellos Jimaguas, en efecto, se parecían como dos gotas de agua.  El artista termina justamente cuando ya nos íbamos, le pago y me entrega aquella obra de arte (era algo como la imagen que se muestra).

Se habían portado demasiado bien… el Negro me pide llevar la pintura y cuando se la voy a dar, Aldito protesta porque quiere llevarla él y la bronca se producía en la mismísima puerta de La Boheme.  Por suerte, llega el taxi y rompo la pelea decidiendo que Aldito fuera el que la llevara, ya que en la disputa anterior había fallado a favor del Negro.  Nos sentamos en el asiento de atrás, yo en el medio para evitar que volvieran a fajarse y la bronca terminara con la destrucción de la obra.  Al verse obligados a la tranquilidad, se durmieron.  Cuando llegamos al hotel, los despierto y se bajan aún medio dormidos, adentrándose en el lobby del hotel mientras yo pago al taxi.  Cuando logro alcanzarlos los veo ante el elevador con las manos vacías y al preguntarle a Aldito por la pintura éste se pone las manos en la cabeza, horrorizado -¡se me quedó en el taxi!-  Corro hacia afuera pero ya era demasiado tarde, el taxi se había ido.   Cuando regreso, el Negro ya le caía a golpes a Aldito… pero esta vez lo dejé, así iba a salir mejor que si lo hacía yo.

En España nos encontramos con Aldo y Ester, y también coincidimos con Arnol (hermano de Aldo y amigo de mi familia en Cuba, director general de Comercio Exterior en aquella época).  Los Jimaguas los atropellaban a cuentos, sin duda la experiencia sería inolvidable, pero cada vez que se tocaba el tema de la pintura se entraban a golpes.

La segunda noche en Madrid Aldo, Ester y Arnol me invitaban a un “Tablao”.  Los Jimaguas se quedarían con una familia amiga, pero al ver que serían excluidos de esa actividad no podían entender cómo era que me llevaban a mí y no los llevaran a ellos.  Los Jimaguas nunca me consideraron una persona mayor… pueda que nunca lo hagan...


 

La Pacotilla

   Para la mayoría de los pocos cubanos a los que se les permitía salir de Cuba en alguna misión, el resultado más importante de su viaje era, lo que más adelante se le llamaría, la pacotilla. Este término se asocia tan bien al concepto, que me he permitido el anacronismo. El uso del vocablo “Pacotilla”, para significar a toda esa mercancía capaz de ser adquirida con el dinero de dieta y transportable en avión, pienso que apareció más adelante, quizá en los ochenta.

Cualquier hubiera esperado que mi equipaje viniera reventando de pacotilla, como sería de esperar de quien regresa de una estancia, no de unos días, sino de más de un año en el extranjero capitalista… defraudé a todo el mundo. En mi descargo puedo alegar que Europa no es el mejor lugar para la pacotilla, ya que los 220v y los 50 Hz limitan la adquisición de electrodomésticos y tampoco los sistemas de TV europeos de entonces eran incompatibles con el sistema americano (NTSC) que había en Cuba.  No obstante, como en Cuba escasea todo, los buenos pacotilleros siempre encontraban para donde desviar sus fondos, por ejemplo, hacia la ropa, a piezas de autos y hasta especias en polvo.

Pacotillón

Yo, fui un pésimo pacotillero, pero eso sí, no dejé de visitar cuanto museo o lugar de importancia cultural me fue posible, limitando los demás gastos a lo imprescindible, que en mi caso fue penosamente poco.  Como concluiría mi esposa… una manifestación más de esa tendencia mía a la indigencia.

 

Mi Pacotilla

Zipper con presilla   Regresaron en mi equipaje un par de pantalones jeans. Estos los había comprado en mi primera visita a Paris. Allí pernocté en la Maison de Cuba[11], que aun funcionaba como albergue estudiantil para cubanos. Fueron mis vecinos allí los que me educaron en la existencia ciertas tiendas de unos judíos que vendían cosas muy baratas por tener defectos de fábrica; daños en su transportación, etc.  Compré allí dos jeans por 25 francos (~$5 entonces).  Estaban perfectos, sólo que las correderas de sus zippers no tenían ese pinchito que los traba, por lo que la portañuela no lograba mantenerse cerrada por mucho tiempo. Eso lo resolví con una presilla gem que colgaba la corredera al botón, después el cinto se encargaba de tapar el entuerto.

Allí compré también dos docenas de calzoncillos atléticos … con sus defecticos también, claro está. Los de una de esas docenas, tenían flojo el elástico, mientras que los de la otra, tenían bueno el elástico, pero algunos huequitos en la tela, que me parecieron insignificantes. Al principio usé los de los huequitos, pero, con las lavadas, estos se fueron agrandando hasta lo grotesco. Cambié entonces para los del elástico flojo, pero estos se fueron aflojando más con el uso y así, hasta que opté por ponerme dos, el de los huecos por fuera para que su buen elástico sujetara el de sin huecos, que iba por dentro.  Así llegaron en mi equipaje y ya en Cuba, a falta de otros mejores, los seguí usando por años.

El SEXAMEN

SEXAMEN   Otra pieza de ropa importante fue aquel jacket de poliéster. Ya en las cercanías de mi regreso a Cuba, la punta de un soldador de estaño con que reparaba un circuito y que descansaba indebidamente al borde la mesa, cual barreno, perforó su hombro derecho al agacharme a recoger algo del piso. Cualquiera, con menos espíritu indigente, lo hubiera botado y comprado otro, sin más, pero yo me acordé entonces de aquellos monogramas que se veían muy dignos en los jackets de los aviadores en las películas y se me ocurrió usar uno para tapar el hueco.

Subestimé la tarea, los busqué sin éxito hasta que, en una tienda por departamento, en el de juguetes, encontré algunos con chistes que iban de lo tonto, a lo estúpido.  Obligado por las circunstancias, compré el que me pareció menos ridículo, sobre todo, para quienes no supieran sueco. Era como un cuño que decía algo así como “Hice un Sexamen, Aprobado”. Ya en Cuba, nadie dejaba de reparar en ese estúpido SEXAMEN, lo que me obligaba al miserable cuento del soldador.

Aciertos Pacotilleros 1

  Aquella pacotilla mía mostró algún que otro destello de normalidad, ya que incluyó cosas de auténtica necesidad. Por ejemplo, regresé con un reloj pulsera capaz dar la hora verdadera. Hacía ya años que mi exilado padre me había mandado de regalo un reloj, marca Tissot, que funcionó por mucho tiempo hasta que empezó a hacerlo de manera intermitente. No obstante, lo usé sin quitármelo aun cuando no podía confiar en su lectura.  Lo llevé conmigo a Suecia, ya que pensé que ahí tendría la oportunidad de repararlo.  Fui a una joyería donde decían reparar relojes y, efectivamente, reparaban RELOJES, así con mayúsculas.  Cuando aquel relojero lo vio, con cara de lástima, me dijo, - mire, le ofrezco este Seiko, que es un magnífico reloj y le va a salir mucho más barato que reparar este que Ud. trae -.  Aquel Seiko pasó a ser otra de mis muy valoradas posesiones, lo tuve por muchísimos años hasta que pude viajar a Japón, donde ya los relojes digitales se vendían al menudeo.  Castera Philips

   Hubo más, para trabajar en Uppsala me hicieron falta algunas herramientas de mano que no estaban en el pañol del departamento, pude haberlas adquirido por la vía oficial, pero preferí adquirirlas con mi dinero, para poder llevármelas. En una tienda por departamentos, compré una pinza de punta fina y una de corte, ambas de fabricación sueca. Su logotipo era un tiburoncito labrado en el acero. Tal y como lo planeé, regresaron conmigo y los usé hasta el día que escapé al exilio.  La pinza de corte jamás se melló ni perdió el filo, aun cuando cortaba cuanta cosa no debe cortarse con esa herramienta. Muchas veces me pregunté… ¿Qué le metieron los suecos al acero de esta pinza? 

 Algo que la pacotilla siempre incluía y no sería yo excepción, era algún equipo de audio. Una muy valorada posesión fue una Radio Casetera Philips que pude comprarme con mi segundo salario. Con ella grabé cartas habladas para mi familia en Cuba y los programas de jazz con estándares americanos que se trasmitían por la FM de Uppsala de lunes a viernes a las 10 PM (No se me olvida que en sueco eso sonaba Clockan Tio). Con ese contenido grabé como cinco casetes de 120 minutos. En Cuba las oí muchas veces, tantas que, al repetirse el orden de las canciones, ya las consecutivas me llegaban a parecer meras continuaciones y la gravísima voz de aquel locutor, como parte de estas.

Aciertos Pacotilleros 2

Aunque donde más se notaba mi desatino con el mundo material era en la ropa, tuve un gran acierto con aquella combinación del saquito Arnold Palmer con el pantalón de salir marrón y ese par de mocasines que me comprara en aquel remate de una peletería en Roma. Esa fue por una década, no sólo mi ropa para las ocasiones formales, sino con la que mi hoy célebre cuñado, José María Vitier, salió a sus primeros escenarios.  Dejó de serlo cuando, ocho años después, me casé con Mabel y empecé a engordar, como consecuencias de sus artes culinarias. Ya entrados los ochenta, fue heredado por el entonces jefe mío, Antonio Evidio Días, para lucirlo en nuestros viajes a Japón.

Saquito en herencia
Pantalon de gamusa verde

    Otras prendas de mi pacotilla tuvieron también aceptación familiar. Se pusieron de moda en aquel verano de 1973, unas camisas con una tela de la india, que era fresca y sus colores combinaban bien tanto con mis jeans, víctimas ya de cierta erosión, como con un pantalón de patas de campana, de una tela que tenía textura de gamuza y color verde olivo, muy a la moda. Compré dos de esas camisas que alternaba, vestía una mientras lavaba la otra.  Estas prendas fueron “ropa de andar” de toda la familia hasta que terminaron desechas en menudos pedazos.

No Todo Fue Pacotilla

La física, la tecnología de los semiconductores y ese mundo nuevo de la computación, dejaban poco tiempo para pensar en cosas más terrenales. Me entregaba a que eso me absorbiera y no me dejara pensar en ese HP-35“para qué”, a cuya respuesta no quería llegar, pero esa absorción llegaba al punto de ignorar todo eso que, para el normal de los viajeros cubanos, eran necesidades básicas.

Lo más valioso que traía conmigo no fue pacotilla, sino aquella HP-35 de Hewlett Packard. Era la primera calculadora programable que salió al mercado y la primera en entró en Cuba. 

   Uno de los departamentos de la facultad de Teknikum adquirió una de esas novedades apenas un mes antes de mi regreso.  Quedé maravillado con aquello y comencé una campaña para que el Seminario Internacional adquiriera una para llevarla conmigo para Cuba.  Argumenté que sería utilizada para mi tesis de PhD y también para el trabajo del participante cubano del año anterior en el Seminario (José Matutes). Contribuyó a mi argumentación el que fuera yo el único de los participantes que usara todo su tiempo de máquina asignado en la IBM 360 de la UDAC (Uppsala DAta Central). Y eso que no pude añadir que, además de mi tiempo de máquina, había usado también el de otros siete u ocho participantes a los que les había hecho la tarea del curso de programación en FORTRAN IV que se nos ofreció.  Por suerte no hizo falta, era bien conocido que yo era el único en el Seminario que usaba la computadora para su trabajo. Esto le justificó a mis patrocinadores la compra de esa calculadora que con mi pecunio hubiera sido imposible. 

Eso, que para muchos en Cuba fue una mera curiosidad, me permitió desarrollar mis habilidades algorítmicas como no hubiera podido hacerlo con mi limitado acceso a la base de cómputo instalada en el país. 

A la vuelta de 10 años, mi vida académica terminaría por corte y aquellas habilidades algorítmicas desarrolladas tanto en Suecia, como con aquella HP-35, adquirieron una importancia tal, que dejaron a toda aquella documentación de mi trabajo en Suecia en la total irrelevancia.  Me refiero a esa que traía con vistas a mi tesis de PhD y a la que tanta importancia le daba. De no haber sido malogrado por la inquisición comunista, al menos hubiera servido para la obtención de ese grado científico, pero sólo para eso, ya que aquel trabajo no tenía ningún sentido para Cuba, como nunca lo tuvo eso de fabricar dispositivos semiconductores allá. Eso era de una esas cosas que, muy en el fondo, sabía, pero evitaba aceptar para que no se me desmoronara mi ilusión con la Revolución.

 



[1] ICRT Instituto Cubano de Radio y Televisión

 

[2] La técnica de fotolitografía, en 1972, usaba la erosión química para quitar la capa de metal de los electrodos o el óxido de silicio de las zonas donde se requería exponer el sustrato monocristalino de silicio.  Las zonas en las que se querían preservar esas capas se les dejaba cubiertas por una fotoresina selectivamente velada por luz ultravioleta.  Debido a que los reactivos químicos atacan en todas direcciones, los motivos a delinear tenían necesariamente que ser mucho mayores que el ancho de las capas a erosionar. Siendo el espesor de las capas de alrededor de una micra, pues el ancho de las líneas más delgadas no podía ser menor que 5 micras.  De ser menores, hasta la máscara se desprendía. En cambio, la erosión iónica del plasma a baja presión se produce sólo en la dirección del campo eléctrico, o sea perpendicular a la superficie y, por lo tanto, nunca erosionará debajo de la fotoresina, permitiendo motivos más pequeños que los espesores de las capas.

 

[3] CMOS: Complementary Metal Oxide Semiconductor. Primero existieron los pMOS y después los algo más rápidos NMOS.  Para fabricar los complementarios, había que lograr los dos tipos de dispositivos en el mismo chip, lo que resultaba en un proceso 10 veces más complejo. 

 

 

[4] Maisón de Cuba: Erigida en 1933 por la fundación Abreu de Grancher, para el albergue de estudiantes cubanos. Funcionó como tal hasta algo después de mi visita, porque Cuba dejó de pagar los impuestos territoriales y se perdió la propiedad. Hay que reconocer cierta lógica en esto, ya que el régimen prefería evitar estudios en países capitalistas.

[5] Campanear: Mirar furtivamente.

[6] Coba – Término vulgar cubano para un atuendo de buen vestir.

[7] MINCIN - MINisterio de Comercio Interior de Cuba .

[8] Los Arabos: poblado de la antigua provincia de Matanzas en Cuba.

[9] RDA: República Democrática Alemana (Alemania comunista).

[10] Gusano: Epíteto introducido por Fidel Castro para los desafectos a su revolución.

[11]